domingo, 27 de diciembre de 2020

Economistas pronosticadores: "vayan a buscar otro trabajo"

 El ejercicio tradicional de Página/12 de cotejar las proyecciones 2020 con la realidad se hizo a partir de los datos posteriores al estallido de la crisis del coronavirus en el país. Igual la mayoría de esos economistas se equivocó con la evolución del dólar, la inflación, el PIB, las cuentas fiscales, la tasa de desempleo, las reservas del BCRA, el balance comercial.

En este año tienen la excusa de la pandemia. Los pronósticos económicos de fines de 2019 para el 2020 no pueden ser referencias para realizar el ejercicio que, de repetirlo desde hace bastante en cada fin de diciembre, puede ser evaluado por los protagonistas como acoso. No lo es.

Esta tarea higiénica no ingresa en esa categoría; en realidad se trata de retirar el velo del inmenso dispositivo de engaño deliberado y de construcción de expectativas sociales con inconfundibles objetivos de legitimar medidas regresivas y políticas conservadoras. 

Los economistas pronosticadores gozan de tal impunidad que muy pocos observadores o consumidores de sus informes se toman el trabajo de comparar lo que decían y lo que en la práctica sucedió. Si ese estudio básico de cotejar se realizara, se diluiría ese espacio privilegiado que ocupan en la interpretación de la cuestión económica.

Eso no va a pasar. Esa comunidad de mercaderes de información económica tiene una amplia red de cómplices para ocultar sus desaciertos. Tiene la desconcertante fortuna de que sus miembros siguen siendo contratados por empresas y bancos para sentenciar qué pasará en la economía, cuando la realidad los desmiente una y otra vez.

Es habitual que los medios de comunicación tradicionales los consulten para conocer sus chapucerías. La costumbre de este diario, en cambio, es revisar las estimaciones que hacen de las principales variables económicas y, pasados tantos años, se ha convertido en un potente estímulo de curiosidad periodística. Y, valga la confesión, también es un incentivo para interpelar esa absurda convención de pretender conocer el futuro guiados por economistas.

Pesimistas

La pandemia puede ser utilizada como pretexto para archivar las estimaciones realizadas a fines de 2019. Por ese motivo, en esta ocasión, no se tomarán en cuenta las primeras proyecciones, presentadas el 3 de enero por el Banco Central cuando difundió los pronósticos 2020 de 24 consultoras y centros de investigación locales, 14 entidades financieras argentinas y analistas extranjeros. Esos datos constituyen el reporte conocido como Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM) publicado por el Banco Central, donde se indica cuál sería el recorrido de la economía según esos supuestos expertos.

Una de esas proyecciones, antes del coronavirus, decía que la evolución promedio del Producto Interno Bruto sería una caída de 1,6 por ciento. Era una cifra que mostraba el sesgo pesimista con el gobierno de Alberto Fernández. Tendencia opuesta a la demostrada durante el gobierno de Mauricio Macri.

Un revelador informe del economista Emmanuel Álvarez Agis, de septiembre pasado, deja al descubierto ese comportamiento. Menciona que el pesimismo observado en el REM para el gobierno de Fernández contrasta con los registros 2016-2019 durante el macrismo. Muestra que, en dicho período, las expectativas de inflación y de evolución del tipo de cambio se ubicaron en forma persistente por debajo de las variaciones observadas de esas variables.

Precisa que durante 2017 el promedio de la variación esperada de los precios para los siguientes doce meses fue +17,7 por ciento, y la evolución esperada del tipo de cambio nominal para el mismo período osciló en torno a +16,0 por ciento.

En 2018, la crisis cambiaria llevó a un aumento del tipo de cambio y aceleración de la evolución de los precios. Sin embargo, las proyecciones del REM anticipaban una desaceleración en la nominalidad. Nuevamente en 2019 la variación observada del tipo de cambio nominal y el IPC superó a las expectativas.

Este análisis del REM es otra prueba contundente de que los pronósticos económicos dominantes tienen escasa rigurosidad científica y casi nada de seriedad analítica, y que sólo son instrumentos de intervención política para promover medidas económicas de preservación de privilegios de poderosos y para apoyar fuerzas conservadoras.

No se escapan

Si los pronósticos de diciembre de 2019 para este año quedan invalidados por la pandemia, en cambio los realizados cuando el coronavirus ya estaba presente adquieren valor para emprender la tarea de comparar. Entonces el cotejo será con los pronósticos entregados en abril. La crisis global ya estaba desatada y los impactos en la economía local eran fulminantes.

Sin importar el incremento de la incertidumbre general y sin considerar la rápida reacción del Gobierno para atender la emergencia sanitaria y para diseñar una red de protección de empresas y trabajadores, la secta de economistas pronosticadores siguió con su tradicional trabajo. Y el saldo no fue distinto: una sucesión de errores en cada uno de los recorridos de las variables estimadas.

En la tarea de evaluar el comportamiento de los denominados gurúes de la city se consideraron las siguientes variables principales: inflación, dólar y reservas con fuente FocusEconomics, REM-BCRA, Indec y BCRA. Pero también se analizaron los datos de la balanza comercial, exportaciones, Producto Interno Bruto, producción industrial, desempleo.

Pocos se acercaron al dato real y muchos exhibieron que la elaboración de estimaciones está guiada por el deseo y las anteojeras ideológicas más que por una evaluación seria.

Una variable sensible para la población es la tasa de inflación. No es un dato menor en la definición de las expectativas sociales y también políticas. Las equivocaciones fueron groseras. Sin tener en cuenta la impresionante recesión con caída de la demanda, la política oficial de administración de precios y la estrategia cambiaria, Econométrica y el estudio de Orlando Ferreres estimaron una inflación superior a la del último año de Macri (53,8 por ciento), la más alta desde el estallido de la convertibilidad.


Uno de los economistas del establishment más cotizados, Miguel Ángel Broda, no se inhibió en vaticinar que "vamos a tasas de inflación en el último trimestre de este año como las que tuvimos en los '80. El año dará 50-55 por ciento, pero el último trimestre será muy alto".

Broda es consecuente con su trayectoria: se equivocó, pero este año ingresó en un estadio superior de desatinos analíticos al comparar la situación argentina con la de Irak, Venezuela y el Líbano.


Sacachispas los goleó

No sólo han errado en las proyecciones de variables macroeconómicas, sino que también han tenido una manifiesta debilidad analítica cuando tuvieron que opinar acerca de la marcha de las negociaciones con los acreedores externos privados.

Mientras el ministro de Economía, Martín Guzmán, se enfrentaba a los más poderosos fondos de inversión del mundo, la mayoría de los economistas mediáticos descalificaba la labor del representante de los intereses de Argentina.

En una actitud infrecuente, este año el consultor Carlos Melconian tuvo declaraciones agresivas hacia un titular del Palacio de Hacienda. Eligió como blanco a Guzmán hasta decirle que era mentiroso. No le fue bien entre sus afirmaciones destempladas y la implacable realidad.

En relación a la negociación de la deuda había sentenciado: “Si la visión presidencial está 100 por ciento alineada ideológicamente con la del ministro de Economía, el default parece inevitable. El ministro Martín Guzmán está en las antípodas de los mercados de capitales. Estamos entre el pragmatismo y la ideología”.

No hubo default y el acuerdo de la deuda recibió la aprobación del 99 por ciento de los acreedores en los tramos externo y local.

El otro frente en que esos economistas quedaron descolocados fue en el cambiario. Apostaron a una devaluación brusca y aconsejaron a sus clientes realizar coberturas por un salto fuerte del tipo de cambio. Les hicieron perder mucho dinero. Algunos decían con una seguridad pasmosa de que el dólar superaría los 200 pesos. Guzmán ganó esa compleja batalla con gran parte de los economistas mediáticos en contra.

"Virus, cuarentena y vacunas"

En un año terrible en varios aspectos hubo economistas mediáticos que, no satisfechos con hacer papelones con el análisis económico, también se atribuyeron capacidad de opinar sobre curvas epidemiológicas, estrategias sanitarias y cuarentenas.

Del mismo modo en que confunden a sus interlocutores en la interpretación de los fenómenos económicos, en la pandemia pasaron a la categoría de charlatanes del coronavirus.

Si con pronósticos sesgados van construyendo expectativas sociales negativas, en este caso, con ignorancia y relativizando la crisis sanitaria, fueron una pieza importante para debilitar la estrategia oficial de salud pública.

La secta de economistas mediáticos completó de ese modo un combo perfecto: como si hubieran cursado la materia optativa en la Facultad "Virus, cuarentena y vacunas", opinaron con la misma soberbia de la ignorancia sobre el coronavirus como lo hacen con la economía.

No pasó

Un agudo observador de la acción de estos charlatanes que desprestigian una carrera y profesión fabulosa señaló que no es soberbia, sino que no se dejan engañar por las evidencias.

Como en años anteriores, en éste fueron varias las evidencias que desmoronaron sus sentencias, entre las principales se destacan:

* La economía se encaminaba a la hiperinflación; no pasó.

* La tasa de inflación se desbordaría; no pasó.

* Las cuentas fiscales tendrían un déficit descontrolado; no pasó.

* El dólar blue superaría los 200 pesos y el Gobierno estaría obligado a aplicar una devaluación brusca; no pasó

* El Producto Interno Bruto se derrumbaría más del 12 por ciento; no pasó.

* La fuerte expansión monetaria provocaría un shock inflacionario; no pasó.

* El default de la deuda sería inevitable; no pasó.


"Supongamos..."

Estos economistas tienen un atajo para eludir las críticas a sus persistentes equivocaciones. La historia que construye el engaño es la siguiente: cuentan que un granjero acude a un economista para pedirle consejos sobre cómo aumentar la producción de leche de sus vacas. 

Después de analizar con modelos y complejas ecuaciones la inquietud, el economista convoca al granjero para decirle que ha encontrado la respuesta. Le dice: “¿puede venir a mi oficina para escuchar la presentación de mi solución a su problema?”. 

