miércoles, 30 de abril de 2014

Hablas de mi y no sabes quién soy - Nuevas correrías del Observatorio Social de la UCA (OSO)

 Por Artemio Lopez

 

Los índices privados de pobreza, con el elaborado por la Universidad Católica (UCA) a la cabeza, son utilizados por el discurso opositor como verdad estadística que, sin embargo, distan bastante de la realidad y carecen de un mínimo aceptable de seriedad técnica.

 

Leo García - Tesoro


Ya señalamos oportunamente cuando se afirmaba que la pobreza superaba el 35% que la utilización del discurso opositor bajo el formato estadístico es otro fetichismo de estos días sin oposición político-partidaria sólida. Una de las más prolíficas en visibilidad en medios opositores advierte sobre la evolución de la pobreza reciente y puebla habitualmente diarios y revistas que adversan al gobierno nacional.

Es “la Iglesia” la que hoy divulga cifras de pobreza generadas en la universidad privada UCA, aprovechando el imaginario que supone a la institución católica “comprometida con los que menos tienen” y el impulso adicional que, según suponen, se sucede tras la asunción del papa Francisco. Marketing celestial, pero arbitrario y contradictorio, veamos su extravagante periplo.



En noviembre de 2011, el Observatorio de la Deuda Social de la UCA le hacía decir al diario opositor La Nación: “Un cóctel preocupante de pobreza, inseguridad, riesgo alimentario, empleo precario y déficit de viviendas envuelve a gran parte de los 12,8 millones de personas que viven en el área metropolitana de Buenos Aires, formada por la Capital Federal y treinta municipios aledaños”.

Así lo reflejaba un informe de Cáritas, brazo social de la Iglesia, y el Observatorio de la Deuda Social, que señalaba que el 34,9% de la población, unos 4,4 millones de personas en esa área metropolitana, vive bajo la línea de pobreza.

Señalábamos en 2011 al respecto: "Se conoció recientemente en la tapa de un importante matutino nacional un estudio sobre pobreza realizado en el área metropolitana de Buenos Aires, formada por la Capital Federal y treinta municipios aledaños, donde residen 12,8 millones de personas. Fue presentado por Cáritas, el brazo social de la Iglesia, y realizado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina. El estudio afirma que actualmente, en esa región metropolitana, el 34,9 por ciento de la población residente es pobre por ingresos.

"El brazo social de la Iglesia se equivoca. Erraba en 2009 cuando insistía en que la pobreza era del 30,9%, y seguía equivocándose en 2011 cuando suponía que haía trepado cinco puntos adicionales tras descenso en el desempleo y fuerte crecimiento del lapso 2009-2011."

"Es 'la Iglesia' la que divulga cifras de pobreza generadas en la universidad privada UCA, aprovechando el imaginario que supone a la institución católica 'comprometida con los que menos tienen' y el impulso adicional que, según suponen, se sucede tras la asunción del papa Francisco.”

Seis meses después, el mismo Observatorio Católico privado le hacía publicar al mismo matutino opositor: “Contra lo que dice el INDEC y pese al crecimiento a ‘tasas chinas’ de los últimos años, casi el 22% de la población vive aún bajo la línea de pobreza, con un ‘núcleo duro’ de indigencia del 5,4%”.

Sostuvimos entonces que, al contrario del informe anterior del Observatorio Católico privado que mostraba un nivel de pobreza delirante del 34,9%, no existía ningún ejemplo planetario de reducción tan drástica de la pobreza en tan corto lapso como el que señalan ahora los informes de la UCA que la ubicaban en el 22%: ¡Una baja en la pobreza del 34,9% al 22% de la población en un semestre!

Trece puntos de pobreza menos en seis meses. Según el Observatorio privado en aquel semestre abandonaron la pobreza  5,2 millones de personas. A razón de 860 mil pobres menos por mes, 28.600 por día, 1.192 por hora, casi veinte por minuto. Medalla de Oro Olímpico en baja de la pobreza. Si fuera cierto, pero !ay! Tampoco lo fue.

Nos enteramos luego que según la misma entidad vinculada a la UCA, que la pobreza volvió a trepar de manera apabullante.

Se leía entonces en el opositor matutino Clarín, que le asignaba su tapa catastrófica al informe: Según un relevamiento de la Universidad Católica, a finales de 2012 la pobreza alcanzaba a unos 11 millones de personas, el 26,9% de la población.

