martes, 21 de enero de 2014

Los lazos del nudo gordiano: inflación, corrida cambiaria y restricción externa



Por Mónica Peralta Ramos *
Cuenta la leyenda griega que estando el reino de Frigia al borde de la guerra civil, Gordio –un pobre campesino que sólo poseía un carro tirado por bueyes– fue elegido rey gracias a la intervención de un oráculo. En agradecimiento, Gordio ofreció su carro al templo de Zeus atándolo con un nudo muy intrincado cuyos cabos se escondían misteriosamente hacia el interior del mismo. Según su profecía, el que consiguiese desatarlo conquistaría al mundo. Tiempo después, al iniciar su campaña para conquistar el Imperio Persa, Alejandro Magno intentó desatar el nudo. Luego de varios intentos fallidos, sacó su espada y lo cortó. Así, de un modo tajante enfrentó la esencia del problema y pudo solucionarlo.
Desde los orígenes de la humanidad, todas las sociedades han enfrentado problemas aparentemente insolubles, que condenan al conflicto permanente y a la destrucción. Encontrar la esencia de los problemas y resolverlos ha sido el camino de la civilización. Lo opuesto es la barbarie que condena a la violencia y a la desintegración. Nuestro país ha enfrentado y enfrenta periódicamente los espasmos bárbaros de la destrucción. Estos no se dan al azar, son consecuencia de un nudo gordiano que desde tiempo atrás reproduce el estancamiento económico y el canibalismo social. Conocer este nudo implica perforar la coyuntura –es decir, el momento que vivimos y sus reverberaciones inmediatas– y encontrar las causas estructurales que explican los conflictos. En este sentido, el momento actual es particularmente aleccionador porque expone a la luz del día los lazos que atan a nuestro nudo gordiano.
En una nota publicada en este diario (13/11/2011) decíamos que profundizar el proyecto de desarrollo con inclusión social y democracia participativa implicaba enfrentar el nudo gordiano de un proceso de acumulación del capital en condiciones de dependencia tecnológica. Este proceso, generado a lo largo de los últimos 70 años, ha configurado una industrialización liderada por grandes empresas –generalmente multinacionales– ubicadas en los sectores relativamente más intensivos en capital, sectores que generan una demanda creciente de importaciones de tecnología incorporada en bienes intermedios y de capital. Esta necesidad de importaciones no puede ser satisfecha con las divisas que en su mayor parte provienen de las exportaciones agropecuarias y agroindustriales. De ahí que este proceso tienda a culminar en una crisis del sector externo. Este fenómeno, comúnmente llamado “restricción externa,” constituye una característica intrínseca a este proceso de acumulación del capital. Todo crecimiento industrial, al ser liderado por estas grandes empresas más intensivas en capital tiende a desembocar en una crisis del sector externo, independientemente del crecimiento del volumen y de los precios de las exportaciones agropecuarias. Sobre esta paradoja se ha asentado el conflicto entre campo e industria que ha marcado a fuego nuestra historia contemporánea.
A lo largo del tiempo, el Estado ha impulsado la industrialización argentina con distintas políticas: desde los subsidios, la protección arancelaria y las exenciones impositivas de todo tipo hasta los contratos de provisión de bienes y servicios, la licuación de deudas y la venta de activos públicos a precios de remate. Inicialmente, estas políticas tuvieron por objetivo estimular el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas nacionales. Muy pronto, los principales beneficiarios fueron las grandes empresas (nacionales y extranjeras) y la inversión privada fue reemplazada por subsidios. Estos subsidios tuvieron como contrapartida diversos gravámenes que en esencia implicaron transferencias de ingresos del campo a la industria. Al mismo tiempo, la capacidad de generar divisas ha sido clave para la reproducción del sistema, otorgando así un enorme poder económico y político a los exportadores y a los grandes productores agropecuarios.
Dos fenómenos han agravado la dependencia tecnológica en las últimas décadas. En efecto, el mundo asiste hoy a una nueva forma de expansión de la acumulación global, centrada en la integración compleja de las grandes corporaciones multinacionales. Esta integración ha dado origen a una nueva división internacional del trabajo basada en la desintegración de la cadena productiva a nivel mundial y en el control de segmentos cruciales de las cadenas de valor por parte del capital transnacional. Esto ha tenido un enorme impacto sobre la concentración de las decisiones y del poder tecnológico. La otra cara de este fenómeno es una enorme fragmentación y dispersión de las actividades productivas que recorta cada vez más el poder de los Estados nacionales para planificar políticas en su propio territorio. Los sectores mas dinámicos de la industria argentina, están hoy integrados en cadenas de valor global y muestran la vulnerabilidad de nuestro desarrollo industrial a procesos que ocurren en otros países (Brasil, entre otros) y a decisiones que se toman en el centro de algunas corporaciones multinacionales. Por otra parte, el espectacular avance del cultivo de la soja transgénica en las últimas décadas ha atado al propio desarrollo del agro a un modelo de negocios centrado en la necesidad creciente de importaciones de un paquete tecnológico cuyos proveedores son unas pocas empresas multinacionales que controlan sectores claves del sistema agroalimentario a nivel global.
La acumulación del capital en condiciones de dependencia tecnológica ha dado lugar a una creciente concentración y centralización de capitales en la industria, al dominio del capital extranjero en sectores clave de la producción, del acopio y del comercio exterior e interior y al control monopólico u oligopólico de segmentos de la economía que tienen importancia estratégica para el crecimiento del país. Las grandes empresas –sean nacionales o extranjeras– que dominan estos segmentos son formadoras de precios en los puntos “neurálgicos” de la economía y tienen, por eso mismo, una capacidad decisiva sobre la formación de precios en el mercado interno y sobre el control de las divisas provenientes del comercio exterior. Esto les permite retener y desabastecer productos de importancia estratégica: desde el dólar hasta los alimentos pasando por la chapa y otros insumos de producción. Les permite además obtener ganancias extraordinarias, aprovechar los estímulos oficiales al mercado interno y ejercer su poder de veto sobre las políticas que consideran nocivas a sus intereses. De ahí, su capacidad para afectar la estabilidad política e institucional del país.
De este modo, los procesos estructurales que conforman la dependencia tecnológica se expresan en una estructura de poder que constituye el nudo gordiano de nuestro desarrollo. Los lazos invisibles de este nudo aparecen hoy expuestos a la luz del día expresados en tres fenómenos: la inflación, las corridas cambiarias y la restricción externa. Estos lazos tienen un común denominador: el control monopólico u oligopólico de sectores claves de la economía. En los últimos meses del 2013, estos lazos han adquirido especial relevancia en virtud de las vicisitudes del proceso electoral y de sus resultados. Constituyen la principal fuente de desestabilización y un desafío crucial frente al 2015.
En efecto, el año 2013 finalizó envuelto en la polvareda levantada por la inflación, las corridas cambiarias, la pérdida de reservas del Banco Central y el crecimiento desmedido de las importaciones de tres sectores industriales dinámicos –automotriz, productos electrónicos y productos químicos– integrados a cadenas de valor global en niveles relativamente poco sofisticados. A estos fenómenos se sumó la retención por parte de los productores de parte de la cosecha de cereales del 2013 y el persistente rechazo a liquidar las divisas de exportación por parte de las grandes empresas exportadoras agudizando así el faltante de divisas necesarias para cubrir las importaciones de la industria y fogoneando una especulación interminable con el dólar. Todo esto ocurrió en un contexto político marcado por los fuegos de artificio de un supuesto “fin del ciclo K” anunciado por la oposición luego de los resultados de las PASO.
En un escenario político traumatizado por la súbita ausencia de CFK, la provincia de Buenos Aires pasó a ser el principal campo de batalla y el fragor del enfrentamiento entre dos versiones del duhaldismo (Massa/Scioli) dominó la escena política nacional. En este contexto político, frente a la embestida de “los mercados” y de la oposición política y mediática, el oficialismo no tuvo una respuesta adecuada. Particularmente, notable es el caso de la inflación donde por años el Gobierno negó su existencia embarcándose al mismo tiempo en una negociación poco transparente y espuria con algunas empresas y con los principales supermercados a fin de congelar los precios de algunos bienes de consumo popular. Esto permitió el accionar impune de los formadores de precios erosionando la credibilidad de muchos de los objetivos perseguidos por el Gobierno. En consecuencia, el tema de la inflación fue cooptado por la oposición y tuvo una incidencia decisiva en el resultado electoral.
La reaparición de CFK a fines de noviembre, los cambios en el equipo de gobierno, la reiteración de los objetivos propuestos y el énfasis puesto en una nueva forma de enfrentar la inflación y la inseguridad convocando a la participación popular pusieron en evidencia que CFK continúa definiendo la agenda política del país. Muestran además que, a pesar de haber perdido votos en las elecciones, el kirchnerismo no está terminado y mantiene la decisión de profundizar su proyecto político de aquí al 2015. Los primeros anuncios del nuevo equipo de gobierno plantearon tres cuestiones fundamentales: el control de la formación de precios y de la apropiación del excedente en las cadenas de valor, la revisión de la orientación dada hasta ahora a la industria y la racionalidad de los subsidios otorgados. Abordar el problema de cómo se distribuye y apropia el excedente en las cadenas de valor remite necesariamente a preguntarse por el rol del capital monopólico y su relación con la industrialización y los subsidios. Esto implica empezar a arrojar luz sobre una cuestión que hasta ahora había permanecido invisible, siendo sin embargo central a los conflictos que ha vivido y vive el país. El rol de la dependencia tecnológica, el modo en que la misma reproduce el poder del capital monopólico y oligopólico en los distintos sectores de la economía, y la incidencia que este poder tiene sobre la vida de todos los ciudadanos, son temas que deberían ocupar el centro del debate político. Esto implica empezar a preguntarse por los factores que perturban nuestra integración productiva y nuestra identidad nacional y nos condenan al canibalismo político.
El nuevo equipo económico ha anunciado que ejercerá todo el poder que el Estado tiene para hacer cumplir los nuevos acuerdos de precios. Esto es de importancia crucial. Sin embargo, el Estado no es un simple instrumento inerte. Es, en cambio, un campo de relaciones de fuerza. Para que el control de las políticas de precios, de sustitución de importaciones o de subsidios sea efectivo no basta con tener estrategias y regulaciones. Es necesario además legitimar los objetivos y las decisiones que se toman haciéndolos transparentes y promoviendo el debate y la negociación entre todos los actores sociales. Más aún, es necesario una participación organizada de la ciudadanía en el control de gestión y en el debate de estas políticas en todos los niveles de la vida social: desde las cadenas de valor, los barrios y las empresas, hasta el nivel municipal, provincial y nacional. El conocimiento de lo que está en juego y la movilización ciudadana constituyen la espada que permitirá cortar nuestro nudo gordiano. No dejemos pasar esta oportunidad.
* Socióloga, autora de La economía política argentina. Poder y clases sociales.
Fuente: Pagina/12

viernes, 17 de enero de 2014

Precios y Valor Adquisitivo:El oso mentiroso

 
 
