2006
Si esto parece una lucha de clases y lo vemos
como una lucha de clases, entonces deberíamos llamarlo lucha de clases. Y
deberíamos volver a poner en pie la lucha de clases
El celebrado geógrafo marxista David Harvey habla con Joseph
Choonara sobre el ascenso del neoliberalismo. Harvey cuenta por qué este
proceso debe verse esencialmente como un proyecto de la clase
dominante.
El pasado mes de enero el académico afincado en Nueva York David
Harvey intervino ante un nutrido público en la London School of
Economics para presentar su último libro, Breve historia del neoliberalismo.
Con el estilo preciso que le caracteriza hizo un repaso de las tres
décadas de ataques consumados por la clase dominante mundial. Estas
acometidas, realizadas en nombre del neoliberalismo, han alentado la
polarización social, el surgimiento de nuevas elites y el
empobrecimiento de la mayoría de los grupos sociales más desfavorecidos.
Terminó diciendo: Si esto parece una lucha de clases y lo vemos
como una lucha de clases, entonces deberíamos llamarlo lucha de clases. Y
deberíamos volver a poner en pie la lucha de clases. Esta
concepción del neoliberalismo y la necesidad de combatirlo constituye la
base del nuevo libro de Harvey. Cuando nos reunimos la mañana siguiente
a su charla le pregunté por qué lo había escrito.
Este trabajo tiene dos rasgos distintivos, me dijo. En
primer lugar está la dimensión histórico-geográfica que atribuyo al
ascenso del neoliberalismo: esto es, su desarrollo desigual en el
escenario global. Creo que hay que entender que el neoliberalismo actúa
de forma distinta según el lugar y el momento histórico. No se trata de
un cambio histórico unidimensional.
El segundo aspecto tiene que ver la formulación teórica del
fenómeno, que fundamento básicamente en la noción de clase y en los
mecanismos de apropiación de la plusvalía generada por los trabajadores,
todo lo cual hoy se desarrolla dentro de un sistema capitalista
global. Siguiendo a Karl Marx, Harvey entiende que la explotación
de los trabajadores constituye el elemento definitorio de una sociedad
capitalista. Marx sostuvo que, a pesar de que los trabajadores trabajan
durante todo el día, sólo reciben en forma de salario el valor generado
durante una parte de ese tiempo. Durante el resto del tiempo los
trabajadores generan valor excedente, que pasa a manos de los
capitalistas y es la fuente del beneficio.
Parte de este beneficio puede reinvertirse en la producción,
permitiendo a los capitalistas concentraciones cada vez mayores de
maquinaria, materias primas y trabajadores. Marx lo llamó proceso de
acumulación. La fuerza motriz del capitalismo consistiría, pues, en
exprimir a los trabajadores para que generaran beneficios, los cuales
permitirían reinvertir recursos y aumentar los beneficios futuros en un
ciclo aparentemente sin fin.
Para Harvey, el neoliberalismo es una respuesta a la crisis dual que
sufrió la clase dominante a mediados de los años setenta. Por un lado
los capitalistas se encontraron con una crisis de acumulación: el
sistema capitalista estaba en situación de estancamiento y los
beneficios habían caído a tasas parecidas a las del período
inmediatamente posterior a la Segunda Guerra mundial. En segundo lugar,
la tremenda oleada de luchas obreras de los años sesenta y setenta puso
en evidencia que el poder político de la elite gobernante estaba
seriamente amenazado.
Las ideas del neoliberalismo, que Harvey describe como basadas en la desregulación, la privatización y la retirada del Estado de áreas dedicadas a servicios sociales,
habían tenido acomodo en muchos nichos de la vida intelectual desde
hacía varias décadas. En la década de 1970 se vieron forzadas a salir a
escena como respuesta a la crisis dual. Harvey sostiene con vehemencia
que el neoliberalismo ha fracasado en la resolución de la crisis de
acumulación. Pero, añade, en ese periodo pudo verse un cambio en la
capacidad de influencia de las clases del que sacó provecho una elite
reducida. Muchas otras teorías sobre el neoliberalismo hablan
también de su vinculación con la acumulación, pero muy pocas lo conciben
con claridad como un proyecto de clase, dijo Harvey.
Uno de los momentos clave en el ascenso del neoliberalismo, al que se
refiere Harvey de forma recurrente, tuvo lugar en la ciudad de Nueva
York. Me cuenta que la municipalidad se endeudó mucho por distintos
motivos. Uno de estos motivos fue la respuesta a la crisis urbana de la
década de 1960 en Estados Unidos. El gobierno federal había dedicado
recursos a los barrios para hacer frente a los problemas de racismo,
desempleo y demás. Esto favoreció el fortalecimiento de los sindicatos y
coadyuvó a aumentar el empleo en el sector público.