Esto suponía que en seis meses nuevamente la pobreza había crecido, esta vez cinco puntos, cifra módica respecto a los barquinazos que nos tiene acostumbrado el Observatorio de la UCA. Se trataba de dos millones de personas adicionales respecto al último valor informado por el mismo Observatorio privado a mediados del año 2012, donde decían que había caído 13 puntos respecto a la medición del mismo Observatorio Católico de un semestre anterior.

Ahora mismo se señala una nueva suba en la pobreza y se fija la indigencia en 5,5% en el mismo momento en que el mismo Juan Carr y un grupo de expertos afirman que uno de cada 22 argentinos es indigente, esto es el 4,5% de la población un 25% por debajo de los valores de la UCA.

Hay inconsistencias tan notables en el nivel de incidencia de la pobreza e indigencia que informa el estudio que hasta pareciera increíble que se las propale sin medir las consecuencias políticas que supone que una institución de connotación religiosa distorsione datos sobre cuestiones tan sensibles a la comunidad como los niveles de pobreza. Veamos las pifias más de cerca.

Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina, consultora opositora, vinculada con la universidad privada UCA, existen hoy un 27,5 por ciento de pobres. Esto es un nivel similar de pobreza que el de 2006, más precisamente la existente en el segundo semestre de aquel año, cuando la pobreza, según el impoluto INDEC de entonces, ascendía a 26,9% por ciento a nivel nacional.

En ese momento concurrían cuatro factores que, analizados en conjunto, desbaratan de raíz el cálculo falaz del Observatorio de la Deuda Social.

El 6,4 por ciento de desocupación de hoy contrasta con el 8,7 en 2006, en tanto el subempleo se ubica hoy dos puntos por debajo de los niveles del año 2006.

El trabajo informal, hoy del 34 por ciento, en 2006 llegaba al 44,5%

Hoy existe la Asignación Universal por Hijo, que transfiere el equivalente al 25% del total de ingresos de hogares beneficiarios, cuando en 2006 no existía.

Existen hoy 2,7 millones de nuevos jubilados el equivalente al 45,5% del total de la base previsional y en el año 2006 se lanzaba la moratoria se habían incorporado apenas 400.000.

Apoyada por las cifras de la universidad privada UCA, tendríamos los mismos niveles de pobreza que en el segundo semestre de 2006, cuando se observaba un 30% más de desempleo abierto y trabajo informal que en la actualidad y aún no existía la Asignación Universal por Hijo y 2,2 millones menos de ciudadanos cubiertos por el sistema previsional.

Un disparate por donde se lo mire que, sin embargo, se propala con furia por el sistema de medios opositores en busca de cubrir con ello el gran bache que supone no disponer de una oposición político partidaria que tenga chances de unificarse para ser competitiva de cara a las elecciones del año próximo. Lástima grande, conmueve (poco) tanto ruido de medios.
Fuente: Telam

martes, 22 de abril de 2014

Las patadas en el alma


El sábado pasado, los vecinos del barrio de Once lograron frenar un linchamiento, irónicamente un día antes del Domingo de Resurrección, y mientras se celebraba, a pocas cuadras de allí, el día de San Expedito, patrono de las causas justas y urgentes.



La violencia que sufrió ese joven parecía la relatada en el Vía Crucis cuando Jesús cae varias veces en su camino hacia la cruz, aunque esta vez se trataba de alguien que había robado una cadenita, con la particularidad histórica de la presencia de un poderoso relato que esfuma la idea del “victimario” y fomenta el espíritu heroico de los que atacan violentamente a quien comete un hurto menor.

El sábado a las cuatro de la tarde, el barrio de Once vivía la tradicional celebración a San Expedito, como todos los 19 de abril, en la Parroquia Nuestra Señora de Balvanera. Miles de personas de todo el país, especialmente de la Capital Federal y el Conurbano bonaerense, hacían cola para ver al Santo, presenciaban las misas o recorrían los puestos en donde se vendían estampitas, velas, altares, y todo tipo de objetos religiosos. Muchos de los presentes asistieron además porque el espíritu religioso aflora durante Semana Santa, que recuerda el calvario que vivió Jesucristo hacia su destino en la cruz, su muerte y su resurrección. Pero las ironías del destino quisieron que a unas cuadras de allí, un arrebatador, con una cadenita en la mano, fuese una nueva víctima de esa particular y violenta idea del linchamiento.

