TEMAS DE DEBATE: POR QUE SE FRENAN LAS ECONOMIAS DE ARGENTINA Y BRASIL
Aunque la conexión entre la crisis mundial y la
desaceleración brasileña parece obvia, la evidencia muestra que el freno
responde más a la política económica de Dilma Rousseff. En el caso
argentino, el impacto del factor internacional es mayor, sobre todo por
Brasil.
Producción: Javier Lewkowicz
debate@pagina12.com.arEs la política de Rousseff
Por Eduardo Crespo *
En coincidencia con el agravamiento de la crisis europea, las
economías sudamericanas comenzaron a sufrir una desaceleración. Muchos
analistas, incluidos los gobiernos de Argentina y Brasil, consideran que
dicha crisis es el principal obstáculo que está frenando a nuestras
economías. Sin dudas existe un paralelismo entre ambos fenómenos.
Brasil, por caso, pasó de crecer un 7,5 por ciento en 2010 a los
actuales guarismos que rondan el 0 por ciento. La industria crecía 10,5
por ciento en igual período y en los últimos doce meses cayó 1,8 por
ciento. Pero antes de concluir que la crisis internacional es la
causante de estos resultados, se deben analizar los presuntos canales de
transmisión que unen a la primera con los segundos.
Las dos vías principales de causalidad son la comercial y la
financiera. Si bien las exportaciones brasileñas se desaceleraron, están
creciendo al 5 por ciento anual. El país tampoco sufrió sobresaltos
financieros. El Banco Central cuenta con 360 mil millones de dólares de
reservas, el saldo comercial no se deterioró y el endeudamiento en
moneda extranjera es inexistente. Aunque la conexión entre la crisis
internacional y la desaceleración brasileña pueda parecer obvia, un
simple balance de la evidencia disponible apunta en otra dirección: la
política económica del gobierno de Dilma Rousseff.
Desde los primeros meses de 2011, año en que tomó posesión la nueva
administración, hasta agosto del mismo período, y respondiendo a una
mayor inflación interanual ocasionada principalmente por una suba de los
precios internacionales, el Banco Central brasileño comenzó a subir la
tasa básica de interés. Esta política tiene el efecto conocido de
reducir la inflación mediante la apreciación cambiaria al costo de
desguarnecer la producción transable doméstica frente a la competencia
extranjera, generando un esquema de precios que tiende a provocar
desindustrialización. Quizás por este motivo, y ante los magros
resultados, en el último cuatrimestre de 2011 el gobierno de Rousseff
optó por cambiar la estrategia antiinflacionaria y decidió iniciar una
paulatina pero persistente reducción de la tasa básica de interés, al
tiempo que el real sufría una leve devaluación frente al dólar.
Aunque esta decisión en hipótesis debía tener efectos expansivos, el
gobierno resolvió atenuarla mediante una medida contractiva,
reemplazando la mayor laxitud monetaria y cambiaria con un severo –y
hasta ahora no corregido– ajuste fiscal. Los gastos de consumo del
gobierno, que habían crecido al 5,6 por ciento durante el período
2004-2010, crecieron sólo el 0,4 por ciento en 2011. La inversión
pública pasó de crecer a una tasa del 7,5 por ciento en el mismo lapso a
caer un 12 por ciento en 2011. El gobierno envió al Congreso un
presupuesto federal congelado en 2012 y lo mismo se anticipa para 2013.
Los salarios de amplias franjas de trabajadores estatales se encuentran
fijos en términos nominales desde 2010, circunstancia que propagó una
ola de huelgas en todo el país. Este conjunto de medidas contractivas se
contagió al consumo privado, que ya estaba muy afectado por el alto
grado de endeudamiento de los hogares, y también a la inversión privada
que reaccionó muy rápidamente al freno general.
En el caso argentino, el vínculo entre las condiciones
internacionales adversas y la desaceleración doméstica tiene mayores
fundamentos si se incluye a Brasil como un elemento decisivo en la
reversión de la tendencia. Dado que el desempeño industrial local
depende en gran medida de Brasil, debido a la importancia del sector
automotriz, la caída de las exportaciones a este país tiene impactos
significativos. Otros mercados, como el chino, también presentan una
tendencia negativa. Sin embargo, no parece existir una conexión clara,
por ejemplo, entre la performance exportadora y la desaceleración de la
construcción. La política fiscal, contrariando la más sencilla receta
keynesiana, parece acompañar el ritmo declinante de la recaudación. Las
principales provincias, incluida la ciudad de Buenos Aires, están
realizando recortes de gastos, aumentando impuestos y tarifas,
suspendiendo contratos temporarios, interrumpiendo obras de
infraestructura. El gasto público nacional se estabilizó en términos
nominales, y en plena desaceleración el superávit primario tiende a
aumentar. Cualquiera sea el impacto de la crisis internacional, por
ahora las políticas domésticas no ayudan a contrarrestar el viento de
proa.