Pero cuando estalló la crisis de la década de 1970 el flujo de financiación federal se secó: En
ese momento la ciudad tuvo que optar entre deshacerse de un montón de
trabajadores o recurrir al endeudamiento. Optó por endeudarse a corto
plazo, con la aquiescencia de los bancos. Este endeudamiento estuvo en parte basado en el boom de la propiedad inmobiliaria de principios de la década de los setenta, en el que el gobierno municipal tuvo mucho que ver. Cuando
en 1973 el mercado inmobiliario se hundió el municipio se vio en una
situación de extrema vulnerabilidad frente a los banqueros. Los
banqueros vieron una gran oportunidad para asestar un golpe certero a la
ciudad, reconduciéndola hacia un modelo enteramente nuevo. Se parece
bastante a la guerra de Irak. Hubieran querido ir a la guerra de Irak a
principios de los noventa, pero no pudieron. Luego, el 11-S les sirvió
en bandeja de plata la oportunidad que necesitaban.
Los banqueros habían querido disciplinar el municipio de Nueva
York en la década de 1960 y a principios de la de 1970. La crisis de
1973-1975 les brindó su oportunidad. Aplicaron un pionero programa de
ajuste estructural consistente en un recorte de muchos servicios
públicos y una renegociación de contratos. Fue un ataque frontal en toda
regla contra los habitantes de Nueva York. Naturalmente, luego tuvieron
que reconstruir la ciudad puesto que tenían intereses muy importantes
en valores inmobiliarios, especialmente en Manhattan. Fue entonces
cuando empezaron a utilizar generosas cantidades de recursos públicos
para reconstruir la ciudad de acuerdo con su proyecto.
Esta táctica consistente en sacar provecho de las oportunidades que
ofrecen las crisis económicas para impulsar políticas de libre mercado
ha sido un patrón recurrente desde entonces. La misma gente los
banqueros neoyorquinos estuvo seriamente involucrada en la crisis de la
deuda que azotó América Latina en la década de 1980. La diferencia fue
que en esta ocasión necesitaban que quien les sacara las castañas del
fuego fuera el gobierno federal. El gobierno de Estados Unidos,
encabezado por Ronald Reagan, encontró un uso perfecto para el Fondo
Monetario Internacional (FMI), una institución que muchos neoliberales
solían mirar con resquemor. Junto con el Banco Mundial, el FMI forzó la
aplicación de programas de ajuste estructural en toda América Latina a
cambio de reducción de la deuda.
Sin embargo, señala Harvey, la clase dominante de Estados Unidos no es el único beneficiario o el agente del neoliberalismo. Es
poco común que los Estados Unidos intervengan sin apoyos internos.
Piénsese en el golpe de Augusto Pinochet en Chile en 1973. Quien
realmente dio el golpe fueron las clases altas chilenas, con apoyo de la
CIA, las grandes empresas estadounidenses y Henry Kissinger. Cuando
Pinochet tomó el poder, fue la clase dominante chilena la que en
realidad impulsó el programa neoliberal.
No son sólo los Estados Unidos quienes sorben las riquezas del
resto del mundo: son las elites dominantes quienes establecen alianzas
flexibles entre sí y quienes amasan plusvalías para su único provecho.
Algunas de las personas más ricas del mundo viven en México o en el Este
asiático.
Las ideas del neoliberalismo se han extendido como la pólvora desde la década de 1970. Resulta
verdaderamente difícil de entender que tanta gente haya podido
convencerse de que el neoliberalismo es algo bueno, cuando en realidad
no funciona demasiado bien, dijo Harvey. Creo que la respuesta
está en que ha sido muy beneficioso para ciertos grupos de personas,
incluidas aquellas que controlan los medios de comunicación y diversos
aparatos de producción ideológica. Además, siempre puedes encontrar
algún pedazo de mundo en el que parece que el orden neoliberal funciona
bien (por ejemplo, la China actual).
Pero no deja de ser irónico que donde ha habido mayor crecimiento
económico es en lugares donde el gobierno no sigue la doctrina
neoliberal. Se llega a una forma perversa de neoliberalismo puesto que el interés propio en la práctica se impone a la teoría.
La teoría neoliberal sostiene que debe minimizarse la interferencia del
Estado en la economía, pero en la práctica el Estado sigue jugando un
papel central en economías como la china o la estadounidense.