Hace unos días el Papa Francisco había dicho que “sentía las patadas en el alma” cuando recordó la brutal golpiza a la que un joven de Rosario, David Moreira, se vio sometido por robar una cartera. Esta vez, cuando el ladrón fue interceptado y tumbado en seco por un hombre que lo perseguía, las patadas en la cabeza que recibía por parte de su perseguidor, junto a dos hombres más y una nenita de buzo rosa, de unos seis o siete años, retumbaban sobre el asfalto de la calle Bartolomé Mitre casi en su intersección con Paso. La escena duró hasta que el llanto de quien había robado una cadenita que arrojó al piso -como una especie de pedido de misericordia-, fue interrumpido por decenas de personas que se acercaron al ladrón para impedir que lo muelan a golpes.
"A veces, el mensaje estigmatizador que determina morales y buenas costumbres según el barrio y/o la clase social, se torna irónicamente contradictorio."

La nena desapareció de la escena -quizás, feliz de haber participado en ese episodio tan comentado en la televisión-; y los tres hombres interrumpieron ese placer cuasi criminal en el que estaban absortos al ser tratados por la gran mayoría de transeúntes como “asesinos”, acusación que parecía contradecir el espíritu heroico del que se sentían dueños. Entonces el ladrón volvió a correr, ya sin su botín, para salvarse de la paliza.

A la media cuadra fue tumbado nuevamente, pero esta vez no fueron los gritos de todos sino una joven de veintitantos años la que puso el cuerpo para que dejen de golpear a ese desconocido cuyo mayor pecado había sido cometer un hurto menor. Aturdidos los linchadores, asustado el delincuente, esa situación violenta se tornó un debate callejero que protagonizó la chica que, entre los nervios improvisados de una escena tan repentina como brutal, les pedía que comprendan que es “uno de nosotros”. (“Un ser humano”, explicó luego, puesto que los violentos parecían no captar su mensaje).

“Hijos de puta como este pueden matar a mi vieja”, se justificaba uno de ellos, como si ese potencial fuese tan certero que la fuerza real de la violencia puede ser ejercida. Y que quede claro: el chico era considerado un asesino en potencia sólo por el hecho de haber robado una cadenita. (Y, seguramente, por la discriminación a la que se vio sometido por ser morocho, usar zapatillas deportivas y gorra; un trío estético que define el estereotipo más estigmatizante).

Entre todos los presentes que buscaban su lugar en el debate callejero, una señora mayor, de nombre Ramona, los trataba tan enojada de “asesinos” y “criminales”, que un hombre de grandes dimensiones, al grito de “vieja de mierda, seguro que vos también sos delincuente”, intentó pegarle un sopapo que la mujer, con enorme dignidad, frenó inmediatamente. “Nosotros no tenemos derecho a sacarle la vida a nadie”, decía entre lágrimas luego de ser contenida por tres personas que evitaron que salga herida.

A los cinco minutos llegó la policía y demoró al joven, porque para eso existen las fuerzas de seguridad. Y lentamente todos aquellos que presenciaron el hecho, desde familias enteras hasta viejitos solos, señoras con las bolsas del supermercado o con la figura de San Expedito en la mano, volvieron a sus rutinas habituales, pero con esa escena dolorosa para contar, casualmente el sábado de Semana Santa.

Sería un exceso suponer que los métodos violentos de esa supuesta defensa ciudadana son parte de un dispositivo mediático que hipnotiza a las masas y las lleva a cometer las mayores atrocidades, como por ejemplo, moler a golpes a un simple ladronzuelo: la heterogeneidad de los relatos que circulan en las cotidianidades excede toda explicación determinista. Pero sería también imposible suponer que, en esas historias, el punto de vista de los medios de comunicación no forma parte del mensaje. Y los linchamientos han sido últimamente alentados con gracia por algunos de ellos, especialmente cuando sugieren tácitamente que la figura del “victimario” no existe cuando el golpeado es un ladrón, morocho, usa gorra y, peor aún, es adolescente.