 

El domingo 5 de enero, el diario La Nación publicó una entrevista al sociólogo Agustín Salvia quien, como investigador jefe del Observatorio de Deuda Social de la UCA, aseguró que en la Argentina la desigualdad se incrementó en esta década, a pesar del crecimiento económico.
Perdóneme, Salvia, me parece que es más propio que usted hable desde la oposición que desde la altura de un Observatorio, sería más claro para el que lo lea. Ahora, desde mi clara posición oficialista y como decía Mario Benedetti, siendo “incurablemente parcial”, yo sí voy a tratar de dar datos objetivos que refuten su postura opositora: mientras que en 2003 el 10 por ciento más rico de la población ganaba 33 veces más que el 10 por ciento más pobre, en 2013 esa brecha se redujo a 19 veces. El coeficiente de Gini, un indicador que muestra mejor la distribución personal del ingreso cuanto más pequeño es el valor, pasó de 0,475 a 0,381 en el mismo período, un avance no menor para la usual rigidez de este indicador.
Salvia afirmó también que se trató de una década “desaprovechada y una oportunidad perdida a la hora de definir políticas de Estado”, donde no habría habido inversión social. Llama muchísimo la atención este comentario cuando en esta década se han definido políticas de carácter universal que han puesto nuevamente sobre la mesa los derechos sociales y descartado la visión de “seguro” social para unos pocos de los ’90. Tanto el Plan de Inclusión Previsional como la Asignación Universal por Hijo fueron políticas de envergadura que apuntaron a reducir la desigualdad entre quienes se desempeñan en el mercado de trabajo formal y el informal.
El impacto de estos programas fue reconocido por la Cepal, la FAO y la OIT, que los han tomado como ejemplo para construir su concepto de Piso de Protección Social, política que recomiendan a todos los países. La propia Universidad Católica Argentina señalaba en uno de sus informes que el ingreso medio de familias que reciben la AUH aumentó un 79 por ciento. Por su parte, la inclusión previsional permitió que la cobertura previsional creciera del 70 al 93 por ciento.
Salvia pareciera desconocer además que la desigualdad tiene muchas otras facetas sobre las que el Gobierno ha trabajado en estos años, como los casos de la desigualdad tecnológica y la desigualdad de género. En el primer caso, el Programa Conectar Igualdad, con más de 3.800.000 netbooks entregadas, ha permitido reducir la brecha de acceso tecnológico en su etapa más crítica. En materia de género, ha sido una cuestión de agenda permanente.
Para Salvia todas estas políticas se redujeron a simples “planes y subsidios”: “(...) el Estado (...) pensó, como el menemismo, que el derrame iba a llegar”. Creo que cualquiera que haya vivido en la Argentina en los últimos diez años sabe que la lógica fue exactamente la opuesta.
Claro que es cierto que la informalidad laboral, aun habiéndose reducido del 50 al 34 por ciento, sigue siendo preocupante y debe ser eje de nuestra agenda, sin esperar recetas mágicas sino un trabajo pormenorizado en sus distintas facetas. Medidas como el nuevo régimen de trabajadoras de casas particulares son avances fundamentales en la materia.
Hay que tener presente también que la informalidad laboral se disparó con la flexibilización laboral y que deshacer esos errores del pasado no es algo rápido y sencillo. Que en dicha problemática el empresariado tiene una responsabilidad central y es un actor que Salvia pareciera olvidar. Sería bueno que el entrevistado fuera igual de exigente y crítico con ellos como lo es con la gente más pobre (“Los lazos de solidaridad son más débiles que los de las capas medias”).
En síntesis, la desigualdad sigue siendo un problema en Argentina y el camino por recorrer todavía es largo y urgente, pero comunicadores que decidan mirar otra película en vez de reconocer cada paso no parecen interesados en colaborar en ese trayecto.

miércoles, 15 de enero de 2014

Francia: oro sí, China no


 Por Juan Gelman
El gobierno del socialista Hollande no renueva las viejas fórmulas del colonialismo que su país practicó desde el siglo XVII hasta que tuvo que irse de Argelia en 1962. ¿Será Francia un “estado fallido” por falta de imaginación? ¿O ciertas formas de dominio no cambian ni siquiera con la novedad del mundo global? Si así fuere, este capitalismo llamado “salvaje” no avanza mucho en su proyecto de supervivencia. La nación que acuñó el lema Libertad, Igualdad, Fraternidad invadió Mali el 12 de enero del año pasado (Operación Serval) y la República Centroafricana el 3 de diciembre (Operación Sanguinis). Según Hollande, fue una “reacción humanitaria” para salvar a “un pueblo que sufre y que nos llama”. No lo parece. Se firmaron de inmediato nuevos contratos de perforación y extracción con la ayuda del comando estadounidense para Africa (Africom, por sus siglas en inglés) cuando París contuvo la rebelión en Mali (www.globalresearch.ca, 7-1-14). Un comunicado de prensa de la Legend Gold de Vancouver, empresa gigante de extracción y de compra y venta de oro y plata, anunció la intención de explotar minas de oro en lugares muy precisos del oeste y sur del país (Marketwired, enero 6, 2014). La ejecución de estos programas se iniciaría a comienzos de febrero de este año. Douglas Perkins, presidente y CEO de Legend Gold, informó que el diseño de los proyectos se completó en el trimestre pasado.
El 18 de diciembre de 2013 el Fondo Monetario Internacional otorgó a Mali un crédito de 46,2 millones de dólares “para disipar vulnerabilidades de la balanza de pagos y crear los fundamentos de un crecimiento mayor y más inclusivo” (www.imf.org/external, 18-12-13). Son créditos que obligan a los países receptores a recortar servicios sociales como la educación y la salud pública a fin de pagar sus deudas. Las consecuencias catastróficas de semejantes acuerdos se observaron con meridiana claridad en el “experimento argentino” que culminó en el 2001 con la humillante fuga del entonces presidente De la Rúa.
La intervención militar francesa en Mali, sin menospreciar la dinámica del mosaico terrorista o no en que se ha convertido la Primavera Arabe, tiene más que ver con sus recursos naturales que con las penurias de la población. París maneja intereses propios en el rico país africano en el marco del Programa de relaciones francoalemanas que concurre con el interés de Francia de asegurarse los recursos del Sahel, el petróleo y el uranio en especial. La compañía francesa Areva los explota hace décadas en el vecino Níger. Hollande se dedica a otra clase de explotación, la de la hipocresía: afirma a los malíes que Francia no sirve ningún interés en particular en el país, “no tenemos ninguno” “estamos por el bien de todo Mali y de Africa Occidental” (www.anabafrance.es.org, 2-2-2013). Claro que sí, para arcas y juegos financieros, no para simples bolsillos ciudadanos.
“El imperativo humanitario” hollandiano en la República Centroafricana, llevado a cabo por 1200 militares franceses, está destinado a frenar a China y sobre todo a controlar las reservas de oro, diamantes y uranio que descansan, no por mucho tiempo, en el subsuelo de un país con más territorio que Francia y Bélgica juntas (www.michelcollon.info, 14-12-2013). Compañías galas son hegemónicas en el transporte fluvial, el azúcar, las bebidas, almacenamiento y comercialización de petróleo en la República y no es precisamente de hoy que sus habitantes padecen “una situación catastrófica”. Desde 1960 sufren la represión y los desmanes de seis presidentes sucesivos que asumieron después de otros tantos golpes de Estado.
El ministro de Economía francés, Pierre Moscovici, ha reconocido que en diez años “Francia ha perdido la mitad de su mercado en el Africa subsahariana”. ¿El culpable? China, que hizo una entrada triunfante en el sector del oro negro y ha aumentado sus inversiones en el continente con regulaciones menos rígidas. En el 2008 Beijing otorgó a la República Centroafricana unos 4,4 millones de euros que han permitido construir escuelas y hospitales en una zona donde la desolación es reina.
Grupos rebeldes de distinto origen y diseminados en todo el país y su falta de acuerdo desembocan en atrocidades generalizadas, saqueos, violaciones, asesinatos en serie, actividades ya cotidianas en quienes sólo han conocido la brutalidad y las matanzas. Pero esto no nació hoy, y Francia, como otras potencias occidentales, sigue castigada por la crisis económica mundial. Era hora de reconocer esos males para garantizar militarmente la posesión de los bienes.
Fuente: Pagina/12

