El control y
administración de divisas fue el desenlace de una muy fuerte corrida cambiaria
que buscaba una brusca devaluación. El listado de las primeras veinte personas
y veinte empresas que más dólares compraron entre el 1º de enero y el 31 de
octubre de 2011, previo al nuevo régimen.
En Brasil, cada persona
solo tiene en promedio 6 dólares en billetes; en Argentina, 1300, según el
registro oficial de 2005, y en 2012 habría alcanzado el record de 2000 dólares
per cápita. Esta anomalía de la economía argentina convierte al dólar en una
variable que excede la cuestión económico-financiera, para ser un factor
político y de presión sectorial. El dólar es un vehículo de disciplinamiento
social y de orientación de expectativas económicas, abonadas por décadas de
inestabilidad, golpes de mercado y fuertes devaluaciones.
Tanta tensión alrededor
de esa moneda genera las condiciones para la dispersión de variados rumores
sobre la cotización futura y de la economía en general. La fortaleza o
debilidad que tuvo un gobierno para intervenir en el mercado cambiario fue
definiendo su destino. El de Raúl Alfonsín fue barrido por un golpe de mercado
en 1989, mientras que el de Fernando de la Rúa se desmoronó en 2001 con arcas
del Banco Central exhaustas por haber intentado mantener la convertibilidad.
Esta última experiencia
probó que el Banco Central debe tener una importante cantidad de reservas internacionales
como dique defensivo a los intentos de instalar un escenario de incertidumbre y
gobiernos frágiles. Además, sirve para enfrentar, con éxito, corridas
cambiarias.
Durante los años del
kirchnerismo hubo varias corridas. En especial, el primer gobierno de Cristina
Fernández de Kirchner registró seis muy intensas. La primera fue en los meses
previos a las elecciones presidenciales, que ganó. Fue el preaviso de lo que
vino después. Todas las corridas fueron desarticuladas por la política preventiva
de haber acumulado reservas en cantidad en el Banco Central, hasta que la
última la frenó recuperando mecanismos de control y administración de acceso a
divisas. Esto no inhibió a economistas de la ortodoxia a mantener la insistente
prédica sobre el inminente peligro de una devaluación y a proclamar durante
todos esos años que no había tantas reservas como se informaba, con el
deliberado objetivo de distorsionar la realidad y horadar una base fundamental
de estabilidad cambiaria.
La intensidad y la
duración de la fuga hacia el dólar fueron impactantes. En 30 de los 48 meses
del primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se registraron fuertes
ventas de dólares del Banco Central para enfrentar seis corridas. Sólo en tres
meses de ese período el saldo fue negativo en la cuenta formación de activos
externos del sector privado, o sea que no hubo fuga.
La primera corrida fue
durante el tercer trimestre de 2007, cuando comenzó la crisis financiera en
Estados Unidos. Luego ocurrieron dos durante el año siguiente. En marzo, a
partir del conflicto del sector agropecuario con el gobierno nacional, y en
septiembre, cuando el sistema financiero en Estados Unidos tuvo un fuerte
impacto con la quiebre de Lehman Brothers. Al mes siguiente se precipitó la
cuarta gran corrida desde el momento del fin del negocio especulativo de las
AFJP hasta la derrota oficial en las elecciones de medio término, en 2009.
Después, en enero de 2010, se desencadenó la crisis por el recambio de
autoridades en el Banco Central, para finalmente precipitarse la última gran
arremetida en los meses previos y posteriores a las elecciones presidenciales
de 2011.
Las seis corridas son
elocuentes de la restricción de política económica que asoma de la fuga de
capitales.
Las seis corridas
sumaron 60.676 millones de dólares. En total, el resultado de la cuenta
formación de activos externos del sector privado, o sea las compras de dólares
en el período 20072011, fue de 79.281 millones de dólares.
Existen varios aspectos
a considerar para evaluar el nivel de demanda de dólares en un determinado
contexto local y del exterior. Por ejemplo, si el tipo de cambio está atrasado
o mantiene márgenes de competitividad; si el aumento de precios domésticos o la
disputa político-mediática alimenta las tensiones en el mercado cambiario; si
la devaluación de la moneda brasileña (real) o el fuerte aumento del precio de
los commodities agrarios, en especial la soja, actúan sobre la cotización del
dólar; si el billete verde es una opción financiera rentable o sigue siendo un
activo refugio pese a su devaluación por la crisis internacional.
Todos esos análisis son
incompletos si no añade que la gestión de política económica en Argentina debe
desarrollarse con una restricción adicional: la obsesión con el dólar, que se
ha manifestado en todo momento. En períodos de crecimiento económico record o
en fases recesivas del ciclo; con inflación o estabilidad de precios; con
alivio por el desendeudamiento, abundantes reservas y garantía de pago de los
vencimientos o con inestabilidad en el frente externo; en etapas de
recrudecimiento de la crisis internacional o en lapsos de tranquilidad en los
mercados bursátiles mundiales.
Vale reiterarlo. Con
inflación o sin inflación.