En el día acordado, el granjero concurre al moderno edificio donde el experto trabaja, quien delante de un enorme pizarrón comienza la exposición que sorprenderá al granjero. En el inicio de la explicación el economista dibuja un gran círculo y dice: "Para empezar supongamos una vaca esférica".

Así van construyendo las proyecciones los economistas pronosticadores. Parten de una premisa desvariada que terminará con resultados fallidos.

Pero no son sólo errores en las proyecciones de las cifras de variables clave y de análisis económicos errados. También le suman previsiones político-sociales desacertadas por un sesgo ideológico conservador.

Está terminando diciembre, mes que se caracteriza por fuertes tensiones, y no hubo turbulencias económicas ni desbordes sociales pese a los impactos devastadores de la pandemia.

El 2020 ha sido otro fiasco para los economistas pronosticadores. Pero como se trata de un negocio extraño donde el consumidor de esas proyecciones paga muy bien y con gusto para ser engañado, las cifras para el 2021 ya están siendo anotadas para seguir este juego de comparar dentro de doce meses. En versión libre de la frase disruptiva de CFK en La Plata, se podría decir a estos economistas: "vayan a buscar otro trabajo".

viernes, 18 de diciembre de 2020

El agua cotiza en bolsa de futuros, ¿y después?

 


El peligro de imaginar

Hace más de treinta años que escribo historias para niños y jóvenes. Se me ocurre que la peor pesadilla de un autor es que las cosas imposibles que escribe con su imaginación más volada, se cumplan. Haciéndole pensar que quizás, si no las hubiera escrito, no hubieran sucedido.

En los 90, pleno gobierno del señor que no se nombraba pero que tiene un apellido que empieza y termina con M, ante la indignación por las privatizaciones de las empresas del Estado, empecé a escribir una novela para jóvenes. Para no spoilear, solo les cuento que en la historia, los países poderosos sufrían la falta de los rayos directos del sol. Entonces “compraban” sol a un pequeño país pobre pero cálido, que tenía una “deuda eterna” (un simple juego de palabras sacándole la x a la deuda que hace tanto nos perturba). Para que esto fuera posible, los medios de comunicación engañaban con variadas mentiras a la sociedad para convencerla de que el sol era malo para la salud...

Solo hasta aquí cuento lo que despertaron en mi imaginación los años menemistas (cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia).

Pasó el tiempo, hubo cambios de gobierno y dejé la historia. Un poco porque me esperanzó un país mejor... Otro poco porque a veces las novelas necesitan exactamente eso: que uno las abandone y las retome años después.

Cuando sentí que los 90 volvían de la mano de otro innombrable cuyo apellido también empieza con M (ojo que mi apellido empieza con M y es una letra muy íntegra y sin culpa) volví a mi novela con más ímpetu, con la desesperación de sentir que se repetía la historia. En enero de 2017 El secreto de la cúpula llegó a las librerías gracias a la Editorial Norma y yo sentí al menos el desahogo de haber dicho “algo” a los jóvenes sobre las privatizaciones cargadas de sombras y corrupción.

--¿Vender los rayos del sol? ¡Eso es un disparate! --dirán algunos...

--¿Y que “el agua empezó a cotizar en la bolsa de futuros de materias primas debido a su escasez”? ¿Qué es? --me pregunté leyendo los diarios de la semana pasada.

¡Menos mal que no lo anticipé en ninguna novela! Tengo imaginación, pero no tanta.

Será que tendremos que pagar... ¿Para hervir unos fideos? ¿Para bañar a un recién nacido? ¿Para calmar la sed de un anciano? Pienso en este verano y en las pistolas de agua con la que los chicos se sacan el calor. ¿Habrá que decirles que no la derrochen?

¡Ya me la venía venir yo cuando en la playa empezaron a cobrar el agua caliente para el mate!

¿Y dónde van a guardar las acciones del agua los poderosos? ¿En sus piscinas? ¿En cajas fuertes blindadas e impermeables? ¿O, como hacen siempre, se la van a tomar toda?

Y los dueños del agua... ¿serán dueños también de los peces?

Y si los seres humanos somos el setenta por ciento de agua... ¡Qué miedo!

Mientras escribo estas palabras empieza a llover. ¿Tendrá dueño esta lluvia?

¡Ah! Ahora sí que tuve una idea genial... compremos baldes para juntar el agua de lluvia y así hacernos aguanarios (que sería algo así como millonarios, pero de agua).

Tal vez mi idea haga subir la cotización de los baldes futuro... ¿O los baldes son pasado? ¿Cotizarán también en Wall Street?

Ay... estoy muy confundida...

¡Es que no sé nada de acciones! Mis dos actividades, la docencia y la escritura, solo me han permitido especular con el atún que ayer encontré barato en el súper y compré cinco latas para las fiestas. Y si hablamos de bolsa, solo conozco la que llevo a la feria y viene cada vez más liviana.

Y bue... aquí me quedo imaginando que quizás algún día para calmar la sed o para darte un baño haya que pensar si te lo permite la billetera.

Y quien te dice... si el agua cotiza, capaz que llega el día en que los rayos del sol también sean mercancía y me acusen de bruja. Ya puedo imaginarme ardiendo en la hoguera y que nadie disponga de agua gratis para apagarme.

 

Es el costo de la imaginación. ¿Cotizará también en la bolsa alguna vez? 

* Margarita Mainé es escritora.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

35 años de la sentencia del Juicio a las Juntas: "Señores jueces, Nunca Más"

Las condenas dictadas el 9 de diciembre de 1985 fueron un mojón en la lucha contra la impunidad del terrorismo de Estado. Después de ocho meses de juicio, la Cámara Federal condenó a cinco de los nueve integrantes de las tres juntas militares de la última dictadura. El sociólogo Diego Galante, que dedicó su tesis doctoral a analizar ese hito, explicó a PáginaI12 por qué una parte de la valoración de aquel momento histórico “aún está en disputa” .

León Arslanián era la voz de una decisión histórica que tomaron, unánimemente, él y otros cinco jueces.
 
León Arslanián era la voz de una decisión histórica que tomaron, unánimemente, él y otros cinco jueces. 

El 9 de diciembre de 1985 León Arslanián era la voz de una decisión histórica que tomaron, unánimemente, él y otros cinco jueces y, a través de ellos, la sociedad argentina: los secuestros, las torturas, las desapariciones, las muertes, los robos, de la última dictadura cívico militar eran crímenes y sus responsables debían ser condenados. Aquel día, después de ocho meses de juicio, la Cámara Federal condenó a cinco de los nueve integrantes de las tres juntas militares de aquel golpe de Estado por aquellos hechos, Jorge Rafael Videla y Emilio Massera incluidos, y la sentencia, si bien estableció una base para comprender aquellos hechos (un piso del que nadie podía bajar) no logró zanjar los conflictos que por entonces fragmentaban al país en cuanto a la lectura de ese pasado que le respiraba en la nuca. Para el sociólogo Diego Galante, 35 años después, la valoración de aquel momento histórico “aún está en disputa”. “La valoración del juicio y la condena a las juntas militares en la historia de la democracia argentina está en disputa: una línea plantea que fueron los padres fundadores de la democracia y de la lucha contra la impunidad, el primer paso del proceso de los juicios por delitos de lesa humanidad actuales a pesar de la elipsis de más de una década; otra, que son los juicios actuales lo que en forma retrospectiva permitieron una recuperación, una especie de rescate de aquel juicio y aquella condena”, propone Galante, invitado por este diario a seguir reflexionando sobre aquel proceso mucho más que judicial que analizó para su tesis doctoral en Ciencias Sociales y de cuya conclusión, mañana, se cumplen 35 años. 800 palabras leyó, más o menos, Arslanián aquel 9 de diciembre. La sala estaba llena. Los integrantes de las tres juntas militares que habían deshecho el país poquísimos años antes, presentes: de trajes civiles, peinados a la gomina, jóvenes, culpables de punta a punta. El fallo unánime de los seis camaristas federales --Jorge Torlasco, Ricardo Gil Lavedra, Jorge Valerga Araoz, Guillermo Ledesma y Andrés D’Alessio además de Arslanian-- habló de “detenciones violentas”, de “mantenimiento de las personas en detención clandestina”, de “interrogatorios bajo tormentos” y “eliminación física” de personas, de “saqueo de bienes”. Y también habló de “bandas terroristas”, de la “responsabilidad” de las Fuerzas Armadas en “la represión de la subversión”. Condenó a Videla y a Massera a prisión perpetua; a Roberto Viola a 17 años de cárcel; a Armando Lambruschini a 8; a Orlando Agosti a 4 años y seis meses de encierro. Omar Rubens Graffigna, Arturo Lami Dozo, Leopoldo Galtieri y Jorge Anaya resultaron absueltos



La sentencia llegó tras ocho meses de juicio, “un fenómeno colectivo, mucho más que un evento jurídico concreto”, en el que participaron actores múltiples y sobre el que “se entretejieron múltiples lecturas sobre el pasado dictatorial y su criminalidad, y poniendo en foco sus memorias y conflictos sobre el presente y lo que se esperaba de él”, aclara el doctor en Ciencias Sociales que basó su tesis de doctorado en este proceso, el juicio a las Juntas. El trabajo fue publicado bajo el título: El Juicio a las Juntas. Discursos entre política y justicia en la transición argentina.

