martes, 30 de agosto de 2011

MARCOS NOVARO Y SU HISTORIA DE LA ARGENTINA



“Este es un país de fuga constante”
El historiador analiza el período comprendido entre 1955 y 2010. Toma al peronismo como eje necesario del sistema político argentino y llega hasta el surgimiento del kirchnerismo.




Final del formulario
 Por Cristian Vitale

El historiador esboza una sonrisa ante la ironía que escucha en el transcurso de la entrevista con Página/12: “Puede que Perón haya hecho todo lo que hizo para romperles la cabeza a ustedes, los historiadores...”. Marcos Novaro retruca, en un intento de salir del paso por la síntesis: “El problema es que se rompió la cabeza a sí mismo, porque él también terminó siendo víctima de su propia creación”. Y continúa: “Yo creo que el peor período de la Argentina es el que va de 1973 a 1980, porque Perón se rinde ante su propia obra”. El recorte navega dentro del marco mayor que implican las 318 páginas de Historia de la Argentina (1955-2010), el libro que la editorial Siglo XXI le encargó a este investigador del Conicet, profesor de Teoría Política y Contemporánea, y director del programa de historia política del Instituto Gino Germani.
Lo que Novaro se propuso no fue, claro, un ensayo holístico sobre Perón (que sólo gobernó ocho meses durante el período), sino desandar los flujos y reflujos políticos que le han inyectado a la historia moderna del país sus “intersticios, dobleces y complejidades” y que, más claro aún, tienen a Perón como actor entre actores. El intento es tratar de abstraerse de visiones “maniqueas” y “simplificaciones” y analizar, desde allí, hechos y tópicos que prendieron fuego el pasado siglo y lo que va de éste: el fracaso de la Revolución Libertadora, la fragilidad de los gobiernos de Frondizi e Illia y sus planteos ante el peronismo proscripto, el proyecto corporativo de Onganía, el ascenso de las organizaciones armadas, el programa represivo de los militares y la inconsistencia de sus políticas económicas, la esperanza que despertó Alfonsín y las dificultades que debió enfrentar, las reformas de mercado introducidas por el menemismo y el surgimiento del kirchnerismo, entre ellos.

–Un libro de historia que incluye el período kirchnerista. ¿Cómo se hace historia “hasta ayer”?
–(Risas) Bueno, es un tema: apenas lo terminé se murió Néstor Kirchner y entiendo que ese capítulo final es muy precario.

–Y difícil, se intuye, al menos para mantener el tono matizado y analítico del resto del relato.
–Sí. De todas formas, el kirchnerismo no puede entenderse fuera de esta larga historia del peronismo post régimen peronista. En este sentido, tuvo un período de auge y eficacia política, simbólica y cultural que, para mí, terminó en 2008. Creo que tuvo el proyecto de recuperar las banderas del populismo y el desarrollismo, una pretensión de síntesis interesante, incluso la recuperación de cierto liberalismo político. El kirchnerismo fue la renovación de la Corte Suprema, el abrazo con Alfonsín y su incorporación al panteón de héroes... en fin, una serie de gestos muy importantes...
–La reapertura de los juicios a las Juntas es insoslayable...
–Eso era esperable, pero los otros gestos fueron más innovadores. De todas maneras, entiendo que el proyecto político llegó a su límite porque no fue capaz de cambiar al peronismo tradicional y tampoco supo acomodarse a una etapa más complicada en términos económicos, porque uno de los problemas recurrentes en este país es que el poder central, en el marco de un sistema populista, siempre termina siendo víctima del arco de gastadores de presupuesto. Igual, hay que entender la alternativa de Kirchner, que era rendirse ante eso. También podría haber seguido el camino de las reformas, pero era costoso pelearse con los gobernadores para que los rendimientos influyeran sobre las partidas presupuestarias o para reformar el sistema impositivo.
A Novaro le toca el rol algo incómodo de tener que hablar como un analista político de la actualidad cuando lo que hizo fue escribir un libro de historia. Entre la muerte de Kirchner y hoy han pasado muchas cosas que su libro –axiomático– no pudo plasmar. De todas formas, el pantallazo sobre el período ancla con el eje propuesto, el del peronismo como centro y actor necesario del sistema político argentino. “Desde 1955 hasta hoy ha persistido la idea liberal de rediseño y corrección del país y el peronismo se ha burlado de todos ellos, incluso de los intentos de los propios peronistas”, sostiene.
–¿A qué se refiere, específicamente?
–A que los intentos de disciplinarse a sí mismos y poner en caja a ese monstruo invertebrado también han fracasado. Yo creo que la etapa contemporánea también se puede leer en esos términos. El proyecto kirchnerista tiene mucha similitud con el de Menem en la idea de hacer un peronismo definitivo, aunque de otro signo, desde la voluntad. Y eso no pudo ser, ni desde adentro ni desde afuera.

