miércoles, 29 de enero de 2025

¿Tiene futuro la sociedad del trabajo? Entrevista a Claus Offe

 

Maya Razmadze

 en: https://conversacionsobrehistoria.info/2023/07/11/tiene-futuro-la-sociedad-del-trabajo-entrevista-a-claus-offe/

El sociólogo Claus Offe es uno de los más reputados analistas de las sociedades capitalistas de todo el mundo. En esta entrevista, publicada en 2018, habla del futuro del trabajo y del Estado del bienestar, de las trampas de la reducción de la jornada laboral y de la falsa promesa de libertad en los contratos de trabajo. Claus Offe es uno de los sociólogos políticos más importantes de la posguerra. Sus estudios sobre los problemas estructurales del capitalismo tardío, así como sus intervenciones más recientes sobre la política europea, son decisivos para la investigación sociológica y la política de izquierdas. “Es su función crítica lo que hace interesante a la sociología”, escribe Offe en uno de sus ensayos más conocidos. En la entrevista que reproducimos aquí, la científica social Maya Razmadze habló con Offe sobre las contradicciones del trabajo capitalista, la ambivalente relación entre capitalismo y Estado del bienestar y el futuro de la sociedad del trabajo.

La filósofa Hannah Arendt muestra que una característica específica de la modernidad fue la valorización del trabajo como actividad humana básica. Al mismo tiempo, lamenta que en el siglo pasado esto condujera a que la sociedad en su conjunto se convirtiera en una “sociedad del trabajo”. Usted también ha hablado en su obra de un “modelo de sociedad centrada en el trabajo”. ¿Cuáles son las características de esta sociedad?

revista historia social

Nadie lo ha presentado mejor que Max Weber. Él muestra cómo se ha convertido hoy en día en una evidencia cultural que las personas plenamente funcionales son las personas con ocupación. Es decir, personas que ejercen una actividad laboral de por vida y sin alternativa, una actividad laboral que se desarrolla en el marco de los contratos de trabajo. Una determinación tal con el empleo remunerado sería aceptable si realmente todo el mundo tuviera la oportunidad de obtener tal empleo remunerado en cualquier momento y con un cierto grado de fiabilidad y seguridad, y asumir el papel de trabajador. Pero no es el caso, porque por razones coyunturales y secundarias cada vez es más dudoso que se pueda trabajar por dinero. Depende de circunstancias que el propio trabajador no puede controlar de forma fiable. Incluso si el trabajador potencial hace todo lo posible por cualificar su propio trabajo y hacerlo así más atractivo para los empresarios potenciales, todos los demás harán lo mismo. Entonces sirve aquel bonito refrán: “Si todos se ponen de puntillas, nadie puede ver mejor”.

A esto se añade la devaluación del trabajo fuera de la esfera del empleo remunerado: cualquiera que no realice un trabajo remunerado en el capitalismo avanzado es inferior, en sentido literal. El o ella no puede permitirse participar en pie de igualdad en la producción social, se encuentra a menudo en una relación de dependencia con respecto al cónyuge u otros miembros de la familia. El trabajo reproductivo, la crianza de los hijos, el trabajo infantil, etc., también es, por supuesto, trabajo, pero a menudo no es empleo remunerado. Estas actividades no son remuneradas y no llevan a ingresos monetarios. La nobleza del empleo remunerado, es decir, su énfasis como fuente central o incluso única de sustento y sentido de la vida, es un rasgo cultural universal de nuestra sociedad.

Publicidad de instrumentos de control del horario de trabajo (Priteg-Nachrichten, 1. Jg. 1922, H.3; S.65)

Ha mencionado el papel de los contratos de trabajo. Algunos de sus estudios describen cómo los empleados y los empresarios son formalmente iguales en las relaciones contractuales, pero en realidad están en una relación de dominación. ¿Puede explicarlo?

HEspaña esclavista

Una relación contractual significa que se establece formalmente de forma voluntaria y no, por ejemplo, en relaciones feudales de dependencia en las que uno se encuentra por nacimiento. Un contrato es una declaración de voluntad consensuada de partes formalmente libres e iguales. Y tan pronto la voluntad deja de existir, el contrato puede rescindirse. Lo que para mí es interesante y que Marx deja claro y cristalino, es que este contrato formalmente libre radica en realidad en una relación de poder. Es decir, una relación en la que una parte depende más de la otra, más fuerte. Al fin y al cabo, la parte más débil de los y las trabajadoras no tiene la opción de no mantener tales contratos. A la libertad de celebrar un contrato se opone, pues, una realidad de dependencia asimétrica.

Otra característica especial del contrato de trabajo es que justifica una doble propiedad: El empresario, como comprador de la fuerza de trabajo, tiene un derecho contractual para extraer beneficio del trabajo del trabajador. Por otra parte, la fuerza de trabajo pertenece al trabajador, que debe aportar sus capacidades intelectuales y físicas. El trabajador no solo debe trabajar, sino también debe querer trabajar. Si no quiere hacerlo, puede ser sancionado. En este sentido, además de la dependencia asimétrica, también existe una relación interna de dominación entre empresarios y trabajadores, que se expresa a través del derecho de mando por parte del empresario.

Por eso hablo de una doble relación de poder: Hay una relación de poder en el mercado de trabajo y una relación de poder en la organización del trabajo. Por un lado, los y las trabajadoras se ven obligadas de facto a celebrar un contrato de trabajo: ésa es la situación de partida desigual. Y, por otro lado, el jefe dice a los y las trabajadoras lo que debe hacerse hoy, en función de la situación de los pedidos.

La crítica a esto, por cierto, no solo se encuentra en Marx, sino también en Max Weber. Él describe cómo el hecho de que el trabajador deba cumplir cuidadosamente las obligaciones del contrato de trabajo puede conducir a una completa situación de “degeneración” (Fellachisierung) de la mente, a una rutina superficial y sin sentido de la ejecución de las tareas laborales, a un completo vaciado del sentido. Simplemente tiene que funcionar y no tiene alternativa. En este sentido, la formulación de Weber y el sentido aportado por Marx al concepto de alienación están muy próximos.

