domingo, 10 de abril de 2016

Empleabilidad de los graduados universitarios



Soy Marcelo Gómez, el sociólogo citado en la nota de referencia. Voy a ser breve: el trabajo de investigación citado data del año 2000 cosa que no es aclarada en la nota lo que constituye un signo evidente de ... ¿manipulación del lector ocultando información?. No me gusta prejuzgar, lo dejo como pregunta. Es una buena oportunidad para dar información verdadera y que oriente al lector: a partir del año 2005 hay una consistente evidencia empírica de gran absorción del mercado de trabajo de los egresados universitarios hasta casi el pleno empleo y con gran recuperación de las remuneraciones, expansión de la base científico-tecnológica y reducción de los fenómenos de precariedad y sobrecalificación laboral. Por supuesto que si las políticas económicas que se aplican actualmente de alta desocupación y bajos salarios prosiguen, junto a la anunciada importación de ingenieros de Italia, seguramente los títulos universitarios se van a volver a devaluar y seguramente este columnista propondrá cerrar universidades y ofrecer cursos de plomería como se hizo en otras  épocas de suicidio colectivo y cómo recomiendan los cráneos de los organismos internacionales que han llevado al mundo a dónde lo encontramos hoy... la vida es un carnaval con el que no había soñado cantaban los Twist hace 35 años.

MANIPULACION DE PAPERS EN DIARIO LA  NACION


Empleabilidad de los graduados universitarios

Domingo 03 de abril de 2016
1887
7
Las carreras universitarias han sido tradicionalmente una aspiración mayor de las familias, un modo deseable y positivo de proyectar el futuro de los hijos. Sorprendentemente para muchos, días atrás se planteó un debate acerca de la supuestamente creciente irrelevancia de la universidad. El hecho ocurrió en Dubai, en las postrimerías de una reunión cumbre de carácter global organizada por la Fundación Varkey, ONG con sede en Londres.
La cuestión central tratada fue "educación, equidad y empleo". Andreas Schleicher, director de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), planteó la contradicción de formar graduados universitarios que luego no encuentran empleo, en tanto que los empleadores afirman que no encuentran profesionales con las habilidades necesarias.
James McAuliffe, presidente de Education for Employement, organización que se ha consagrado a abrir camino a los jóvenes en sus primeros trabajos, señaló que el rol de la universidad en el campo laboral ha declinado severamente, hasta el punto de afirmar que preparaba para el de-sempleo. Según quienes compartieron ese punto de vista, la opción adecuada estaría en desarrollar títulos secundarios o superiores con salida laboral .
Para cerrar esta percepción del problema, la Reserva Federal de Nueva York añadió este dato: en Estados Unidos, el 44% de los jóvenes concluyen trabajando en empleos que no demandan títulos universitarios; por lo tanto, la solución más práctica residiría en promover carreras cortas.
En nuestro país el problema está latente y se han venido multiplicando iniciativas de interés en torno a la promoción de la educación técnica luego del paréntesis que le impuso la reforma educativa de 1993. Así, también, ha ocurrido dentro de carreras no técnicas en las que se ha buscado una mayor cercanía con las demandas reales de trabajo.
Merece citarse en este punto un estudio promovido por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y dirigido por el sociólogo Marcelo Gómez. Una de las conclusiones del trabajo fue que la estructura ocupacional argentina no logra generar el nivel de empleos que satisfaga las expectativas de la creciente cantidad de egresados. En el estudio realizado fueron encuestados 1149 graduados de distintas casas de estudio. Se consideraron 42 carreras de grado, entre las cuales se contaron Comercio Internacional, Comunicación, Economía, Administración, Informática e Ingeniería, entre otras. Aclaró Gómez que la experiencia observada no era la de graduados que no consiguiesen empleos, sino que se trataba de ocupaciones con sueldos bajos, por debajo de la capacidad profesional adquirida. Es de señalar que los jóvenes profesionales no atribuían a fallas de su formación las dificultades para encontrar empleo, sino al contexto económico del país y a factores personales. El 83% estimaba que su formación era buena o muy buena, si bien hubo críticas en algunas carreras por la falta de aplicación práctica.
Es evidente que el ritmo cambiante de los fines y medios educativos en relación con las nuevas demandas sociales, la evolución de los conocimientos y el auge de las tecnologías van originando renovados desafíos en la formación de los profesionales. Persisten sin declinar la misión y la función de la universidad en las sociedades. El reto recae en avanzar hacia una precisa definición de objetivos, entre los que conciernen al nivel universitario y los que pueden asumir con eficacia otros planes de estudio, de orientación más concreta y práctica. El tema posee una tensa actualidad, que ha de enriquecerse en próximos debates.
Fuente: Diario La nacion

lunes, 28 de marzo de 2016

Neoliberalismo: una guerra iniciada por los ricos. Entrevista



David Harvey

2006

“Si esto parece una lucha de clases y lo vemos como una lucha de clases, entonces deberíamos llamarlo lucha de clases. Y deberíamos volver a poner en pie la lucha de clases”