–Ciertos historiadores soslayan un hecho central para comprender el peronismo, que es la identificación emocional entre un hombre y las masas.
–Bueno, no es un detalle. El peronismo hizo una revolución social, construyó una sociedad extremadamente igualitaria para los parámetros regionales y todavía uno tiene que discutir qué pasó con esa sociedad igualitaria. Y es que tiene un problema económico de base: es insostenible, porque la productividad en Argentina no alcanza para ser tan igualitarios. El país tenía que dar un salto de productividad para mantenerla y no lo pudo dar. Desde que Perón fracasó con el Congreso de la Productividad, ya no hubo forma de salvar esa sociedad. Ahora, yo pregunto, ¿si la igualdad es un principio que torna más estables a las sociedades, por qué la igualdad peronista fue tan inestable y disruptiva? Es un debate abierto y yo compartiría la tesis populista de que el problema no fue necesariamente el populismo, porque en realidad la sociedad argentina dejó de ser una sociedad populista y, sin embargo, se sigue gobernando con conflictos.

–Bien, pero pasaron cosas. Hubo una dictadura feroz, un neoliberalismo arrasador, un vaciamiento de la cultura política...
–Entiendo el argumento sobre la derrota del campo popular, pero no compartiría la idea de que hay, a partir de ese momento, un desequilibrio de poder. Está la tesis de Portantiero que dice “bueno, había un empate social y ese empate era el que generaba el conflicto, pero ese empate desapareció con la dictadura y a partir de ese momento no hay empate sino dominación”. Yo no lo comparto. Tiene una parte sugerente, sí, pero la idea de la derrota no tiene en cuenta el modo en que se autoderrotó la clase dominante con la dictadura. Y la gran conservación del poder que tuvieron actores del campo popular, principalmente los sindicatos. Más que pensar en un desempate hay que pensar en una derrota mutua: la Argentina populista implosionó y perdieron los dos. Me parece más interesante la explicación a lo
O’Donnell sobre alianza de clases. Cuando él escribe de la alianza hasta el ’76 dice que es mucho más complejo que la idea de empate. Lo que pasa del ’75 en adelante no es que hay un campo que sube y otro que baja, más bien hay un quilombo infernal en el que la derrota que infligen los sectores de poder militares y empresariales a los actores populares es un triunfo del cual no van a poder sacar provecho durante mucho tiempo. Una de las cosas importantes es que no está el empresariado. Fíjese que Alfonsín los tiene que ir a buscar para tratar de convencerlos de que dejen de fugar capitales. Para entender a Menem también hay que entender eso: dicen, “Menem se rindió ante el empresariado”, y no tenía frente a quien rendirse porque los tenía que convencer de que Argentina era viable, que dejaran de llevarse la guita. Este es un país de fuga constante, hay que entenderlo.