Una multitud de parados en demanda de empleo en un astillero en 1931 (foto: Fox Photos/Getty Images)

Además, los conflictos también surgen de esta situación desigual.

Exactamente. Toda la dinámica del conflicto de clases se puede entender en última instancia a partir de esta relación de dominación. Los que ofrecen fuerza de trabajo intentan nivelar la relación de poder, que les coloca en una posición de dependencia e inferioridad, organizándose colectivamente en sindicatos. Porque, naturalmente, los empresarios necesitan de la fuerza de trabajo en su conjunto tanto como los trabajadores dependen de sus salarios. Así pues, los sindicatos intentan invertir o al menos modificar el desempoderamiento estructural de la parte más débil. Los empresarios, por su parte, quieren asegurar y ampliar su posición de superioridad. Se trata de un constante forcejeo micro y macroeconómico, en el que se utilizan recursos, acciones colectivas, pero también con apelaciones a normas de justicia, etcétera.

El Estado social es también una herramienta que puede utilizarse para reducir la dependencia de los trabajadores con respecto a sus empleadores. ¿Es, en cierto sentido, una alternativa a la sociedad del trabajo?

El Estado social es un logro histórico del desarrollo social increíblemente complejo y en constante cambio. Se lo puede imaginar como un edificio que tiene un sótano, un primer piso, una primera planta y así sucesivamente. En el sótano está la asistencia social premoderna para los pobres, que a menudo era comunitaria y solía consistir en prestaciones en especie. En la primera planta está la autorización a los sindicatos para actuar, con el derecho a la huelga. Luego, en el segundo piso, están los seguros, es decir, se pagan contribuciones que sirven para obtener transferencias de prestaciones sociales en caso de necesidad, en primero lugar para la vejez y la enfermedad, más tarde también en caso de desempleo y mucho más tarde, en caso de necesidad, de cuidados. En el tercer nivel llegamos a transferencias sociales para, por ejemplo, las prestaciones por hijos, que no están vinculadas a la relación laboral y son relativamente nuevas. También hay servicios, de los cuales los más importantes son las prestaciones de educación. Éstas tampoco están vinculadas a las relaciones laborales, sino a la condición de ciudadano.

El funcionamiento del Estado social depende de todos estos sistemas, todos ellos en constante transformación. Pero también depende de que el tejado de este edificio esté herméticamente cerrado. Esto significa que debe haber casi plena ocupación. El pleno empleo es importante no solo porque la riqueza del país debe asegurarse con el gasto de la mayor cantidad posible de fuerza de trabajo, sino también porque el propio Estado social se financia en gran medida con las contribuciones del empleo remunerado, y solo en menor medida con los impuestos. Estas contribuciones solo pueden recaudarse si existe algo parecido al pleno empleo. Si no hay pleno empleo ni crecimiento continuo de los ingresos reales procedentes del pleno empleo, surgen los problemas. Por lo tanto, se puede decir que el Estado social es, por un lado, un correctivo a la sociedad del trabajo capitalista, pero al mismo tiempo depende de su funcionamiento.

Estado del bienestar: cartel del SPD de 1957 (foto: LeMO Museum)

Usted afirma que la competencia de sistemas entre el bloque del Este y el Occidente capitalista fue decisiva para la aparición y el desarrollo del Estado del bienestar tras la Segunda Guerra Mundial. ¿Puede explicarlo?

Sí, los historiadores también lo ven así. En Escandinavia, por supuesto, ya existían instituciones del Estado del bienestar desde los años treinta, en Estados Unidos estaba el New Deal, y todo eso fue antes de la Guerra Fría. Pero la Guerra Fría fue una fuerza motriz fundamental para el desarrollo y la expansión del Estado del bienestar occidental.

También en Alemania, el Estado del bienestar probablemente no se habría desarrollado como lo hizo si Konrad Adenauer no hubiera tenido la hipótesis – completamente errónea a posteriori – de que podría llegar a ser atractivo allá en el Este; tanto en términos de ingresos como de seguridad social. Temía que los comunistas construyeran allí una sociedad que muchos preferirían y, en consecuencia, pensó que Occidente debía estar preparado para ello y tomar precauciones. Así, en 1957 se produjo un hecho extraordinario hasta entonces: la dinamización de las pensiones. Las pensiones se calcularon no solo en función de los años trabajados y de los ingresos percibidos, sino en función de los ingresos actuales. Así se ganó con mayoría absoluta la campaña electoral de 1957. Después de que los comunistas estuvieran acabados, se terminó también con la dinamización.

La fase de construcción del Estado del bienestar en la posguerra en el caso alemán duró unos 30 años, exactamente de 1949 a 1974. Esta primera fase estuvo dominada por la idea de la economía social de mercado en nombre de la justicia: prosperidad para todos, pero también seguridad para todos, bajo las condiciones motivadoras del marco de la Guerra Fría. Luego vino una segunda fase en la que el capital y los gobiernos conservadores en el poder en EE.UU. y Gran Bretaña llegaron a la siguiente conclusión: Esto nos está saliendo demasiado caro. A continuación, se produjo el desarrollo de lo que se denominó política social inversionista. Aquí ya no se trata solo de satisfacer demandas justas, sino que debemos hacer inversiones que merezcan la pena. Por ejemplo, se invierte en formación, pero también en construcción de vivienda y en medidas de fomento del empleo. Inversión (“Investiv”) significa que la política social no se dirige a satisfacer las necesidades sociales, sino a aumentar la eficiencia de la economía nacional en su conjunto.

La tercera fase del desarrollo del Estado del bienestar se inicia entonces tras el fin del socialismo de Estado.