lunes, 13 de enero de 2014

Precios y Poder Adquisitivo

 
Uno de los principales temas de la agenda argentina es la inflación. Sin embargo, generalmente se presenta al fenómeno desde una lógica oportunista y coyuntural, sin dar lugar a una discusión profunda que aborde sus causas estructurales. Vale realizar un análisis más acabado del tema, circunscribiendo la problemática al contexto local, y estableciendo una diferenciación entre las causas y las soluciones propuestas desde distintas visiones.
En primer lugar, se debe señalar que la elección del modelo de crecimiento representa una definición política e ideológica, donde el camino elegido puede generar en mayor o menor medida tensión sobre los precios.
Existen países cuyo crecimiento se explica a partir de la producción de bienes manufacturados que resultan competitivos en base a salarios bajos, como los del continente asiático, y otros que crecen a través de las exportaciones de bienes primarios, cuya producción, especializada y concentrada en pocos bienes, emplea poca mano de obra en relación con el valor de la producción, como el caso de Chile y otros países de América latina, que han primarizado su producción.
Ambos modelos presentan un denominador común: reducen las presiones inflacionarias, aunque excluyendo a la mayoría de su población de los beneficios del crecimiento, a través de salarios de subsistencia en el primero y de desempleo en el segundo.
En contraste, en 2003 el Gobierno tomó la decisión de cambiar el modelo de valorización financiera impuesto por la dictadura militar en 1976, y profundizado en la década del ’90, por un modelo industrial, basado en el empleo y en el fortalecimiento del mercado interno, a través del aumento del empleo y del poder adquisitivo de los salarios. Por esa decisión, Argentina acumula diez años consecutivos de expansión, con significativas caídas en los índices de desempleo y pobreza y con mejoras sustanciales en la distribución del ingreso, aunque con implicancias sobre los precios.
En segundo lugar, es necesario identificar cuáles son los desequilibrios que genera la inflación, de forma de dimensionar su gravedad. Sin ser exhaustivos, la distorsión en las señales de precios, la inequidad distributiva y la pérdida de poder adquisitivo son algunas de las consecuencias negativas de la inflación.
En primer término, estos desequilibrios provocan ineficiencias, debido a que uno de los motores del sistema capitalista son los incentivos (a producir, consumir, ahorrar e invertir) que generan los precios. En un contexto inflacionario, el movimiento constante de precios dificulta la toma de decisiones. En segundo término, la inequidad se genera entre aquellos que pueden protegerse mejor de la inflación (con activos financieros, con mayor poder de negociación de salarios o de fijación de precios) respecto de los que no.
Por último, si los aumentos de precios son mayores a los aumentos en los salarios, disminuye el poder adquisitivo.
Los tres problemas se magnifican a medida que aumenta la inflación. En este sentido, la tasa de inflación actual se encuentra por debajo de los niveles históricos para Argentina, sin que se aprecien señales de aceleración. Las tasas de los últimos años se mantienen en alrededor del 10 por ciento según el Indec, y entre 20 y 25 por ciento para las consultoras privadas, mientras que entre 1971 y 1980 la inflación fue del 142 por ciento promedio anual, y entre 1981 y 1990 ascendió a una media anual del 805 por ciento.
Respecto del poder de compra, resulta importante destacar las políticas implementadas por el Gobierno en relación con la reinstalación de las paritarias, las actualizaciones automáticas de las jubilaciones y el ajuste anual del Salario Mínimo Vital y Móvil.
En ese sentido, el cuadro que acompaña el artículo (ver aparte) dimensiona la relación entre la suba de precios de algunos productos básicos y los ingresos de los deciles más bajos.
En la misma línea, el salario real de los trabajadores privados registrados se incrementó 230 por ciento en los últimos diez años, mientras que para los no registrados mejoró 260 por ciento. En ambos casos, más que triplican la cantidad de bienes y servicios que podían adquirir en 2003. Incluso si se utilizara el IPC “Congreso”, dichos salarios reales aumentaron 60 y 73 por ciento, respectivamente.

Causas

Desde la ortodoxia se sostiene que el gasto público elevado, sumado a una continua emisión monetaria para atender ese nivel de gasto, crean un aumento de la demanda ante el cual la oferta no puede responder ofreciendo mayores unidades, por lo que sube sus precios. Entonces, recomienda “enfriar” la economía a través de la reducción del gasto y/o desacelerando la emisión. Lo que no se advierte, o al menos no se menciona, es que esas políticas moderan el crecimiento económico y la creación de empleos, ocasionando un costo mayor al beneficio que brinda la estabilidad de precios.
Además, pasa por alto el hecho de que la emisión no es una variable totalmente exógena, sino que está fuertemente ligada al nivel de actividad. Más precisamente, si el circulante no acompaña el nivel de expansión, la escasez de medios de pago terminaría estrangulando al crecimiento. Asimismo, el mismo proceso inflacionario genera la necesidad de tener más billetes en circulación para poder realizar una misma cantidad de transacciones a un precio mayor.
Lejos de estas visiones reduccionistas, vale precisar el carácter multicausal del fenómeno inflacionario. En el caso argentino, se distinguen las siguientes:
- Un proceso económico de fuerte y sostenida expansión con inclusión reduce los niveles de desempleo y, concomitantemente, aumenta el salario real. La apertura de paritarias derivó en el natural proceso de acción-reacción entre empresarios (precios) y asalariados (sueldos), conocido como puja distributiva, en el cual cada parte intenta mejorar, o bien mantener, el tamaño de la porción que obtiene en la distribución de la riqueza generada.
- Los procesos de expansión económica que se registran en estructuras productivas desequilibradas, como la argentina, suelen disparar problemas de restricción externa (falta de divisas) por el incremento de la demanda de bienes de capital e insumos importados. El fenómeno genera la necesidad de ajustar el tipo de cambio (depreciación) para evitar la merma en el ingreso neto de divisas, provocando aumentos de precios en los bienes transables consumidos localmente.
- Aumento del precio internacional de los commodities, en particular de la soja. Más allá de que este producto no es ampliamente consumido internamente, su alta rentabilidad provoca disminución en la oferta de otros productos primarios (los sustituye o desplaza a zonas menos fértiles) y genera aumentos en los costos de la producción agropecuaria (alquiler de campos, fertilizantes, servicios). Menor oferta y mayores costos generan aumentos de precios (el trigo es un ejemplo muy claro).
- Una estructura de mercado concentrada que permite, por un lado, establecer precios disociados de los costos de producción, y por el otro, responder a los aumentos de demanda a través de subas de precios, sin que ello implique una pérdida significativa en su participación de mercado.

Solución

La inflación no es “el problema” de la economía argentina, sino la consecuencia de su estructura económica desequilibrada. Por ello, las políticas para bajarla deben avanzar sobre sus causas estructurales, sin afectar la actividad económica, el empleo y la redistribución del ingreso.
Reducir el gasto público y la emisión monetaria significaría un menor nivel de actividad y, consecuentemente, un incremento en la tasa de desocupación. Además, lejos de atacar las verdaderas causas estructurales de la inflación, se maquillaría el problema, generando graves consecuencias sociales y productivas.
Asumir que la emisión monetaria explica per se los aumentos de precios conduce necesariamente a suponer que la inflación no se constituye como un fenómeno complejo, pues una mera reducción de la tasa de creación de dinero resolvería el dilema de los precios.
Las recurrentes crisis del pasado provocaron que la clase empresaria no pudiera concentrarse sobre el eje fundamental para desarrollar grandes emprendimientos: la visión del largo plazo. La inestabilidad permanente hacía imposible pensar más allá del futuro inmediato y obligaba al empresariado a actuar defensivamente, adaptando el nivel de producción a la demanda del momento en función de la capacidad instalada existente, en lugar de responder a través de inversiones que optimicen la escala de la planta. A pesar del fuerte proceso de expansión económica de la última década, esta lógica de comportamiento aún persiste.
El crecimiento económico con inclusión social registrado en los últimos diez años trajo aparejado un fuerte proceso de redistribución del ingreso, que desató pujas distributivas entre asalariados y empresarios. Ello, en el marco de una estructura económica desequilibrada y concentrada (con marcados oligopolios en distintos sectores), generó que las empresas, con el objetivo de sostener o inclusive aumentar sus ganancias, ajustaran sus precios en forma sostenida.
En consecuencia, la solución estructural a la inflación requiere, por un lado, de políticas estables que continúen fortaleciendo el mercado interno y, por el otro, aumentar y mejorar la inversión pública (especialmente en infraestructura asociada a la producción), que permita mejorar la competitividad. Ambas acciones provocarían que la inversión privada aumentara, robusteciendo el tejido productivo. En tal sentido, las políticas de integración nacional y sustitución de importaciones implementadas por el gobierno nacional resultan pilares fundamentales para sortear los “cuellos de botella” que se presentan, pues promueven la creación de empleo, desacoplan los precios locales de los internacionales y consolidan una matriz productiva más sustentable, diversificada y competitiva. Sin embargo, todavía no se ha logrado recomponer algunos “eslabones perdidos” en las cadenas productivas, y aún quedan materias pendientes en infraestructura (transporte, energía).
En definitiva, la consolidación de un modelo de crecimiento con inclusión social requiere continuar articulando políticas públicas que defiendan las conquistas sociales obtenidas, pero que principalmente avancen sobre aquellas demandas que aún están pendientes.
* Economistas, Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad (Cepes).
Fuente: Pagina/12

“La izquierda sin sujeto”: León Rozitchner


 

“En tanto que nosotros les decimos a los obreros: ‘Vosotros tendréis que pasar por quince, veinte, cincuenta años de guerras civiles y guerras nacionales, no meramente para cambiar vuestras condiciones, sino con el fin de cambiaros vosotros mismos y volveros aptos para el poder político’”.
Marx, 15 de setiembre de 1850