–¿En qué sentido entiende usted el concepto de populismo? Apela seguido a esa categoría.
–Yo creo que el populismo es un elemento bastante inevitable de todas las políticas democráticas, digamos. Los sistemas democráticos tienen una cuota de populismo que en algunas épocas es más de izquierda y en otras más de derecha. La apelación a las masas contra las instituciones o contra las jerarquías establecidas es algo muy fuerte en la política norteamericana, por ejemplo. Ahora, el populismo norteamericano convive en general con instituciones liberal-democráticas que lo canalizan. El populismo de Roosevelt, por ejemplo, encontró un freno en la Corte Suprema. ¿Fue bueno eso o no? Hay toda una discusión, porque la Corte era muy conservadora y le frenó las reformas sociales. Hay quienes piensan que eso fue un freno al reformismo.
–¿Y usted qué piensa?
–Me inclino a pensar que es un freno útil a los problemas del populismo porque éste arrasa con las instituciones y genera problemas más serios de los que resuelve. En algunas ocasiones es inevitable que arrase con las instituciones, como hizo el peronismo. Ahora, ¿por qué el reformismo de Roosevelt fue más duradero que el reformismo social del peronismo? En parte porque encontró instituciones, algunas de las cuales le hicieron frente, y en parte porque se canalizó a través de instituciones porque no podía ir por afuera. Ahora, ¿eso pasó porque las instituciones eran más permeables al cambio o porque el populismo no era tan virulento?... Tal vez por ambas cosas. En el caso argentino uno puede decir, bueno, el populismo en general ha ido por afuera de las instituciones y fue muy radical en el sentido distributivo.

–Puede preguntarse también si las elites y las instituciones que enfrentó el peronismo fueron flexibles con los reclamos sociales como para canalizar lo que usted llama populismo radicalizado.
–Yo diría que el problema no fue tanto con las elites sino con los partidos de oposición, la prensa y los sindicalistas socialistas y comunistas. Hubo una radicalización en ese sentido. Bueno, después uno podría decir “cuando Perón llamó a la paz Frondizi le contestó con guerra...” Y sí, es cierto. Frondizi creía que se iba a llevar las cosas por delante y que tenía que liquidar al usurpador de “su revolución”, y después pensó que podía usarlo como instrumento de su estrategia de superación del peronismo. Obviamente, hubo mucha omnipotencia en el antiperonismo, mucha revancha...

Novaro es investigador del Conicet y director del programa de historia política del Instituto Gino Germani.
Imagen: Sandra Cartasso

Fuente: Diario página/12

martes, 9 de agosto de 2011

Ampliando el espectro


Siempre es importante tener distintos enfoques de la realiadad , por esti les acercamos la siguiente revista mexicana de Sociología. La mismata un tema de gran importancia y terrible que ocurre actualmente en México que es  la  violencia. Les acercamos la  revista de Sociología hacer click para acceder.



miércoles, 3 de agosto de 2011

DIALOGO CON RODOLFO TECCHI, BIOLOGO, DIRECTOR DE LA AGENCIA DE PROMOCION CIENTIFICA Y TECNOLOGICA

Silenciosas semillas cargadas de futuro


Un balance de gestión y una mirada estratégica sobre temas pendientes. En este país, donde en el pasado relativamente reciente se mandó a los científicos a lavar los platos, ahora la ciencia se sienta a la mesa de las grandes decisiones.



Final del formulario
 Por Leonardo Moledo

–Usted integra el directorio de la Agencia. ¿Cuál es el balance de la gestión en Ciencia y Tecnología?

–Hay dos señales muy fuertes. Al principio de la actual gestión de Cristina Fernández de Kirchner, con la creación en 2007 del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MinCyT), que colocó en la agenda de los principales temas el desarrollo tecnológico, la mejora de la competitividad y la incorporación productiva del conocimiento; y ahora termina la actual gestión inaugurando Tecnópolis, una megamuestra que pone a la ciencia y la tecnología al alcance del conjunto de la sociedad.

–Y no hace demasiado, desde la cima del poder, los científicos eran mandados a lavar los platos...
–El cambio es rotundo. Se ha vuelto habitual que la ciencia esté presente en los mensajes presidenciales. Es fundacional que desde lo más alto del poder político se sostenga la necesidad de un sistema científico tecnológico renovado y activo. Por eso Tecnópolis, que es una feria de la ciencia y tecnología como nunca antes hubo en la Argentina, no es una decisión aislada, hay un esfuerzo por comunicar a toda la sociedad la importancia del desarrollo científico y tecnológico, lo cual marca uno de los principales signos de esta gestión presidencial. Esto, sin perjuicio de otras medidas como la Asignación Universal por Hijo, y otras medidas sociales que también han sido transformadoras. Esta Presidenta como ninguna otra en la historia le ha dado un lugar de privilegio a la investigación científica, y a la participación del sector privado en el desarrollo innovador.