Correcto. Entonces se dijo que los propios necesitados tenían que aprender a contribuir a su propia seguridad. Activación (Aktivierung) era el término clave. Por ejemplo, un economista social extremadamente neoliberal, Lawrence Mead, enumeró una serie de deberes que toda persona -como ciudadana del Estado y de la economía- debe observar. De lo contrario, puede irse tranquilamente a la mierda. En su versión más suave, esto significa que el ciudadano no solo es responsable de mantener su capacidad de obtener ingresos por sí mismo, sino que también debe hacer previsiones privadas para su propia seguridad, es decir, debe ahorrar. Ya no se puede confiar solo en la parte de la pensión de jubilación.  Solo es el 40% de los ingresos que se perciben en la vejez y el resto se basa en el ahorro, el apoyo de las familias, las herencias, etcétera. Además, también debería haber más copagos para el seguro de enfermedad, y tasas para las escuelas, las universidades, pero también para las guarderías. Todo esto significa una mercantilización secundaria: es decir, las prestaciones de asistencia social que el Estado ha proveído hasta ahora como transferencias o derechos sociales, se convierten en mercancías por las que cada individuo debe pagar. Esto es lo que expresa en última instancia el concepto de activación: debes proveerte por ti mismo e incluso continuar garantizando tu capacidad para trabajar. Éstas son las tres fases del desarrollo de posguerra, y la tercera fase se acelera esencialmente con el fin del socialismo de Estado. Los temores de Adenauer se han evaporado, el pensamiento socialista de Estado ha perdido toda hegemonía.

“¿Padres pobres? ¡Mala suerte para los hijos!” se lee en estas pancartas durante una manifestación contra la Ley de reforma del mercado de trabajo “Hartz IV” (foto: AP)

Una expresión de esta tercera fase en Alemania fueron las reformas Hartz. Se justificaron alegando que una política activadora del mercado laboral, el giro de la promoción a la exigencia y el foco en la competitividad eran adecuados para luchar contra el desempleo y, por tanto, también para asegurar la base financiera del Estado del bienestar. El hecho de que desde entonces Alemania se haya desarrollado económicamente mejor que los países europeos vecinos se cita como prueba de que las reformas fueron acertadas. ¿Qué opina al respecto?

Yo era muy escéptico en aquel momento y todavía lo sigo siendo hoy. La relativa estabilidad económica de la República Federal en contraste con otros Estados miembros de la UE no se debió a las reformas, sino a un excedente de exportación que surgió de los efectos favorables del euro. De ello depende un número considerable de puestos de trabajo. Una política económica que basa el crecimiento solo en las exportaciones y no en la demanda interna no solo es arriesgada y dependiente de las coyunturas globales, sino también es inmoral, porque se aprovecha de la debilidad exportadora de otros países.

Además, no se dice en absoluto que la evolución supuestamente favorable del mercado de trabajo haya sido realmente una evolución positiva. A menudo se mide por el hecho de que en diez años hemos visto un aumento de la población activa, es decir, de las personas que toman parte en la vida laboral. De 38 millones a casi 45 millones: más de la mitad de la población residente en Alemania tiene trabajo. ¡Fantástico! O también podría decirse patológico. Porque es precisamente la antes mencionada sociedad entregada al trabajo asalariado (Berufsmenschentum) la que ha marginado todas las relaciones vitales y las esferas de actividad.

También hay que decir que, a pesar de este elevado número de personas empleadas, el número de horas trabajadas al año se mantiene constante. Esto significa que se ha trabajado un menor número de horas por trabajador porque ha aumentado el empleo a tiempo parcial, el empleo insignificante, etc. También se ha producido una precarización del trabajo, es decir, una flexibilización forzosa que se extiende al lugar de trabajo, las tareas laborales, las condiciones de trabajo, el horario laboral, etcétera. Muchas personas no pueden decir literalmente qué harán dentro de dos meses, de qué vivirán. Eso es un factor de estrés que tiene implicaciones sanitario-sociales. Y el trabajo está muy desigualmente repartido. Muchas personas están sometidas a un estrés permanente porque no saben qué harán dentro de cinco años.

Deutscher Gewerkschaftsbund, Archiv der sozialen Demokratie

Por último, hablemos del futuro de la sociedad del trabajo. Hoy observamos evoluciones contradictorias: Por un lado, un trabajo seguro y bien remunerado y avances satisfactorios hacia la reducción de la jornada laboral por parte del IG Metall, por ejemplo; por otro, un trabajo precario e inseguro que no asegura el sustento. ¿Hacia dónde va el camino?

Para empezar con la reducción de la jornada laboral: Uno de los eslóganes políticos de más éxito en la historia de la República Federal fue un cartel con un obrero y una niña cogidos de la mano en el que la niña decía: “¡Los sábados son para papá!”. Fue el descubrimiento del fin de semana. Los éxitos más recientes del IG Metall en materia de política horaria se incluyen aquí y son, por supuesto, de suma importancia. Se puede compensar a los trabajadores pagándoles salarios más altos o se puede, como pensaron Marx y Keynes, reducir la duración del empleo remunerado. De este modo, se puede pagar a los trabajadores con dinero o con tiempo o con una combinación de ambos.

Al mismo tiempo, ahora resulta, sorprendentemente, que los trabajadores no siempre valoran más el tiempo, sino normalmente mucho más el dinero. ¿Por qué? Para empezar, porque no se puede ahorrar tiempo. Porque 20 minutos más hoy y 20 minutos más mañana no suman 40 minutos más el fin de semana. El tiempo es “gelatinoso” (sticky), por así decirlo, y tiene diferentes valores en diferentes momentos. Los miércoles por la mañana tienen menos valor porque todo el mundo está trabajando y resulta aburrido ser el único que tiene tiempo libre. En cambio, el fin de semana es mucho más valioso. En segundo lugar, el tiempo en sí solo es atractivo si tienes dinero para hacer algo interesante, viajar, ir a un restaurante, etcétera. Para eso hace falta dinero. Así que siempre debe tratarse de una combinación de dinero y tiempo.