La rigidez no es un atributo sólo de la derecha, así como el realismo no es una virtud que convenga siempre a la izquierda. Es fácil verificarlo: los que están a la izquierda —muchos de ellos— se complacen en hablar de las “leyes de la dialéctica”, de las “leyes del desarrollo económico”, de las “leyes de la lucha de clases” y de la “necesidad histórica de la Revolución”, todo lo cual encuentra su término en una certeza final: el necesario tránsito del capitalismo al socialismo. La lógica es aquí de hierro: cada revolución que triunfa confirma el determinismo de la historia. Pero ¿esta certeza es para nosotros suficiente? Porque, cabe preguntarse: cada revolución que no llega a realizarse, cada revolución que fracasa, ¿qué determinismo niega? ¿A cuenta de qué irracionalidad debe ser colocada? ¿Quiere decir, en resumidas cuentas, que no era entonces necesaria?
No es que querramos convertirnos en una excepción a la ley histórica. Sucede solamente que por ahora nuestra propia realidad nacional, así ordenada y regulada por esa necesidad irónica a la que también estaríamos sometidos, se niega tenazmente a seguirla sin más, para cer-tificar lo cual basta una mera inspección de lo que a nuestro alrededor aparece dado. Pero lo dado, a pesar de que su rostro no sea el que promete la esperanza que racionalmente depositarnos en él, para el optimismo obcecado de cierta izquierda tiene necesariamente que dejarse regular por estas leyes y esta necesidad exterior la cual, sin embargo, no alcanzamos a ver ni cómo ni cuando orientarán y dirigirán un proceso que nada por ahora anuncia. ¿Deberán ellos, los optimistas, quedarse empecinadamente con la racionalidad, para permanecer nosotros, que señalamos la carencia, atados a lo irreductible, a lo irracional? El punto común de partida es el siguiente: el “deber-ser” está, por definición, en este ser actual. Hasta aquí se justifica la confianza en la razón. Pero confesemos lo que ellos no se atreven, lo que nos falta para dar término al proceso: que no sabemos cómo ponerla en marcha, cómo hacer para hacemos cargo y cumplir esta obligación de cuya realización estamos, unos a otros, todos pendientes.
Para salvar el escollo parecería que esta izquierda optimista también está teóricamente a cubierto y tiene a las “leyes de la dialéctica” de su lado: ¿acaso no hay —se dice— salto cualitativo del capitalismo al socialismo? Pera ni tanto ni tan poco: ese salto no es un brinco que con la imaginación vayamos a pegar sobre el vacío. Ése salto imaginado es un tránsito real que, de no ser enfrentado, encubre con su vacío el trabajo y la reflexión que todavía no fuimos capaces de crear. Constituye, digámoslo, el núcleo de irracionalidad vivida que nuestra izquierda es todavía incapaz de reducir, de convertir en racional.
Para no perturbar la certidumbre racional en la que se apoya la ineficacia de izquierda, y que de alguna manera nos alcanza su propio consuelo, ¿deberemos acaso ocultar el abismo que separa nuestras esperanzas de una realidad que no se deja guiar, lo comprobamos a diario, por el modelo con el que la pensamos? Porque el fracaso y los zig-zag de la izquierda, los seudopodios que emite hacia afuera para reconocer sus posibilidades de acción, la heroicidad individual o de grupo que segrega e intenta iniciar el proceso por su cuenta, vuelven a señalar la carencia de una elaboración común, de un sentido pensado en función de sus fuerzas y de su realidad: sacrificio estéril que puede ser grato al auto-aprecio que tenemos para con nosotros mismos, pero no ante la objetividad precisa de los hombres.
El hecho al cual llegamos, por demás decepcionante, es éste: par más que juntemos todas las racionalizaciones parciales de la izquierda, con todas ellas no hacemos una única racionalidad valedera. ¿No sera esta inadecuación la que impide que la realidad vaya a la cita que nuestra racionalidad quiso darle?
Debería ser evidente que las interpretaciones teóricas reducidas a lo político-socio-económico no bastan para justificar el hecho de que la revolución, tan esperada entre nosotros, no haya acudido a las innumerables citas que la izquierda le dio. Todas éstas son explicaciones con exterioridad, donde la distancia que media entre el contenido “objetivo” —datos económicos, políticos, históricos, etc.— hasta llegar a la densidad de nuestra realidad vivida, deja abierto un abismo de incomprensión que no sabemos cómo llenar. ¿Qué agregar a la necesidad ya descubierta a nivel teórico en la experiencia histórica del marxismo para que sea efectivamente necesaria? ¿Cómo llenar ese déficit de realidad por donde las fuerzas represivas y la inercia de la burguesía desbaratan, entre nosotros, toda teoría revolucionaria? ¿Cómo producir esa síntesis que nos lleve al éxito, cuya fórmula racional, el apriorismo revolucionario parecería habernos dado, pero que no nos llega con los detalles precisos que permitan encaminarla en la sensibilidad de nuestro propio proceso social? El problema sería éste: el marco “formal”, teórico, de la revolución socialista, que juega para nosotros como un a priori — puesto que no surgió de nuestra experiencia sino de una ajena— está ya dado, para todos, en su generalidad. Pero su necesidad efectiva sólo aparecerá para nosotros aposteriort, cuando nuestra experiencia lo certifique: cuando realmente la revolución se haya realizado. Pero si vamos viendo que la racionalidad ya dada, tal cual la recibimos, no nos sirve para hacer el pasaje a la revolución ¿para qué confiar en ella, podría preguntarse, puesto que sólo se la descubriría como necesaria sólo una vez que la revolución fuese hecha, pero mientras tanto no? Entre lo pensado y lo real estamos nosotros, absortos en el pasaje. Así sucede con la “novedad” que nos sorprende en cada revolución inesperada: estalla allí donde la necesidad racional en la forma general con que la utilizamos, no establecía la imperiosidad de su surgimiento. ¿Cómo, entonces, fue posible? ¿Fue la suya una irrupción contra la razón? Y si no, ¿quién creó la nueva racionalidad de ese proceso innovador? ¿Cómo fue posible que nuestra racionalidad no la contuviera? Se entiende que con esto no queremos negar la racionalidad marxista; sólo queremos mostrar que una racionalidad a medias es a veces más nefasta que la falta completa de racionalidad. Y por eso nos preguntamos: ¿no será que pensamos la revolución con una racionalidad inadecuada? ¿No será que vivimos la racionalidad aprendida del proceso revolucionario fuera del contexto humano en el que la racionalidad marxista desarrolla su pleno sentido? ¿No será que estamos pensando la razón sin meter el cuerpo en ella?

jueves, 9 de enero de 2014

BALADA PARA LUIS

LARGO RODEO INICIAL

Cuando originalmente escribí este breve texto, intentaba la "puesta en acto" de conocimientos teóricos adquiridos en épocas dictatoriales en parte en el ámbito universitario, pero mayoritariamente en variados grupos de estudio por fuera del espacio académico, grupos de lecturas y reflexión, con debates teóricos y políticos de enorme interés y significación, por lo menos para mí .

El que más recuerdo y el que nos influyó definitivamente a todos los que participamos era “el grupo de Raúl” de orientación epistemológica , donde el eje vertebrador del estudio y las reflexiones grupales eran los textos de
Louis Althusser y su pandilla (Badiou, Ranciere, Poulantzas, Balibar, etc.), incluidos entre otros invitados especiales obviamente Bachelard, Levi Strauss, Lacan, Koyré, Derrida, y menos, bastante menos, Foucault.

Eran los años de la lucha entre “ciencia e ideología” sujetos al mandato de hierro de lograr formalizar lo más posible el conocimiento regional correspondiente a las denominadas “ciencias sociales” - paparruchadas burguesas - bajo el paradigma del no menos famoso “materialismo histórico”, la pretenciosa “ciencia de la historia” en su versión althusseriana, donde a pesar de los intentos retóricos del viejo Louis, las referencias a las clases y la famosa “lucha de clases” había perdido centralidad o simplemente había desaparecido de la mano del concepto de “estructura” que, en rigor, era el dominante y resultaba, debe admitirse, algo bastante parecido a una combinatoria matemática. 

De paso a nosotros este desplazamiento de la problemática de las clases nos venía al pelo, porque afuera estaban los milicos persiguiéndolo todo. En fin altri tempi, lo cierto es que hoy, en líneas generales, estas pretensiones formalistas soportadas en bellas certezas teóricas mueven a risas discretas o carcajadas según el auditorio. La mano formalista en ciencias sociales, otrora empresa prestigiosa devino en tal cachivache que la más reciente cita de Lacan se la leí a Jorge Fontevecchia , quién en media carilla apilaba al viejo Jaques junto a otra docena de citas de personajes célebres, e intentaba explicar porqué el diario Perfil vendía ya 60.000 ejemplares, o algo así.

Anteriormente a esta notable rareza, la última referencia que había tenido del gran analizador francés correspondía al mismo Althusser cuando en su texto póstumo, autobiográfico, sanguinario y entonces muy bello El porvenir es largo pintaba más extensamente a un Lacan con menos cualidades consagratorias. Decía el gran Argelino:

“Una mañana bastante temprano, me llaman a la puerta de
la Ecole. Era Lacan irreconocible en un estado atroz. Apenas me atrevo a contar lo que pasó. Venía para “anunciarme antes que me enterara por rumores que le implicaban personalmente a él, Lacan”, el suicidio de Lucien Sebag a quien él analizaba, pero cuyo análisis había tenido que abandonar porque él, Lacan, se había enamorado de Judith, la hija de Sebag. Me dice que acababa de hacer la “ronda de Paris” para explicar la situación a todos los que pudo encontrar a fin de terminar de cortar de raíz todas las “acusaciones de asesinato, mala praxis o negligencia de su parte”.