–¿Usted diría que hubo un giro que busca más logros tecnológicos? ¿Gravitan más las aplicaciones concretas que las investigaciones básicas? La Argentina en los últimos años colocó satélites propios en órbita, exportó centrales nucleares, se crearon empresas de bioingeniería, aparece la tecnología como motor de la industria.
–Sin duda, hay avances tecnológicos y hay decisiones, que son políticas, para que sean aprovechados también por los sectores más desfavorecidos. Hay algo para destacar que pasó inadvertido en los grandes medios. Hace poco, cuando se inauguraba la nueva televisión digital en una provincia periférica como Jujuy, el gobernador Walter Barrionuevo señalaba que como nunca antes un avance tecnológico estaba llegando primero a los sectores más humildes y desprotegidos de la sociedad, rompiendo el paradigma tradicional en el cual las innovaciones científicas llegan primero a las clases sociales más acomodadas. Ese es un signo de estos tiempos.

–¿Usted diría que el Estado recuperó la planificación?
–Claro. El Estado, a partir de 2003, financió proyectos y hubo un fortalecimiento institucional palpable, y sobre esa base, a partir del 2007 se inició un rumbo novedoso. Al momento de crear el MinCyT, la Presidenta buscó que ese ministerio lo liderara una persona que cumpliera dos características: un compromiso con el proyecto nacional, y un lugar destacado en la comunidad científica. Creo que encontró ese liderazgo en el doctor Lino Barañao. Seguramente un próximo esfuerzo se orientará a la comunicación social de estos avances, porque sin el respaldo de la sociedad no será posible consolidar este inédito protagonismo del sistema científico.

–Esa cuestión del respaldo social es una cosa bastante vaga, porque ¿quién puede oponerse al avance general de la ciencia? Supongo que nadie.
No lo crea. Aunque no lo expresen abiertamente, hay sectores que sostienen que tenemos que allanarnos a que los avances tecnológicos válidos son los que vienen de afuera y que no vale la pena invertir en nuestros proyectos. Cuando se habla, por ejemplo, de agregarle valor a la producción primaria, aplicando tecnología y conocimientos, no faltan los que por intereses económicos muy concretos argumentan que ese camino no es el mejor para el país sino que hay seguir con el modelo exportador de materias primas y recursos naturales del siglo pasado. Optar por mejorar la competitividad del sector productivo, a partir de conocimiento argentino apropiado, valorizado y comprendido por la sociedad, genera controversias con ciertos grupos económicos.

–Usted mencionó a Jujuy. ¿Qué me puede contar acerca de la ciencia en las provincias?
–Mucho, porque hay políticas federales y un activo funcionamiento del Consejo Federal de Ciencia y Tecnología. Hay un fuerte aprovechamiento de los recursos orientados a proyectos para la solución de problemas productivos o sociales concretos. Lo que nos queda pendiente para la etapa que viene es darle mayor visibilidad a estos logros que son de gran impacto local y a partir del esfuerzo que hace el Estado. Porque detrás de cada uno de los logros tecnológicos hay mucho trabajo silencioso. En nanotecnología, por ejemplo, la inversión en tecnología como la inversión en educación no muestran sus resultados de manera inmediata sino en décadas. Para eso la ciencia tiene que dejar de ser muda.

–Recuerdo los lamentos de los científicos que no podían viajar a los congresos y que con razón se quejaban de todo. Y también aquello de que la única salida para un investigador argentino era Ezeiza...
–Ha habido una estrategia exitosa con el Programa Raíces, que es ley nacional, frente a la gran cantidad de científicos que emigraron en décadas anteriores. Y esa estrategia ha sido por un lado ofrecerles todas las posibilidades para retornar al país y seguir desarrollando sus actividades aquí. Y por otro lado, para aquellos que no tienen la posibilidad de volver porque ya se han insertado definitivamente en otros países, se los invita a integrarse al trabajo en red, articulado fuertemente con proyectos de la comunidad científica local.

