Por Mario Wainfeld
Son
clásicas, casi un tópico, las discusiones acerca de la magnitud de una
movilización o una medida de fuerza. El acatamiento al paro de ayer
añade complejidades adicionales. La más relevante fue la realización de
piquetes o bloqueos en puntos estratégicos de acceso a la Capital y a
varias grandes ciudades del interior. Así las cosas, no es sencillo
tabular cuál fue la proporción de quienes adhirieron por convicción o
encuadramiento, de quienes no pudieron llegar a sus lugares de trabajo,
de aquellos que desistieron previamente de hacerlo conociendo el
escenario general. El cronista evitará esas proyecciones, siempre
discrecionales.
Puede insinuarse que, como también es costumbre, los organizadores
del paro seguramente calcularon a más y el gobierno nacional lo
minimizó. El impacto, en lo que son el termómetro habitual de esas
medidas (de nuevo, las grandes ciudades), fue alto. En la Capital, que
el cronista transitó, parecía un día de fin de semana. Los piquetes
habrán incidido lo suyo (para eso se hacen) y fueron herramienta
novedosa de la jornada, que habilitará debates en días y semanas por
venir. También hubo gremios importantes que garantizaron deserciones muy
elevadas. Sin agotar la nómina: los camioneros, los bancarios, la
Asociación de Trabajadores del Estado y otros del sector público. La CGT
y la CTA opositoras consiguieron el acompañamiento de sus sindicatos,
que distan de ser todos, pero también de ser pocos.
“Parar el país”, desde siempre, se procura a través de las
limitaciones al transporte público. Aun en la huelga más tradicional se
intenta trabar la posibilidad de moverse de los, valga la expresión,
ciudadanos de a pie. En este caso, las adhesiones de los gremios
respectivos no fueron absolutas. Pero la protesta contó con el concurso
de parte del personal aeronáutico, del de ferrocarriles, de los
trabajadores de una línea de subterráneo. Un dato que revela
fragilidades de la CGT oficial y fue, acaso, uno de los pilares no tan
esperados de la protesta.
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Los participantes visibles, los que se movilizaron para cortes o
piquetes, fueron trabajadores sindicalizados en buena parte. El resto lo
conformaron militantes y cuadros de movimientos sociales o de partidos
de izquierda, protagonistas centrales de la ocupación de rutas o calles.
La Federación Agraria robó cámara, pero no dio el tono de la jornada.
Fue, en suma, un paro de trabajadores. No es serio decir, como hizo
el líder de la CGT opositora Hugo Moyano, que se hicieron presentes la
mayoría de los argentinos, cifra voluntarista que se quiere contraponer a
la que obtuvo (de modo bien palpable) la presidenta Cristina Fernández
de Kirchner. Ni homologar a la movida con “la Patria”, unanimismo fuera
de toda razonabilidad.
Medida en base a sus propias pretensiones (menos fastuosas que la
Patria toda), la medida fue exitosa. Un modo práctico de analizarla,
como sucedió con el cacerolazo de septiembre, es especular sobre si
puede repetirse y sostenerse en el futuro. Todo indica que así será y
que la primera huelga general contra un gobierno kirchnerista (un cambio
cualitativo) les dio cuerda a los manifestantes para pensar en una
remake (un cambio cuantitativo).
Desde luego, deberán ponderar el malestar de muchos otros
argentinos, que lo hubo, la existencia de agresiones (que Moyano
ninguneó, pero que existieron). Y no engolosinarse, algo que puede
derrapar en la fatiga o el rechazo. El secretario general de los
judiciales, Julio Piumato, respondió a quien la preguntaba sobre el
punto que no hay que cenarse el almuerzo, lo que puede considerarse un
rebusque discursivo, pero debería ser un consejo para el campo propio.
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Toda huelga general es política, lo que relativiza el peso de las
críticas que se vuelcan en ese exclusivo sentido. Pero habilita todo
tipo de discusión acerca de su pertinencia y orientación. Nada ocurre en
el vacío, menos que menos una movida política potente. La de ayer
ocurrió en un tiempo determinado. Se ubica entre el 8N (que no tuvo ni
líderes ni voceros y representó a un sector social bien diferente al que
se manifestó ayer) y el 7D. La protesta confluye objetivamente con
quienes resisten al oficialismo desde distintas tolderías. Hay una
oposición magmática, de diversas vertientes. Una curiosa vereda de
enfrente que no se aglutina en un solo espacio, pero sí concuerda en su
antagonismo con un gobierno que viene siendo, largamente, el mejor de la
recuperación democrática. Y el más atento al empleo y a los derechos de
los trabajadores.