Totalmente enloquecido me explica que no podía mantener a Sebag bajo análisis después que se enamorara de su hija, que “por razones técnicas era imposible”. Me cuenta que no obstante no había dejado de ver a Sebag durante todo este tiempo…y que le aseguró (a Sebag) que respondería a su llamada a no importaba que hora, “porque tenía un Mercedes súper rápido”. No obstante Sebag se disparó una bala en la cabeza a media noche y después consiguió rematarse con una segunda hacia las tres de la madrugada.

Confieso que no supe que decirle. No obstante quería preguntar si no hubiera, él Lacan, podido “intervenir” para poner a Sebag a salvo, haciéndole hospitalizar. En cualquier caso ni una palabra sobre la protección de una hospitalización.

Me habría respondido quizá que no estaba en la “regla analítica”. Cuando se fue seguía temblando constantemente. Me dejó a primera hora de la mañana para seguir su ronda de explicaciones. A menudo me pregunté que hubiera hecho Lacan en mi propio “caso” si hubiera sido yo uno de sus pacientes y el Lacan me hubiera dejado sin protección (yo quería matarme constantemente) para no infringir la menor “regla analítica”.

Mi analista actual, en otros tiempos había sido el mejor discípulo de Lacan, pero lo había dejado cuando se dio cuenta de que, lo cito textualmente: “Lacan era absolutamente incapaz de escuchar a los demás”. Me preguntaba también que habría hecho de Hélene, siempre en función de las famosas “reglas” que no estuvieron jamás en el espíritu de Freud ni de sus sucesores, de los imperativos sin recurso, simples “reglas” técnicas generales, entendidas así por este mismo Lacan que en su momento había aceptado en análisis a muchas mujeres de mis antiguos alumnos, también pacientes suyos, como me lo dijo él mismo en nuestro primer encuentro. Aquél incidente vertió sobre mi extrañas visiones sobre las terribles condiciones del análisis y sus famosas “reglas”.

Que se me perdone si es posible por haber contado fielmente esta fábula....pero en esta ocasión la fábula devino en una tragedia, no solo para Sebag, sino en especial para Lacan, que solo tenía entonces como preocupación manifiesta su reputación personal y el escándalo que se cerniría sobre su persona”.(1)

Confieso ahora yo que la cita de Fontevecchia también vertió sobre mi “extrañas visiones” sobre cómo el terrible significante ya plenamente vacío Lacan y con él toda una época teórica va encontrando su lugar “otro” en este mundo global. Pero en fin, luego de este (muy) largo rodeo iniciático e inicial, volvamos al primer estudio de este texto. Originalmente se publicó en el año 1990 en el suplemento cultural del ya desaparecido matutino “
La Voz” que dirigía Oscar Taffetani y luego se incluyó en el Nº1 de Acontecimiento, Revista para pensar la política, que dirige Raúl Cerdeiras, lo que supuso y supone hoy un gran honor para mí porque la revista es muy prestigiosa y aún hoy viene con toda la ferretería post althusseriana  y eso me encanta y además y fundamentalmente , porque Raúl fue quién nos enseñó utilizando como tragger teórico al propio Althusser, la denominada “lectura sintomal”, o más sencillamente aquello que en ciencias sociales al menos, intenta responder a la inocente pregunta: ¿Qué es leer?.

A propósito, vuelvo sobre el tema inicial, Raúl Cerdeiras, a esta altura de la velada, merece un reconocimiento de igual magnitud que el que mereció y nunca tuvo Mauricio Malamud, que en los años sesenta introdujo el pensamiento de Althusser en Argentina y sobre quien Tomás Abraham precisara: “Era la década del setenta. El clima revolucionario era denso y masivo. Malamud daba clases, fue amenazado, sus hijos capturados y asesinados, y, luego de un exilio en Méjico, volvió a
la Argentina en tiempos de Alfonsín, deambuló por la ciudad, durmió a la intemperie en plazas, y murió en la absoluta soledad. Publicó una entrevista que le hizo a Martha Harneker, una althusseriana chilena, y escribió un breve ensayo sobre Althusser” (2)

El artículo que sigue entonces, escrito al calor de una polémica con un artículo de Álvaro Abòs publicado en 1984 en la hoy emblemática revista Unidos (polémica que sólo estuvo en mi cabeza puesto que Álvaro creo, nunca se enteró de nada) pretende ser una revisión breve de las distintas etapas del pensamiento althusseriano y, obviamente un sencillo homenaje al maestro.
"Jamás pude alcanzar la transparencia. 
Entonces he practicado como Mallarmè, como Heidegger, 
el obscurum per obscurius. A lo oscuro por lo más oscuro.”

                                                                                                               LouisAlthusser


“Las puertas del manicomio judicial se cerraban sobre Louis Althusser, víctima de un ataque de demencia criminal…certificando simbólicamente el agotamiento del marxismo como proveedor de diagnósticos y/o recetas para la transformación del mundo.” 

Álvaro Abos

Corría el año 1984 cuando, desde las páginas de la revista Unidos, un multifacético y sobre todo sutil Álvaro Abós sugería asociar el drama personalisimo (3) que envolvió a Louis Althusser en noviembre de 1980, con la definitiva caducidad de la teoría marxista . Algo así como “¿Ven como terminan, simbólicamente hablando?”.

La demoníaca tríada marxismo/crimen/locura que se apoderara del cuerpo y alma del filósofo argelino, venía a “certificar” la clausura teórica de las paparruchadas bolcheviques.

Convengamos en que el dispositivo construido para decretar los funerales del marxismo es globalmente desafortunado. Apelar a dramas biográficos para demostrar “simbólicamente” la inviabilidad de cualquier cosa, es un elemental ejercicio de “terrorismo lógico”… simbólicamente hablando, claro, Ahora bien, si el mecanismo elegido resulta en general módico, al haberlo descargado –y con sagrada furia- sobre el cuerpo del “ demente-criminal”, ofrece un beneficio adicional: la confesión descarnada del des-conocimiento absoluto de los textos del reo de “manicomio judicial”.

No hay en esto originalidad alguna. Sobre los textos de Althusser suele sobrevolar el criollo fantasma solo reservado a los “más grandes”: la apropiación imaginaria de sus textos mediante una impúdica, escuálida, económica escaramuza verbal consistente en nombrarlos. Mal elegida esta vez la presa.

Si sobre algún teórico de posición marxista el improvisado crítico no debía desparramar sus pretensiones de hermeneuta de Villa Martelli, si había tan sólo uno que resistiría el cachiporrazo “simbólico”, ese era Louis Althusser. Aproximarse a sus textos, aún hoy, inutiliza cualquier intento por encontrar algo así como un filosofar empecinado, o como quiera llamársele, al incómodo lugar que todo discurso “superado” debe ocupar frente a “unas realidades” que los desbordan, echan centro atrás y ,al fin, golean a las “categorías amadas”, obligadas a “morder el polvo de la derrota”.

Por el contrario, en el centro de las reflexiones del último Althusser estaba ya claramente instalada la problemática de la crisis teórica del marxismo. En modo alguno los textos althusserianos emprenden una suerte de “resistencia proletaria” frente a la colosal ofensiva ideológica burguesa de la “crisis”. Aun más, quienes al menos sobrevolaron el pensamiento althusseriano desde sus comienzos, convendrán, sin mayores esfuerzos, en que cada una de las etapas de su desarrollo fueron coronadas por tesis tan sugerentes como heréticas para la siesta teórica de los marxistas europeos de posguerra. Veamos esto más detenidamente.


LOS TIEMPOS DE ALTHUSSER

En su primera etapa de llegada a la teoría marxista (1965-72), de fuertes contenidos epistemológicos, Althusser propuso por lo menos tres tesis fundamentales, incluso para toda discusión teórica actual, acerca de las posibilidades de “pensar” la práctica política:

1. Las tesis de antihumanismo teórico: Señalando en la categoría hombre su esterilidad comprensiva e incluso la inscripción filosófica y la política al interior de los discursos ideológicos burgueses desde el último cuarto del siglo XVIII: “La palabra Hombre es tan sólo una palabra, pero el lugar que ocupa y la función que cumple en la ideología y filosofía burguesa le confieren su sentido” (4) Cabe aclarar que otro gran filósofo francés, contemporáneo de Althusser, desarrolló también tesis antihumanistas, aunque en otra perspectiva: “ El humanismo es la gran perversión de todos los saberes, conocimientos y experiencias contemporáneas. Debemos liberarnos del humanismo como en el siglo XVI se liberaron del pensamiento medieval. Nuestra Edad Media es el humanismo”.(5)

2. Las tesis antihistoricistas: Donde Althusser rescata la especificidad de los diferentes discursos portadores de Objeto de conocimiento –luego objetivos- respeto del “gran relato histórico”. Al mismo tiempo, contrario sensu, comienza a acotar la eficacia teórica del discurso marxista, obturando en principio su pretensión filosófica de “explicarlo todo” en nombre de la “dialéctica del proceso histórico”: “En mis ensayos he citado a Spinoza: “El concepto de perro no muerde. El conocimiento de la historia no es “histórico”, es decir los conceptos teóricos que permiten el conocimiento de la historia no están sujetos al relativismo histórico” (6) Más adelante veremos qué piensa Althusser dos décadas después acerca del “conocimiento de la historia” y su relación con la teoría marxista.