Pero la manera en que los receptores captan ese mensaje puede adoptar formas diversas: en Palermo, cuando un delincuente fue linchado, fueron mayoría los golpeadores y sólo la policía, que llegó 25 minutos después, logró frenar la violencia. En el barrio Once, muy cerca de la parroquia en donde se veneraba al santo popular de las causas justas, fueron los propios vecinos los que impidieron la golpiza: a veces, el mensaje estigmatizador que determina morales y buenas costumbres según el barrio y/o la clase social, se torna irónicamente contradictorio.
Fuente:Telam

miércoles, 16 de abril de 2014

El lugar de las minorías

 ROBERT BURT, LA RELACION OPRESOR-OPRIMIDO Y UN NUEVO ORDEN SOCIAL
Es profesor en la Facultad de Derecho de Yale. Su trabajo académico parte de esa disciplina y se combina con la historia, la sociología, el psicoanálisis y la medicina para indagar cómo las normas impactan en la sociedad. Dice que los momentos en los que ciertos grupos logran emanciparse son sólo intervalos de una estigmatización que no cesa. Negros, mujeres, gays e hispanos en la sociedad estadounidense.

Por Patricio Porta

A lo largo de la historia existen momentos en los que ciertos grupos estigmatizados logran emanciparse o sortear la subordinación. Sin embargo, estos momentos son intervalos entre episodios recurrentes de nuevas degradaciones. Este es el tema principal de “Orden social y mentes desordenadas”, el trabajo que el profesor estadounidense de la Escuela de Derecho de Yale Robert Burt presentó recientemente en Buenos Aires, invitado por la Universidad de Palermo. Su apuesta es quebrar la relación opresor-oprimido para crear un nuevo orden social y que los momentos de emancipación se conviertan en la norma.
En diálogo con Página/12, Burt explicó que desde la guerra revolucionaria –que liberó a Estados Unidos del dominio de Gran Bretaña– hasta la actualidad, los afroamericanos, las mujeres y los gays fueron los que lograron el reconocimiento legal de sus derechos y convulsionar parcialmente el orden jerárquico establecido. Si bien el sistema judicial contribuyó a cambiar parcialmente el estatus de estas minorías –y la percepción social mayoritaria hacia ellas–, sostuvo que la verdadera transformación se producirá cuando los opresores comprendan que también son víctimas de la opresión que promueven.
–¿Qué cambios se produjeron en los últimos 50 años para que Estados Unidos tenga hoy un presidente negro? –El momento clave es la decisión de la Corte Suprema de Justicia en el caso Brown contra el Consejo de Educación en 1954, que declaraba inconstitucional la segregación racial en las escuelas del país. Esto tuvo un impacto profundo, particularmente en los estados del sur, y rompió las barreras que habían sido impuestas entre negros y blancos. La gente del norte no entendía cómo los blancos del sur podían sostener esta situación. La educación estaba segregada y la humillación hacia los negros era constante. Pero esto cambió en los ‘60. Primero con la Ley de Derechos Civiles de 1964, que terminó con la discriminación en lugares públicos y que cortaba la asistencia federal a los colegios que mantenían la segregación. La Corte obligó al Congreso a hacer esto porque había una empatía con el reclamo del movimiento negro. Los senadores de los estados sureños, sobre todo, practicaban el filibusterismo para extender el debate y evitar la votación. Todas las votaciones se perdían porque sumaban a todos los senadores de los antiguos estados confederados. Pero de pronto, por primera vez, el filibusterismo fue derrotado en la Ley de Derechos Civiles. Un año más tarde, en 1965, se aprobó el derecho a voto. Esta lucha explica el camino de Obama a la presidencia.
–Sin la lucha por los derechos civiles, Obama nunca podría haber llegado a la Casa Blanca. –Los negros tenían miedo. Era un miedo genuino. Era la época del Ku-Klux- Klan, que quemaban cruces y atacaban a los negros cuando desobedecían mínimamente el orden establecido. Un hombre negro podía ser asesinado por el solo hecho de mirar a una mujer blanca. El sur de Estados Unidos era un lugar horrible para vivir, aunque parecía tranquilo. En 1955, cuando Rosa Parks se niega a ir a la parte de atrás del colectivo, se produce la irrupción del movimiento por los derechos civiles. No sólo estaba la Corte para impulsar esos cambios, sino el movimiento negro que hacía oír