La sorpresa

En ese marco, “la condena suscitó sorpresa --resalta Galante--. Fue sorprendente para la escena judicial, para un amplio espectro político y en definitiva para la sociedad en general el hecho de que finalmente la Argentina de la transición lograra concluir un acto jurídico sobre ese pasado criminal que aún estaba muy presente y, más aún, con una condena”. Hay una imagen que lo ilustra: el silencio que se apropió de la sala de audiencias tras la lectura de Arslanián. Propone el investigador de Memorias Sociales del Instituto Gino Germani: “Por contraposición al estruendo de aplausos que acompañó el cierre del alegato de (el fiscal Julio César) Strassera, el silencio que llegó tras la sentencia es representativo del impacto que generó. En la sociedad que dejó mudos a todos”. --¿Sorprendió para bien o para mal?--La sorpresa debe entenderse en el contexto de la sociedad argentina de la transición, tan conflictiva como fragmentada. El juicio estuvo acompañado de amenazas permanentes a fiscales, jueces, funcionarios, secuestro de testigos, amenazas de bomba. Alfonsín había tenido que decretar un Estado de sitio. El estupor tuvo que ver en parte, también, con cierta desazón que causaron las condenas sobre todo en las agrupaciones de derechos humanos, si bien en la mayor parte del espectro político la sentencia fue celebrada. Los organismos no esperaban máximas condenas para algunos jerarcas de las juntas, pero tampoco las absoluciones. Y esa desazón luego se abre en diferentes caminos. Las Madres emiten un comunicado muy duro en el que vincula el juicio a las Juntas con la falta de voluntad del Gobierno de perseguir penalmente a los militares. Le llaman “simulacro”. En otros organismos, como CELS o la APDH, a pesar de las absoluciones, que fueron condenadas, se valoró mucho el avance judicial como el primer registro de que aquel había sido un comportamiento criminal, sistemático y planificado. Y subrayan el punto 30 de la sentencia, en el que la Cámara Federal ordena continuar investigando la participación de grados subalternos a los jefes de las fuerzas. No obstante, la sospecha de que una salida “política”, fuera amnistía u otra, no se apagaba.


 “La alerta sobre la salida política era permanente, incluso antes del juicio. Y justificada además, porque durante el desarrollo del juicio emergen varias informaciones cruzadas desde el Gobierno. Algunos funcionarios hablaban a favor del desarrollo de la Justicia y otros planteaban que era necesario ‘cerrar la cortina’” del pasado con amnistías. Alfonsín mismo debe salir a responder políticamente”. Los temores, no obstante, no eran infundados: no llegó una amnistía, pero sí las leyes de Punto Final, de Obediencia debida y, finalmente, los indultos. 

Legado y deudas

Hay un legado de esa sentencia que perdura hasta nuestros días. Y ese es el “reconocimiento del carácter criminal de un régimen que se concibió al margen de la ley y que implementó prácticas de lo más inhumanas para reprimir”, puntualiza el especialista. Porque, opina, “tras el Juicio a las Juntas nadie puede negar en buena fe lo que ocurrió en la dictadura, se acabaron las estrategias negacionistas, o quedan en eso, negacionismo, los desaparecidos de ninguna manera están en Europa como hasta entonces creía gran parte de la sociedad. La sentencia viene a sancionar con la fuerza de la verdad que lo que sucedió fue un crimen”.

 Sin embargo, aquello estuvo lejos de zanjar las divisiones que fragmentaban a la sociedad argentina de la transición democrática. “Por el contrario, las amplifica”, asegura Galante. “El juicio y la sentencia amplificaron los conflictos existentes, funcionaron como caja de resonancia en donde quedaban expuestas las representaciones divergentes sobre el pasado que estaba bajo análisis y sobre lo que debía esperarse por venir”. --¿Por qué esto es así?-- Pues porque si bien en términos jurídicos, la sentencia no pone en duda el carácter criminal de los métodos elegidos por las Juntas, “se apropia de los conflictos culturales persistentes en la sociedad y, en su análisis, los vuelca”. Amplía Galante: “En la primera parte de la sentencia está argumentado en términos históricos lo acontecido en el país bajo los términos de una guerra antisubversiva, los jueces apelan al lenguaje militar para describir los hechos: hablan de terrorismo subversivo, términos que no son cuestionados”. Sus repercusiones hacia adentro y hacia afuera de los derechos humanos.

Más allá de que la condena haya dejado en claro el cáracter criminal del desempeño de los militares, y de que tras lo ocurrido durante ocho meses en la sala de audiencias los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem hayan barrido --por presiones, por incapacidad de resolver los conflictos que atravesaban a la sociedad, o el motivo que fuere-- con las condenas logradas, hubo un aspecto de lo ocurrido durante la dictadura al que el proceso de enjuiciamiento a las Juntas no alcanzó siquiera a desarmar para revisar: el carácter político y económico del Golpe y de sus crímenes; el modelo de país que se buscaba instalar a partir de los secuestros, desapariciones y asesinatos. “Haber roto con el ciclo iniciado en 1930 de golpes de Estado y democracias débiles se lo debemos al juicio a las juntas y a su condena, a esa transición de los 80. Sin embargo, hubo entonces cierto contraste entre la condena moral que existía sobre los crímenes de los militares y la dificultad que había para condenar el golpe per sé. Había una dificultad de parte de la sociedad para reconocer el carácter político de los crímenes condenados en el Juicio a las Juntas, así como el proyecto político y económico regresivo que buscó la dictadura con ellos”, sostiene Galante. 

La condena sirvió como “puntapié de recuperación de los derechos humanos como valor de la democracia, algo que cae durante el Gobierno de Carlos Menem y empieza a resurgir en 2003”. También como “antecedente penal para la lucha por la Justicia” en relación a los crímenes de lesa humanidad no solo en Argentina sino también en otros países. Es que, no solo la condena se fundó sobre pruebas que, aún en los juicios de hoy, siguen impactando --testimonios ofrecidos en aquel proceso, sobre todo--, sino que “lo que quedó fuera de esa condena, trunco, por decirlo así, se reabre el camino hacia la persecución de justicia”, propone el sociólogo. Sigue: “Durante el período de la impunidad, la historia de la lucha por la memoria, la verdad y la justicia comienza a escribirse en los márgenes de aquello que había escrito la condena del juicio a las Juntas Militares, en permanente interacción. Fue su piedra basal”.

Un mojón contra el olvido

En la constitución de la memoria colectiva en relación con los crímenes del terrorismo de Estado, la condena de diciembre de 1985 también fue un mojón, que por supuesto no hubiera existido sin la persistencia de los organismos de derechos humanos que empezaron a reclamar verdad en el mismo momento en que el gobierno dictatorial y sus aliados en cada espacio del campo sociocultural, medios de comunicación a la cabeza, insistía en escribir mentiras.

“Fue un elemento fundamental en la construcción de memoria, en la conformación de una serie de enunciados básicos, compartidos por amplios sectores de la sociedad que no concuerdan con otras representaciones de ese pasado, pero sí en aquella verdad que habían empezado a plantear el movimiento de derechos humanos y la Conadep luego: los de la dictadura fueron crímenes. No obstante, en medio del camino transicional, había quienes estaban apurados, incluso desde la panza del Gobierno radical, en transitar el proceso judicial con rapidez para poder, finalmente, olvidar", dice Galante, quien cita en su trabajo una declaración del entonces secretario general de la Presidencia, Germán López, sobre la supuesta necesidad  de “concluir rápidamente con esto, para que la sociedad se repliegue sobre sí misma, haga la reflexión necesaria, se sancione lo que corresponda, y se baje la cortina sobre esta situación dramática”. 

Suponiendo que la condena del Juicio a las Juntas no hubiera sido anulada con las leyes de impunidad, ¿habría sido posible el cierre inmediato del capítulo? Es difícil imaginarse esa solución a la luz de lo que ocurrió. De hecho, al comprobar judicialmente lo que había ocurrido hubiera sido difícil persuadir sobre la clausura. Una vez comprobada la existencia del delito ¿con qué argumento se puede invitar a su olvido?

¿Es posible legislar las soluciones frente al Lawfare?

 

El mundo sufre, y mucho.

Nuestro país está, además, fragmentado. Son muy pocos quienes están dispuestos a acercarse a algún interlocutor del otro bando.

Hace unos pocos días se publicó en Alemania el libro homenaje a uno de mis más queridos maestros, el profesor Marcelo Sancinetti. Ello fue en ocasión de su cumpleaños número setenta. El título de ese libro es Brücken bauen, que en alemán significa construir puentes. Se trata de un modo conmovedor de definir la tarea de Sancinetti entre los mundos culturales de Argentina y Alemania y de explicar aquello que falta en nuestro país.

Un puente es un diálogo. Allá vamos: sólo pretendemos sugerir caminos que nos aseguren el resguardo del estado de derecho para todos, y para siempre.

No es una novedad que hace mucho tiempo que el sistema penal es selectivo.

Las brujas eran, en la Edad Media, mujeres. Los presos normalmente son pobres. En los EE.UU la presión policial sobre los negros y latinos es enormemente mas violenta, etc, etc.

Tampoco es novedad que ello implica la lesión al principio de igualdad ante la ley.

En las últimas décadas esa selectividad se ha orientado ideológica o políticamente.

De eso se trata el Lawfare: utilización del sistema penal para la persecución de un conjunto de personas seleccionadas por su afiliación política o ideología, violando en esa persecución un conjunto muy relevante de los principios y garantías constitucionales propios del estado de derecho.

Aquello que diagnostica el Lawfare no es otra cosa que decisiones judiciales que deben ser revisadas.

El objetivo del Lawfare, a no dudarlo, es que hacia el futuro esa persecución discriminadora no suceda más y, hacia atrás, que esas decisiones, al haber violado principios esenciales de nuestra cultura jurídica, sean corregidas.

Ahora bien, ¿se trata de una categoría exótica? ¿Se refiere el lawfare a fenómenos desconocidos por nuestra cultura jurídica? ¡Claro que no!. Veamos.

Para referirse a lo que llamamos Lawfare, uno puede valerse de instrumentos, por así decirlo, tradicionales.

Hoy nadie cuestionaría la razonabilidad jurídica de que exista una acción o recurso de “inaplicabilidad de ley”, para casos en los cuales, se verifique la existencia de un precedente que sea contradictorio a la doctrina establecida por una sentencia impugnada. Como ha quedado claro desde hace mucho tiempo, la finalidad del recurso de inaplicabilidad de ley es establecer un amplio contralor de legalidad para lograr la uniformidad de la jurisprudencia, en particular en lo que respecta al no alejamiento infundado de ciertos puntos de partida orginados en principios y garantías constitucionales.