3. Las tesis antimetafísicas: la escandalosa afirmación althusseriana:
“La historia es un proceso sin sujeto ni fin/ es” (7) Tesis repudiada por los pensadores trotskistas urbi et orbi y particularmente los británicos –herederos de John Lewis- que aún se persignan frente a la herejía althusseriana. Tal el caso del Dr. Perry- Mason-Anderson, aún en detectivesca búsqueda del “sujeto-perdido” en los interminables laberintos de “desviaciones” del marxismo occidental: el gran sujeto proletario, obvio.
Durante la segunda etapa de permanencia teórica marxista (1972-1976), Althusser sacudirá nuevamente la coyuntura teórica de aquel tiempo por lo menos con dos tesis extrañas al pensamiento marxista tradicional. La primera diseñada en los márgenes del discurso que, como se sabe, era “retórica burguesa” para los aparatos culturales de los PC europeos y particularmente el PCF, del que el filósofo fue tan pertinaz miembro como disidente.

a) La tesis de los mecanismos de interpelación ideológica: “La ideología interpela a los individuos como sujetos” (8). Tesis que reconstruye la idea de sujeto “autocentrado” sin naufragar por ello en la ideología de la “alienación”, tan en boga en aquellos tiempos, y contra la que Althusser dispara críticas certeras. Trata de reconstruir la categoría de sujeto/sujetado a relaciones que lo preexisten (y constituyen sujeto) en necesaria sujeción estructural , propia de los mecanismos de interpelación –“eternos”- de la ideología y no de una “astucia” de la razón burguesa vía “alienación” que, como el rayo, no cesa.


b) Las notas sobre aparatos ideológicos de Estado: Famosas y difundidas como en el video de apertura por la Harnecker, en las notas sobre los AIE se recuperan, desde un lugar teórico distinto, las tesis gramscianas sobre la eficacia de las “superestructuras” en la reproducción de las formaciones económico-sociales. Con estas notas, Althusser termina de apartarse definitiva e irreversiblemente de la noción de “determinación en última instancia “, propia de la tópica espacial marxista, causa de tantos disparates teóricos y aberraciones políticas. El economismo como claudicación teórica del marxismo es una idea fuerte en el pensamiento althusseriano: “El principal inconveniente de la representación de la estructura de toda la sociedad con la metáfora espacial del edificio, es justamente ser metafórica, es decir, solo descriptiva…Nuestra tesis fundamental es que sólo es posible plantear estas cuestiones –el derecho, el estado y la ideología- y por tanto responderlas, desde el punto de vista de la reproducción” (9).

Finalmente, durante su última etapa de retirada teórica del marxismo (1976-90), Althusser planteará dos tesis centrales y complementarias que muestran cabalmente su definitivo apartamiento teórico tanto en el terreno filosófico como en el histórico.

c) Las tesis de “no-filosofía” y “materialismo aleatorio”: En su seminario sobre la Transformación de la filosofía, en la Universidad de Granada en 1976, Althusser señala la inexistencia de una “Filosofía Marxista” comparable como “tal filosofía” a otros sistemas filosóficos conocidos. Abandona la búsqueda del “materialismo dialéctico” en tanto filosofía del “materialismo histórico” y propone restringir las pretensiones filosóficas del marxismo al solo soporte de su práctica teórica: “La filosofía que necesita el marxismo no es en absoluto una filosofía producida como filosofía, sino una nueva práctica filosófica….una no-filosofía, es decir que deje de ser producida en la forma de una filosofía y cuya función de hegemonía teórica desaparezca” (10) .Esta No-filosofía en 1986 ni siquiera será “marxista”: “Considero al “materialismo aleatorio” una posible filosofía para el Marxismo. Podemos remontarnos a Demócrito y Epicuro para pensar un materialismo que niegue la preexistencia de sentido, Causa, origen, Razón y Fin. Añadiré que este materialismo aleatorio no es el de un Sujeto (sea Dios o el Proletariado) sino el de un proceso – sin sujeto- que domina el orden de su desarrollo, sin un fin asignable” (11).  No hay filosofía “marxista”; se trata tan sólo – y no es poco- de una filosofía para el marxismo, cambio radical en este filósofo singular para quien ya en 1990: “La filosofía marxista no existe ni puede existir”. (12)

d) Las tesis del marxismo como “teoría finita”: En manifiesta simetría con su abandono de toda pretensión filosófica “propia” del marxismo, Althusser señalará también los límites de la teoría (el “materialismo histórico”): “El pensamiento de Marx es un pensamiento con consistentes vacíos y no nos ha dado nada para comprender la historia. Nos ha dado los elementos para una comprensión materialista del modo de producción capitalista en su forma económica de aparición, pero no para entender la historia”. (13)

Mucho antes, en 1977, durante el seminario de Venecia: Poder y oposición en las sociedades pos revolucionarias, enunciaba su tesis definitiva sobre la “finitud” de la teoría marxista, su desmoronamiento final como “horóscopo del proletariado” a la que fue sometida. En suma, los núcleos teóricos mas elaborados del discurso althusseriano anuncian ya en 1977 la imposibilidad estructural de pensar la práctica política bajo el régimen propio de las categorías marxistas que se le revelan inapropiadas:” El porvenir teórico del marxismo es su aleatoriedad…la política es un punto ciego que atestigua los límites teóricos de Marx que fue paralizado por la representación burguesa de la política y el estado, hasta el punto de reproducirlas sólo en su forma negativa-crítica de su carácter jurídico. Punto ciego o zona prohibida, el resultado es el mismo”. Y agregaba: “La teoría marxista se encuentra sujeta a las impredecibles “sorpresas” de la historia…Creo, entonces, que debemos apartarnos por entero de la idea que puede encontrarse aun en ciertas expresiones de Lenin e incluso de Gramsci de que la teoría marxista es una teoría “total”, capaz de pensar problemáticas que no están “en el orden del día” anticipando arbitrariamente las condiciones de su solución” (14)

Como se observa, la torsión del discurso althusseriano es pesada e insoslayable ya en 1977. La renuncia explícita a pensar la práctica política fuera del régimen temporal que aún nombra como “orden del día”, cierra el capítulo de la “racionalidad estructural”, atemporal del modo de producción capitalista, de la cual se “deduciría” también toda “política” y su “legalidad” de formación y desarrollo.

Será a posteriori su discípulo
Alain Badiou quien comience a extraer las conclusiones ineludibles de esas tesis finales de Althusser. Con una crítica más radical – si cabe- de la teoría marxista, Badiou reconstruirá la categoría de acontecimiento como régimen de pensamiento posible para la “creación política”, bajo “el tiempo específico del “futuro anterior” (15). Ciertamente, con Badiou se abre “otra” historia teórica, que sin embargo es fuertemente tributaria del pensamiento althusseriano.
ULTIMO TANGO

Se sabe: Un 23 de Octubre de 1990 los diarios anunciaron la muerte de Althusser, en París, a los 72 años.

Momento propicio para que algunos intentaran reincidir en el paradigmático discurso inaugurado por Abós: insistir con moderado espíritu monacal respecto de la “simbólica” demolición del marxismo expresada, si ayer en la psíquica, ahora en la derrota biológica definitiva del guerrero argelino.

Sin embargo, intentamos mostrar en esta breve reseña de su pensamiento que fue el mismo Althusser quien como ningún otro teórico de origen marxista inició con profundidad y rigor un proceso de estampida teórica sin concesiones. En este sentido se nos permite insistir en que Althusser no se encontró con la “crisis teórica del marxismo”, ciertamente la construyó. 

No será entonces la propia criatura que guillotine su pensamiento. Por el contrario, el haber provocado- en lo que le fue dado hacer- la debacle teórica del marxismo, y la plena conciencia del camino sin retorno que emprendía, explican, en lo poco que le toca y si cupiera, la pesada angustia que al final logra conmoverlo. Ya el 3 de diciembre de 1978 había escrito a su amigo, el filósofo cristiano Jean Guitton: “Mi universo de pensamiento ha sido abolido. No puedo pensar más. En lenguaje “de monaguillo”, rece por mí”.

Althusser se devoraba a si mismo, por cuestiones ciertamente insondables pero bien distintas al simbólico “agotamiento del marxismo como proveedor de recetas”, cosa que cuestionó muchísimo antes de que la mayoría siquiera lo sospechara.

Althusser, entonces, se sabe él mismo uno de los padres de la “crisis teórica del marxismo”, y en el “campo de batalla filosófico” (como solía llamar al Kampfplatz de Kant) resultó un “matador-muerto”, un “suicida teórico” como lo llamó Tomas Abraham, y está bien. Nunca una “víctima desprevenida”, un empecinado “cadáver filosófico”.

Por último, quedan los textos de Althusser convertidos paradojalmente en la mejor reivindicación de la teoría fundada por Marx. Discípulo a la altura del maestro, este inquebrantable y al fin quebrado filósofo demostró, a los ojos de quienes quieran ver, que el marxismo ha sido capaz de crear/se las condiciones teóricas de su necesaria, irreversible transformación en “otro”. ¿Conoce el lector muchas teorías comparables?