su voz en las calles. Martin Luther King era partidario de una lucha no violenta, pero otros dentro del movimiento decían que esa estrategia no funcionaba y eso asustó a mucha gente. Pese a todo, la sociedad se iba abriendo. Las universidades, como Yale, Harvard y Princeton, reservaron vacantes para estudiantes negros. Antes, un negro no podía estudiar Derecho en Texas y tenía que mudarse a Oklahoma, donde los cursos estaban divididos entre blancos y negros. Y eso explica el porqué de Obama. Es un hombre muy inteligente que fue un estudiante destacado. Pero antes de 1954 nadie se hubiera fijado en alguien como él. Por su propia biografía, al ser hijo de un matrimonio mixto, tiene un manejo extraordinario de las relaciones entre negros y blancos y pudo despejar el temor de los blancos al Black Power.
–Del movimiento por los derechos civiles a la campaña por el matrimonio igualitario se observa la lucha y el empoderamiento de las minorías. ¿Qué papel juegan éstas en la sociedad norteamericana? –La Corte ha jugado un papel facilitador para atender estas demandas y la presión de estos grupos. Hasta 1954, la Corte no estaba interesada en suprimir el orden establecido. Alguien me preguntó por qué se produjo ese cambio. La respuesta es que no tengo idea, pero es maravilloso. Felix Frankfurter, que era defensor del orden opresor, era el único miembro de la Corte que no estaba de acuerdo con este giro. El consideraba que el patriotismo y el respeto a la autoridad eran extremadamente importantes y que no había diferencia entre cristianos y judíos, blancos y negros, hombres y mujeres. Lo cual no tiene sentido. En 1943, la Corte argumentó que era inconstitucional obligar a los estudiantes a saludar a la bandera y jurar lealtad al país porque iba en contra de la Primera Enmienda, que consagra la libertad de culto y de expresión. Este es un cambio fundamental. Esta decisión fue tomada en medio de la Segunda Guerra Mundial y en plena ola de patriotismo. A partir de ese momento, la Corte comenzó a escuchar los reclamos de las minorías.
–¿Cómo se resuelve entonces el conflicto de intereses en una sociedad diversa? –Ese problema no está resuelto. Sigue habiendo hostilidad hacia los negros. Pero ahora es hacia los negros que son pobres. Jesse Jackson se había presentado en las primarias en los ’80 pero nadie parecía prestarle atención. En cambio, cuando Obama apareció en escena, casi veinte años después de Jackson, lo tomaron en serio. Uno de los mayores retos cuando buscaba la nominación por el Partido Demócrata en las internas era el caucus de Iowa, un estado en donde casi no hay negros. Recuerdo que un alumno afroamericano me contó que su padre, un distinguido profesor universitario, le decía que Estados Unidos era un país profunda e incurablemente racista. Pero Eric, el alumno en cuestión, estaba en desacuerdo. Al día siguiente de las primarias en Iowa, Eric recibió un llamado de su padre: “Iowa es un estado asombroso. Un estado blanco votando a un hombre negro para presidente. Estaba equivocado, tenías razón. Aún hay racismo en nuestra sociedad y lo sabés. Pero hay esperanza de que haya una cura. No reconozco este país, es muy distinto al que conocí. Así que vos vivís en un país distinto, sos un afortunado”. Hay muchos problemas sin resolver. No es una sociedad abierta a los negros, a los convictos. No estamos en el paraíso. Pero es un país mucho mejor que décadas atrás, casi irreconocible.
–En su trabajo “Orden social y mentes desordenadas” usted afirma que hay momentos emancipatorios en los que algunos grupos consiguen liberarse de la estigmatización, pero que éstos no son definitivos. ¿Por qué? –En la historia estadounidense hay tres momentos en que el orden establecido explotó. La guerra revolucionaria destruyó el control de la época colonial. La consecuencia no fue un nuevo orden, sino que la sociedad vivía sin un orden determinado, porque todo había estallado y nada estaba en su lugar. Había mucha incertidumbre, tanto para los grupos mayoritarios como para los oprimidos. La legislación esclavista del antiguo orden era extremadamente opresora. De pronto, los esclavistas se dieron cuenta de que tenían algo en común con sus esclavos. No era consistente la opresión, aunque distinta, que habían experimentado antes de la revolución. Hubo un compromiso para liberar a los esclavos, tal como sus dueños se habían liberado durante el proceso revolucionario. Pero pasaron 30 años hasta que los estados del norte abolieron la esclavitud. Es mucho tiempo. Estos estados no volvieron a modificar el estatus de los esclavos, pero tampoco se preocuparon por lo que sucedía en los estados del sur, muy conservadores, donde los negros seguían siendo esclavos. Y muchos esclavos del norte fueron enviados al sur. Por eso los momentos emancipatorios no son definitivos.