Los Estados Unidos han financiado su crecimiento económico mediante una acumulación gigantesca de deudas basada en una
entrada de capitales de más de 2.000 millones de dólares diarios. El
déficit presupuestario y la deuda de los consumidores se han disparado.
Lo que estamos viendo es una economía financiada con deuda. Los
acreedores son mayoritariamente bancos del Este y Sureste asiático.
Incluso la guerra de Irak está siendo financiada con dinero chino y
japonés prestado a Estados Unidos.
Me estremece pensar en el posible estallido de una gran crisis
financiera en los Estados Unidos. ¿Cuál sería la respuesta si los
Estados Unidos se vieran sumidos en una crisis como la que pudimos ver
en Argentina en 2001? Si se tienen en cuenta variables económicas
agregadas el déficit presupuestario y el déficit comercial, hay que
decir que estamos ante un caso típico en el que normalmente intervendría
el FMI. Pero, naturalmente, Estados Unidos es el FMI, de modo que no
intervendrá.
También el boom chino está financiado con deuda: Los bancos chinos prestan el dinero. El gobierno tiene una participación mayoritaria en todos los bancos. Tienen la posibilidad de utilizar parte de las plusvalías para mantenerlos a flote; sin embargo, el boom
está financiado con deuda. A diferencia de Estados Unidos, China está
inmersa en un proceso de cambio espectacular. Pero incluso allí el
crecimiento crea nuevas inestabilidades: En China hay una
sobreinversión enorme. Por ejemplo, existen cinco aeropuertos
internacionales en el delta del río Zhujiang. Compiten entre ellos para
convertirse en el centro del comercio del Pacífico. No podrán sobrevivir
todos a la vez. En la industria del automóvil tienen un grave problema
de excedente de capacidad. Y una crisis en China tendrá un impacto
global.
El crecimiento inestable de Estados Unidos y China no ha hecho crecer
los niveles de riqueza del capitalismo mundial. Un gráfico del libro de
Harvey muestra que la tasa de crecimiento per cápita ha ido cayendo una
década tras otra desde la de 1960 (desde tasas anuales del 3% anuales a
tasas del 1% en la actualidad). La crisis de la década de los setenta fue una crisis de sobreacumulación, dijo Harvey.
La clase dominante tuvo serías dificultades para encontrar salidas
provechosas para su capital. En realidad este es un problema que aún hoy
no han conseguido resolver.
Por eso, de todas las formas tradicionales de acumulación, la que hoy juega un papel principal es la que Harvey denomina acumulación por desposesión.
La acumulación por desposesión da pie a la colonización de nuevos
yacimientos de recursos para los capitalistas: por ejemplo, el Servicio
Nacional de Salud, los institutos municipales de vivienda o la
privatización de las pensiones. Pero todo esto no significa aumentar
las reservas de activos de la sociedad. Cuando se privatiza la
vivienda, en realidad no se aumenta el número de viviendas. El
liberalismo no funciona demasiado bien a la hora de ampliar los bienes y
servicios disponibles.
Los fracasos del neoliberalismo no sólo tienen consecuencias
económicas. Para Harvey también conllevan inestabilidad política y
militar. Su libro anterior, El nuevo imperialismo, trazaba la
trayectoria del declive a largo plazo del poder de Estados Unidos. La
pujanza de los neoconservadores el ala derecha de cerebros que rodean a
Bush, que quiere utilizar la capacidad militar estadounidense para
mantener el poder frente a potenciales rivales tiene mucho que ver con
eso.
Su nuevo libro también hace un repaso de los neoconservadores, con
especial atención a su proyecto de política interior estadounidense.
Harvey lo ve como una respuesta al vaciado de la solidaridad social que
ha conllevado el neoliberalismo. Los neoconservadores han tratado de
restablecer la cohesión social mediante el moralismo religioso, las
medidas autoritarias y el miedo: Pienso que algo parecido está
ocurriendo en muchos sitios. Si miramos a Francia nos encontramos con un
Nicolás Sarkozy, que está muy cerca de los planteamientos de los
neoconservadores. O piénsese en alguna de las cosas que hace Tony Blair,
su forma presidencialista de ejercer el gobierno y su permanente
exhorto a la moralidad. El neoconservadurismo es un fenómeno global.