En términos mucho más generales, probablemente se pueda decir sobre el futuro de la sociedad del trabajo que nunca volveremos a tener pleno empleo en el sentido de una ocupación permanente, segura, a tiempo completo y adecuadamente remunerada según los estándares actuales. Y en un 20%, porque la producción se realiza en otros lugares y no aquí. En India y China, la producción es más barata y al mismo nivel técnico que aquí. Tenemos que aceptarlo. Pero el 80% principal se debe a la automatización, es decir, al hecho de que disponemos de inteligencia artificial, de que podemos digitalizar los procesos y provocar un cambio técnico que ahorra mano de obra. Las posibilidades técnicas de sustituir mano de obra son enormes.

Al mismo tiempo, nos movemos hacia una fase de estancamiento económico. Cuanto más ricas son las economías nacionales, menor es su crecimiento posterior. Esto significa que la distribución de la riqueza social a través de los contratos laborales y los salarios es un modelo que ya no es suficiente. Por lo tanto, debe haber otros modelos, como la renta básica, las transferencias, los dividendos nacionales, es decir, la distribución de todas las prestaciones económicas y los beneficios a los ciudadanos y ciudadanas, y no solo a los y las trabajadoras.

 

Claus Offe enseña Sociología Política en la Hertie School of Governance en Berlín. Ha sido profesor de Ciencias Políticas y Sociología Política en las Universidades de Bielefeld y Bremen, así como en la Universidad Humboldt de Berlín. Ha sido profesor visitante en, entre otros, los Institutos de Estudios Avanzados de Stanford, Princeton y la Universidad Nacional de Australia, así como la Universidad de Harvard, la Universidad de California en Berkeley y la Universidad New School, Nueva York. Es co-presidente del Grupo de Trabajo “Europa y la región MENA ‘en el Foro Dahrendorf.

Fuente: Jacobin 1 de mayo de 2023

Traducción: Jaume Raventós en Sin Permiso 18 de mayo de 2023

Portada: Andystallman.com

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

miércoles, 24 de julio de 2024

"La lógica de la política de austeridad se derrumba". Sobre el freno a la deuda de Lindner, la economía de libre mercado y el fascismo

 

Fuente: Sin permiso.info

¿Es el freno de la deuda una necesidad ineludible?

No. La idea de que el freno de la deuda es una necesidad absoluta es claramente una decisión política para ocultar lo que es una prioridad mucho mayor. Se trata de justificar la distribución de recursos de las clases trabajadoras a las élites inversoras. Esto es obvio porque tienes un freno a la deuda, pero paradójicamente aumenta el margen de maniobra para aumentar los recursos militares más allá de las necesidades de la OTAN con el fin de armar a Israel y alimentar aún más la guerra en Ucrania. La lógica de la austeridad se derrumba en cuanto ves en qué gasta realmente el dinero el Estado capitalista.

No hay dinero para el sistema social, pero siempre hay mucho dinero para las grandes empresas, el complejo militar-industrial, toda la transformación verde, que está en manos de los gestores de activos globales.

¿Hasta qué punto explica esto el éxito electoral de los partidos de derechas?

Es evidente que la derecha se alimenta del descontento con la precariedad, de las consecuencias de las políticas de austeridad.

¿La política de austeridad está estabilizando la economía o el ministro de Economía simplemente miente?

Sin duda está mintiendo. Eso es lo interesante de la economía clásica, es decir, la austeridad a ultranza. Saben que el tipo de crecimiento al que aspiran sólo beneficiará a las clases altas. Presionan para que se recorte el gasto social porque una vez que se recorta, no se vuelve a aumentar. El crecimiento económico significa mayores beneficios para las empresas. El valor en la economía siempre se crea a través de la explotación, pero está claro que en este momento histórico presionan más que nunca por una mayor explotación para evitar la redistribución del capital. Esto no conduce a la estabilidad, pero tampoco es el objetivo. La prioridad es mantener controlada a la clase obrera y hacer estables las condiciones para la acumulación de capital, esa es su definición de estabilidad.

En cada crisis, los economistas liberales intentan salvar el sistema y los asalariados pagan el precio. Pero, ¿cómo es que la idea de productividad pasó de los asalariados a los empresarios?

Marx decía que la hegemonía consiste en convencer a la gente de que lo que interesa a unos pocos interesa a todos los demás, y no hay mejores personas para imponer el consenso hegemónico que los académicos, que en última instancia se benefician del sistema.

A ellos no les preocupa no llegar a fin de mes, a diferencia de mucha gente. La idea de que las medidas de austeridad son por un bien mayor resulta atractiva para quienes no experimentan directamente la coacción económica. Vivimos en un sistema económico destructivo al que no le importa el sustento de la gente.

Nosotros, en la izquierda, no podemos argumentar a favor de un mayor gasto social sin hablar de las relaciones salariales. Si no hablamos de explotación, sólo estamos participando en el encubrimiento del sistema.

¿Qué tan cerca están el fascismo y la economía de libre mercado en términos económicos?

Se nos dice que el fascismo es algo completamente distinto de nuestra forma actual de sociedad. En mi libro muestro que el fascismo, tanto en términos políticos como teóricos, no es más que capitalismo con esteroides. El fascismo es el mejor aliado del capitalismo cuando se trata de aumentar la tasa de explotación, debilitar a los trabajadores y hacerlos sumisos.

