Estamos
en un período de importantes aumentos en el precio de los alimentos que
golpea con fuerza sobre los países en desarrollo que han recibido el
impacto durante varios años de la inflación y el desempleo. En diciembre
de 2010, el Indice de Precios de los Alimentos de la FAO (Organización
de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) superó el
máximo histórico de junio de 2008, que era considerado como un extremo
en la crisis mundial de alimentos. Desde entonces, los precios se
mantuvieron en torno de este elevado nivel. En el período reciente, los
mayores aumentos han sido en los precios del azúcar y los aceites
comestibles (soja o palma). Incluso los precios de los alimentos básicos
han mostrado un fuerte incremento, destacándose los precios del trigo y
el arroz.
Hoy está claro que la crisis mundial de alimentos no puede ser
analizada ni abordada en forma aislada de la crisis financiera
internacional. Por el contrario, ambos problemas están íntimamente
vinculados, fundamentalmente a través del impacto de la especulación
financiera en el precio de los alimentos. Con eso no pretendemos negar
la existencia de factores del lado de la economía real que afecten esos
precios. Sin embargo, mientras que algunos analistas han apuntado hacia
la existencia de desbalances de oferta y demanda, ese argumento no se
sostiene ya que han existido pocos cambios en la demanda de alimentos
durante los últimos años. Un informe de la FAO evidencia que el ritmo de
crecimiento del consumo total de cereales en la década pasada fue
considerablemente inferior al registrado en los años ’60 y ’70. La
afirmación de que los precios de los granos se dispararon porque hay una
mayor demanda de las pujantes China e India es totalmente inválida, ya
que el consumo agregado y per cápita de granos en ambos países cayó.
Esto no quiere decir que no existan otros elementos del lado de la
demanda que influyan. El auge de los biocombustibles ha tenido un gran
impacto en la evolución de la demanda mundial de cereales y aceites
vegetales. Asimismo, existen factores del lado de la oferta que son más
significativos. No se trata solamente de los efectos de corto plazo que
genera el avance de la producción de biodiésel sobre la superficie y
producción disponibles para alimentos, sino de factores de mediano plazo
como los crecientes costos de los insumos, la menor productividad por
el agotamiento del suelo, la insuficiente inversión pública en
investigación y extensión de la frontera agrícola, y el impacto del
cambio climático que afecta a las cosechas de diferentes maneras.
Otro factor relevante en la determinación de los precios de los
alimentos son los precios del petróleo: como el combustible entra
directa e indirectamente en la producción de insumos así como en los
costos de transporte e irrigación, el precio del petróleo muestra una
importante correlación con los precios de los alimentos. Por eso,
limitar la volatilidad en la cotización del petróleo ayudaría, en parte,
a estabilizar los precios de los alimentos.
Más allá de todo esto, está claro que la reciente volatilidad en los
precios mundiales de los alimentos no pueden explicarse en términos de
factores de oferta y demanda. La magnitud de la variación de precios en
tan poco tiempo evidencia que esos movimientos no pudieron ser creados
por la oferta y la demanda. La especulación financiera, fundamentalmente
los inversores que operan en los mercados no regulados de futuros
–llamados OTC– fue el elemento central en el alza del precio de los
commodities. A su vez, las cadenas multinacionales de supermercados
también juegan un rol relevante a la hora de explicar el alza y la
volatilidad de los precios de los alimentos.
Desregulación financiera
Los mercados de futuros de alimentos, petróleo y otros commodities
han sido utilizados históricamente por los productores para asegurarse
la estabilidad de sus operaciones y planificar hacia adelante. Los
traders compran los productos de los agricultores para entrega a futuro a
un precio fijo y así los productores se cubren de los riesgos asociados
a la variación en el precio de los commodities que están cultivando.
Como sucede con cualquier seguro, los traders asumen el riesgo de los
productores por una prima que cobrarán sin importar lo que pase con los
precios de los alimentos. Pero los traders también especulan con la
posibilidad de lucrar con los cambios en los mercados de futuros.
La desregulación financiera de comienzos de los 2000 catapultó la
entrada de nuevos actores en los mercados de comodities. Antes de esa
fecha, el mercado norteamericano de futuros de los comodities estaba
controlado por la CFTC, que requería a los traders que informaran sus
tenencias de cada producto e imponía límites estrictos para esas
posiciones con el objetivo de impedir la manipulación del mercado. Esos
mercados estaban dominados por los jugadores comerciales que los
utilizaban para cubrirse de sus riesgos antes que para especular.
