INVITA GRUPO SOCIOLOGIA
miércoles, 18 de junio de 2014
Imperio
Por Claudio Scaletta
Los
defensores del capitalismo más salvaje suelen estar tan enamorados de la
criatura que hasta exaltan sus excrecencias. El cine hollywoodense es
un buen ejemplo: abundan los elogios a la codicia o a las diferencias
extremas de clase como dinamizadoras del sistema. En la política
estadounidense quienes apenas se apartan de la agenda ultracorporativa
son acusados de “socialistas”, anatema que alcanza a cualquier propuesta
meramente reformista, como el plan de salud de Obama. Muchos
integrantes del Tea Party, la influyente corriente ultraconservadora del
Partido Republicano, defienden el “creacionismo” frente al
evolucionismo; insólito sesgo anticientífico de la clase política de una
economía que envía naves interplanetarias al espacio y drones a sus
enemigos. No es sólo un dato de color. Este es el país donde los jueces
fallan con mayorías casi absolutas en favor de una de las excrecencias
por antonomasia del sistema financiero global: los fondos buitre. El
país al que quienes endeudaron por generaciones al Estado argentino
delegaron la soberanía jurídica sobre sus instrumentos de deuda. Algo
debe estar mal en el orden jurídico local si esta delegación fue posible
con impunidad. Allí andan todavía los Cavallo, los Sturzenegger,
repitiendo lo que la actual administración habría hecho mal y ellos
bien.
El gran problema con los fondos buitre es que son malos, muy malos,
pero son legales. Es verdad que uno de ellos pagó en 2008 poco más de 48
millones de dólares por instrumentos de deuda por los que ahora el
Poder Judicial estadounidense le reconoce 830 millones, pero siguió las
reglas del sistema. La tasa de ganancia implícita de la operación,
suponiendo que reciba el pago, superaría, según detalló la presidenta
Cristina Fernández, el 1600 por ciento, quizá no tanto si se suman los
costos judiciales y de lobby para dinamizar el fallo. Para cualquier
financista esto es señal de genialidad, no de maldad. Este es el
capitalismo realmente existente, el que defiende la “muy independiente”,
según el colonizado juicio de algunos analistas locales, Corte Suprema
de Justicia estadounidense. Una independencia que le habría permitido
ignorar no sólo las opiniones en contrario de su propio gobierno, sino
del mismísimo FMI y otros Estados, como Francia, quienes verían en los
buitre una amenaza para futuras reestructuraciones de deuda, una muestra
más de la obsolescencia de las reglas de la “arquitectura financiera
internacional”.Un dato histórico; el tema de moda en el ambiente de las finanzas globales a fines de los ’90, cuando la Argentina se encaminaba al default y Anne Krueger comandaba el FMI, era la crítica a la ausencia de “riesgo moral”, dato ahora olímpicamente ignorado por la Corte estadounidense, que envía a los mercados mundiales la señal de que no importa la prima de riesgo de un bono soberano, pues todo acreedor siempre será respaldado por la metrópoli en su pretensión de recobrar el ciento por ciento nominal.
Debe destacarse que el fallo Buitre friendly difundido el lunes representa sobre todo un dato exógeno a la política argentina. Es decir, es un dato del que la política local es “tomadora”, que no puede modificar. Frente a esta realidad, al margen de los sentimientos involucrados por su manifiesta arbitrariedad, sólo queda la gestión. Todo lo emocional debe descartarse. El problema no es de Justicia, tampoco jurídico. Es un problema de poder puro y duro: de imperialismo. Frente a la potencia de este imperialismo, el margen del país es muy reducido.
Desde la recuperación iniciada a partir de 2003, a las finanzas globales les resulta intolerable que Argentina haya despegado por fuera de sus reglas. Es un mal ejemplo para el mundo. Quizá no se trate de una decisión centralizada, pero es la dirección en la que avanzaron el cúmulo de decisiones individuales. El país pudo evadirse de la presión imperial mientras fue independiente de los aportes del exterior; es decir, mientras no tuvo la necesidad de financiar un déficit de cuenta corriente. La aparición del déficit externo cambió el panorama.
En concreto, el rechazo de la Corte a tratar el pedido de revisión de Argentina, que significa la vigencia plena del fallo de primera instancia de Thomas Griesa, apunta contra todo lo realizado en materia de reestructuración de deuda desde 2005 en adelante. Como detalló ayer el ministro Axel Kicillof, no deja alternativas de pago bajo las actuales condiciones por más que exista la voluntad plena de hacerlo. Tampoco es opción negociar con quienes expresamente demostraron no querer negociar, con aquellos cuyo negocio es, precisamente, no negociar. La decisión judicial estadounidense empuja así a la Argentina a un nuevo canje de deuda como única opción para cumplir sus compromisos evitando embargos.
