viernes, 23 de noviembre de 2012

Tierra fertil para la especulación: Precio de...


Tapa cash



Por Jayati Ghosh *
Estamos en un período de importantes aumentos en el precio de los alimentos que golpea con fuerza sobre los países en desarrollo que han recibido el impacto durante varios años de la inflación y el desempleo. En diciembre de 2010, el Indice de Precios de los Alimentos de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) superó el máximo histórico de junio de 2008, que era considerado como un extremo en la crisis mundial de alimentos. Desde entonces, los precios se mantuvieron en torno de este elevado nivel. En el período reciente, los mayores aumentos han sido en los precios del azúcar y los aceites comestibles (soja o palma). Incluso los precios de los alimentos básicos han mostrado un fuerte incremento, destacándose los precios del trigo y el arroz.
Hoy está claro que la crisis mundial de alimentos no puede ser analizada ni abordada en forma aislada de la crisis financiera internacional. Por el contrario, ambos problemas están íntimamente vinculados, fundamentalmente a través del impacto de la especulación financiera en el precio de los alimentos. Con eso no pretendemos negar la existencia de factores del lado de la economía real que afecten esos precios. Sin embargo, mientras que algunos analistas han apuntado hacia la existencia de desbalances de oferta y demanda, ese argumento no se sostiene ya que han existido pocos cambios en la demanda de alimentos durante los últimos años. Un informe de la FAO evidencia que el ritmo de crecimiento del consumo total de cereales en la década pasada fue considerablemente inferior al registrado en los años ’60 y ’70. La afirmación de que los precios de los granos se dispararon porque hay una mayor demanda de las pujantes China e India es totalmente inválida, ya que el consumo agregado y per cápita de granos en ambos países cayó.
Esto no quiere decir que no existan otros elementos del lado de la demanda que influyan. El auge de los biocombustibles ha tenido un gran impacto en la evolución de la demanda mundial de cereales y aceites vegetales. Asimismo, existen factores del lado de la oferta que son más significativos. No se trata solamente de los efectos de corto plazo que genera el avance de la producción de biodiésel sobre la superficie y producción disponibles para alimentos, sino de factores de mediano plazo como los crecientes costos de los insumos, la menor productividad por el agotamiento del suelo, la insuficiente inversión pública en investigación y extensión de la frontera agrícola, y el impacto del cambio climático que afecta a las cosechas de diferentes maneras.
Otro factor relevante en la determinación de los precios de los alimentos son los precios del petróleo: como el combustible entra directa e indirectamente en la producción de insumos así como en los costos de transporte e irrigación, el precio del petróleo muestra una importante correlación con los precios de los alimentos. Por eso, limitar la volatilidad en la cotización del petróleo ayudaría, en parte, a estabilizar los precios de los alimentos.
Más allá de todo esto, está claro que la reciente volatilidad en los precios mundiales de los alimentos no pueden explicarse en términos de factores de oferta y demanda. La magnitud de la variación de precios en tan poco tiempo evidencia que esos movimientos no pudieron ser creados por la oferta y la demanda. La especulación financiera, fundamentalmente los inversores que operan en los mercados no regulados de futuros –llamados OTC– fue el elemento central en el alza del precio de los commodities. A su vez, las cadenas multinacionales de supermercados también juegan un rol relevante a la hora de explicar el alza y la volatilidad de los precios de los alimentos.