El celebrado geógrafo marxista David Harvey habla con Joseph Choonara sobre el ascenso del neoliberalismo. Harvey cuenta por qué este proceso debe verse esencialmente como un proyecto de la clase dominante.

El pasado mes de enero el académico afincado en Nueva York David Harvey intervino ante un nutrido público en la London School of Economics para presentar su último libro, Breve historia del neoliberalismo. Con el estilo preciso que le caracteriza hizo un repaso de las tres décadas de ataques consumados por la clase dominante mundial. Estas acometidas, realizadas en nombre del neoliberalismo, han alentado la polarización social, el surgimiento de nuevas elites y el empobrecimiento de la mayoría de los grupos sociales más desfavorecidos. Terminó diciendo: “Si esto parece una lucha de clases y lo vemos como una lucha de clases, entonces deberíamos llamarlo lucha de clases. Y deberíamos volver a poner en pie la lucha de clases”. Esta concepción del neoliberalismo y la necesidad de combatirlo constituye la base del nuevo libro de Harvey. Cuando nos reunimos la mañana siguiente a su charla le pregunté por qué lo había escrito.
“Este trabajo tiene dos rasgos distintivos”, me dijo. “En primer lugar está la dimensión histórico-geográfica que atribuyo al ascenso del neoliberalismo: esto es, su desarrollo  desigual en el escenario global. Creo que hay que entender que el neoliberalismo actúa de forma distinta según el lugar y el momento histórico. No se trata de un cambio histórico unidimensional.”
“El segundo aspecto tiene que ver la formulación teórica del fenómeno, que fundamento básicamente en la noción de clase y en los mecanismos de apropiación de la plusvalía generada por los trabajadores, todo lo cual hoy se desarrolla dentro de un sistema capitalista global”. Siguiendo a Karl Marx, Harvey entiende que la explotación de los trabajadores constituye el elemento definitorio de una sociedad capitalista. Marx sostuvo que, a pesar de que los trabajadores trabajan durante todo el día, sólo reciben en forma de salario el valor generado durante una parte de ese tiempo. Durante el resto del tiempo los trabajadores generan “valor excedente”, que pasa a manos de los capitalistas y es la fuente del beneficio.
Parte de este beneficio puede reinvertirse en la producción, permitiendo a los capitalistas concentraciones cada vez mayores de maquinaria, materias primas y trabajadores. Marx lo llamó proceso de acumulación. La fuerza motriz del capitalismo consistiría, pues, en exprimir a los trabajadores para que generaran beneficios, los cuales permitirían reinvertir recursos y aumentar los beneficios futuros en un ciclo aparentemente sin fin.
Para Harvey, el neoliberalismo es una respuesta a la crisis dual que sufrió la clase dominante a mediados de los años setenta. Por un lado los capitalistas se encontraron con una “crisis de acumulación”: el sistema capitalista estaba en situación de estancamiento y los beneficios habían caído a tasas parecidas a las del período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra mundial. En segundo lugar, la tremenda oleada de luchas obreras de los años sesenta y setenta puso en evidencia que el poder político de la elite gobernante estaba seriamente amenazado.
Las ideas del neoliberalismo, que Harvey describe como basadas en “la desregulación, la privatización y la retirada del Estado de áreas dedicadas a servicios sociales”, habían tenido acomodo en muchos nichos de la vida intelectual desde hacía varias décadas. En la década de 1970 se vieron forzadas a salir a escena como respuesta a la crisis dual. Harvey sostiene con vehemencia que el neoliberalismo ha fracasado en la resolución de la crisis de acumulación. Pero, añade, en ese periodo pudo verse un cambio en la capacidad de influencia de las clases del que sacó provecho una elite reducida. “Muchas otras teorías sobre el neoliberalismo hablan también de su vinculación con la acumulación, pero muy pocas lo conciben con claridad como un proyecto de clase”, dijo Harvey.
Uno de los momentos clave en el ascenso del neoliberalismo, al que se refiere Harvey de forma recurrente, tuvo lugar en la ciudad de Nueva York. Me cuenta que “la municipalidad se endeudó mucho por distintos motivos. Uno de estos motivos fue la respuesta a la crisis urbana de la década de 1960 en Estados Unidos. El gobierno federal había dedicado recursos a los barrios para hacer frente a los problemas de racismo, desempleo y demás. Esto favoreció el fortalecimiento de los sindicatos y coadyuvó a aumentar el empleo en el sector público.”