Pero el verdadero daño puede ocurrir en la macroeconomía. Como mínimo en el corto plazo, la presión imperial da por tierra con la iniciada estrategia oficial de financiar con la cuenta capital el déficit de cuenta corriente. El objetivo no era sólo contable, sino de sostenimiento de la demanda agregada y el crecimiento. El equipo económico había iniciado un camino de acercamiento a los mercados voluntarios de deuda a través del pago de algunos juicios en el Ciadi, del acuerdo con Repsol y del arreglo con el Club de París. Cuando la meta de regularización completa estaba al alcance de la mano, fue el mismo reticulado de intereses de las finanzas globales el que volvió a correr el arco. Una nueva muestra de que cualquier proyecto de desarrollo de largo plazo deberá exacerbar las herramientas de independencia ya conocidas que alejen, con recursos propios, las fuentes de la restricción externa; es decir: sustitución de importaciones, promoción de exportaciones, integración a cadenas de valor globales y, también, ingreso de capitales, aunque hoy la vía financiera parezca nuevamente cerrada. Nada de lo que viene será fácil.
Fuente Página/12
miércoles, 11 de junio de 2014
martes, 3 de junio de 2014
Ideología e ideologías
Por Roberto Follari *
Todos
tenemos ideología. La creencia de que la ideología es sólo cuestión de
quienes se interesan en política es una ingenuidad. Como profesor de
Teoría del Conocimiento, no puedo cansarme de enseñar a mis alumnos
universitarios que la ideología más fuerte es la de aquellos que creen
no tenerla.
Es que la ideología no es una idea acerca de la política, sino las
nociones que todos tenemos –y no siempre de manera plenamente
consciente– sobre qué es la sociedad, qué es el individuo, qué es la
justicia social, qué es el poder, etcétera. Para sostener esas ideas, no
se requiere pensar explícitamente en política. Todos vivimos en
sociedad y tenemos un modelo implícito de qué es bueno y qué es malo
para la sociedad, aunque jamás hayamos dicho una palabra específica
sobre el sistema político.De tal manera no existen las personas “independientes”, no hay quienes no respondan a ideología alguna. Todos dependemos de nuestras ideas, y –lo peor– es que no todos somos conscientes de que las tenemos y mucho menos de cuál es el origen de las mismas, no sabemos a menudo por qué pensamos como pensamos.
Las ideas no nos vienen del cielo ni del interior de nuestra cabeza. Son la resultante de una serie de influencias que hemos pasado en nuestra vida: el sector social al que pertenecemos, el género, la época, las escuelas a que fuimos, las iglesias a las que pudiéramos haber pertenecido, los clubes, los amigos. Todos ellos han hecho que seamos los que somos. Nadie se inventa a sí mismo: a lo sumo, cada uno recombina a su manera las ideas que no ha producido por sí solo.
Si hubiéramos nacido en Sudáfrica y no en Argentina, pensaríamos muy diferente. Si hubiéramos nacido en tiempos de Pericles en la Grecia Antigua, hubiéramos aceptado la esclavitud como natural. Si hubiéramos nacido en Arabia Saudita, seríamos muy probablemente musulmanes. Somos el fruto de nuestras concretas condiciones de vida, no el de nuestras individuales elucubraciones.
Entonces, no hay gente que tenga ideología y otra que pueda ufanarse de no tenerla; estos últimos suelen creer –erróneamente– que pueden ponerse “por encima” de quienes asumen explícitamente su ideología. Pero en verdad, ideología tenemos todos. Están los que saben que la tienen, y por ello pueden razonar sobre ella, modificarla. En cambio, los que se creen “independientes” ni siquiera se han enterado de la ideología que los atraviesa. Por tanto suelen creer, con ingenuidad conmovedora, que ellos dicen “cómo son las cosas”, que sus opiniones son neutras y objetivas. De tal manera, confunden el modo singular en que sus lentes les hacen ver la realidad, con la realidad misma.
Sucede con alguna veterana comensal de la TV que cree que la sociedad es igual a los rumbos de Recoleta o Barrio Norte, en Buenos Aires. Como ella vive allí y sus amigas son señoras adineradas que toman el té en ratos de ocio, ella vive en una burbuja, pero cree que todo el mundo piensa como se piensa en ese lugar. Ella habla con “la gente”, y esa gente –sólo ésa, claro– piensa igual que ella. De tal modo que cree que el mundo es idéntico a como ella lo ve, aunque lo mire por una rendija mínima que muy pocos –con ese poder adquisitivo– pueden compartir.
De modo que a no enorgullecerse de que “pienso por mí mismo”, “no soy militante de nada”, “digo las cosas como son” y parecidas muestras de desconocer cómo es que están formadas las propias ideas que todos llevamos. El que dice esas cosas y cree no ser dogmático por no adscribir explícitamente a una ideología política es doblemente dogmático: no solamente tiene un pensamiento determinado y una perspectiva parcial (jamás podría ser de otra manera, para los seres humanos), sino que ni siquiera se entera de ello. Cree que su singular mirada del mundo es igual al mundo mismo. Por ello no tiene la menor posibilidad de reaccionar frente a sus propias distorsiones, de modificar su pensamiento o de afinarlo. Confunde su propia mirada con los objetos que capta a través de ella.
Por lo dicho, aquellos que dicen no tener ideología y se creen libres de ella están instalados en el dogma y lo acrítico a total plenitud, en nombre de la pretendida “independencia de pensamiento” a que tantas veces se apela, sobre todo en una TV nacional cada vez más ignorante y atolondrada.
* Doctor en Folosofía. Universidad Nacional de Cuyo.
Fuente: Página/12
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