Mientras que el neoconservadurismo es la respuesta de las clases
dominantes a la inestabilidad social del neoliberalismo, el ascenso del
movimiento anticapitalista ha sido la réplica de las clases más
desfavorecidas. Harvey observa con agudeza que las organizaciones no
gubernamentales (ONG), que a menudo han jugado un papel principal en
reuniones como el Foro Social Mundial, no son vistas como la oposición
oficial al neoliberalismo: Se ha producido un crecimiento asombroso
del fenómeno de las ONG durante el periodo neoliberal. Hay una clara
conexión entre ambos aspectos. Las ONG son variadísimas, y siento la
mayor admiración por algunas de ellas. Pero a menudo son caballos de
Troya de la privatización. Las ONG pueden ocupar el vacío dejado
por la retirada del Estado en la prestación de servicios sociales.
Harvey sostiene que es necesario tener una perspectiva crítica, y que
las distintas ONG pueden jugar un papel que puede ser positivo o
negativo. Pero la clave para plantar cara al neoliberalismo está en una
renovación de la lucha de clases.
Las nuevas luchas de clases no tienen que ser una mera réplica de las
sucedidas en las décadas de 1960 y 1970, puesto que en este tiempo ha
cambiado la estructura de la sociedad. Harvey sostiene que la noción de
clase tiene que ser tratada como un concepto fluido. Debemos revisar
de nuevo los conceptos de formación y reformación de clase. Cuando en
mi libro hablo de la reconquista del poder de clase por parte de la
clase dominante no estoy hablando necesariamente de un retorno al poder
del mismo grupo de gente. Se trata de una configuración nueva, mucho más
centrada que antes en las finanzas y los servicios.
La reducción de la brecha entre propietarios y gestores
constituyó uno de los grandes cambios ocurridos en la década de 1970.
Siempre habían sido dos categorías completamente distintas, pero cuando
se empezó a retribuir a los gestores empresariales con participaciones
accionariales cambió por completo la forma de éstos de entender el
poder. La formación de clase es un proceso indefinido, dinámico.
Harvey cree que hay signos positivos en el aumento observado de
actividad sindical entre los trabajadores de los Estados Unidos, y para
muestra cita los ejemplos de los trabajadores sanitarios de Los Ángeles y
los trabajadores del transporte de Nueva York, que recientemente han
realizado acciones de huelga. Estas luchas pueden dar forma a la nueva
clase trabajadora creada por el neoliberalismo. Harvey está
especialmente interesado en cómo las luchas en torno de la acumulación por desposesión pueden converger con las luchas de un izquierdismo más tradicional. Observa el movimiento en pro de la nacionalización del gas en Bolivia como un caso esperanzador.
¿No habrá aquí un peligro de nostalgia por formas anteriores de capitalismo? Creo que debemos recordar dónde estábamos en la década de 1970, dijo Harvey. Había
fuertes críticas al Estado de bienestar (por sus sesgos de clase y de
género, entre otros). Si vamos a construir un nuevo sistema de bienestar
debemos tomar conciencia de las limitaciones.
El otro asunto que debemos afrontar es la reconstrucción
completa de las nociones de solidaridad social. Margaret Thatcher
sostuvo que ella se proponía realizar un cambio en profundidad. Debemos
enfrentarnos con el hecho de que hoy las solidaridades sociales son más
superficiales. Hemos podido verlo recientemente en Estados Unidos. Un
derechista implacable como Thomas Friedman, que siempre está exaltando
las virtudes del neoliberalismo, cuando ocurrió el desastre del Katrina
se preguntó: Qué ha ocurrido con la solidaridad social?. La respuesta
es que se ha desvanecido porque gilipollas como él siguen predicando
esta bazofia. Debemos plantar cara a esto, lo cual significa edificar un
proyecto a largo plazo.
Harvey cree que la clase trabajadora necesita un proyecto político
propio para empezar a recuperar su fuerza. Le pregunté cómo tendría que
ser un proyecto de este tipo. No puedo hacer una derivación teórica de cómo debería ser el proyecto político de la clase trabajadora, dijo. Puede
que tenga algunas ideas sobre el particular, pero para mí el asunto
fundamental es empezar a hablarlo y aprender a ver qué posibilidades
hay. Pretendo dirigirme a los movimientos sociales para hacerles llegar
mis ideas y escuchar qué tienen que decir al respecto. Su nuevo libro es una brillante aportación a este diálogo.
David Harvey es un geógrafo, sociólogo urbano e historiador
social de reputación académica internacional. Entre sus libros
traducidos al castellano en los últimos años: Espacios de esperanza (Akal, Madrid, 2000) y El nuevo imperialismo (Akal, Madrid, 2004)
Fuente: Sin permiso