Citas

1-Althusser Louis, El porvenir es largo, Destino, BSAS, 1992, Pág. 253 y ss.
2-Abraham Tomás: “Filósofos argentinos: acerca del profesor N. E. Perdomo” en www.labiblioteca.edu.ar.
3 -El episodio dramático al que nos referimos es conocido: el 17 de noviembre de 1980, Althusser estranguló a su esposa Helene Rytmann. Los médicos del Hospital Santa Ana, donde fue internado, suponen que “fue por un delirio de amor que se vio arrastrado a matar a quien amaba”.
4-Althusser, Louis Filosofía y Marxismo, S. XXI, México, 1998, p.84.
5-Foucault, Michel, Conferencia sobre “Humanismo” emitida por France Culture días después de su muerte.
6-Althusser Louis, Filosofía y Marxismo, p. 95.
7-Althusser Louis,  Para una crítica de la práctica teórica, S.XXI, Bs. As, 1974 p.95.
8-Althusser, Louis Posiciones, Anagrama, Barcelona, 1977, p.111.
9-Althusser Louis, posiciones, p.78.
10-Althusser Louis, Filosofía y cambio social, Metropolitana, Bs.As., 1984, p.40.
11-Althusser Louis, Filosofía y Marxismo, p.30.
12-Althusser Louis, Última entrevista con L´Unita, Página.12, 31-X- 90.
13-Althusser Louis, Última entrevista con LÚnita. Página 12, 31-X-90.
14-Althusser Louis, Discutir el Estado, Folios, Bs. As. 1983, pp.12-13.
15-Cerdeiras Raúl J., Subvertir la política, la escuela Porteña, Bs. As. 1990, p.43.

viernes, 3 de enero de 2014

La moneda y la Inflacion.Crítica a la teoría ortodoxa




 Por Bruno Susani *
Los economistas neoliberales, inspirados por la teoría monetarista, sostienen que la cantidad de moneda circulante determina el nivel de precios y postulan que la inflación resulta del déficit presupuestario financiado por la creación monetaria. Esto les permite afirmar que el Gobierno es el responsable del incremento de los precios al consumidor. En realidad, los precios los fijan las empresas, sobre todo en una economía dominada por oligopolios, que son la forma habitual de la organización de los mercados. Vamos, por lo tanto, a analizar la validez de la hipótesis de la inflación monetaria desde el punto de vista de la ciencia económica y de la economía política.

Teoría

La afirmación según la cual un aumento razonable del volumen de la masa monetaria incrementa los precios está presente en toda la teoría económica clásica, desde Jean Bodin, pasando por los fisiócratas, como Turgot, pero también en Hume, Ricardo, Stuart Mill y Marx, que la consideran una evidencia.
La versión teórica moderna, según la cual el incremento de la masa monetaria –sea cual fuere el soporte específico de los medios de pagos, papel moneda, o metálico– engendra el aumento de los precios, se la debemos a Irving Fisher, un economista norteamericano que formalizó la llamada teoría cuantitativa de la moneda, en 1911.
Fisher le dio un pequeño barniz para darle un aspecto científico y la presentó como una sencilla igualdad aritmética MxV=PxQ, siendo M, la masa monetaria, V la velocidad de circulación, vale decir, las veces que la moneda cambia de manos, P el nivel de precios y Q la cantidad de bienes. Vale decir que la cantidad de moneda en el primer miembro de la igualdad debe permitir comprar todos los bienes Q multiplicados por sus precios respectivos. No hace falta ser un gran economista para comprender lo que dice esa igualdad. Si V y Q son constantes, por hipótesis, se deduce que si la masa monetaria M aumenta, los precios P tienen que aumentar para que se verifique la igualdad.
Una interpretación iconoclasta podría afirmar, a la inversa, que cuando las empresas aumentan los precios, entonces la masa monetaria debe incrementarse para mantener la supuesta igualdad.
La leyenda económica relata que Irving Fisher fue solicitado por el gobierno norteamericano para explicar los aumentos de precios que denunciaban los sindicatos para obtener incrementos de salariales, ya que a pesar de la Sherman Anti-Trust Act, votada en 1890, los barones ladrones, los “robber barons”, Vanderbilt, Carnegie, Rockefeller, John Pierpont Morgan, Jay Gould, H. Dodge, Edward Henry Harriman, entre otros, dominaban la economía norteamericana y fijaban los precios lo más alto posible.
Fisher, no obstante, prefirió mantener la versión clásica y ahorrarles un disgusto a sus amigos, apoyándose en el hecho que el descubrimiento y la fiebre del oro en Alaska inmortalizada por Chaplin en la película The Gold Rush apasionaba a la opinión publica e incrementaba la masa monetaria en alrededor de mil millones de dólares actuales por año, en una economía 25 veces más chica que la actual.

Crítica

La mayor dificultad de los economistas ortodoxos es que no saben explicar cómo se transmite el incremento de la masa monetaria a los precios. En efecto, el argumento según el cual los precios aumentan porque el Estado crea un déficit presupuestario para “darles dinero” a los agentes económicos y éstos lo gastan es endeble.
Dicha formula es la formalización de una intuición desacertada que dice que si aumentan los medios de pago, como los agentes económicos asignan mayor valor a lo que es escaso (en este caso los bienes) que a lo que es abundante (los medios de pago), los consumidores tienen un comportamiento autista, dilapidan el dinero y entonces los precios aumentan. Pero esto no sucede así en la vida real, ya que quienes reciben el dinero (aunque sea el producto de subsidios y planes sociales) no necesariamente comprarán los mismos bienes cuando su ingreso aumenta. La gran mayoría aprovechará para comprar otros a los cuales antes no podía acceder.
Ahora veamos por qué esta formula mágica y el monetarismo posterior presentan en los sectores dominantes argentinos el poder explicativo que se les asigna. Keynes, en la Teoría General del Empleo, el Interés y la Moneda, refiriéndose a la teoría de David Ricardo, sugiere una hipótesis que puede aplicarse al monetarismo: “Su éxito puede explicarse por una afinidad entre la doctrina y el entorno social en el cual se la adula. El hecho de que llegue a conclusiones diferentes de aquéllas a las que adhiere el público lego pareciera aumentar su prestigio intelectual. Que sus conclusiones aplicadas a la realidad sean austeras y desagradables le confiere una virtud moral. Que presente muchas injusticias sociales y otras crueldades evidentes la justifica como el inevitable tributo a pagar para proseguir en la marcha hacia el progreso y los esfuerzos destinados a modificar la realidad y recomiendan su utilización a la autoridad. Que provea ciertas justificaciones a la actividad del capitalismo individual le permite obtener el apoyo de las fuerzas sociales dominantes agrupadas en apoyo de dicha autoridad”.
La ideología siempre tiene su importancia, pero desde el punto de vista de la economía política se puede agregar algo más. Una moneda escasa es una moneda cara. Como el precio de la moneda es la tasa de interés, una moneda cara quiere decir que la tasa de interés es alta y esto sólo es compatible con una tasa de beneficios más elevada, ya que quienes poseen fondos líquidos decidirán invertirlos o prestarlos según el rendimiento respectivo.
En efecto, si la demanda global permanece constante, los fondos serán prestados si la tasa de interés es elevada o invertidos si la tasa de interés es más baja que la tasa de beneficios. Pero una tasa de beneficios elevada de las empresas sólo será compatible con una distribución del ingreso favorable a los empresarios, lo cual implica salarios bajos. Como el consumo, que representa el 80 por ciento del gasto en el Producto global, es superior en los sectores que constituyen el 90 por ciento de la personas que reciben los ingresos mas bajos, se deduce que la demanda efectiva será baja y la tasa de crecimiento inferior a lo que podría ser con una tasa de interés más baja. El círculo se completa de la manera siguiente: una demanda efectiva débil y una tasa de interés alta harán que la inversión sea escasa y el desempleo elevado. Vale decir que existe una clara relación entre la política monetaria, la distribución del ingreso y el crecimiento económico.
Pero la teoría cuantitativa de la moneda es errónea si se analiza con atención el rol de la moneda en la economía, lo cual permite invalidar la conclusión de la relación biunívoca entre la masa monetaria y los precios. Keynes señaló que la demanda de moneda obedece a tres motivaciones:
1. como reserva de valor, aspecto que la teoría cuantitativa no acepta ya que la ley de Say supone que todo que lo se recibe se gasta,
2. para las transacciones, lo cual es función del ingreso, y
3. para la especulación y compra de títulos, que será función de la tasa de interés.
Esto invalida la posibilidad de que la tasa de inflación sea determinada por el volumen de la masa monetaria, puesto que el motivo de transacciones solo cubre una parte de la misma y postula una idea restringida del rol de la moneda, ya que según Fisher y Friedman, como veremos más abajo, sólo se utiliza para las transacciones.
Otro aspecto importante y determinante que tiene que ver con el mundo real es que la inflación monetaria nunca es un “derrape involuntario” por parte de un gobierno que creará de la nada un exceso de moneda. Existen tres casos interesantes de inflación monetaria. Alemania en 1922, la Argentina durante la dictadura cívico-militar y el gobierno de Alfonsín y Rusia en 1990. En los tres se trata de una inflación monetaria promovida adrede.
La inflación alemana fue provocada con el objeto de no pagar la deuda de las reparaciones de la Primera Guerra Mundial, debidas por Alemania a los aliados, y la deuda interna contenida en los empréstitos del Estado para financiar dicha guerra.
En el caso argentino, se trataba de acelerar la baja de los salarios reales y a la vez favorecer a las empresas deudoras en dólares estatizando la deuda privada, lo cual llevó a la explosión de la deuda externa que todavía se está pagando.
En cuanto a Rusia, la inflación provocada entre 1990 y 1994 sirvió para que aquellos que habían comprado las empresas privatizadas licuaran gran parte de su deuda a través de una rápida devaluación de la moneda y una disminución acelerada de los salarios reales.
Además, contrariamente a lo que afirma la vulgata de Barrio Norte, la creación monetaria no depende de la “maquinita”, ya que la emisión monetaria clásica, los billetes, que los economistas denominamos M0, sólo es una parte modesta de los medios de pago. La principal fuente de creación monetaria son los bancos y lo hacen a través del crédito.
Según las normas financieras internacionales solo deben mantener reservas equivalentes al 4,5 por ciento del volumen de los créditos otorgados (según los acuerdos de Basilea III, de septiembre del 2010) o, lo que es igual, pueden prestar más de veinte veces su capital más los depósitos. La masa monetaria global (M3), que incluye además de los billetes, los depósitos y todos los otros medios de pago negociables a disposición del público, incluidos los adelantos transitorios del Banco Central al Estado y la emisión neta de deuda publica, es el referente habitual al que se refieren los monetaristas para calcular la masa monetaria.
Para dar una idea más concreta, en la Zona Euro la cantidad de billetes en circulación M0 representa el 10 por ciento de M3, que es la base monetaria de referencia. Se puede sostener sin ninguna duda que en la actualidad, el incremento de la circulación de billetes no puede explicar el incremento de los precios, ni la masa monetaria M3, por lo tanto, explicar la inflación.