Maffeo Pantaleoni, uno de los padres fundadores del fascismo y del marginalismo en Italia, sigue siendo hoy discutido entre los economistas como un gran pensador. Los economistas se limitan a separar la teoría de la política. Pero cuando se juntan las dos, es realmente obvio que el fascismo es coherente con la nueva teoría económica clásica y va de la mano de las políticas de austeridad que todavía hoy dominan nuestras condiciones supuestamente democráticas.

 
historiadora económica en la New School for Social Research de Nueva York. Su libro "The Capital Order: How Economists Invented Austerity and Paved the Way to Fascism" ("El orden del capital: cómo los economistas inventaron la austeridad y allanaron el camino al fascismo") se publicó en 2022.

jueves, 4 de abril de 2024

La empresarialización del comercio popular en São Paulo: trabajo, emprendedurismo y formalización excluyente

Por  Felipe Rangel







Introducción 

Este texto tiene como objetivo presentar una síntesis de los temas y argumentos elaborados en la tesis doctoral que desarrollé entre 2015 y 2019, la cual se basa en una investigación centrada en los trabajadores del comercio popular del centro de São Paulo (Rangel, 2019)2. En líneas generales, la investigación se construyó en un punto de confluencia entre los campos de la Sociología del Trabajo y los Estudios Urbanos. Esto se debe a la propia naturaleza del objeto de investigación, ya que analizar las estrategias para ganarse la vida en los mercados populares urbanos requiere combinar el problema del trabajo con el problema de las disputas por los usos de los espacios de la ciudad.


La investigación se originó con el objetivo de comprender las prácticas de trabajo en el comercio popular de São Paulo en un contexto de cambios materiales y normativos, así como las percepciones de los trabajadores sobre su propia actividad3. Con este objetivo, realicé una investigación etnográfica4 en espacios comerciales de la región de Brás, en el centro de São Paulo, una región conocida desde hace mucho tiempo por la producción y el comercio de productos de confecciones a precios bajos. Más concretamente me enfoqué en la dimensión cotidiana del trabajo en la llamada “Feirinha da Madrugada” de Brás y en algunos de los shoppings populares que se multiplicaron recientemente en el barrio. Así pude observar las estrategias de ejercicio de la actividad, las interacciones entre los trabajadores, las dificultades, pero también las expectativas y los proyectos que las personas construían a partir de este trabajo, históricamente estigmatizado, pero en proceso de reconfiguración ante la expansión de la lógica empresarial. Poco a poco se hizo evidente la necesidad de describir y analizar también las estrategias y contradicciones de los proyectos de modernización y formalización de estos mercados, que se justifican como mecanismos para combatir la informalidad y introducir un carácter más empresarial en estas actividades, en consonancia con los movimientos globalizados de inversión en las economías populares. La tesis articula las escalas y dimensiones de este doble movimiento analítico (dinámica laboral y gestión de los mercados populares) en un texto dividido en dos partes: la primera parte discute el territorio de ...(texto completo en RELET)

Revista Latinoamericana de Estudios del Trabajo 

Argentina: más que un programa de estabilización económica el gobierno avanza con un programa de desestabilización social

 

Rubén Lo Vuolo 

13/02/2024 -Sin Permiso





Desde devaluaciones hasta cambios en impuestos y servicios públicos, el país enfrenta desafíos sin un programa claro de estabilización que frene la escalada inflacionaria y el deterioro de la moneda nacional. ¿Hacia dónde se dirige realmente la economía argentina?

 

Las medidas económicas aplicadas hasta aquí por el nuevo gobierno argentino permiten una primera evaluación del rumbo que puede esperar el país. Durante la campaña electoral se descontaba la aplicación de un programa de estabilización económica por el complicado escenario transferido por el gobierno saliente: altísima inflación, reservas netas negativas en el Banco Central, estancamiento, muy alto déficit fiscal, múltiples tipos de cambio con amplias brechas, distorsión de precios relativos, deterioro del empleo y la situación social, etc. Lo que era difícil de prever era la aplicación de medidas que alimentan aún más el proceso inflacionario y la incertidumbre, sin ningún tipo de “ancla” para los precios junto con el deterioro y ausencia de las políticas sociales capaces de sostener la pérdida del valor real de los ingresos de la mayoría de la población.

La fuerte devaluación del tipo de cambio oficial fue acompañada con aumento del impuesto que se cobra sobre estas operaciones comerciales y que eleva aún más el tipo de cambio para importadores para recaudar tributos inmediatamente. También, y contrariando las expectativas de corporaciones que apoyan al gobierno, se anunció que se mantienen retenciones a las exportaciones e incluso que se suben para ciertos sectores industriales, con la excepción es minería e hidrocarburos. El gobierno muestra así su falta de interés en cambiar la matriz energética y su deseo de acelerar la extracción y la exportación de los recursos naturales del país; más aún, cuando pretende derogar las pocas leyes de defensa del medio ambiente que tiene el país para beneficiar un grupo seleccionado de corporaciones que siguen contaminando y acelerando la crisis climática.

También se inició un aumento de tarifas de servicios públicos de uso generalizado cuyo nivel final se desconoce. Más allá de la necesidad de recomponer precios relativos, el modo en que se está haciendo presiona al aumento inflacionario y aumenta la incertidumbre para la estimación de costos empresarios; así, parte de la escalada inflacionaria se explica por aumentos de carácter “preventivo” ante la incertidumbre futura. Hasta aquí, el único elemento que apunta a frenar la aceleración inflacionaria es la caída del valor real de los salarios con impacto directo en costos y en la demanda que profundiza la recesión. Además, el “impuesto inflacionario” que aceleró el gobierno licua el gasto público, no solo en los salarios, jubilaciones y prestaciones sociales, sino por el simple método de atrasar pago a proveedores. 

También el impuesto inflacionario está licuando el valor real de los agregados monetarios, lo cual reduce el pasivo en pesos del Banco Central que, al mismo tiempo, está dejando de emitir deuda que usan los bancos como reserva. En su lugar, parece que se alienta la emisión de deuda por el Tesoro, aumentándose el costo financiero al fisco (presión adicional sobre otros gastos estatales). Esto debería impactar también en los activos bancarios porque los títulos del Tesoro son de menor “calidad” que los del Central (y pagan menor tasa). En la misma línea, se bajó la tasa de interés para depósitos de los ahorristas a niveles reales fuertemente negativos, licuando ahorros del público que no accede a mercados financieros más sofisticados y empujándolo al mercado de divisas para cubrir la pérdida de valor de sus ahorros. 