Pero cuando estalló la crisis de la década de 1970 el flujo de financiación federal se secó: “En ese momento la ciudad tuvo que optar entre deshacerse de un montón de trabajadores o recurrir al endeudamiento. Optó por endeudarse a corto plazo, con la aquiescencia de los bancos”. Este endeudamiento estuvo en parte basado en el boom de la propiedad inmobiliaria de principios de la década de los setenta, en el que el gobierno municipal tuvo mucho que ver. “Cuando en 1973 el mercado inmobiliario se hundió el municipio se vio en una situación de extrema vulnerabilidad frente a los banqueros. Los banqueros vieron una gran oportunidad para asestar un golpe certero a la ciudad, reconduciéndola hacia un modelo enteramente nuevo. Se parece bastante a la guerra de Irak. Hubieran querido ir a la guerra de Irak a principios de los noventa, pero no pudieron. Luego, el 11-S les sirvió en bandeja de plata la oportunidad que necesitaban.”
“Los banqueros habían querido disciplinar el municipio de Nueva York en la década de 1960 y a principios de la de 1970. La crisis de 1973-1975 les brindó su oportunidad. Aplicaron un pionero ‘programa de ajuste estructural’ consistente en un recorte de muchos servicios públicos y una renegociación de contratos. Fue un ataque frontal en toda regla contra los habitantes de Nueva York. Naturalmente, luego tuvieron que reconstruir la ciudad puesto que tenían intereses muy importantes en valores inmobiliarios, especialmente en Manhattan. Fue entonces cuando empezaron a utilizar generosas cantidades de recursos públicos para reconstruir la ciudad de acuerdo con su proyecto.”
Esta táctica consistente en sacar provecho de las oportunidades que ofrecen las crisis económicas para impulsar políticas de libre mercado ha sido un patrón recurrente desde entonces. “La misma gente –los banqueros neoyorquinos– estuvo seriamente involucrada en la crisis de la deuda que azotó América Latina en la década de 1980. La diferencia fue que en esta ocasión necesitaban que quien les sacara las castañas del fuego fuera el gobierno federal”. El gobierno de Estados Unidos, encabezado por Ronald Reagan, encontró un uso perfecto para el Fondo Monetario Internacional (FMI), una institución que muchos neoliberales solían mirar con resquemor. Junto con el Banco Mundial, el FMI forzó la aplicación de programas de ajuste estructural en toda América Latina a cambio de reducción de la deuda.
Sin embargo, señala Harvey, la clase dominante de Estados Unidos no es el único beneficiario o el agente del neoliberalismo. “Es poco común que los Estados Unidos intervengan sin apoyos internos. Piénsese en el golpe de Augusto Pinochet en Chile en 1973. Quien realmente dio el golpe fueron las clases altas chilenas, con apoyo de la CIA, las grandes empresas estadounidenses y Henry Kissinger. Cuando Pinochet tomó el poder, fue la clase dominante chilena la que en realidad impulsó el programa neoliberal.”
“No son sólo los Estados Unidos quienes sorben las riquezas del resto del mundo: son las elites dominantes quienes establecen alianzas flexibles entre sí y quienes amasan plusvalías para su único provecho. Algunas de las personas más ricas del mundo viven en México o en el Este asiático.”
Las ideas del neoliberalismo se han extendido como la pólvora desde la década de 1970. “Resulta verdaderamente difícil de entender que tanta gente haya podido convencerse de que el neoliberalismo es algo bueno, cuando en realidad no funciona demasiado bien”, dijo Harvey. “Creo que la respuesta está en que ha sido muy beneficioso para ciertos grupos de personas, incluidas aquellas que controlan los medios de comunicación y diversos aparatos de producción ideológica. Además, siempre puedes encontrar algún pedazo de mundo en el que parece que el orden neoliberal funciona bien (por ejemplo, la China actual).”
Pero no deja de ser irónico que donde ha habido mayor crecimiento económico es en lugares donde el gobierno no sigue la doctrina neoliberal. “Se llega a una forma perversa de neoliberalismo puesto que el interés propio en la práctica se impone a la teoría”. La teoría neoliberal sostiene que debe minimizarse la interferencia del Estado en la economía, pero en la práctica el Estado sigue jugando un papel central en economías como la china o la estadounidense.