–Y de aquí en adelante, ¿cuáles son los temas pendientes?
–Uno de los problemas que todavía no terminamos de resolver es que el crecimiento del sistema científico necesariamente exige una incorporación más acelerada de recursos humanos especializados, jóvenes que tengan vocación por la investigación y se incorporen a la carrera de investigador. Todavía el sistema universitario argentino no alcanza a proveer todos esos jóvenes que necesita el sistema científico. Falta terminar de consolidar la cultura del esfuerzo en el sistema educativo. Muchos jóvenes vislumbran las carreras científicas como más difíciles, donde hay que estudiar disciplinas que exigen un rigor para su comprensión más profundo y por eso mismo carreras clave como las ingenierías no tienen la matrícula necesaria. También muchos estudiantes de este tipo de carreras reciben ofertas laborales aún antes de graduarse. Por eso el Ministerio de Ciencia y Tecnología y el Ministerio de Educación sostienen un Programa de Becas de Grado para tratar de mantener y consolidar la matrícula en carreras como las de informática y las ingenierías.

–¿Y qué más puede hacer el Estado para despertar vocaciones científicas?
–Debería fortalecerse la formación de los docentes, que son quienes finalmente imparten las asignaturas relacionadas con la ciencia y la tecnología. Gran parte de los que nos dedicamos a la ciencia sabemos que la vocación se nos despertó en el secundario a través de docentes que promovían un afecto y una pasión por ciertas disciplinas. Eso se perdió y es algo que es clave recuperar.

–Además, usted coordina la Comisión Asesora de Biodiversidad y Sustentabilidad del MinCyT.
–Sí, y se formó para fortalecer la transferencia de conocimientos del sector científico a la utilización sostenible de la biodiversidad. Queremos que más grupos avancen en la utilización efectiva de esos saberes. Por ejemplo, entregamos el Premio Fidel Roig a un grupo de la Universidad del Comahue, que con autoridades provinciales y con pymes pesqueras desarrollaron un plan para hacer sostenible la pesquería en el golfo San Matías, en la zona de San Antonio Oeste, en Río Negro. Hoy en día, allí hay un plan concertado entre todos esos actores para el cuidado de la biodiversidad, que asegura la conservación de los recursos marinos. Ese plan surgió a partir de conocimientos científicos. Premiamos que esos conocimientos no hayan quedado guardados en los laboratorios de la universidad.

–Bueno, el asunto no termina cuando los laboratorios producen las semillas del conocimiento. Además deben plantarse.
–Ese es uno de los principales objetivos que tiene la comisión y también este ministerio: avanzar en abrir los laboratorios hacia la transferencia de los conocimientos del sector privado. El ministerio impulsa mucho los proyectos en los cuales se asocia al sector privado con el público en medicamentos, en nanotecnología, en biotecnología, de manera de producir avances concretos que se vean en el mercado y en los beneficios.

–Terminemos con que las investigaciones no se queden en los laboratorios las semillas fabricadas...
–Que los investigadores incorporen el hecho de que sus conocimientos después tienen que ser aplicados, que tienen que tener algún beneficio y reflexionen sobre el contexto en que pueden ser aplicados.

Fuente:Diario Página/12- Miércoles 27 de julio de 2011-www.pagina12.com.ar

A 45 años de los “bastones largos”, hoy el país recupera a sus científicos



Los militares desarmaron a golpes aquel modelo de desarrollo tecnológico
  
 
 
 
El 29 de julio de 1966, la dictadura de Onganía intervino la universidad y la policía apaleó a estudiantes y profesores de Ciencias Exactas, 1400 docentes e investigadores abandonaron el país. Desde 2003, se repatrió a más de 800.
 
Al grito de “¡hay que limpiar esta cueva de marxistas!”, la guardia de Infantería de la Policía Federal entró a los claustros universitarios, apaleó a estudiantes, graduados y profesores y produjo un velo negro en la historia académica argentina, propiciando la “fuga de cerebros” y el desmantelamiento de programas de avanzada. Un costo que el país “sigue pagando” y que planes como el de repatriación de científicos buscan subsanar. El episodio se imprimió en la Historia como La Noche de los Bastones Largos y ocurrió hace hoy exactamente 45 años.
“Sentí bombas que estallaban, que rompían las ventanas, entraban y arrojaban gases. Tuvimos que salir como ratas. Después me recuerdo pasando por la doble fila de la guardia de infantería, ahí nos golpeaban, nos decían de todo”, recuerda el matemático Raúl Carnota, en ese entonces un estudiante que había acompañado la asamblea de autoridades y alumnos en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Esa noche del 29 de julio de 1966, todos los claustros se habían convocado para rechazar la intervención dispuesta por el reciente gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, mediante el decreto 16.912, que atentaba contra la autonomía y la libertad de cátedra. 