La administración de
divisas y los consiguientes controles para comprar dólares, dispuesta a partir
de noviembre de 2011, generaron un estado de intranquilidad espiritual en
sectores medios y altos. Sólo una baja proporción de la población impulsa la
formación de activos externos. En 2011, sólo 12 de cada 100 personas mayores de
edad fueron al mercado único de cambios, aun considerando aquellas personas que
compraron una sola vez moneda extranjera en pequeños montos.
La compra de dólares no
era un acto ilegal y tenía el generoso límite de 2 millones de dólares
mensuales autorizado por el Banco Central. Por lo tanto, las observaciones
sobre las corridas y la fuga son desde el punto de vista del impacto en la
política económica. Los bancos imputaban la operación en el código
“atesoramiento”, cuando puede ser que algunas compras hayan sido para otro tipo
de transacciones, por ejemplo la compra de inmuebles.
A continuación, dos
listados con los principales 20 compradores, de personas y de empresas, y al
final del capítulo (en el libro) la lista completa con los primeros 100, en el
período que va del 10 de enero al 31 de octubre de 2011; compras abultadas de
dólares que terminaron provocando el diseño de un nuevo régimen de administración
de divisas.
Las operaciones fueron
en pesos, convertidas al tipo de cambio 4,30 pesos por unidad.
Cada nombre de
particulares y cada empresa privada que compró dólares en cantidad pueden
originar especulaciones políticas y económicas, que permitirían explicar
determinadas decisiones de gobierno. No es el propósito, simplemente sirven
para describir el problema estructural de la economía argentina que muchos
particulares y sectores empresarios convierten a dólares sus excedentes
financieros. Esta conducta, finalmente, derivó en un nuevo régimen de
administración de divisas.
Existía un aceitado
mecanismo para favorecer y facilitar la compra de dólares y fuga de capitales,
que incluía una participación directa de grandes bancos locales e
internacionales. El Estado, en general, y el Banco Central, en particular, no
habían implementado ninguna medida para desalentar y restringir la salida de
capitales y, con ello, resguardar sus efectos negativos en la economía. En el
Banco Central había un escasísimo nivel de supervisión y control del mercado de
cambios hasta que no se llegó a una situación muy delicada.
El mercado muy liberal
de acceso a moneda extranjera era inequitativo para la sociedad en su conjunto.
El mecanismo de control y administración de divisas fue el recurso de
emergencia para evitar que unos pocos acumularan una ganancia de capital por
una fuerte devaluación con costos para el resto.
Los controles tuvieron
como reacción la suba del precio del dólar en el circuito ilegal, al cotizar
con una brecha de precios del 30 al 35 por ciento respecto del oficial. Las
operaciones de compraventa de dólares en el mercado marginal son ilegales.
Están alcanzadas por la ley penal tributaria, al suponer que ese movimiento de
dinero proviene de fondos no declarados al fisco, y por la ley penal cambiaria,
que sanciona esas transacciones. Estas condiciones del circuito irregular de
divisas no es información confidencial. Pese a que se conocen las
características de una actividad penada por la ley, tienen legitimidad social.
Hasta analistas y comunicadores sociales muy conocidos no se inhibieron de
comentar la conveniencia de comprar dólares en el mercado oficial para luego
venderlos en el paralelo. La impunidad, la casi nula condena social de esa
ilegalidad están naturalizadas por el objeto fetiche en cuestión: el dólar.
La fiscalización de las
operaciones con dólares es una herramienta necesaria para disminuir la evasión
y combatir el lavado de dinero y forma parte de una política de administración
de divisas. El movimiento de moneda extranjera no puede ser dejado a criterios
de mercado si el objetivo es evitar la exacerbación de perturbaciones
económicas. En países periféricos, con una estructura de comercio exterior con
un peso importante de exportaciones de materias primas, cuyos precios son muy
sensibles al ciclo económico mundial, las divisas son un activo estratégico. Si
además son economías con necesidades de dólares para pagar deuda externa, y con
una fuerte presencia de capitales extranjeros, que implica una creciente
remisión de utilidades de multinacionales a sus casas matrices, el control de
las operaciones con moneda extranjera es imprescindible para no quedar subordinado
a los intereses de los dueños de las divisas.
La regulación del
mercado de divisas fue una respuesta de emergencia ante la intensidad de la
fuga de capitales. Fue una política hija de la necesidad. La mayor regulación
pudo instrumentarse porque antes hubo recuperación de márgenes de autonomía en
la política económica y monetaria. De todos modos, la restricción externa se
acercó peligrosamente. Siendo uno de los eslabones débiles de la economía
argentina, el estrangulamiento externo por el déficit de divisas tiene como
desenlace la crisis con una fuerte devaluación e inflación posterior, con la
consiguiente inestabilidad política y social. Evitar ese destino fue el
objetivo del régimen de compra de moneda extranjera. Las opciones eran una
fuerte devaluación, un ajuste fiscal o el endeudamiento a tasas de interés muy
altas. Todas opciones más perjudiciales para la economía y los sectores
vulnerables, incluso la clase media, que un régimen de administración de
divisas.
Fuente: Página/12
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