Ello es exactamente lo que abogados, organismos de derechos humanos, el sistema universal de las Naciones Unidas o el sistema regional de América Latina, vienen denunciando en lo que ha implicado una sorpresiva, pero sistemática y radical lesión, siempre orientada política o ideológicamente, de los principios de oralidad, juicio previo, legalidad, culpabilidad, in dubio pro reo, defensa, proporcionalidad, dignidad de la persona humana, igualdad de armas en el proceso, publicidad, igualdad ante la ley, división de poderes en el proceso penal, etc., etc.

Una y otra vez, los sistemas ortodoxos, no extraordinarios, que debían asegurar ese control procesal no han cumplido su rol [ni las cámaras de apelaciones —en particular la Federal—, ni la Cámara Nacional de Casación Penal, ni –mucho menos- la Corte Suprema de Justicia].

Pero, incluso existen otros institutos eventualmente más polémicos que permiten volver sobre sus pasos al sistema de justicia cuando, más allá de lo hermético de los cierres procesales, hay una convicción fundada de que detrás de una sentencia hay una marcada injusticia material.

Para reabrir procesos finiquitados, para colmo de males en contra del acusado, se echó mano al concepto de cosa juzgada írrita. Según se afirmaba con alegre convicción la cosa juzgada irrita o fraudulenta era aquella que resulta de un juicio en el que no se habían respetado las reglas del debido proceso o cuando los jueces no obraron con independencia e imparcialidad.

Ahora bien, si garantías de la fortaleza histórica y cultural de la cosa juzgada pueden ser dejadas de lado para seguir un proceso frente a un acusado ya declarado en su inocencia, ¿qué puede impedir que, ahora a favor del acusado, re evalúemos decisiones que al haber significado una lesión principista pero en contra del imputado deberían implicar un nivel más —o varios— de irritación procesal?

Por último, que nada está escrito para siempre si se encuentra una injusticia o un error o nuevas constancias en el proceso penal, lo demuestra el propio y conocido recurso de revisión. Sólo para que lo recordemos, el artículo 366 del nuevo Código Procesal Penal Federal, establece que: “La revisión de una sentencia firme procede en todo tiempo y únicamente a favor del condenado, por los motivos siguientes:

a. Los hechos establecidos como fundamento de la condena fueran inconciliables con los fijados por otra sentencia penal irrevocable;

b. La sentencia impugnada se hubiera fundado en prueba documental o testimonial cuya falsedad se hubiese declarado en fallo posterior irrevocable, o resulte evidente aunque no exista un procedimiento posterior;

c. La sentencia condenatoria hubiera sido pronunciada a consecuencia de prevaricato, cohecho u otro delito cuya existencia se hubiese declarado en fallo posterior irrevocable;

d. Después de la condena sobrevinieran o se descubrieran nuevos hechos o elementos de prueba que, solos o unidos a los ya examinados en el proceso, hicieran evidente que el hecho no existió, que el condenado no lo cometió, que el hecho cometido no es punible o encuadra en una norma penal más favorable;…”.

La función de reconstruir la seguridad jurídica —confirmación de valores ético-sociales y de la confianza en las normas— que cumple la decisión definitiva, en algunos casos, debe ceder en aras de valores superiores; por ello se permite la revisión del procedimiento cerrado por sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada mediante el recurso de revisión a favor del condenado, en supuestos excepcionales en los cuales, en verdad, el mantenimiento de la decisión no contribuiría a esos objetivos. La finalidad de este recurso es no someter a una persona inocente a una pena o medida de seguridad que no merece, o a un condenado a una pena o medida de seguridad mayor a la que merece.

Como lo dijo uno de los más importantes procesalistas del mundo, Florián [Elementos de derecho procesal penal, Ed. Bosch, Madrid, p. 460]: “La exigencia de que la sentencia sea conforme a la realidad lo más posible es tan fuerte que se alza contra la sentencia donde no se verifique esto por muy perfecta que sea formalmente. Al interés social de que la cosa juzgada sea respetada e intangible como presunción absoluta de verdad, se sobrepone el interés, individual y social al mismo tiempo, de que la verdad efectiva triunfe y que la inocencia no sea inmolada sobre el altar de una justicia simbólica y aparente. Y ésta es la razón de la revisión...”.

Ahora bien, visto el fenómeno de nuestro país sobre estas bases, ¿qué hace pensar a algunos constitucionalistas y filósofos que el Lawfare no existe o no puede ser comprendido en categorías jurídicas? ¿Qué hace pensar que no puede ser legislado? ¿Porqué prejuzgamos que se trata de un artilugio destinado a los más inmorales objetivos? ¿Qué pasará en la Argentina si un día decidimos leer, argumentar y trabajar, unos y otros, a favor de la reconstrucción del estado de derecho?

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Adios Diego

 El video viralizado de Maradona en el Mundial México 1986 - TyC Sports

Nos dirigimos al totalitarismo? ¿No estábamos ya ahí?

 

El 11 de marzo de 1889, el ahora olvidado ex presidente de Estados Unidos Rutherford Hayes escribió en su diario: “En el Congreso nacional y en las legislaturas estatales se aprueban cientos de leyes dictadas por el interés de las grandes compañías y en contra de los intereses de los trabajadores… Este no es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Es el gobierno de las corporaciones, por las corporaciones y para las corporaciones”. Tres años después estallaría la mayor crisis económica del siglo XIX y cuarenta años más tarde, por las mismas razones, la mayor crisis económica del siglo XX, la cual sería mitigada por las políticas sociales del presidente F. D. Roosevelt. Treinta años más y el neoliberalismo de los Milton Friedman contraatacaría para revertir estas “políticas socialistas” (según las acusaciones de la época) que habían salvado a millones de trabajadores del hambre y a Estados Unidos de la desintegración.

El 18 de julio de 2019, el USA Today publicó una investigación sobre la dinámica de la democracia estadounidense. Solo en un período de ocho años, los congresos estatales de los cincuenta estados de la nación habían recibido 10.163 proyectos de leyes escritos por las grandes corporaciones, de los cuales más de 2.100 fueron aprobados. En muchos casos se trató de un simple copia-y-pega con mínimas variaciones. Nada nuevo y, mucho menos, obsoleto. Secuestrar el progreso de la humanidad ha sido siempre una especialidad de las todopoderosas compañías privadas que luego reclaman todo el crédito del bienestar ajeno y del bien moral propio.

A lo largo de la historia, con frecuencia las pandemias han cambiado formas de ver el mundo y han derrumbado verdades incuestionables. Aunque todo depende de la gravedad y del tiempo que dure la que nos ocupa ahora, si no derriba el muro neoliberal al menos dejará su huella en las políticas sociales, en la forma de gestionar las necesidades humanas que no pueden ser resueltas ni por la mano invisible del mercado ni por la visible miopía del interés propio. También ayudará a confirmar la conciencia de que nadie se puede defender de un virus ni con las armas ni con los ejércitos más poderosos del mundo, por lo cual pronto una nueva mayoría en países belicosos, como Estados Unidos, tal vez comiencen a cuestionarse el sentido de los gastos astronómicos para unos y el desprecio tradicional hacia los otros.

Una consecuencia indeseada, según la advertencia de diversos críticos y analistas, sería el incremento de los Estados autoritarios. Esta probabilidad, aparte de real, es también una antigua expresión de otro autoritarismo que domina las narrativas y los miedos desde hace muchas generaciones y que, por ello mismo, no se reconoce como autoritarismo. Este miedo y esta advertencia no son altruistas ni son inocentes. Son una herencia que proviene del modelo capitalista en sus variadas formas, que necesita demonizar todo lo que está en las manos de los gobiernos, de los sindicatos, de las organizaciones sociales y hasta de las pequeñas empresas familiares o comunitarias, y diviniza la dictadura de las mega corporaciones privadas.

Las tendencias autoritarias no son patrimonio de quienes están a favor del protagonismo de los Estados (todo depende de qué Estado estamos hablando) ni nació con la pandemia. La actual ola neofacista y autoritaria precede la misma aparición de Covid 19. Pero ambos son la consecuencia de una realidad destructiva basada en la acumulación infinita de los poderes financieros y de las sectas corporativas, de su insaciable sed de beneficios, de poder y de una cultura consumista que, al igual que un individuo enfermo, ha ido cambiando de forma progresiva el placer de una adicción por la depresión y el suicidio. En las clases excluidas (es decir, en la mayoría del pueblo), la respuesta emocional y errática de los grupos fragmentados intenta llenar este vaciamiento de sentido social, individual y existencial, con los colores de una bandera o de una secta, con el repetido efecto de desprecio y hasta odio por todo lo demás que no cae dentro de su pequeñísimo círculo (los otros excluidos), el que confunden con una verdad universal a la cual, se supone, solo ellos tienen acceso de forma mágica, secreta y excluyente. La distracción perfecta.

Esta nueva crisis ha probado no solo la crónica ineficacia de los modelos neoliberales para enfrentar un problema global y hasta nacional, no solo ha revelado la superstición inoculada en los pueblos (“los privados lo hacen todo mejor”, “libre empresa y libertad son la misma cosa”) sino que, además, son la misma causa del problema. La pandemia no puede ser desvinculada de su marco general: el consumismo y la crisis ecológica.

Si bien en sus orígenes el capitalismo significó una democratización de la vieja y rígida sociedad feudalista (el dinero aumentó la movilidad de los comunes), pronto se convirtió en un sistema neofeudal donde las sectas financieras y empresariales de unas pocas familias terminaron por concentrar y monopolizar las riquezas de las naciones, dominando la política de los países a través de sus sistemas democráticos e, incluso, prescindiendo totalmente de esta formalidad.