* Economista, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
El impacto importador
Por Enrique Aschieri *
La picada en punta del precio mundial de la soja motiva a algunos
analistas a negar que la crisis global tenga efectos negativos para
nosotros. Por el contrario, sugieren algo así como que hemos encontrado
el paraíso perdido. Es que a la fase alcista coyuntural del “yuyo” le
suman un par de datos estructurales, entre ellos, por el lado de la
demanda, un supuesto aumento de la clase media mundial, y el crecimiento
del producto mundial que viene empujado por los países emergentes,
donde vive poco más de tres cuartos de la humanidad. Mucho menos
frecuentes son los análisis que hacen hincapié estructural en el lado de
la oferta, particularmente el aumento del precio del petróleo por su
impacto en el costo de los insumos agrícolas y el asunto de los
biocombustibles. Ambas posturas, complementarias o sustitutas, como se
quiera, esperan que, cuando cese el efecto de la bajísima tasa de
interés norteamericana, los precios de las materias primas, aunque
atenuados, continúen altos con respecto a sus estándares históricamente
bajos.
Las dos posturas aceptan que se es pobre o próspero según lo que se
venda en el mercado mundial sea barato o caro. En última instancia,
suponen que son los precios mundiales los que determinan los ingresos
nacionales. Pero con todo lo importante que es señalar esa refutable por
inverosímil línea de causalidad, en el sentido que las cosas suceden
exactamente al revés, lo que realmente llama la atención es el olímpico
olvido de las importaciones. Un mundo en crisis es un mundo que vende a
precios de liquidación. Las tensiones estructurales que sufre la
Argentina en el flanco externo, por su condición de importador neto de
insumos difundidos y bienes de capital, son agravadas por la coyuntura
bajista y, si bien también coyunturalmente son aliviadas por el alto
precio de las materias primas que vende, hablando en plata, mientras en
2011 las exportaciones crecieron 23,7 por ciento respecto de 2010, las
importaciones se incrementaron el 30,8 por ciento. Además, el 35 por
ciento de las exportaciones argentinas son industriales, alcanzadas
entonces por la deflación mundial del rubro.
Los que ven en la crisis mundial una mera invocación gubernamental
para esquivar los costos de la herida por mano propia, hecha a pura
torpeza, en realidad están abogando por una devaluación a efectos de
bajar los salarios, situación acentuada por el subsiguiente aumento del
desempleo. Con eso se esperanzan en lograr un saldo comercial que
aumente tanto por el precio de las exportaciones como por la baja de las
importaciones generadas por el desempleo. Esto último no sería muy
acentuado, dado que propugnan la apertura otra vez. Tal curso de los
acontecimientos agrava en vez de atenuar el intercambio desigual, y la
crisis lo aguarda. El viejo recurso del endeudamiento externo estará
esperando su día.
En ese esquema, los buenos términos de intercambio serían buenos
para nada, puesto que el eventual superávit comercial, en rigor
cualquier superávit comercial, o se reabsorbe mediante el aumento de las
importaciones –para lo cual tiene que haber demanda– o no se reabsorbe.
En la medida que la meta gubernamental continúe empeñada en mejorar la
distribución del ingreso, se ve obligada a sustituir importaciones y las
tensiones y fricciones se agravarán en vez de sosegarse. De lo
contrario, no muy lejos se encuentra una crisis de balanza de pagos que
da espacio al reemplazo de la reacción. De manera que lo que vuelve
interesante e imprescindible ahondar la industrialización es el aumento
en cantidad y calidad del consumo popular para tornarlo factible y
sostenido en el tiempo, y no alguna supuesta superioridad de los
productos manufacturados sobre los bienes primarios, un puro espejismo.
Este es un mundo caracterizado por el desarrollo desigual y no por
el desarrollo diferencial. El primero supone que el desarrollo de unos
implica el subdesarrollo de los otros, y es antes que nada divergente.
El segundo, que el ritmo diferente promete al final la convergencia. En
el sentido de la bifurcación señalada, hace rato que el mundo se nos
cayó encima. La coyuntura deflacionista de las importaciones agrava el
cuadro sin que lo apoque la coyuntura inflacionista de las materias
primas. La tentación del punto de vista conservador es aprovechar la
bolada para intensificar la estructura del atraso. De ahí sus críticas
al objetivo de edificar la base para la democracia industrial. Ningún
país que a medidos del siglo XX estaba en la semiperiferia o periferia
logró dejarla. No es menor el desafío que tiene por delante la
Argentina.
* Economista, docente universitario.
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