–¿Cuál era la situación de los pueblos originarios durante la revolución? –Luego de la revolución, en vez de matar a los nativos, se decidió asimilarlos a la sociedad blanca y se firmaron tratados con ellos. Esto fue hasta la época de Andrew Jackson, que fue el primer presidente que no perteneció a la generación de los padres fundadores, como Washington o Jefferson. Jackson cambió la actitud hacia los nativos y comenzó a matarlos. Los despojó de sus tierras y emprendió un genocidio. A finales del siglo XIX, cerca del 80 por ciento de los indígenas había sido asesinado. Durante la guerra civil se produjo otra erupción. Los estados del norte decidieron luchar contra los del sur, pero no por la esclavitud sino por la unión. Durante la guerra, que comenzó en 1861 y terminó en 1865, se perdieron muchas vidas. Fue la guerra más sangrienta que vivió el país, en la que más civiles estadounidenses murieron, más que cualquier otra. Después de la guerra revolucionaria, los estados se habían unido voluntariamente, pero la guerra civil significó una integración forzada de 11 estados. Esta situación modificó dramáticamente el carácter de la sociedad, su impacto fue mayor que el producido luego de la guerra de independencia. Nuevamente hubo incertidumbre. Se esperaba un nuevo orden. En ese momento resurgió la empatía por los más débiles, los oprimidos, como los negros. Inmediatamente se produjo otro momento emancipatorio, cuando se aprobó la Constitución de 1865, que abolió la esclavitud, garantizó la ciudadanía para todos los esclavos liberados y la misma protección para todos. Este fue un cambio tremendamente importante. Después de la guerra civil, también cambió la estructura económica. El país se organizó a través de un sistema capitalista y comenzó entonces la lucha entre el capitalismo y los trabajadores. La Corte estaba del lado de los capitalistas, trataba de contener cualquier revuelta de los obreros. Todo esto para mantener el nuevo orden. Pero una vez que Franklin Roosevelt llegó a la presidencia, renovó la Corte y las cosas comenzaron a modificarse. Los jueces asumieron un nuevo rol al proteger especialmente a las minorías y a los trabajadores.
–¿Cómo impactó este cambio de la Corte Suprema en las minorías? –La Justicia tenía que proteger más agresivamente a las minorías de los prejuicios de la mayoría. Eso lo dijo Harold Hitz Burton, que fue presidente de la Corte entre 1945 y 1958. Pero esta idea estaba inspirada en los grupos religiosos minoritarios, no en los negros, en las mujeres o en los gays. De los momentos caóticos o de desorden emerge la empatía por los grupos oprimidos, que dura cierto tiempo, pero no para siempre. Por otro lado, si bien los negros y las mujeres no son completamente libres, su situación cambió radicalmente después de 1954. Por ejemplo, las mujeres debían permanecer en el hogar, ser madres, estudiar para ser maestras, enfermeras, pero nunca para ser directoras, doctoras o ser la cabeza de una compañía. Cuando me gradué, había sólo tres mujeres en mi clase y a nadie le parecía raro. Ahora hay más mujeres que varones en las universidades. Pasa lo mismo en Argentina, donde tengo entendido que son más de la mitad.
–En 2003, la Corte derogó la ley que criminalizaba las relaciones entre personas del mismo sexo en Texas. Ese fue un caso paradigmático para el colectivo lgbt en Estados Unidos. –Sí, la Corte dijo que esa ley violaba la Constitución por criminalizar a los adultos del mismo sexo que tenían relaciones sexuales en la privacidad de sus hogares. En 1986 la Corte sostenía que no había en la Constitución ningún elemento que aprobara o protegiera las relaciones entre dos personas del mismo sexo, que los homosexuales eran de una naturaleza diferente. En opinión de la Corte, por 5 votos a favor y 4 en contra, se criminalizó este tipo de relaciones. En 2003, en el caso Lawrence vs. Texas, la Corte revisó el fallo de 1986 y reconoció que fue un error en su momento.