¿Quiénes votan a los dueños de los capitales, a los gerentes de los bancos nacionales e internacionales, a las transnacionales que se arrogaban y se arrogan el derecho de acosar o derribar gobiernos y movimientos populares en países lejanos? A esa larga historia de autoritarismo ahora hay que agregar la dictadura más amable y más sexy de gigantes como Google, Facebook, Twitter y otros medios en los cuales vive, se informa y piensa la mayoría del mundo. ¿Qué pueblo los votó? ¿Por qué los gobiernos democráticos tienen tan poca decisión en su decisiones que afectan a miles de millones de personas? ¿A qué intereses responden, aparte de su propia clase ultra millonaria en nombre de la democratización de la información? ¿Hay algo más demagógico que esto? ¿Cómo hacen para adivinar lo que dos amigos conversaron la tarde anterior, escalando una montaña o caminando por una playa sin usar ningún instrumento electrónico? Adivinan (ideas, deseos) lo que ellos mismos indujeron. Esas dos personas solo recorrían un camino establecido o previsto por las corporaciones que conocen hasta lo que pensará un individuo en un mes, en un año, como si fuesen dioses.

El dominio es de tal grado que los pueblos que están por debajo, confinados al consumo pasivo y sin ningún poder de decisión sobre los algoritmos, las políticas sociales y la ideología que rige sus deseos, son los primeros en defender con fanatismo la idea de la “libertad individual” y de los beneficios que proceden de estos dioses omnipresentes.

Es decir, el temor de que nos diriginos a un totalitarismo estatal procede, en gran medida, del interés contrario: el temor del autoritarismo corporativo de que los Estados puedan, de alguna forma, llegar a regular sus tradicionales y altruistas abusos de poder.

viernes, 6 de noviembre de 2020

Los Viudos de Obama – Por Marcelo Brignoni

 




Foto: AFP

Marcelo Brignoni afirma en esta nota que no hay un solo dato histórico que indique que un demócrata en la Casa Blanca haya significado un beneficio concreto para los movimientos populares latinoamericanos, y sostiene que al globalismo financiero le faltaba un ala naif progresista que lo justificara en aras de guerras imaginarias contra la “ultraderecha”. Con la elección de Estados Unidos parecen haberla reclutado, dice Brignoni. Los viudos de Obama se han vuelto a casar, ahora con Biden.


Por Marcelo Brignoni*
(para La Tecl@ Eñe)


Como está escrito en la Constitución de Estados Unidos, el primer martes de noviembre cada cuatro años, se celebran elecciones presidenciales. En este 2020 estaban en juego además de Presidente y Vice, 35 de los 100 senadores federales, los 435 representantes de la cámara baja, 11 gobernadores, y varias iniciativas en consulta. Una de las más importantes en Florida, la suba del salario mínimo.

Transcurridas 48 horas de la elección estadounidense donde sigue en debate quién será el próximo presidente, es necesario reflexionar sobre lo ocurrido, y sobre todo, sobre sus interpretaciones. 

En este caso, casi todo el aparato mediático, todas las empresas tecnológicas del denominado GAFAT (Google, Apple, Facebook, Amazon y Twitter), Wall Street, los Fondos de Expoliación también llamados Fondos de Inversión, la Comisión de Bolsa y Valores SEC y todo el sistema financiero global, hicieron una apuesta bastante inédita a favor del candidato Joe Biden, o mejor dicho, en contra de Donald Trump.

Esta extraña “alianza progresista” constituida sobre la base de los protagonistas de la Globalización Financiera Neoliberal, la que ha producido la mayor exclusión y desigualdad social de los últimos 100 años, ha sido interpretada de modos que, en algunos casos, remiten a alucinaciones.

Los resultados conocidos hasta aquí indican que semejante aparato comunicacional y político no pudo manipular la decisión de los más de 230 millones de inscriptos para participar de la elección. La gran mentira, bastante gorila, de que la ciudadanía es un conjunto de seres amorfos que hacen, dicen y votan lo que les llega desde los “medios de comunicación hegemónicos”, quedó desmentida una vez más. Ya había sucedido en México, Argentina, Bolivia y Chile en el último tiempo. Ahora sucedió en el centro mundial del capitalismo. La absurda percepción, muchas veces justificatoria de insolvencias propias, de que es imposible conseguir adhesiones populares sin medios amigos, encuestadores, periodistas e influencers, quedó desmentida una vez más. Alivio para la vigencia de la política y preocupación para quienes se dedican a vender esos servicios a una dirigencia genuflexa que ha renunciado a la política para someterse a los mass-media.

La preservación del trabajo, el cuidado del salario y la búsqueda de la justicia social, dieron paso a una nueva agenda de los incluidos, los que ya tienen trabajo salario y futuro, y buscan respeto hacia los minorías étnicas y sexuales, diversidad cultural y libertad de cátedra.

Pocas veces una elección estadounidense tuvo un corte de clase como éste, pocas veces las propuestas políticas de las fuerzas políticas espejo de Estados Unidos, republicanos y demócratas, fueron tan divergentes.

Cuando en el año 1944 se instaló la conferencia monetaria y financiera de los vencedores de la segunda guerra en Bretton Woods, Estados Unidos, la emergente nación del norte impuso el dólar como moneda global y un nuevo orden económico y comercial que llega hasta nuestros días. También allí surgió la parafernalia multilateral destinada a preservarlo y reproducirlo en el tiempo. Organismos internacionales como el FMI, como el BIRF que luego sería el Banco Mundial y principalmente el GATT, que a posteriori se transformó en la Organización Mundial de Comercio, preservaron la hegemonía mundial de Estados Unidos en su lucha contra el mal: el comunismo.

Luego de la derrota del socialismo real vencido en la guerra fría, el cumplimiento de las instrucciones del “Consenso de Washington” se convertiría en la hoja de ruta de Occidente, la que colapsaría paradójicamente al interior del país que la impulsó, con la decisión de las empresas estadounidenses de deslocalizarse de su país y producir a salarios ínfimos sin conflicto social en otros lugares del planeta. El reguero de suicidios, desempleo y falta de futuro de la clase trabajadora de Estados Unidos, sumado a la sumisión al poder financiero global del partido demócrata, traería a la Casa Blanca a Donald Trump.

Desde entonces, Estados Unidos fue el laboratorio de una de las más grandes creaciones del neoliberalismo, el que para justificar su injustificable existencia esgrimió la “amenaza de la ultraderecha”.

Trump, el que deportó menos inmigrantes que Obama, el que no declaró ninguna guerra ni invadió ningún país desde los tiempos de James Carter, el que sólo continuó el muro mexicano que habían iniciado el progre de Bill Clinton y su luchadora esposa, el que continuó el maravilloso legado por los derechos humanos de Guantánamo, heredado de Obama que mintió con cerrarlo, el que acordó la convivencia con Corea del Norte, resultó ser la cara del fascismo. En cambio, los demócratas, los esclavistas del siglo XIX , los de Harry Truman y la OEA bañada en sangre de 1948, los de Kennedy en Bahía Cochinos, y sobre todo, los de Obama, el creador de las cuatro patas del Lawfare, se nos presentan como los defensores de la democracia. De repente los creadores de las ONG fantasmas que denunciaron corruptos populistas latinoamericanos, los inventores de las fake news, los espiadores masivos de ciudadanos y presidentes, los reclutadores de jueces corruptos dedicados a encarcelar dirigentes populares, se transformaron en los campeones de la democracia y la libertad.

Estos custodios de la lucha contra el “populismo fascista”, defensores de la sacrosanta globalización financiera, habían creado una telaraña muy bien urdida que atrapa incautos a lo largo del planeta.






No hay un solo dato histórico que indique que un demócrata en la Casa Blanca haya significado un beneficio concreto para los movimientos populares latinoamericanos. Perón volvió a la Argentina con Nixon en la Casa Blanca, recuperamos la democracia con Ronald Reagan en Washington, y lanzamos la UNASUR con Bush hijo en el gobierno.

La discusión de los Estados en política internacional, nunca es sobre ideología ni sobre filosofía. Es sobre intereses, geopolítica, defensa, soberanía y mercados.

La Presidencia de Obama inició desastres estructurales como la mal llamada primavera árabe, los golpes blandos latinoamericanos, las acciones injerencistas que desmontaron la UNASUR y encarcelaron, entre otros, a Lula y Amado Boudou, y es la que nos dio a Mauricio Macri.

Ya con Trump “el fascista”, volvimos al gobierno en Argentina, ganamos en México con Andrés Manuel López Obrador, el chavismo sigue en el gobierno de Venezuela, el MAS vuelve a ganar en Bolivia y Chile se encamina a una nueva constitución y un sistema político más justo y solidario. Datos, no opinión.

Pensar con cabeza propia significa tener agenda propia. La situación de los derechos de las minorías étnicas estadounidenses no puede ser en ningún caso el determinante de nuestra política exterior o de nuestro tipo de relación con Estados Unidos, salvo que hayamos decidido transformar nuestros estados en ONGs internacionalistas de respeto a las diversidades, una opción respetable que no forma parte de mis aspiraciones como argentino y latinoamericano, y que no debiera ser el norte de nuestra política exterior.

Del mismo modo que fue un error introducir el conflicto de medio oriente en nuestro país a partir de la ilegalización de Hezbolá, resulta bastante absurdo suponer que nuestra política exterior con Estados Unidos deba basarse en posicionamientos sobre demandas sectoriales de su política interna, y no en los intereses y conveniencias de nuestra condición de Estado Soberano.

Las críticas de los demócratas a Trump no son por sus bravuconadas, errores, arbitrariedades y excesos, que son muchos, sino por sus aciertos, por el intento de volver a instalar en el centro de la política global a los Estados Soberanos y no a las empresas globales que desde Foros como el de Davos pretenden asignarles tareas y destinos a los países, como si fueran sus mandantes.

El globalismo financiero neoliberal nos trajo este mundo de desastre que padecemos.

El futuro es de los patriotas, no de los globalistas sin patria ni bandera.

Al globalismo le faltaba un ala naif progresista que lo justificara en aras de guerras imaginarias contra la “ultraderecha” 

Con la elección de Estados Unidos parecen haberla reclutado. Los viudos de Obama se han vuelto a casar, ahora con Biden.