En el plano de la opinión, el cronista opina que la medida se
produjo en un momento cuestionable. Es sintomático el apoyo ditirámbico
de los medios dominantes, a los que Moyano trató con sorprendente
aquiescencia, que matizaron para bien el “canillita” Omar Plaini y otros
aliados suyos.
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En la proyección política institucional, los dirigentes que
mostraron “unidad en la acción” no parecen tener futuro. Sus orígenes
son muy variados, tanto como sus ambiciones. Tal vez, los más
beneficiados por el resultado sean los que representan sectores
afincados en la resistencia, por ejemplo el Partido Obrero y la CTA de
Pablo Micheli.
El PO ha franqueado sus pretensiones para las elecciones de 2013:
son, a fuer de modestas, razonables. Lejos de su horizonte cercano está
disputar la mayoría electoral al kirchnerismo. Bien otro es el caso de
Moyano, quien aspira a ser parte (y quién le dice, cabeza) de una
fracción disidente del justicialismo. Será difícil que su perfil
combativo, su énfasis en la acción directa, sus sarcasmos y aun esos
aliados lo posicionen entre los compañeros dirigentes pejotistas. A
éstos les conviene pescar en el río revuelto de los sectores medios y
mostrarse tolerantes, capaces de generar “orden”... ese Moyano les
pianta votos al menos si se coloca en la primera fila.
En el terreno estrictamente sindical, la oposición al Gobierno
asumida como “contradicción principal” está entre ser el mayor factor de
cohesión y el único. Casi no es necesario argumentar, basta con pasar
lista. Moyano, Micheli, las patronales agropecuarias, el Tío Tom “del
campo” Gerónimo Venegas, el gastronómico Luis Barrionuevo, los cuadros
del Polo Obrero o la Corriente Clasista y Combativa (CCC)... Distinta
conducta durante los ’90 y en este siglo, distinta legitimidad interna,
muy diferentes niveles de éxito en la defensa de los laburantes de su
sector, alineamientos ideológicos muy divergentes. Quienes más cómodos y
expansivos se movieron subrayando esas diferencias fueron los líderes
de la izquierda política o social, que no participaron en la conferencia
de prensa de la CGT.
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La acción directa, con buenos resultados prácticos, fue una
constante desde el 2003. En general la ejercitaron minorías intensas,
sindicatos o movimientos sociales en procura de reivindicaciones
específicas. De ordinario, no postularon un programa o un proyecto de
país alternativos. La novedad del último trimestre de 2012, con muy
posible proyección en 2013, es la emergencia de sectores opositores con
ansias de convocar muchedumbres aglutinados con el (hasta hoy único)
común denominador de proponer el fin del ciclo kirchnerista. Seguramente
el escenario próximo agregará ese factor. Habrá que ver cómo combina
con las elecciones de medio término. Y también las respuestas que dé el
oficialismo en calles y plazas. En estos meses, optó por retraerse,
sagazmente, piensa el cronista. Pero ese cuadro puede modificarse en las
semanas por venir.
Los tres gobiernos kirchneristas tuvieron como objetivo no reprimir
la protesta social. Ese compromiso no vale solo, ni principalmente,
cuando ésta se desarrolla con pleno apego a la ley o sin interferir con
derechos de terceros. Lo más relevante es hacerlo cuando se transitan
zonas grises, aun provocaciones. Ayer se cumplió a rajatabla esa
conducta, en una jornada que tuvo cruces retóricos muy altos (de los
organizadores y de la presidenta Cristina). Pero su característica más
estructural fue la notable vigencia del respeto a la libertad de
expresión y de movilización. Un logro del sistema democrático, una
garantía que el Gobierno respeta.
Las polémicas sobre la jornada seguirán. El escenario político,
queda dicho, plantea nuevos desafíos y formas de expresión. Hasta ahora,
el kirchnerismo ha sabido afrontarlos (y remontarlos en su caso) en
base a sus políticas públicas. Entre sus expectativas cercanas están el
7D y un mejor año 2013 en materia económica. Rotos todos los puentes con
algunos de los líderes de la protesta de ayer (con otros nunca los
tuvo), su reto es atender a la base social que, en parte, expresaron.
Hasta ahora, de nuevo, ningún gobierno ulterior al segundo de Juan
Domingo Perón los representó mejor.
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