–Esta decisión fue clave para comenzar la lucha por el matrimonio igualitario en todo el país. –Ahora hay 18 estados que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo. Hasta hace cuatro años, los abogados por los derechos lgbt se mantenían fuera de las Cortes federales porque creían que la Corte no extendería los derechos de esta minoría. Por eso luchaban estos casos en cada Corte estatal. Seis meses después del fallo de 2003, la corte de Massachusetts declaró que la Constitución estatal estaba más abierta a las minorías que la Constitución federal. Según la interpretación de la Constitución de Massachusetts –porque modificarla es virtualmente imposible–, el estado debía garantizar el derecho al matrimonio a las parejas del mismo sexo. Hago énfasis en el caso de Massachusetts porque demuestra que no es imposible. En Utah, Oklahoma y Virginia las cortes estatales están estudiando estos casos. Ante el silencio de la Corte Suprema, el trabajo lo están haciendo las cortes de cada estado. Si el tema llegara a la Corte Suprema, no sé cuál sería la votación.
–¿Por qué en un estado de derecho parece tan difícil llevar a la práctica el concepto de igualdad? –La palabra igualdad es curiosa. Si tomamos en cuenta el matrimonio gay, el concepto de igualdad, en uno de sus sentidos, supone tratar a todos de la misma forma. ¿Pero el matrimonio gay es lo mismo que el matrimonio heterosexual? Bueno, no lo es. El matrimonio heterosexual es entre un hombre y una mujer. Y el matrimonio gay es entre dos hombres o entre dos mujeres. Es un asunto complicado. El matrimonio gay busca la igualdad, pero no la libertad. Las personas que no creen en el matrimonio gay pueden decir: “Hagan lo que quieran, tengan sexo con un perro si quieren, pero no me pidan que celebre su matrimonio”. Las parejas gays le piden a la Corte que les otorgue el mismo estatus que a las parejas heterosexuales. Pero la Corte sabe que no puede hacer eso y es porque lleva tiempo cambiar la mentalidad de la gente. Pensemos en Utah, un estado mormón.
–Sí, pero lo que se discute en ese caso es la posibilidad de obtener los mismos derechos en el marco de una sociedad secular y de una Constitución que reivindica la igualdad legal de todos sus ciudadanos. ¿No cree que la Corte puede ayudar a acelerar ese cambio de mentalidad, como lo hizo en su momento con los derechos de los afroamericanos o las mujeres y la cuestión del aborto? –Sí, si la Corte toma una posición favorable, que es lo que debería hacer, también puede contribuir a un cambio de mentalidad. Y es que estamos cerca de un nuevo orden. La mayoría de mi generación aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero tu generación está abrumadoramente a favor. En Estados Unidos, la mayoría está a favor. Cuando tengas 75 años, la mentalidad de toda la sociedad habrá cambiado. ¿Pero hay que esperar tanto? No lo creo, aunque hay que darle tiempo. Con esto no digo que las parejas gays sean completamente diferentes de las heterosexuales, pero la igualdad no te lleva a la libertad. Lo que te lleva a ese camino es el respeto por la igualdad, y eso se llama democracia.
–¿Cómo cree que los derechos lgbt o de otras minorías pueden contribuir a liberar al resto de la sociedad? –En la relación entre opresores y oprimidos, los opresores experimentan la opresión como los oprimidos. Parece algo cínico al decirlo. Los blancos del sur están tan oprimidos como los negros del sur. Pero esto no significa que debamos sentir simpatía por los opresores blancos. Lo que quiero decir es que a los blancos les costó mucho mantener una relación de subordinación con los negros. Es un desgaste psíquico. Lincoln decía que había que liberar a los esclavos para garantizar la libertad de los hombres libres. Los opresores tienen que entender que es por su propia integridad –la opresión los lastima– que se deben derribar esos muros. Una de las formas de que lo entiendan es que la Corte Suprema regule esta confrontación de una manera pacífica. Se deben suprimir las políticas que puedan ser herramientas para perpetuar esa opresión. ¿Pasa todo el tiempo? No. ¿Pasa fácilmente? No. ¿Es un cambio rápido? Nunca. Pero sucede. Pasa con los negros, con los gays, con las mujeres.