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*Analista político. Columnista del programa radial Vayan a laburar, emitido por AM750.

viernes, 30 de octubre de 2020

“El ‘emprendedurismo’ le da glamur a la precariedad”: Boaventura de Sousa Santos

 

“El ‘emprendedurismo’ le da glamur a la precariedad”: Boaventura de Sousa Santos 
Sousa Santos ha escrito sobre globalización, sociología del derecho, epistemología, democracia y derechos humanos. Foto: Pilar Mejía/ARCADIA.

Hablamos con el sociólogo portugués, asesor de la Comisión de la Verdad, sobre la tensión entre la cultura de mercado y la cultura como resistencia.

2019-10-29

por Andrés Páramo Izquierdo*

Este artículo forma parte de la edición 168 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista

Boaventura de Sousa Santos (Coímbra, Portugal, 1940) ha dedicado buena parte de su vida a analizar las dinámicas, los conflictos y las cotidianidades del llamado sur global. Su vasta obra, que hoy se lee en facultades de todo el mundo, denuncia las hegemonías (el colonialismo, el neoliberalismo, el patriarcado) y propone modelos teóricos y epistemológicos para entenderlas críticamente y superarlas.

Los términos para categorizar el entorno le fluyen a Boaventura de Sousa: “línea abisal”, por ejemplo, es una expresión que usa en esta entrevista y que se refiere a un límite invisible que separa a los humanos, aquellos que vivimos en la civilización, de los “subhumanos”, las personas útiles al capitalismo contemporáneo que habitan en las márgenes bajo condiciones de explotación. En otras palabras, se trata de una línea que vuelve irrelevante e invisible a una porción gigantesca de personas que habitan nuestras sociedades. Ausentes útiles.

El portugués estuvo de paso por Bogotá luego de una inmersión en Buenaventura junto con la Comisión de la Verdad, y habló con ARCADIA sobre la cultura como resistencia, sobre la promesa de futuro que hay en el hip hop y el grafiti, sobre la precariedad del emprendurismo, y sobre paz.

¿Cómo terminamos en esto de capitalizar la cultura?

El capitalismo tiene una urgencia de someter a la lógica del mercado todo lo que existe en la vida. En El capital, Marx analiza las dificultades que eventualmente tendría el capitalismo para conquistar la propiedad y el uso de la tierra. Obviamente lo logró. Lo que tenemos hoy en este continente es una voracidad insaciable por cosas mucho más amplias que la tierra agrícola: el capitalismo va por los recursos naturales, los acuíferos y los minerales. El capitalismo terminó tomándose la tierra. Y en Colombia estamos asistiendo al despojo de las tierras de campesinos, indígenas y comunidades afrocolombianas. Hoy regresé de Buenaventura y te digo que nunca había visto tanto despojo, tanta miseria. Vi un capitalismo que convirtió a este territorio en lo que llamo “una zona de sacrificio”.

¿Y eso cómo se relaciona con el tema de la cultura?

Es un contexto. Te lo digo porque la tierra era lo que para Marx representaba lo más difícil de la entrada del capitalismo. Marx ni siquiera mencionó a la cultura. O bueno, la mencionó aquí y allá, pero nunca como centro. La idea de “cultura” pertenecía a un ramo de actividad de las sociedades contemporáneas que no era susceptible de ser sometida a la lógica del capital. Podría estar al servicio, sí, a través de conceptos como la ideología, construida culturalmente por las élites para reproducir el sistema, pero nunca como blanco central. Sin embargo, sucedió también. El capitalismo no solo superó las dificultades para dominar el uso de la tierra, sino que se fue por todo: es muy complicado hoy sostener una distinción entre economía y cultura.

¿Cuál fue el principio de todo eso?

La cultura era el no mercado por excelencia. Era un privilegio de las élites que les permitía ejercer una actividad más limpia que la de los negocios. En el siglo XIX había dos lados: el claro, el de la alta cultura, y el oscuro, que era el capitalismo salvaje. Luego el capitalismo, sobre todo el neoliberalismo de los ochenta, logró dominar todo. Y lo hizo sutilmente, poniendo sobre la mesa un tipo de mercado distinto que apareció a través de competencias entre artistas, premios y eventos. Todos estos sucesos fingieron mejorar la cultura aparentando estar por fuera de la ley de mercado.

Sin embargo, obviamente hay una dimensión no mercantilizada de la cultura que sobrevivió; una cultura resistente, en los márgenes, que es la que yo trabajo. Pero en el entretanto, la distinción entre alta cultura y cultura popular empezó a difundirse por medio de la llamada cultura de masas, que fue la entrada plena del capitalismo. Al principio ni siquiera parecía un tema central de la ganancia capitalista. Pero eso cambió: hoy las “industrias culturales”, que hace treinta años eran un oxímoron, están plenamente presentes en nuestra realidad.

¿Cómo?

Hubo varios mecanismos de entrada. Entraron, primero, por las ciudades, en donde se buscaba la innovación cultural para que las metrópolis se volvieran más atractivas, para hacerlas una especie de marca. Y ante esa necesidad, la industria cultural se masificó. Ya no hay un festival por ciudad, sino muchos en todas partes, con el mismo modelo, en un mercado de oferta y demanda estándar, homogeneizante.

Por otro lado, tienes la educación. Hoy hay cursos bien pagados en universidades de todo el mundo, generalmente de maestría o doctorado, para graduarte en gestión cultural. Ese es el instalamiento pleno del capitalismo en la cultura. Y a mi juicio, esa entrada del capitalismo ha generado dos tipos de artistas. Por un lado, los que venden sus productos, junto con su alma, y producen exclusivamente lo que se compra. Y, por el otro, los que venden sus productos, pero no su alma. Los que venden su alma son mercado. No considero lo que hacen arte. Cuando el capitalismo entra plenamente en el artista, la obra se vuelve de acomodación, de adaptación. Y deja de ser inquietante.

¿Un gobierno por qué querría meter la mano en eso?

Para instalar una dominación por vía de la hegemonía. Esa es una manera de crear un sentido común del arte y la cultura; una manera de lograr que no existan creaciones insurgentes, inquietantes, que critiquen a esta sociedad. El presidente Iván Duque está totalmente equivocado con lo de la economía naranja. Tenemos que ver los problemas que hay en La Guajira, en Buenaventura, y saber que allí se produce arte también. Un arte incómodo, que resiste, pero que no se ve ni se aprecia. Esto de la economía naranja es un intento hegemónico por despolitizar la producción artística y montar un espectáculo de masas. Tienes que tener circo, cultura industrializada, entretenimiento masivo y redes sociales. La industrialización de la cultura es otro modo de domesticar a las poblaciones y de producir ausencias de manera masiva. Y con esa cultura industrializada se ocultan realidades. La violencia no se ve y, por ende, la producción cultural que se deriva de ella, del otro lado de la “línea abisal” –como las mujeres de Buenaventura que pintan cuadros inspirados en las experiencias reales de las “casas de pique”– tampoco. Esa ausencia es necesaria para el capitalismo y para los gobiernos.

Hábleme de esa otra cultura, la que está en los márgenes.

La cultura va por dos vías: la de la acomodación y la de la resistencia. Con la entrada del capital, la segunda tiene dificultades para desarrollarse plenamente y debe provenir de los márgenes. En un lado de la “línea abisal” tenemos lo que críticos, opinadores y revistas han constituido como el canon. Y esto fue creado para servir a la sociedad metropolitana. Yo estoy centrado en la otra, en la producción cultural de los pueblos que están excluidos, que están al otro lado de la línea. Los artistas emergentes son los que vienen de zonas coloniales, poblaciones afros, indígenas, mujeres explotadas, que poco a poco logran entrar en la cultura por la vía, por ejemplo, del hip hop. La cultura de resistencia hoy está en esas manifestaciones. Si tú miras cuáles eran las corrientes musicales de resistencia en contra de las dictaduras de los años setenta, descubres a Mercedes Sosa o a Víctor Jara. La resistencia hoy está en los raperos. La fuerza de la rabia, de la insurgencia a una sociedad colonialista, machista, racista e injusta viene de artistas que le dan a todo eso una expresión de arte. Los grafiteros, por ejemplo, con sus murales. Ellos incluso empiezan a ser visibles, transitando la línea, expresándose y dándose a conocer del otro lado. Yo no puedo hablar de la cultura industrial sin hablar de los que están por fuera de ella. Para mí, son ellos quienes producen la verdadera cultura del futuro. Son quienes le dan dignidad a la resistencia. Cuando se habla de industrias culturales, se habla de un universo total, y la realidad no es esa.

En el mundo de la cultura hay una idea de que, como el artista hace lo que le gusta, se aguanta que el mercado esté precarizado. ¿Cómo ve esto?

Se creó la precariedad del emprendedurismo. Ahí no hay autonomía, sino “autoesclavitud”. Lo que intenta hoy el sistema es que tú seas esclavo de ti mismo. Eso no es ser autónomo. Para serlo, es necesario tener condiciones, y eso se da o porque uno es rico, como Schopenhauer, o porque uno tiene una vida de “zona liberada”, sin familia ni obligaciones complicadas. El emprendedurismo, en cambio, le da un toque de glamur a la precariedad. Hay casos en que ser esclavo de uno mismo se ve exacerbado, como las personas que deben tener una belleza prototípica en sus cuerpos porque lo venden todos los días. Y hay otros en que tienes que estar haciendo proyectos de otros, para otros, y finalmente tú no decides nada sobre tu obra. Los artistas del siglo XIX decidían qué hacer. Hoy no.

Tomémonos un espacio para hablar de la Comisión de la Verdad.