Los Estados Unidos han financiado su crecimiento económico mediante una acumulación gigantesca de deudas basada en “una entrada de capitales de más de 2.000 millones de dólares diarios. El déficit presupuestario y la deuda de los consumidores se han disparado. Lo que estamos viendo es una economía financiada con deuda. Los acreedores son mayoritariamente bancos del Este y Sureste asiático. Incluso la guerra de Irak está siendo financiada con dinero chino y japonés prestado a Estados Unidos.”
“Me estremece pensar en el posible estallido de una gran crisis financiera en los Estados Unidos. ¿Cuál sería la respuesta si los Estados Unidos se vieran sumidos en una crisis como la que pudimos ver en Argentina en 2001? Si se tienen en cuenta variables económicas agregadas –el déficit presupuestario y el déficit comercial–, hay que decir que estamos ante un caso típico en el que normalmente intervendría el FMI. Pero, naturalmente, Estados Unidos es el FMI, de modo que no intervendrá.”
También el boom chino está financiado con deuda: “Los bancos chinos prestan el dinero. El gobierno tiene una participación mayoritaria en todos los bancos”. Tienen la posibilidad de utilizar parte de las plusvalías para mantenerlos a flote; sin embargo, el boom está financiado con deuda. A diferencia de Estados Unidos, China está inmersa en un proceso de cambio espectacular. Pero incluso allí el crecimiento crea nuevas inestabilidades: “En China hay una sobreinversión enorme. Por ejemplo, existen cinco aeropuertos internacionales en el delta del río Zhujiang. Compiten entre ellos para convertirse en el centro del comercio del Pacífico. No podrán sobrevivir todos a la vez. En la industria del automóvil tienen un grave problema de excedente de capacidad. Y una crisis en China tendrá un impacto global.”
El crecimiento inestable de Estados Unidos y China no ha hecho crecer los niveles de riqueza del capitalismo mundial. Un gráfico del libro de Harvey muestra que la tasa de crecimiento per cápita ha ido cayendo una década tras otra desde la de 1960 (desde tasas anuales del 3% anuales a tasas del 1% en la actualidad). “La crisis de la década de los setenta fue una crisis de sobreacumulación”, dijo Harvey. “La clase dominante tuvo serías dificultades para encontrar salidas provechosas para su capital. En realidad este es un problema que aún hoy no han conseguido resolver.”
Por eso, de todas las formas tradicionales de acumulación, la que hoy juega un papel principal es la que Harvey denomina “acumulación por desposesión”. La acumulación por desposesión da pie a la colonización de nuevos yacimientos de recursos para los capitalistas: por ejemplo, el Servicio Nacional de Salud, los institutos municipales de vivienda o la privatización de las pensiones. “Pero todo esto no significa aumentar las reservas de activos de la sociedad. Cuando se privatiza la vivienda, en realidad no se aumenta el número de viviendas. El liberalismo no funciona demasiado bien a la hora de ampliar los bienes y servicios disponibles.”
Los fracasos del neoliberalismo no sólo tienen consecuencias económicas. Para Harvey también conllevan inestabilidad política y militar. Su libro anterior, El nuevo imperialismo, trazaba la trayectoria del declive a largo plazo del poder de Estados Unidos. La pujanza de los neoconservadores –el ala derecha de cerebros que rodean a Bush, que quiere utilizar la capacidad militar estadounidense para mantener el poder frente a potenciales rivales– tiene mucho que ver con eso.
Su nuevo libro también hace un repaso de los neoconservadores, con especial atención a su proyecto de política interior estadounidense. Harvey lo ve como una respuesta al vaciado de la solidaridad social que ha conllevado el neoliberalismo. Los neoconservadores han tratado de restablecer la cohesión social mediante el moralismo religioso, las medidas autoritarias y el miedo: “Pienso que algo parecido está ocurriendo en muchos sitios. Si miramos a Francia nos encontramos con un Nicolás Sarkozy, que está muy cerca de los planteamientos de los neoconservadores. O piénsese en alguna de las cosas que hace Tony Blair, su forma presidencialista de ejercer el gobierno y su permanente exhorto a la moralidad. El neoconservadurismo es un fenómeno global.”