Desregulación financiera

Los mercados de futuros de alimentos, petróleo y otros commodities han sido utilizados históricamente por los productores para asegurarse la estabilidad de sus operaciones y planificar hacia adelante. Los traders compran los productos de los agricultores para entrega a futuro a un precio fijo y así los productores se cubren de los riesgos asociados a la variación en el precio de los commodities que están cultivando. Como sucede con cualquier seguro, los traders asumen el riesgo de los productores por una prima que cobrarán sin importar lo que pase con los precios de los alimentos. Pero los traders también especulan con la posibilidad de lucrar con los cambios en los mercados de futuros.
La desregulación financiera de comienzos de los 2000 catapultó la entrada de nuevos actores en los mercados de comodities. Antes de esa fecha, el mercado norteamericano de futuros de los comodities estaba controlado por la CFTC, que requería a los traders que informaran sus tenencias de cada producto e imponía límites estrictos para esas posiciones con el objetivo de impedir la manipulación del mercado. Esos mercados estaban dominados por los jugadores comerciales que los utilizaban para cubrirse de sus riesgos antes que para especular.
La decisión de eximir a los mercados OTC de la regulación oficial en 2000 abrió el camino para que todos los inversores, incluyendo los hedge funds, fondos de pensión y bancos de inversión se lanzaran a comerciar con contratos futuros de comodities sin ningún mecanismo de control. En 2007, el monto de las operaciones en los mercados desregulados llegó a 9 billones de dólares, más del doble que el valor de los contratos transados en los mercados controlados. A diferencia de los productores y los consumidores que usaban esos mercados como cobertura, las firmas financieras entraron en esos mercados para beneficiarse de los cambios de precio de corto plazo.
Esa dinámica se vio potenciada por una zona gris en la legislación que permitía a los traders usar acuerdos swap para tomar posiciones de largo plazo ya no en contratos de futuro de un producto sino en índices de comodities. De esa forma apareció un importante grupo de traders dedicados exclusivamente a operaciones que no involucraban la posesión física de los comodities en cuestión, sino que solo contemplaban contratos financieros. A su vez, el número de contratos derivados se multiplicó al crecer más de seis veces entre 2002 y 2008, a medida que esos vehículos se convirtieron en un paraíso seguro frente a la crisis de las hipotecas subprime y la crisis financiera internacional.
Por eso, se necesitan controles para evitar que los alimentos sigan siendo en un terreno fértil para la especulación. Esos controles deben incluir límites estrictos y hasta restricciones a la entrada de jugadores financieros en los mercados de futuros de comodities, prohibir esos mercados en los países donde las instituciones públicas juegan un rol importante en el comercio de granos, así como medidas para mejorar la transparencia para que se conozcan con precisión los datos sobre stocks físicos de los distintos productos, requerimientos mínimos de capital para los operadores, la obligación para que los inversores utilicen parte de sus propios recursos además de fondos que toman prestados y el establecimiento de límites para las posiciones financieras que pueden adoptar los operadores y hasta nuevos impuestos, entre otros elementos.

Los supermercados

Para algunos analistas el crecimiento de las grandes cadenas de supermercados trae beneficios al incorporar técnicas más eficientes que reducen los desperdicios y los costos de almacenamiento y distribución, ofrecen más opciones a los consumidores, reducen los márgenes de distribución y proveen bienes más económicos. Además, aseguran que serían mejores para los productores porque reducen el número de intermediarios en la cadena y ofrecen más oportunidades de empleo.
Todas esas afirmaciones son sospechosas y algunas completamente falsas. Esto es así en el caso de la creación de empleo: la experiencia alrededor del mundo evidencia que las grandes compañías desplazan muchos más trabajos en pequeños almacenes que los puestos que crean. Una estimación sugiere que por cada trabajo que crea Walmart en India, destruye 18 puestos en pequeños comercios locales.
El argumento de que las cadenas de supermercados benefician a los productores también es refutable. El creciente poder de mercado que poseen les permitió, en muchos países emergentes y desa-rrollados, agrandar sus márgenes de ganancia y expoliar a los pequeños productores al tener que vender en muchos casos por debajo de sus costos. El Parlamento Europeo afirmó en 2008 que “los grandes supermercados están abusando de su poder de mercado para bajar los precios que les pagan a sus proveedores”.
La idea de que las cámaras de frío para almacenamiento y otras herramientas solo pueden desarrollarse por grandes corporaciones privadas dedicadas a la distribución y venta de alimentos es tonta: la intervención activa del Estado –como lo hizo en muchos países– asegura una mejor conservación a través de incentivos y facilidades para las cooperativas de productores.
Pero existe otra consecuencia del crecimiento de las cadenas de supermercados que suele ser ignorada: la intervención corporativa en el proceso de distribución de alimentos genera cambios en los hábitos de consumo y patrones de cultivo que muchas veces no son sostenibles. A medida que los mercados occidentales se saturan, las empresas de alimentos y bebidas comenzaron a ingresar en los mercados de los países en desarrollo apuntando hacia las familias pobres y modificando sus patrones de consumo. Los alimentos y bebidas altamente procesados son una causa importante en enfermedades como obesidad, problemas cardíacos, alcoholismo y diabetes. En ese sentido, los cambios de política necesarios también requieren limitar el poder de mercado de las empresas transnacionales de alimentos. Las iniciativas existentes son pocas pero en algunos países de Asia como Corea del Sur, China y Tailandia, las autoridades de Defensa de la Competencia ya iniciaron acciones contra Walmart y Carrefour por distintas prácticas abusivas
* El artículo es una versión adaptada y traducida especialmente para el suplemento Cash de “Addressing the Global Food Crisis: Causes, Implications, and Policy Options” realizado por Jayati Ghosh, economista e investigadora del Centre for Economic Studies and Planning, School of Social Sciences, Jawaharlal Nehru University, Nueva Deli, India.

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