La entidad monetaria también busca cambiar deuda en pesos por deuda en dólares, mediante una emisión que los importadores pueden tomar en pesos para sus pagos al exterior, pero que a su vencimiento deberá pagarse en dólares. Esto colabora en la absorción de liquidez a costa de la pérdida de calidad del patrimonio del Banco Central. Todo esto es propicio para dolarizar la economía como declama hace tiempo el actual presidente, aunque esto   ya se desmintió y reconfirmó varias veces por funcionarios oficiales. Pero lo cierto es que, en lugar de buscar fortalecer la moneda nacional, lo que se está haciendo la debilita aún más de lo que ya estaba.

Mientras tanto, el gobierno desde su inicio buscó imponer un extenso Decreto de Necesidad y Urgencia (cuestionado por su contenido y por inconstitucional) y un proyecto de ley omnicomprensivo que busca modificar centenares de normas que van desde un amplio blanqueo fiscal para evasores de todo tipo, privatizaciones y derogación de regulaciones en todos los órdenes sociales, cambios en derecho civil, comercial y penal, autorización para privatizar empresas públicas, desregulación de mercados como hidrocarburos y aeronáutico, la casi total liberalización de tarifas de servicios públicos, la absorción por parte del Tesoro del Fondo de Garantía Solidaria que actualmente administra la Administración Nacional de la Seguridad Social, autorización del Congreso para que el Ejecutivo tome deuda sin control de otros poderes, etc. Además, buscan transferir poderes especiales al Ejecutivo para tomar decisiones que corresponden a otros poderes del Estado. 

Estos procedimientos suman más incertidumbre. No sólo no se conocen evaluaciones sobre los efectos de los cambios pretendidos, sino que las negociaciones con legisladores y gobernadores han ido provocando cambios que ni siquiera se conocen. Más allá del resultado final de estas negociaciones, que parecen apuntar a cuestiones sectoriales y de interés particular, ya se generó un escenario de inseguridad jurídica e incertidumbre que es exactamente lo contrario que necesita un país sumido hace tiempo en una profunda crisis económica, política y social. Si tantas normas pueden ser modificadas de este modo, el procedimiento podrá volver a aplicarse por este u otro gobierno. Asimismo, es evidente la improvisación y la preeminencia de intereses corporativos y sectoriales por encima del interés general del país con lo cual no puede esperarse nada positivo para la economía y la sociedad. 

Con estas y otras medidas del mismo tenor, seguramente va a profundizarse la recesión, con aumento del costo de insumos nacionales e importados para la industria, con caída de salarios y beneficios sociales y con ello de la demanda de consumo e inversión. Si bien es probable que aumenten exportaciones agropecuarias, el sector también sufrirá aumento de los costos de sus insumos alimentando aún más a la inflación. En fin, la recesión, los salarios (formales e informales) y el recorte abrupto del gasto público, reciben todo el peso para frenar la inflación, pero hay demasiados elementos que la empujan para arriba. ¿Inversiones? Muy difícil en este contexto.

El anuncio del retiro por parte del gobierno del “capítulo fiscal” de las normas que pretende hacer aprobar por el congreso, también suma incertidumbre porque el objetivo está claro pero el procedimiento no. Más aún cuando la recesión debería hacer caer la recaudación de impuestos indirectos, aumentar la evasión y falta de pago de contribuyentes necesitados de financiamiento. Y, por supuesto, cuando el sesgo ideológico del gobierno es contrario a los tributos que se debaten en el mundo como riqueza, daños ambientales, herencia, etc. Todo indica que el esfuerzo estará más en el ajuste de gastos de servicios sociales esenciales, que junto con la caída de ingresos de la población ha de provocar un deterioro del bienestar de la mayoría de la población. 

Asimismo, la propia recuperación de reservas que comenzó luego de la devaluación puede no seguir el ritmo esperado a medida que se tenga que pagar importaciones y compromisos de la deuda pública. Otra vez, la incertidumbre es creciente y es muy probable que el gobierno recurra a un segundo shock en un nuevo intento   por acomodar desbalances y precios relativos que hasta aquí viene desacomodando aún más de lo que estaban. Según sean los negocios que habilite el gobierno para capitales extranjeros, puede esperarse en un primer momento entrada de capitales especulativos. Pero poca esperanza puede haber en la inversión productiva, mucho menos cuando el gobierno se autoexcluye del mundo con su posición frente a la crisis climática y otros temas sensibles de política exterior. 

En este contexto es llamativo que se reclame que “hay que esperar a ver los resultados”. Algo parecido se reclamaba para experiencias pasadas, no sólo de ortodoxia neoliberal sino de heterodoxia popular inconsistente: lo único que se logró fue dejar que el gobierno de turno profundice los problemas del país hasta un nuevo episodio de crisis terminal.

Lo que hay que hacer es reclamar un urgente, informado y consistente programa de estabilización, que frene la escalada inflacionaria y el deterioro de la moneda nacional. También, que atienda las urgentes necesidades de los grupos de población más vulnerables, y no los intereses particulares de corporaciones afines con el poder. Lamentablemente, hasta aquí ese programa de estabilización económica sigue ausente y el gobierno argentino está aplicando un desarticulado programa de desestabilización económica y social que no puede traer beneficios para el país.


viernes, 1 de diciembre de 2023

Nacionalismo económico



Por Álvaro García Linera

29 de noviembre de 2023 - 15:22

 (Fuente: Télam)

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No se trata de un concepto extraído de los rancios archivos del populismo latinoamericano de mediados del siglo XX. "Nacionalismo económico" es el título de un amplio reporte especial de la revista The Economist de octubre del 2023, referido a la nueva tendencia económica que está desplazando al libre mercado a escala global.