Te respondo de forma global: todo el proceso de paz en Colombia está en peligro. No hay voluntad política para llevarlo a cabo. Es un proyecto incumplido. Cada vez que vengo a Colombia pienso que estamos regresando a los años noventa. O peor: antes había paz en tiempos de guerra, ahora hay guerra en tiempos de paz con el asesinato de líderes sociales en todo el territorio, además de asesinatos de exguerrilleros. Por otra parte, nos encontramos en una descaracterización del acuerdo por una vía que es típica del neoliberalismo: no hay un ataque directo a las instituciones, sino uno envuelto en la austeridad económica. Es decir, el Gobierno reduce la plata: no hay dinero para la Comisión, ni para la jep, ni para la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas. Ni para escoltas. Ni para exguerrilleros. Por una vía de, llamémosle austericidio, se está desangrando el proceso de paz. Por eso creo que hay que defender las instituciones que trabajan por la paz. Hay gente muy buena trabajando, y hay que rodearla. Soy miembro extranjero del consejo asesor de la Comisión, a sabiendas de que hay una voluntad política en contra de ella. Hay, por ejemplo, un actor muy importante en contra del que casi no se habla: Estados Unidos y su influencia. El acuerdo fue importante para Estados Unidos por ser una paz neoliberal, no democrática. Me explico: Estados Unidos veía el acuerdo como un proyecto para sacar a la insurgencia de los territorios y permitir la entrada de multinacionales. Lo que no previeron es que los líderes sociales y las comunidades campesinas e indígenas no eran payasos al servicio de la insurgencia. Era gente, ni siquiera de izquierda; personas que querían defender su territorio. Tampoco previeron el fortalecimiento del narcotráfico, que siempre trae violencia consigo. La sumatoria de ambas cosas dio lugar al desinterés de Estados Unidos en la paz democrática, que implica cambios estructurales.

¿Usted es pesimista?

Yo sigo con esperanza. Soy un optimista trágico. Trabajo con los movimientos y no puedo darles la espalda dejando de ser optimista. Pero soy trágico porque conozco las dificultades. Hay mucha gente decidida a que la verdad sea encontrada, pero hay mucha gente que no. Tres grupos, principalmente: los que quieren la entrada de las multinacionales al campo; los grupos que le tienen miedo a la verdad porque son responsables de mucha violencia (algunos, miembros del Estado); y Estados Unidos, porque, como dije, no le interesa, y porque puede perder un aliado grande: las fuerzas armadas de este país, que es estratégico en su interés sobre Venezuela. Sin embargo, defiendo desesperadamente la esperanza.

martes, 27 de octubre de 2020

Nestor Kirchner 10 años

 A 8 años del fallecimiento de Néstor Kirchner, el recuerdo su familia y  allegados políticos | Filo News

Cristina Kirchner: diez años sin él y a un año del triunfo electoral

 

Las tres conclusiones de Cristina Fernández de Kirchner a un año del triunfo electoral del Frente de Todos.

Como todos y todas saben, no concurro a actividades públicas u homenajes que tengan que ver con aquel 27 de octubre. Tal vez sea un mecanismo inconsciente de no aceptación ante lo irreversible. No sé… Ya saben que la psicología no es mi fuerte. Pero además resulta que mañana también se cumple un año del triunfo electoral del Frente de Todos. ¿Qué increíble, no? Que la elección presidencial en la que volvimos a ganar haya coincidido justo con el 27 de octubre. Licencias que se toma la historia.

Cuando Néstor asumió la presidencia en el 2003, el país había sufrido, dos años antes, una crisis sin precedentes hasta ese momento. Todavía recuerdo aquella magnífica entrevista que Torcuato Di Tella le hiciera y que se publicó como libro bajo el título “Después del derrumbe”. Perfecta metáfora. El 10 de diciembre de 2019 a la Argentina otra vez la habían derrumbado, pero nadie esperaba, ni siquiera podía imaginar, lo que iba a venir apenas unos meses después.

El freno a la economía y la incertidumbre generalizada sobre que va a pasar con nuestra vida son agobiantes. No esta explicado en ningún libro ni hay teoría que lo resuelva. No hay soluciones. Es permanente ensayo y error. O mejor dicho: brote, contagio y volver otra vez para atrás. Aquí y en todas partes. Así y todo el tiempo. Sin embargo, aún en este marco de incertidumbre por la pandemia global y a casi un año de gobierno, sí podemos llegar a algunas certezas, al menos en el campo de la política.

Primera certeza

Durante mucho tiempo se sostuvo que uno de los problemas centrales durante mis dos mandatos como presidenta eran las formas: “no escucha”, “es confrontativa”, “no dialoga”, “no habla con los periodistas, “no responde preguntas”. Aún recuerdo un programa de televisión que armó un “coro de periodistas” que gritaban “queremos preguntar”. Por supuesto, nunca creí que ese fuera el problema. Como dice Máximo y conté en Sinceramente: “¿Y vos que creías? ¿Qué lo de las AFJP, las retenciones, YPF, paritarias libres y juicios de lesa humanidad eran gratis?”.

Sin embargo, no pocos dirigentes en el peronismo pensaban que efectivamente el problema eran las formas y no el fondo. Es más, muchos también le agregaban las cadenas nacionales y las características de mi retórica (por decirlo de un modo elegante). Y la verdad es que ese fue también uno de los motivos que culminó en mi decisión del 18 de mayo de 2019. Es que en política no solamente es lo que uno cree, sino lo que ve e interpreta el conjunto. Y resultaba esencial la construcción de un gran frente político y social que permitiera ganar las elecciones presidenciales con la convicción de que un nuevo mandato del macrismo arrasaría definitivamente con la posibilidad de un modelo de desarrollo argentino con inclusión social y razonable autonomía.

El 10 de diciembre de 2019 asumió como presidente de todos los argentinos y todas las argentinas Alberto Fernández. Fue Jefe de Gabinete durante toda la gestión de Néstor y durante los primeros meses de mi primer mandato. Luego la historia es conocida por todos y todas: se fue del gobierno y se convirtió en un duro crítico de mi gestión. Justo es decirlo, no fue el único. Sin embargo, la experiencia macrista en el gobierno y la relación de fuerzas que surgió en el peronismo luego de las elecciones parlamentarias del 2017, nos impuso la responsabilidad histórica, a quienes expresábamos la voluntad popular, de generar las condiciones para que el 10 de diciembre de 2019 alumbrara un nuevo Gobierno.

Sus características personales y su experiencia política al lado de Néstor, signadas por el diálogo con distintos sectores, por la búsqueda de consensos, por su íntimo y auténtico compromiso con el Estado de Derecho -tan vulnerado durante el macrismo-, su contacto permanente con los medios de comunicación cualquiera fuera la orientación de los mismos y finalmente su articulación con todos y cada uno de los sectores del peronismo que, dividido, nos había llevado a la derrota electoral; determinaron que junto a mí, como vicepresidenta, encabezara la fórmula del Frente de Todos que triunfó en las elecciones del 27 de Octubre, hace exactamente un año.

Así, en diciembre del año pasado asumimos después de cuatro años de gobierno de Mauricio Macri y nos encontramos otra vez con un nuevo derrumbe. Cuatro años en los que se volvió a endeudar al país a límites insostenibles, con el retorno del FMI a la Argentina que le sumó a la deuda de los privados 44 mil millones de dólares más. Cuatro años de tarifazos impagables en los servicios públicos, cierre masivo de PyMES, pérdida del salario y jubilaciones, etc, etc, etc. Todo ello resultado de aplicar las políticas públicas que los factores de poder económico y mediático reclamaron durante los 12 años y medio de nuestros gobiernos y que se comprobó, luego de Macri, sólo conducen al desastre generalizado. Pero lo peor estaba por venir: en los primeros meses del 2020 devino un hecho inédito, impensado e inimaginable. Ni siquiera fue un cisne negro, sino una pandemia incontrolable que no tendrá cauce -como lo comprobamos a diario en todo el planeta- hasta el surgimiento de una vacuna o de un tratamiento.

En este marco de derrumbe macrista más pandemia, quienes idearon, impulsaron y apoyaron aquellas políticas, hoy maltratan a un Presidente que, más allá de funcionarios o funcionarias que no funcionan y más allá de aciertos o desaciertos, no tiene ninguno de los “defectos” que me atribuían y que según no pocos, eran los problemas centrales de mi gestión. El punto culmine de ese maltrato permanente y sistemático, se produjo hace pocos días en un famoso encuentro empresario autodenominado como lugar de ideas, en el que mientras el Presidente de la Nación hacía uso de la palabra, los empresarios concurrentes lo agredían en simultáneo y le reprochaban, entre otras cosas, lo mucho que hablaba.

Primera certeza: Castigan al Presidente como si tuviera las mismas formas que tanto me criticaron durante años. A esta altura ya resulta inocultable que, en realidad, el problema nunca fueron las formas. En realidad, lo que no aceptan es que el peronismo volvió al gobierno y que la apuesta política y mediática de un gobierno de empresarios con Mauricio Macri a la cabeza, fracasó. Es notable, sobre todo en el empresariado argentino, el prejuicio antiperonista. Notable y además inentendible si uno mira los resultados de los balances de esas empresas durante la gestión de los gobiernos peronistas o kirchneristas -como más les guste-. Este prejuicio no encuentra explicación ni desde la política, ni desde la economía, y a esta altura me permito decir que ni siquiera desde la psicología… aunque ya les advertí que de eso no sé. Pero no quedan dudas que esta actitud incomprensible ha sido y es una de las dificultades más grandes para encauzar definitivamente a la Argentina.

Segunda certeza

Como se han quedado sin la excusa de las formas, tuvieron que pasar a un segundo guión: “Alberto no gobierna”, “la que decide todo es Cristina”, “rencorosa” y “vengativa”, que sólo quiere solucionar sus “problemas judiciales”.

