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Marcelo Brignoni afirma en esta nota que no hay un solo dato histórico que indique que un demócrata en la Casa Blanca haya significado un beneficio concreto para los movimientos populares latinoamericanos, y sostiene que al globalismo financiero le faltaba un ala naif progresista que lo justificara en aras de guerras imaginarias contra la “ultraderecha”. Con la elección de Estados Unidos parecen haberla reclutado, dice Brignoni. Los viudos de Obama se han vuelto a casar, ahora con Biden.
Por Marcelo Brignoni*
(para La Tecl@ Eñe)
Como
está escrito en la Constitución de Estados Unidos, el primer martes de
noviembre cada cuatro años, se celebran elecciones presidenciales. En
este 2020 estaban en juego además de Presidente y Vice, 35 de los 100
senadores federales, los 435 representantes de la cámara baja, 11
gobernadores, y varias iniciativas en consulta. Una de las más
importantes en Florida, la suba del salario mínimo.
Transcurridas
48 horas de la elección estadounidense donde sigue en debate quién será
el próximo presidente, es necesario reflexionar sobre lo ocurrido, y
sobre todo, sobre sus interpretaciones.
En
este caso, casi todo el aparato mediático, todas las empresas
tecnológicas del denominado GAFAT (Google, Apple, Facebook, Amazon y
Twitter), Wall Street, los Fondos de Expoliación también llamados Fondos
de Inversión, la Comisión de Bolsa y Valores SEC y todo el sistema
financiero global, hicieron una apuesta bastante inédita a favor del
candidato Joe Biden, o mejor dicho, en contra de Donald Trump.
Esta
extraña “alianza progresista” constituida sobre la base de los
protagonistas de la Globalización Financiera Neoliberal, la que ha
producido la mayor exclusión y desigualdad social de los últimos 100
años, ha sido interpretada de modos que, en algunos casos, remiten a
alucinaciones.
Los
resultados conocidos hasta aquí indican que semejante aparato
comunicacional y político no pudo manipular la decisión de los más de
230 millones de inscriptos para participar de la elección. La gran
mentira, bastante gorila, de que la ciudadanía es un conjunto de seres
amorfos que hacen, dicen y votan lo que les llega desde los “medios de
comunicación hegemónicos”, quedó desmentida una vez más. Ya había
sucedido en México, Argentina, Bolivia y Chile en el último tiempo.
Ahora sucedió en el centro mundial del capitalismo. La absurda
percepción, muchas veces justificatoria de insolvencias propias, de que
es imposible conseguir adhesiones populares sin medios amigos,
encuestadores, periodistas e influencers, quedó desmentida una vez más.
Alivio para la vigencia de la política y preocupación para quienes se
dedican a vender esos servicios a una dirigencia genuflexa que ha
renunciado a la política para someterse a los mass-media.
La
preservación del trabajo, el cuidado del salario y la búsqueda de la
justicia social, dieron paso a una nueva agenda de los incluidos, los
que ya tienen trabajo salario y futuro, y buscan respeto hacia los
minorías étnicas y sexuales, diversidad cultural y libertad de cátedra.
Pocas
veces una elección estadounidense tuvo un corte de clase como éste,
pocas veces las propuestas políticas de las fuerzas políticas espejo de
Estados Unidos, republicanos y demócratas, fueron tan divergentes.
Cuando
en el año 1944 se instaló la conferencia monetaria y financiera de los
vencedores de la segunda guerra en Bretton Woods, Estados Unidos, la
emergente nación del norte impuso el dólar como moneda global y un nuevo
orden económico y comercial que llega hasta nuestros días. También allí
surgió la parafernalia multilateral destinada a preservarlo y
reproducirlo en el tiempo. Organismos internacionales como el FMI, como
el BIRF que luego sería el Banco Mundial y principalmente el GATT, que a
posteriori se transformó en la Organización Mundial de Comercio,
preservaron la hegemonía mundial de Estados Unidos en su lucha contra el
mal: el comunismo.
Luego
de la derrota del socialismo real vencido en la guerra fría, el
cumplimiento de las instrucciones del “Consenso de Washington” se
convertiría en la hoja de ruta de Occidente, la que colapsaría
paradójicamente al interior del país que la impulsó, con la decisión de
las empresas estadounidenses de deslocalizarse de su país y producir a
salarios ínfimos sin conflicto social en otros lugares del planeta. El
reguero de suicidios, desempleo y falta de futuro de la clase
trabajadora de Estados Unidos, sumado a la sumisión al poder financiero
global del partido demócrata, traería a la Casa Blanca a Donald Trump.