Hace un año atrás, este prestigioso y conservador semanario que sirve de brújula para todos los seguidores del liberalismo económico, ya había lanzado la alerta acerca de los riesgos del “fin de la globalización” promovida por la fragmentación geopolítica de los mercados. Hoy, más a la defensiva, denuncia la “tendencia alarmante” al crecimiento de un conjunto de medidas que están adoptando los gobiernos del mundo; de una corriente de opinión empresarial y académica ascendente, favorables al proteccionismo nacional de las industrias, la aplicación de subvenciones a la actividad económica, la elevación del gasto público y la regulación de los mercados. Todo agrupado bajo la denominación de “nacionalismo económico” o “homeland economics”.


Pero no solo es el The Economist que detecta este cambio de época. Durante el último año, el influyente periódico norteamericano The New York Times ha entregado numerosos estudios y opiniones sobre el regreso de las llamadas “políticas industriales” (industrial policy), nombre con el que se denomina al conjunto de intervenciones estatales para apoyar la actividad manufacturera, por medio de exenciones tributarias, subsidios, créditos blandos, garantías públicas, contrataciones estatales y, llegado el caso, nacionalizaciones. Uno de los animadores de este debate, es el premio Nobel de Economía P. Krugman que, en apasionados artículos en defensa de las políticas de subsidios del presidente Biden, afirma sin complejos que, si ello llevara a una proliferación de nacionalismos económicos en todo el planeta, entonces, bienvenido sea ese proteccionismo. Projet Sindicate, que agrupa a más de 500 medios de comunicación del mundo y donde escriben reconocidos académicos de las más prestigiosas universidades, en los últimos meses ha recogido la intensidad del debate referido al tema. La prestigiosa universidad norteamericana Massachusetts Institute of Technology (MIT) acaba de publicar un libro referido a la historia de las “políticas industriales”, en tanto que el reconocido profesor de Harvard Dani Rodrik desde meses atrás viene recomendando cómo aplicar de manera “correcta” ese nacionalismo económico. En medio de todo ello, no es casual que haya una reanimación de los debates keynesianos y polanyianos, sino que también aparezcan nuevas ediciones de la obra clásica del proteccionismo, la del economista alemán Friedrich List (The National Sistem of Political Economic, 1841), a la que Marx le dedicó decenas de comentarios críticos en sus cuadernos de lectura de 1847.

Y es que este neoproteccionismo industrial no es solo una nueva moda académica, sino una tectónica transformación de las estructuras económicas del orden global que está en marcha debajo de nuestros pies. Veamos:

Adiós a los mercados “libres”

Un mercado global autorregulado fue la gran utopía neoliberal de las ultimas décadas. El fin de la Guerra Fría, la incorporación de China a la OMC y la expansión de cadenas de valor que integraban al mundo entero en función de la eficiencia y oportunidades, alentaron ese gran sueño. En la primigenia tensión entre la territorialidad global / territorialidad local-nacional de la mercancía (valor de cambio/valor de uso), la historia parecía inclinarse por la primera. Pero era solo una ilusión. Los mercados son incapaces de cohesionar a las sociedades, lo que a la larga lleva a la polarización política. Los mercados son incapaces de equilibrar producción con finanzas, lo que a la larga lleva a la desindustrialización de los opulentos, y a la pérdida de su liderazgo global. Esto es lo que precisamente está pasando ahora en “el llamado Occidente” y, en particular, en EE.UU.


Por ello, era previsible que EE.UU. y Europa busquen, desesperadamente, detener su ocaso imperial frente a un “asiatismo” industrioso ascendente. Ese momento ha llegado. El primer giro histórico lo lanzó EE.UU. en 2018 al embarcarse en una guerra de aranceles a las importaciones chinas, imponiéndoles el pago de hasta un 25 por ciento de impuestos sobre su valor total. En contraparte, China hizo lo mismo con las importaciones norteamericanas. Con ello, las dos más importantes potencias económicas del planeta han enterrado el libre comercio.


La Unión Europea no se ha quedado atrás. Desde enero de 2022 ha reducido su compra de gas a Rusia, de un 45 por ciento del total de su consumo a un 13 por ciento (Comisión Europea, 2023); incluyendo en este recorte la voladura del gasoducto de abastecimiento Nord Stream 2. Y esa reducción nada ha tenido que ver con las “eficiencias” del mercado, sino con motivos geopolíticos. El gas ruso, que durante décadas sostuvo energía barata de los europeos y la pujante industria alemana, costaba cerca de 6 dólares el MBTU. En 2022, tuvieron que pagar 45 dólares el MBTU a otros proveedores amigos, incluidos los EE.UU. La eficiencia de los mercados se ha arrodillado ante el “mercado de amigos”.


Junto con ello, en marzo de 2023, la UE ha aprobado una ley de “defensa comercial contra las coacciones económicas”, que permite elevar aranceles y restringir participación en licitaciones a países que realicen “presiones económicas indebidas”, es decir China. La sinfónica del siglo XXI ya no acompaña odas al libre comercio sino a la seguridad nacional.


Que luego se restrinja el ingreso a Huawei al mercado europeo, que se prohíba la venta de tierras agrícolas a chinos o que, en agosto, Biden emita órdenes ejecutivas para prohibir exportaciones e inversiones norteamericanas en China en el área de semiconductores, inteligencia artificial, etc., es la nueva realidad de los mercados subordinados a los Estados.


Este nuevo espíritu global lo cartografía perfectamente el FMI al momento de lamentar el incremento, a escala geométrica, de las restricciones al libre comercio mundial, que de 250 medidas marginales y en países marginales en 2005 han pasado a 2500 en 2022; principalmente en los países económicamente más avanzados (Globalización a tope, junio, 2023). Los litigios contra trabas comerciales por temas de seguridad nacional han pasado de 0 en 2005 a 11 en 2022 (OMC, The impac of security…, 2023).