Monetarismo

No obstante, los monetaristas sostienen aún que la inflación monetaria existe, pero ya no como la presentaba la teoría cuantitativa. En 1957, Milton Friedman expuso la versión contemporánea del monetarismo, que no presenta las flaquezas y dificultades de la teoría cuantitativa que hemos indicado. Para ello, sostuvo que los agentes económicos determinan su nivel de consumo a partir de su ingreso de largo plazo, que denominó “ingreso permanente”, ya que ellos lo consideran constante.
Esta es una hipótesis atendible a corto plazo y es evocada habitualmente por los economistas, ya que consideran que cuando los agentes económicos realizan previsiones sobre el futuro más o menos cercano reproducen su experiencia pasada y agregan algo más según su intuición y sus conocimientos, en general vagos, de lo que será el futuro.
Si se sigue este razonamiento se puede suponer como Friedman que si el ingreso aumenta, los agentes económicos gastarán todo lo que ganan, ya que pueden suponer, como él lo afirma, que la moneda es un velo, sin importarles que los precios aumenten, puesto que su ingreso es constante por hipótesis. Friedman postuló también que, a largo plazo, existe una “tasa de desempleo natural” y que todo intento de disminuirla con un incremento del gasto publico para crear empleos, que él asimiló a una creación monetaria, sólo se traduciría en un incremento de los precios, en inflación, por aquello citado del ingreso permanente.
La pregunta que podría hacerse el lector frente al razonamiento de Friedman es: ¿por qué los agentes económicos que reciben dinero no “ahorran”?
La respuesta está en la misma teoría económica neoliberal, puesto que en la economía que imagina Friedman todos los recursos están empleados, no sólo los disponibles sino también los que podrían crearse, lo que quiere decir que, por sus hipótesis, la economía que se describe es lo que Schumpeter llamaba un “flujo circular”, es decir, una economía que sólo se reproduce a sí misma. Por eso mismo, la teoría deja que desear, ya que parece difícil imaginar una razón, por insólita que fuere, por la cual un gobierno incrementaría el gasto público cuando la economía está en una situación de pleno empleo o alcanza su tasa de desempleo natural.
Phillips, un economista neocelandés, analizando un período de 90 años, en Inglaterra, desde 1867 a 1957, observó que los períodos donde existen precios estables presentaban tasas de desempleo elevadas y que las fases de precios en alza correspondían a períodos de desempleo bajo, en ciertos casos igual a cero. Pero esta evolución no era el resultado de una expansión o una contracción de la masa monetaria, lo cual relativizaba e invalidaba la tesis monetarista. Friedman había sido lo suficientemente sagaz para postular que la tasa de desempleo natural se verificaba en condiciones estables, lo cual no es precisamente lo que caracteriza ese período, y en el largo plazo, con lo cual se hacía difícil de demostrar lo contrario.
Ciertos economistas no tuvieron su lucidez y postularon que a corto plazo existe una tasa de desempleo compatible con una inflación baja o igual a cero, e inventaron un concepto llamado Non-Accelerating Inflation Rate of Unemployment (Nairu), vale decir, la tasa de desempleo que no acelera la inflación. Este es el fundamento moderno de las políticas de los “ajustes”, ya que se postula que a corto plazo existe una alternativa entre inflación y empleo.
Puesto que, por hipótesis, la expansión del empleo vía el gasto público produce inflación, una contracción del gasto debería permitir disminuir el incremento de los precios, pero aumentando el desempleo. E inversamente, un incremento del gasto público permitiría disminuir el desempleo, pero no más allá de la tasa de desempleo natural, y provocaría después inflación.
La pregunta del millón es cuál es la tasa de desempleo natural.
Durante toda la década de los noventa, la OCDE y ciertos organismos de estudios económicos trataron de calcular el Nairu, pero los resultados fueron desastrosos. No sólo el célebre concepto era diferente según los países, sino que variaba en el tiempo, de 10 al 8 por ciento, de 12 al 6 por ciento. Cuando se leen las declaraciones de los economistas propietarios de las consultoras de la city de Buenos Aires, se deduce que debe rondar, hoy en Argentina, alrededor del 15 por ciento. Es dudoso que hayan calculado el Nairu argentino y de todas formas semejante nivel de desempleo es absurdo.
En 2004, Alan Greenspan, el entonces presidente de la Reserva Federal, con su política de expansión monetaria, sin inflación, logró, en los Estados Unidos, bajar el desempleo al 4 por ciento, vale decir, obtener un casi pleno empleo, lo cual hizo que el Nairu se dejara de calcular y que fuera olvidado en el limbo friedmaniano.
Anna Schartz, la colaboradora histórica de Friedman, excedida por la torpeza de los monetaristas en la defensa de las tesis del maestro, sostuvo entonces que si las mediciones del Departement of Commerce no mostraban ninguna inflación era porque el cálculo no integraba el incremento de los precios de los activos financieros. Si se incluía el precio de las acciones y otros valores, se vería que el dinero excedente creado por Greenspan no había servido para comprar bienes sino acciones. ¡Sí!, como sostenía Keynes, la expansión monetaria sirve también para comprar activos financieros y no sólo para realizar transacciones.

El ajuste

Milton Friedman introdujo innovaciones teóricas que permitían soslayar las críticas a las cuales fue sometida la teoría cuantitativa de la moneda, pero mantuvo sus conclusiones, a saber: la masa monetaria explica el nivel de los precios. Inclusive sostuvo que, en parte, la magnitud de la crisis de 1929 había sido el resultado de la incuria del Estado, que había bajado las tasas de interés, pero sin aumentar la masa monetaria, lo cual explicaba la deflación y la crisis. Friedman pretendía que en condiciones de libre competencia, si la demanda de moneda excede las necesidades de los agentes económicos hay inflación, pero si la cantidad de moneda es insuficiente, hay deflación y recesión.
En lo fundamental, la teoría friedmaniana proponía en realidad el abandono de las políticas económicas discrecionales, ya que todo lo económico podía resolverse a través del “mercado”, que fijaba la tasa de interés sin que mediaran las decisiones administrativas del gobierno. El mercado podía por sí mismo establecer equilibrios óptimos, idea también desarrollada por la teoría de los mercados eficientes, cuyos resultados se vieron en 2008. Si la tasa de crecimiento era baja, la tasa de interés bajaba, lo cual permitía un incremento de la demanda de dinero y un incremento de la tasa de crecimiento e inversamente. Pero en las economías contemporáneas, el que fija la tasa de interés es el Banco Central.
La experiencia de la aplicación de estos principios del monetarismo en Inglaterra por parte de Margaret Thatcher fue funesta, cosa que Friedman admitió sin dificultad, pero explicó que se debía a la incompetencia de los economistas del Banco de Inglaterra para aplicar su teoría. Lord Nicolas Kaldor, profesor del King’s College, de Cambridge, en su libro The Scourge of Monetarism señaló con ironía que las teorías monetarias funcionales deberían ser más simples, de tal suerte que pudieran ser aplicadas por economistas tan incompetentes como los del Banco de Inglaterra. Y agregó que como nadie sabía medir la masa monetaria M3, era más sencillo fijarse otros objetivos más fáciles de medir, como el pleno empleo de la fuerza de trabajo.
No por este fracaso los monetaristas se dieron por vencidos. Esta historia no puede terminarse con un final feliz, que dicho sea de paso existe raramente en economía ya que, si así fuera, los economistas ortodoxos se quedarían sin trabajo, aunque los trabajadores desempleados serían menos numerosos.
La Gran Recesión en 2008 volvió mostrar que la creación monetaria y el gasto público no producían inflación, ni en Estados Unidos ni en Europa y que en algunos casos, como en Japón, permitían superar la deflación que dura desde hace 15 años. Martín Feldstein, un economista monetarista, profesor de la Universidad de Harvard, presidente del Council of Economic Advisers de Ronald Reagan entre 1982 y 1984, en un largo articulo publicado en el 2013, “Why Is US Inflation So Low”, acaba de conceder que la Reserva Federal de los Estados Unidos emitió moneda por un valor de 2 billones (millones de millones) de dólares, “10 veces más que en promedio durante la década precedente”, sin que se les moviera una pestaña a los precios al consumidor. “¿Cómo puede ser que imprimiendo tanto dinero, la inflación sea tan baja?”, pregunta. Feldstein sostiene que la compra de activos tóxicos permitió a los bancos recomponer sus reservas, que fueron depositadas en la Reserva Federal, lo cual indica que no hubo tal gasto, pero vaticinó que en un futuro, más o menos cercano, vaya uno a saber por qué, la inflación reaparecerá.
La realidad es manifiestamente otra, puesto que ese dinero permitió no sólo sostener al sistema financiero y los bancos en quiebra, sino también, y sobre todo, fue gastado por la administración Obama en múltiples proyectos, como el nuevo sistema de salud, los subsidios a la educación pública y los planes de alimentos para los pobres, que permitieron a la economía salir de la recesión.
En los Estados Unidos el ingreso global aumentó y el desempleo disminuyó. Sin duda, los economistas keynesianos hubiéramos propuesto gastar más y mejor para sostener la demanda y menos en los bancos, pero la economía norteamericana salió provisoriamente de la Gran Recesión gracias a la política monetaria “discrecional”, mientras que en los países europeos que aplicaron una política presupuestaria restrictiva, impuesta por Angela Merkel, están en recesión
* Bruno Susani, ex consejero regional de Ile de France (Grupo Socialista).
Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de París