–¿Piensa que la relación entre opresores y oprimidos se dirime en términos legales, más allá de la norma cultural dominante? –Sí. De hecho, no mencioné la situación de otro grupo oprimido: los trabajadores. La Corte Suprema no ayudó a resolver ese problema. La bota está en el cuello de los trabajadores, porque Estados Unidos tiene problemas económicos serios, relacionados con la competitividad. Pero esto se puede sortear en parte por la opresión de los capitalistas sobre los trabajadores. La Corte ha jugado un papel negativo a la hora de regular estas relaciones.
–Algo parecido ocurre con los inmigrantes. –Se los deshumaniza y se les niega la ciudadanía. Lo mismo que pasaba con los negros. ¿Qué hacemos con los mexicanos o los guatemaltecos? Primero hay que reconocer que son grupos oprimidos. La Corte Suprema debe derribar el estatus del inglés como única lengua nacional y reconocer el español. Es un mundo competitivo, de flujos migratorios y movimiento constante. Mi opinión es que se les debe dar la ciudadanía. Es un mundo globalizado. Lo que pasa en Crimea, por ejemplo, puede afectar a Estados Unidos. Hace 70 años no hubiese tenido sentido. Pero un mundo de gobernanza global sí lo tiene. Las naciones están en una posición muy débil ahora. La Corte puede hacer algo al respecto. Y también el Congreso. Los padres de los chicos que nacen en Estados Unidos deberían acceder a la ciudadanía automáticamente.
–¿Por qué dice que los convictos son el nuevo grupo estigmatizado en su país? –La tarea principal es identificar a aquellos grupos que son perpetuos perdedores. Luego se los excluye. Parece una posición extrema, pero no lo es. Cuando ves cómo se trata a los negros, ves que se les niega virtualmente su condición humana. No se les reconoce la posibilidad de existir como seres humanos. Esto es válido para los criminales y también para los discapacitados y los homosexuales, que son relegados al margen de la humanidad. El caso de las mujeres es más complicado, pero se las ve como otro tipo de humanidad que necesita ser supervisada de un modo especial. Sin embargo, y vuelvo a mi ejemplo favorito, la sociedad estadounidense eligió a un presidente negro. Nadie elegiría a una persona que está fuera de la condición humana como presidente. Nadie votaría a un perro como presidente. Entonces, hemos decidido que no todos los negros son iguales. La paridad entre negros y blancos en las cárceles se está acercando desde el año pasado. La población carcelaria ya no es sinónimo de población negra. ¿Pero cómo tratamos a los convictos en Estados Unidos? Bueno, tenemos la pena de muerte, así que los matamos. Eso es poner a la persona por fuera de la condición humana. También está esta nueva política que les niega a los presos la libertad condicional, que significa que no tenés la capacidad de asociarte o relacionarte con las personas que están fuera de las cárceles y acorde a la ley. Pero incluso si llegás a obtener la libertad condicional cada estado se asegura de que no puedas, por ejemplo, votar. Y eso, en Estados Unidos, se parece bastante a negar la humanidad de las personas.
–Después de Obama, ¿imagina un presidente abiertamente gay, o judío o mujer? –No sé qué pasará con Hillary Clinton. Pero en las primarias que ganó Obama era increíble ver que los dos candidatos del Partido Demócrata eran un hombre negro y una mujer. Admiro a Hillary Clinton, creo que es una mujer muy inteligente y que fue una gran secretaria de Estado. Lideró la reforma de salud durante la presidencia de su marido, así que creo que tiene la capacidad para ser presidenta. Quizá sea una vuelta al pasado, porque probablemente compita con Jeff Bush. Será volver nuevamente a una alternativa Clinton-Bush. Pero creo que será nuestra próxima presidenta. Por otra parte, Joe Lieberman, que es judío, fue el candidato a la vicepresidencia de Al Gore en 2000. Eso quebró una barrera. Yo soy culturalmente judío, pero no en términos religiosos. Pero él es profundamente religioso. No hacía campaña los sábados, ni atendía el teléfono, que es algo que los judíos religiosos hacen. ¿Está preparado el país para un presidente judío? Lieberman se presentó nuevamente, aunque no es mi político favorito, no es mi judío favorito. Estoy en desacuerdo con él en la mayoría de los temas. Pero Hillary se lo ha ganado. Sé que la gente puede estar un poco cansada, pero la experiencia es algo importante. Dirán que sacó ventaja por estar casada con un ex presidente. Pero fue más que primera dama.
Fuente: Página/12