Todo ello está provocando una reorganización geográfica de la división del trabajo o, como suele llamarse ahora, de las “cadenas de valor”. La Organización Mundial del Comercio (OMC) reporta que desde 2009 esa articulación global de los procesos productivos ya no ha continuado expandiéndose y, desde entonces, ha comenzado a retraerse paulatinamente (WTO, Global value chain…, 2022). Las palabras de moda entre los CEOs del mundo son ahora “nearshoring”, “friendshoring” o, en los clásicos eufemismos de la presidenta de la Unión Europea, Von der Leyen, “reducir riesgos”.


Guerra de subvenciones

En la última década, la estantería globalista, anteriormente ya agrietada por el progresismo latinoamericano, comienza a desmoronarse. El sagrado mandamiento de que los Estados deben ser austeros y reducir al mínino los gastos es ahora una insensatez contrafáctica. En 2008, a raíz de la crisis de las hipotecas subprime que arrastró al mundo a una crisis financiera, las economías avanzadas tuvieron que movilizar el equivalente al 1,5 de su PIB para contener la caída de las acciones bancarias y las bolsas de valores. En 2020, ante el “gran encierro” frente al covid-19, el esfuerzo fiscal extraordinario llego al 18 por ciento del PIB, inundando la sociedad de emisión monetaria para pagar salarios, solventar deudas empresariales, sostener las acciones de las empresas e implementar ayudas sociales (FMI, Monitor Fiscal, 2021. El endeudamiento público mundial, que durante los años “dorados” del neoliberalismo acató una rigurosa disciplina fiscal con una deuda pública baja, alrededor del 50 por ciento del PIB, en la última década ha saltado hasta el 80 por ciento, y en EEUU al 110 (Kansascity FED, 2023). El gasto público, que durante 30 años se mantuvo en torno al 24 por ciento respecto del PIB, en los últimos años ha saltado al 34 (Banco Mundial, 2023). El elevado endeudamiento público no es ni una pasajera enfermedad económica ni un patrimonio latinoamericano. Es la nueva normalidad global.


Y para la pesadilla de los liberales, no solo hay un nuevo Estado gastador, sino además ahora industrialista y generador de mercados. El presidente norteamericano Biden desde 2022 ha movilizado cerca de 400 mil millones de dólares para subvencionar la fabricación de autos eléctricos, tecnologías verdes y microchips en EE.UU., con tecnología de EE.UU. y trabajadores en EE.UU. (Ley IRA, Ley Chips). “Consuma americano” es el nuevo lema proteccionista. Europa no se queda atrás. Según el Observatorio económico Brugel, entre 2022 y julio de 2023, los gobiernos han tenido que subvencionar a sus ciudadanos con 651 mil millones de euros el precio final de la energía eléctrica. Para Alemania, esto ha alcanzado al 5 por ciento de su PIB anual. En el viejo lenguaje liberal, una ineficiencia pasmosa. Pero en estos tiempos, los intereses de la guerra contra Rusia están por encima de las delicatessen del mercado.


Además de todo ello, desde 2019, las subvenciones estatales a la industria de la Unión Europea, de manera directa mediante transferencias y reducciones tributarias, y de manera indirecta mediante préstamos y garantías, suman anualmente el 3,2 del PIB (OCDE, junio 2023). En casos más osados, los Estados han nacionalizado la generación de la electricidad (Francia), o la distribución del gas (Alemania). Por su parte, la India y Corea del Sur acaban de aprobar generosos incentivos estatales a la producción de determinados productos. Y en China está en marcha su plan para que en 2025 el 70 por ciento de las materias primas básicas de sus manufacturas sean nacionales (Harvard Review, otoño 2018). De menos de 34 intervenciones de “políticas industriales” en el mundo en 2010, se ha pasado a 1568 en 2022 (Juhasz, Rodrik, agosto 2023).


El orden global está cambiando rápidamente y las ideologías dominantes también. De la antigua gubernamentalidad sostenida en el libre mercado, el globalismo, el Estado mínimo y el solitario emprendedurismo, estamos transitando a una legitimidad política aun difusa, pero en la que parecen comenzar a destacar otras bases de anclaje, como el industrialismo local, la autonomía tecnológica y la competitividad en mercados segmentados (Thurbon, 2023).


Ciertamente, todo ello no impide que por acá o por allá renazca con violento furor el melancólico apego a los imaginados años gloriosos del libre comercio. Son fósiles políticos que no por ello son inofensivos y meramente carnavalescos. Estos defensores del libre mercado que, como lamenta The Economist, ahora son tratados como “una reliquia colonial” en extinción, han provocado mucho dolor social en su aventura como en Brasil, y lo seguirán haciendo, como en Argentina. Lo curioso es que Latinoamérica, que vanguardizó este regreso a políticas proteccionistas, sea también donde se engendren las versiones más pervertidas y crueles de este anacronismo liberal.


Esto no significa que próximamente se imponga el nacionalismo económico. El tiempo de incertidumbre global aún continuará por una década o más. Pero este proteccionismo que ahora comienza a expandirse es distinto al que existió en los años 40 del siglo XX. Las subvenciones estatales ya no apuntalan tanto a un Estado productor, sino a un sector privado que necesita de la protección y guía estatal para prosperar. Igualmente, la nueva “sustitución de importaciones”, que nos recuerda a la antigua consigna de la CEPAL, ahora es selectiva, en áreas estratégicas ordenadas por criterios político-militares; en tanto que el resto de las importaciones que se mantendrán buscan ser relocalizadas a otros mercados más cercanos o políticamente aliados. Pareciera ser que estamos ante el nacimiento de un nuevo modelo híbrido, anfibio, que combina proteccionismo y libre cambio, según necesidades nacionales.


Este artículo fue publicado originalmente el día 28 de noviembre de 2023