Mientras que el neoconservadurismo es la respuesta de las clases dominantes a la inestabilidad social del neoliberalismo, el ascenso del movimiento anticapitalista ha sido la réplica de las clases más desfavorecidas. Harvey observa con agudeza que las organizaciones no gubernamentales (ONG), que a menudo han jugado un papel principal en reuniones como el Foro Social Mundial, no son vistas como la “oposición oficial” al neoliberalismo: “Se ha producido un crecimiento asombroso del fenómeno de las ONG durante el periodo neoliberal. Hay una clara conexión entre ambos aspectos. Las ONG son variadísimas, y siento la mayor admiración por algunas de ellas. Pero a menudo son caballos de Troya de la privatización”. Las ONG pueden ocupar el vacío dejado por la retirada del Estado en la prestación de servicios sociales. Harvey sostiene que es necesario tener una perspectiva crítica, y que las distintas ONG pueden jugar un papel que puede ser positivo o negativo. Pero la clave para plantar cara al neoliberalismo está en una renovación de la lucha de clases.
Las nuevas luchas de clases no tienen que ser una mera réplica de las sucedidas en las décadas de 1960 y 1970, puesto que en este tiempo ha cambiado la estructura de la sociedad. Harvey sostiene que la noción de clase tiene que ser tratada como un concepto fluido. “Debemos revisar de nuevo los conceptos de formación y reformación de clase. Cuando en mi libro hablo de la reconquista del poder de clase por parte de la clase dominante no estoy hablando necesariamente de un retorno al poder del mismo grupo de gente. Se trata de una configuración nueva, mucho más centrada que antes en las finanzas y los servicios.”
“La reducción de la brecha entre propietarios y gestores constituyó uno de los grandes cambios ocurridos en la década de 1970. Siempre habían sido dos categorías completamente distintas, pero cuando se empezó a retribuir a los gestores empresariales con participaciones accionariales cambió por completo la forma de éstos de entender el poder. La formación de clase es un proceso indefinido, dinámico.”
Harvey cree que hay signos positivos en el aumento observado de actividad sindical entre los trabajadores de los Estados Unidos, y para muestra cita los ejemplos de los trabajadores sanitarios de Los Ángeles y los trabajadores del transporte de Nueva York, que recientemente han realizado acciones de huelga. Estas luchas pueden dar forma a la nueva clase trabajadora creada por el neoliberalismo. Harvey está especialmente interesado en cómo “las luchas en torno de la acumulación por desposesión pueden converger con las luchas de un izquierdismo más tradicional”. Observa el movimiento en pro de la nacionalización del gas en Bolivia como un caso esperanzador.
¿No habrá aquí un peligro de nostalgia por formas anteriores de capitalismo? “Creo que debemos recordar dónde estábamos en la década de 1970”, dijo Harvey. “Había fuertes críticas al Estado de bienestar (por sus sesgos de clase y de género, entre otros). Si vamos a construir un nuevo sistema de bienestar debemos tomar conciencia de las limitaciones.”
“El otro asunto que debemos afrontar es la reconstrucción completa de las nociones de solidaridad social. Margaret Thatcher sostuvo que ella se proponía realizar un cambio en profundidad. Debemos enfrentarnos con el hecho de que hoy las solidaridades sociales son más superficiales. Hemos podido verlo recientemente en Estados Unidos. Un derechista implacable como Thomas Friedman, que siempre está exaltando las virtudes del neoliberalismo, cuando ocurrió el desastre del Katrina se preguntó: ‘Qué ha ocurrido con la solidaridad social?’. La respuesta es que se ha desvanecido porque gilipollas como él siguen predicando esta bazofia. Debemos plantar cara a esto, lo cual significa edificar un proyecto a largo plazo.”
Harvey cree que la clase trabajadora necesita un proyecto político propio para empezar a recuperar su fuerza. Le pregunté cómo tendría que ser un proyecto de este tipo. “No puedo hacer una derivación teórica de cómo debería ser el proyecto político de la clase trabajadora”, dijo. “Puede que tenga algunas ideas sobre el particular, pero para mí el asunto fundamental es empezar a hablarlo y aprender a ver qué posibilidades hay. Pretendo dirigirme a los movimientos sociales para hacerles llegar mis ideas y escuchar qué tienen que decir al respecto”. Su nuevo libro es una brillante aportación a este diálogo.
David Harvey es un geógrafo, sociólogo urbano e historiador social de reputación académica internacional. Entre sus libros traducidos al castellano en los últimos años: Espacios de esperanza (Akal, Madrid, 2000) y El nuevo imperialismo (Akal, Madrid, 2004) 
Fuente: Sin permiso