Debo reconocer que son poco creativos. El relato del “Presidente títere” lo utilizaron con Néstor respecto de Duhalde, conmigo respecto de Néstor y, ahora, con Alberto respecto de mí. Después de haber desempeñado la primera magistratura durante 2 períodos consecutivos y de haber acompañado a Néstor durante los 4 años y medio de su presidencia, si algo tengo claro es que el sistema de decisión en el Poder Ejecutivo hace imposible que no sea el Presidente el que tome las decisiones de gobierno. Es el que saca, pone o mantiene funcionarios. Es el que fija las políticas públicas. Podrá gustarte o no quien esté en la Casa Rosada. Puede ser Menem, De La Rúa, Duhalde o Kirchner. Pero no es fácticamente posible que prime la opinión de cualquier otra persona que no sea la del Presidente a la hora de las decisiones.

En cuanto a lo de “rencorosa” y “vengativa”. A nosotros nunca nos movió el rencor ni la venganza. Al contrario, la responsabilidad histórica y el deber político para con el pueblo y la Patria guiaron todas y cada una de nuestras decisiones y acciones. No hay demostración más cabal de ello que haber decidido con el volumen de nuestra representación popular, resignar la primera magistratura para construir un frente político con quienes no sólo criticaron duramente nuestros años de gestión sino que hasta prometieron cárcel a los kirchneristas en actos públicos o escribieron y publicaron libros en mi contra. Deberán esforzarse mucho para encontrar en la historia argentina ejemplos similares.

Por último, eso de que “sólo quiere solucionar sus problemas judiciales” (SIC), a esta altura ya resulta inaceptable. Lo único que queremos es el correcto funcionamiento de las instituciones y que se garantice la aplicación de la Constitución Nacional y la ley a todos y todas por igual, sin doble vara ni privilegios. Resulta insoslayable señalar que utilizan el eufemismo “problemas judiciales” para ocultar lo que hicieron en Argentina y en la región con el Estado de Derecho: se lo llevaron puesto para proscribir a los líderes populares. Con la articulación de sectores del Poder Judicial, los medios de comunicación hegemónicos y distintas agencias del Estado, durante el gobierno macrista se perpetró una persecución sin precedentes contra mi persona, mi familia y contra muchos dirigentes de nuestro espacio político. De ello hoy dan cuenta las escandalosas revelaciones y el hallazgo de pruebas a la luz del día, acerca de las conductas de periodistas, fiscales, jueces, agentes de inteligencia, dirigentes políticos y hasta del mismísimo Presidente Macri involucrado personalmente en los mecanismos de espionaje, extorsión y persecución.

Sin ir más lejos, miren Bolivia. Nada menos que la OEA dirigió un Golpe de Estado diciendo que había habido fraude en las elecciones presidenciales del año pasado. El resultado de las recientes elecciones en ese país hermano, me eximen de mayores comentarios. Y después dicen que el Lawfare no existe.

Segunda certeza: en la Argentina el que decide es el Presidente. Puede gustarte o no lo que decida, pero el que decide es él. Que nadie te quiera convencer de lo contrario. Si alguien intentara hacerlo, preguntale que intereses lo o la mueven.

Tercera certeza

Cuando terminé mi gestión el 10 de diciembre de 2015 la Argentina estaba desendeudada, el FMI al que le debíamos desde el año 1957 era sólo un recuerdo de los mayores de 21 años, los pagos de la deuda reestrcturada en el 2005 y en el 2010 se llevaban a cabo con normalidad y sin recurrir a nuevo endeudamiento y el perfil de vencimientos para los años subsiguientes era más que sostenible. La desocupación era del 5,9%, los salarios y las jubilaciones -tomadas en dólares- eran las más altas de América Latina y la cobertura previsional había superado con creces el 90% de la población. La inflación, medida por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, no superaba el 25% anual.

Sin embargo, la restricción externa -léase: escasez de dólares o excesiva demanda de dicha moneda; según como se mire- que apareció luego de haber soportado 6 corridas cambiarias -la última durante el año 2011, en el que fui electa por segunda vez consecutiva Presidenta de la Nación- motivó la regulación cambiaria que los medios hegemónicos bautizaron “cepo”. Dicha regulación establecía un tope para la compra de dólares para ahorro que era de USD 2500 por mes. Si, tal como se lee: USD 2500 por mes. Si la analizamos con perspectiva, la restricción no sólo era razonable, sino que daba cuenta del nivel del poder adquisitivo de ciertos salarios de la época. Muchos compraban dólares y muchos compraban el tope mensual. ¿Quién podría hoy acceder a esos USD 2500 para ahorrar mes a mes? Casi nadie. Sin embargo, por haber establecido dicha restricción cambiaria, nuestro gobierno fue atacado día a día por los medios hegemónicos. Un ataque sistemático que hasta incluyó movilizaciones convocadas por la oposición política y fogoneadas por aquellos mismos medios.

Así las cosas, el 10 de diciembre de 2015 asumió Mauricio Macri como Presidente de la Nación. De allí en adelante, las políticas de la República Argentina giraron 180 grados y se inauguró una gestión de gobierno conducida por empresarios que receptó en sus políticas públicas todas y cada una de las demandas de los distintos factores de poder económico de la Argentina, incluido su alineamiento acrítico en materia de política exterior. Apenas asumió liberó la cuenta capital, eliminó la regulación cambiaria -levantó el “cepo”- y decidió la apertura indiscriminada de importaciones dando inicio al período de endeudamiento más vertiginoso del que se tenga memoria y que culminó con un inédito préstamo para los argentinos y para el mismísimo FMI de 44 mil millones de dólares, destinado a financiar la campaña electoral para la reelección de Mauricio Macri como presidente.

Macri terminó su gobierno con una deuda impagable, con el FMI instalado otra vez en nuestro país, con una desocupación rondando los dos dígitos, con salarios y jubilaciones por el piso, con tarifas dolarizadas e impagables y con una inflación muy superior al 50%. Sin embargo, a pesar de los miles de millones de dólares ingresados al país como deuda, Macri tuvo que reestablecer el denominado “cepo” cambiario pero con una restricción mucho mayor: sólo podían comprarse para ahorro USD 200 por mes -menos del 10% de aquellos tan cuestionados USD 2500-. Después de cuatro años, el gobierno de los empresarios y de la derecha argentina, disparó al infinito el problema de la restricción externa, al endeudar a la Argentina como nunca nadie lo había hecho antes.

Hoy, luego del derrumbe macrista y en plena pandemia, y pese a no tener obligaciones de pago en moneda extranjera en lo inmediato gracias a la reestructuración de deuda llevada a cabo por el Gobierno, con superávit comercial y mayor nivel de reservas en el BCRA que cuando terminó mi gestión, continuamos con la restricción externa de esa moneda -o faltan dólares o hay demasiada demanda- a la que se suma una más que evidente extorsión devaluatoria.

Es que la Argentina es el único país con una economía bimonetaria: se utiliza el peso argentino que el país emite para las transacciones cotidianas y el dólar estadounidense que el país -obviamente- no emite, como moneda de ahorro y para determinadas transacciones como las que tienen lugar en el mercado inmobiliario. ¿Alguien puede pensar seriamente que la economía de un país pueda funcionar con normalidad de esa manera?

El problema de la economía bimonetaria no es ideológico. No es de izquierda ni de derecha. Ni siquiera del centro. Y no hay prueba más objetiva de esto que la alternancia de modelos políticos y económicos opuestos que se operó el 10 de diciembre de 2015. Todos los gobiernos nos hemos topado con él. Unos intentamos gestionarlo con responsabilidad, desendeudando al país en un marco de inclusión social y desarrollo industrial. Otros de orientación inversa -como el de Mauricio Macri- siempre han “chocado la calesita” con endeudamiento y fuga. Pero lo cierto es que ese funcionamiento bimonetario es un problema estructural de la economía argentina.

Tampoco es una cuestión de clase: los dólares los compran tanto trabajadores para ahorrar o para hacer una diferencia que mejore el salario, como empresarios para pagar las importaciones necesarias para hacer funcionar su empresa, para ahorrar y también, bueno es decirlo, para fugar formando activos financieros en el exterior, siendo esta última actitud una de las que más han contribuido a las crisis cíclicas de la Argentina.

Tampoco es producto de las experiencias hiperinflacionarias de la Argentina. Circula en redes un pequeño video de un reconocido humorista ya fallecido, sobre la pasión nacional por el dólar. El video data de 1962: Arturo Illia no había asumido como Presidente y Raúl Alfonsín estaría todavía de pantalones cortos en Chascomús. La coartada de la “hiper” para explicar el problema es también insuficiente. Basta recordar a Perón Presidente en la década del ’50 preguntando: “¿Alguien vio alguna vez un dólar?”

Tercera certeza: la Argentina es ese extraño lugar en donde mueren todas las teorías. Por eso, el problema de la economía bimonetaria que es, sin dudas, el más grave que tiene nuestro país, es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina. Nos guste o no nos guste, esa es la realidad y con ella se puede hacer cualquier cosa menos ignorarla.

En este 27 de octubre, quiero agradecer a todos y cada uno de los argentinos y las argentinas, las muestras de reconocimiento, cariño y amor hacia quien fuera mi compañero de vida.

Y especialmente a Alberto, tanto por la decisión de repatriar la figura de bronce de Néstor que alguna vez emplazamos en la sede de la UNASUR en Quito, allí en la exacta mitad del mundo, como la de su nuevo emplazamiento en el hall del Centro Cultural Kirchner. Sinceramente, es una caricia al alma.

Néstor amaba ese lugar. Cuando lo recorrimos juntos el 24 de mayo del 2010 en el marco de los festejos del Bicentenario para inaugurar la primera parte de la obra que culminaría en el centro cultural más grande de Latinoamérica, me comentó que a ese lugar su padre -a quien adoraba- lo llevaba cada vez que venía a Buenos Aires. Es que el abuelo de mis hijos era empleado del Correo, llegando a ser su tesorero allá en Santa Cruz. Néstor me contó que le enseñaba con orgullo la grandiosidad del lugar, como si fuera suyo, una característica de los empleados del Correo Argentino… Orgullo de pertenecer. Mientras me contaba se le vidriaban los ojos, como cada vez que se acordaba de su padre. Sí, definitivamente es un buen lugar para él.