Pablo Jacovkis todavía no era graduado en Matemáticas, y faltarían unos años para que fuera profesor y más tarde decano (1998-2006) de la facultad. Con una carrera avanzada, 20 años, y voluntad por defender lo público, terminó un examen con el profesor del MIT, Warren Ambrose, y fue desde la Ciudad Universitaria hasta la sede de Perú 222, donde hoy funciona la Manzana de las Luces. “Fuimos con un conjunto de estudiantes y presenciamos una reunión del Consejo Directivo, en la que se decidió no aceptar cargos según la norma, porque les restringía a los decanos su autoridad. La UBA no los aceptó. Ni el rector (Hilario Fernández Long), que había firmado una dura declaración contra el golpe de Estado, ni ninguna autoridad”, recuerda hoy.

Carnota cursaba el 5º año en el Colegio Nacional Buenos Aires, ubicado justo a la vuelta del edificio donde funcionaba Exactas. Pertenecía a la Federación Juvenil Comunista, que tenía intervención en el Centro de Estudiantes. Esa vocación lo llevó a unirse a la resistencia y acabar golpeado y detenido, al igual que unas 150 personas esa noche. “Habré estado toda la noche en la comisaría, hasta la madrugada. A otros los largaban antes, a los que se identificaban como profesores”, aporta Carnota, hoy miembro del Consejo de Administración de la Fundación Sadosky.

Los palos de esa noche, bajo las órdenes de los jefes de la Side, Eduardo Señorans, y de la Policía Federal, Mario Fonseca, no distinguieron entre alumnos y autoridades. El decano, Rolando García, y el vicedecano, Manuel Sadosky, fueron golpeados con igual violencia que el resto. Así lo recordó en una carta que envió a The New York Times el profesor Ambrose, quien se encontraba en el país invitado por la universidad: “Nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles y que nos pateaban rudamente (…) Debo agregar que los soldados pegaron tan brutalmente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo y en donde pudieron alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros –mujeres, profesores distinguidos, el decano y vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes.”
En una edición especial de la revista Caras y Caretas, de 2006, Felipe Pigna y María Seoane escribieron que “la Guardia de Infantería no ahorró insultos, patadas, golpes de machetes y palazos que por ‘orden superior’ y razones obvias debían apuntar a la cabeza, pero no sólo ahí, como lo demuestra la querella criminal iniciada por el decano Rolando García contra el general”.

La Noche de los Bastones Largos expulsó a casi 1400 docentes que renunciaron o directamente se exiliaron. De los 301 que emigraron, 215 eran científicos, y 86, investigadores en distintas áreas. Al cumplirse recientemente los 50 años de la computación en el país, Tiempo Argentino entrevistó a científicos como Julián Aráoz, quien era responsable del Grupo de Investigación Operativa del Instituto del Cálculo y partió a Europa tras la violencia del onganiato. Programas como el de la computadora Clementina se desvanecieron en poco tiempo tras la fuga de cerebros.  



“Lo que se apagó en La Noche de los Bastones Largos fue un proyecto que pretendía poner a la facultad como un punto de referencia, un faro en matemática aplicada para políticas públicas, para el Estado. En esos años, el Instituto del Cálculo era vanguardia, y esto se perdió abruptamente”, reflexiona Carnota, quien fue profesor del Departamento de Computación.

Jacovkis cree que la herida “se ha cerrado”, aunque “el costo lo seguirá pagando la Argentina durante mucho tiempo. Hay cosas que no se recuperan, todos los científicos que se fueron fue una pérdida grande. De todos modos, hay paliativos. En este momento hay planes para que vengan los investigadores que están afuera, hay programas, es una situación favorable.”  

 Fuente: Diario Tiempo Argentino http://tiempo.elargentino.com/