Desde
entonces, Estados Unidos fue el laboratorio de una de las más grandes
creaciones del neoliberalismo, el que para justificar su injustificable
existencia esgrimió la “amenaza de la ultraderecha”.
Trump,
el que deportó menos inmigrantes que Obama, el que no declaró ninguna
guerra ni invadió ningún país desde los tiempos de James Carter, el que
sólo continuó el muro mexicano que habían iniciado el progre de Bill
Clinton y su luchadora esposa, el que continuó el maravilloso legado por
los derechos humanos de Guantánamo, heredado de Obama que mintió con
cerrarlo, el que acordó la convivencia con Corea del Norte, resultó ser
la cara del fascismo. En cambio, los demócratas, los esclavistas del
siglo XIX , los de Harry Truman y la OEA bañada en sangre de 1948, los
de Kennedy en Bahía Cochinos, y sobre todo, los de Obama, el creador de
las cuatro patas del Lawfare, se nos presentan como los defensores de la
democracia. De repente los creadores de las ONG fantasmas que
denunciaron corruptos populistas latinoamericanos, los inventores de las
fake news, los espiadores masivos de ciudadanos y presidentes, los
reclutadores de jueces corruptos dedicados a encarcelar dirigentes
populares, se transformaron en los campeones de la democracia y la
libertad.
Estos
custodios de la lucha contra el “populismo fascista”, defensores de la
sacrosanta globalización financiera, habían creado una telaraña muy bien
urdida que atrapa incautos a lo largo del planeta.

No
hay un solo dato histórico que indique que un demócrata en la Casa
Blanca haya significado un beneficio concreto para los movimientos
populares latinoamericanos. Perón volvió a la Argentina con Nixon en la
Casa Blanca, recuperamos la democracia con Ronald Reagan en Washington, y
lanzamos la UNASUR con Bush hijo en el gobierno.
La
discusión de los Estados en política internacional, nunca es sobre
ideología ni sobre filosofía. Es sobre intereses, geopolítica, defensa,
soberanía y mercados.
La
Presidencia de Obama inició desastres estructurales como la mal llamada
primavera árabe, los golpes blandos latinoamericanos, las acciones
injerencistas que desmontaron la UNASUR y encarcelaron, entre otros, a
Lula y Amado Boudou, y es la que nos dio a Mauricio Macri.
Ya
con Trump “el fascista”, volvimos al gobierno en Argentina, ganamos en
México con Andrés Manuel López Obrador, el chavismo sigue en el gobierno
de Venezuela, el MAS vuelve a ganar en Bolivia y Chile se encamina a
una nueva constitución y un sistema político más justo y solidario.
Datos, no opinión.
Pensar
con cabeza propia significa tener agenda propia. La situación de los
derechos de las minorías étnicas estadounidenses no puede ser en ningún
caso el determinante de nuestra política exterior o de nuestro tipo de
relación con Estados Unidos, salvo que hayamos decidido transformar
nuestros estados en ONGs internacionalistas de respeto a las
diversidades, una opción respetable que no forma parte de mis
aspiraciones como argentino y latinoamericano, y que no debiera ser el
norte de nuestra política exterior.
Del
mismo modo que fue un error introducir el conflicto de medio oriente en
nuestro país a partir de la ilegalización de Hezbolá, resulta bastante
absurdo suponer que nuestra política exterior con Estados Unidos deba
basarse en posicionamientos sobre demandas sectoriales de su política
interna, y no en los intereses y conveniencias de nuestra condición de
Estado Soberano.
Las
críticas de los demócratas a Trump no son por sus bravuconadas,
errores, arbitrariedades y excesos, que son muchos, sino por sus
aciertos, por el intento de volver a instalar en el centro de la
política global a los Estados Soberanos y no a las empresas globales que
desde Foros como el de Davos pretenden asignarles tareas y destinos a
los países, como si fueran sus mandantes.
El globalismo financiero neoliberal nos trajo este mundo de desastre que padecemos.
El futuro es de los patriotas, no de los globalistas sin patria ni bandera.
Al globalismo le faltaba un ala naif progresista que lo justificara en aras de guerras imaginarias contra la “ultraderecha”
Con la elección de Estados Unidos parecen haberla reclutado. Los viudos de Obama se han vuelto a casar, ahora con Biden.
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*Analista político. Columnista del programa radial Vayan a laburar, emitido por AM750.
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