La decisión de eximir a los mercados OTC de la regulación oficial en
2000 abrió el camino para que todos los inversores, incluyendo los
hedge funds, fondos de pensión y bancos de inversión se lanzaran a
comerciar con contratos futuros de comodities sin ningún mecanismo de
control. En 2007, el monto de las operaciones en los mercados
desregulados llegó a 9 billones de dólares, más del doble que el valor
de los contratos transados en los mercados controlados. A diferencia de
los productores y los consumidores que usaban esos mercados como
cobertura, las firmas financieras entraron en esos mercados para
beneficiarse de los cambios de precio de corto plazo.
Esa dinámica se vio potenciada por una zona gris en la legislación
que permitía a los traders usar acuerdos swap para tomar posiciones de
largo plazo ya no en contratos de futuro de un producto sino en índices
de comodities. De esa forma apareció un importante grupo de traders
dedicados exclusivamente a operaciones que no involucraban la posesión
física de los comodities en cuestión, sino que solo contemplaban
contratos financieros. A su vez, el número de contratos derivados se
multiplicó al crecer más de seis veces entre 2002 y 2008, a medida que
esos vehículos se convirtieron en un paraíso seguro frente a la crisis
de las hipotecas subprime y la crisis financiera internacional.
Por eso, se necesitan controles para evitar que los alimentos sigan
siendo en un terreno fértil para la especulación. Esos controles deben
incluir límites estrictos y hasta restricciones a la entrada de
jugadores financieros en los mercados de futuros de comodities, prohibir
esos mercados en los países donde las instituciones públicas juegan un
rol importante en el comercio de granos, así como medidas para mejorar
la transparencia para que se conozcan con precisión los datos sobre
stocks físicos de los distintos productos, requerimientos mínimos de
capital para los operadores, la obligación para que los inversores
utilicen parte de sus propios recursos además de fondos que toman
prestados y el establecimiento de límites para las posiciones
financieras que pueden adoptar los operadores y hasta nuevos impuestos,
entre otros elementos.
Los supermercados
Para algunos analistas el crecimiento de las grandes cadenas de
supermercados trae beneficios al incorporar técnicas más eficientes que
reducen los desperdicios y los costos de almacenamiento y distribución,
ofrecen más opciones a los consumidores, reducen los márgenes de
distribución y proveen bienes más económicos. Además, aseguran que
serían mejores para los productores porque reducen el número de
intermediarios en la cadena y ofrecen más oportunidades de empleo.
Todas esas afirmaciones son sospechosas y algunas completamente
falsas. Esto es así en el caso de la creación de empleo: la experiencia
alrededor del mundo evidencia que las grandes compañías desplazan muchos
más trabajos en pequeños almacenes que los puestos que crean. Una
estimación sugiere que por cada trabajo que crea Walmart en India,
destruye 18 puestos en pequeños comercios locales.
El argumento de que las cadenas de supermercados benefician a los
productores también es refutable. El creciente poder de mercado que
poseen les permitió, en muchos países emergentes y desa-rrollados,
agrandar sus márgenes de ganancia y expoliar a los pequeños productores
al tener que vender en muchos casos por debajo de sus costos. El
Parlamento Europeo afirmó en 2008 que “los grandes supermercados están
abusando de su poder de mercado para bajar los precios que les pagan a
sus proveedores”.
La idea de que las cámaras de frío para almacenamiento y otras
herramientas solo pueden desarrollarse por grandes corporaciones
privadas dedicadas a la distribución y venta de alimentos es tonta: la
intervención activa del Estado –como lo hizo en muchos países– asegura
una mejor conservación a través de incentivos y facilidades para las
cooperativas de productores.
Pero existe otra consecuencia del crecimiento de las cadenas de
supermercados que suele ser ignorada: la intervención corporativa en el
proceso de distribución de alimentos genera cambios en los hábitos de
consumo y patrones de cultivo que muchas veces no son sostenibles. A
medida que los mercados occidentales se saturan, las empresas de
alimentos y bebidas comenzaron a ingresar en los mercados de los países
en desarrollo apuntando hacia las familias pobres y modificando sus
patrones de consumo. Los alimentos y bebidas altamente procesados son
una causa importante en enfermedades como obesidad, problemas cardíacos,
alcoholismo y diabetes. En ese sentido, los cambios de política
necesarios también requieren limitar el poder de mercado de las empresas
transnacionales de alimentos. Las iniciativas existentes son pocas pero
en algunos países de Asia como Corea del Sur, China y Tailandia, las
autoridades de Defensa de la Competencia ya iniciaron acciones contra
Walmart y Carrefour por distintas prácticas abusivas
* El artículo es una versión adaptada y traducida especialmente para
el suplemento Cash de “Addressing the Global Food Crisis: Causes,
Implications, and Policy Options” realizado por Jayati Ghosh, economista
e investigadora del Centre for Economic Studies and Planning, School of
Social Sciences, Jawaharlal Nehru University, Nueva Deli, India.