miércoles, 26 de marzo de 2014

Geopolítica de la Amazonía Poder hacendal - Patrimonial y acumulación capitalista



 
Revolución y contrarrevolución
 
Fue Lenin quien señaló que todo proceso revolucionario verdadero engendra una contrarrevolución aún mayor. Eso significa que todarevolución necesita avanzar para consolidarse, pero al hacerlo levanta fuerzas opositoras a su avance que ponen en jaque la propia
revolución, la cual para defenderse y consolidarse deberá a su vez avanzar más, despertando aun mayores reacciones de las fuerzas conservadoras, y así de manera indefinida. En Bolivia, en los últimos 12 años, hemos vivido un ascendente proceso revolucionario que, emergente desde la sociedad civil organizada como movimiento social, ha afectado y atravesado la propia estructura estatal, modificando la misma naturaleza de la sociedad civil. Se trata de una revolución política-cultural y económica. Política, porque ha revolucionado la naturaleza social del Estado al haber consagrado los derechos de los pueblos indígenas y la conducción de esos derechos desde la propia ocupación de la administración estatal por ellos (los indígenas). Estamos hablando de un hecho de soberanía social que ha permitido la conversión de la mayoría demográfica indígena en mayoría política estatal; una modificación de la naturaleza social-clasista del mando y hegemonía estatal. De hecho, esa es la transformación más importante y significativa en...Leer completo aquí

lunes, 24 de marzo de 2014

Sobre la cobardía y la irrelevancia de la ciencia social académica

Anthony DiMaggio · · · · ·
 
23/03/14
 



El último libro del economista francés Thomas Piketty está siendo objeto de muchos comentarios: todavía hay esperanzas en la educación superior para los intelectuales serios y los académicos decentes. El libro, Capital in the Twenty-First Century [El capital en el siglo XXI] acaba de salir este mes y plantea graves cuestiones sobre el valor de la ciencia social académica dominante.
Piketty es bien conocido por tenerla tomada con la academia: la acusa de producir montañas de basura de escaso valor práctico para la sociedad y para las políticas públicas. Tras conseguir una sólida posición académica en el MIT a sus tempranos veinte a comienzos de los 90, decidió volver a Francia. Según cuenta él mismo, "no me parecía muy convincente el trabajo de los economistas estadounidenses". Sus colegas "andaban demasiado preocupados por ínfimos problemas matemáticos que sólo les interesaban a ellos". El consejo de Piketty a los académicos futuros: "empezad con cuestiones fundamentales y tratad de dar buena cuenta de ellas". Piketty ha seguido desde luego su propio consejo. Junto con su colega, el economista Emanuel Sáez, ha logrado la celebridad en los últimos años produciendo investigaciones que marcan un hito en el estudio de la desigualdad sin precedentes actualmente existente en los EEUU del incipiente siglo XXI. Analizando datos fiscales del IRS [siglas del Internal Revenue Service, el servicio de estudios de la Hacienda norteamericana; T.], Piketty y Sáez han demostrado que, a mitad de la primera década de este siglo, la desigualdad en los EEUU alcanzó cotas nunca vistas desde el comienzo de la Gran Depresión. El uno por ciento más rico de los norteamericanos –eso mostraban sus datos— se lleva una cuarta parte de todo el ingreso anual anterior a la recaudación fiscal.
Las conclusiones de Piketty y Sáez resultan demoledoras para los numerosos mandarines, columnistas y tertulianos que insisten machaconamente en que la desigualdad no es un problema grave en los EEUU de hoy, y que Norteamérica sigue siendo el "país de las oportunidades" para todos quienes estén "dispuestos a trabajar lo suficientemente duro". En realidad, los EEUU ostentan –sólo sobrepasados en eso por Canadá—  la segunda más baja "tasa de fuga" de la pobreza de todos los países ricos, del primer mundo. Los norteamericanos se descubren trabajando más horas por menos salario y entre constantes incrementos generalizados del coste de la vida. La investigación de Piketty y Sáez abre también grandes boquetes en la inveterada conclusión –muy común entre los economistas— de que el neoliberalismo de "libre mercado" produce resultados óptimos para las masas norteamericanas. Si la desigualdad sigue creciendo en una era en la que los trabajadores se ven trabajando más y más horas, eso habla mal del potencial de movilidad económica ascendente.
Volviendo al asunto de la academia, Piketty tiene un arsenal de palabras poco amables para los académicos actuales: "Para decirlo llanamente, la disciplina de la teoría económica tiene todavía que superar su pueril pasión por las matemáticas y por la especulación puramente teórica, a menudo superlativamente ideológica y siempre a expensas de la investigación histórica y de la colaboración con otras ciencias sociales… Ser economista académico en Francia ofrece una gran ventaja: aquí los economistas no son demasiado respetados en el mundo académico e intelectual o entre las elites políticas y financieras. Están obligados a dejar de lado su desdén por otras disciplinas y esa absurda pretensión de mayor legitimidad científica a pesar de no saber casi nada de casi todo. Ese es en cualquier caso el encanto de la disciplina y de las otras ciencias sociales en general: uno empieza desde la casilla uno, de manera que alguna esperanza hay de hacer progresos substanciales… la verdad es que la teoría económica no debería haberse empeñado jamás en divorciarse de las otras ciencias sociales, porque sólo podrá progresar con ellas. Las ciencias sociales, todas ellas, saben demasiado poco como para perder el tiempo en necias rebatiñas sobre fronteras disciplinarias. Si tenemos que hacer progresos en nuestra comprensión de la dinámica histórica de la distribución de la riqueza y la estructura de las clases sociales, es obvio que tenemos que adoptar un enfoque pragmático y hacernos con los métodos de los historiadores, los sociólogos, los politólogos y también los economistas… Las disputas disciplinarias y las guerras de posición por lindes carecen de importancia."
Me puedo sumar a los comentarios de Piketty. Los problemas detectados en la teoría económica son comunes en todas las ciencias sociales. Mi propia disciplina –la ciencia política— esta dominada desde hace tiempo por la sobrespecialización y la oscuridad: plagada de académicos excavando en nichos extremadamente angostos y planteándose una y otra vez cuestiones de utilidad práctica limitada, por decir lo menos. Es un problema muy embarazoso, francamente. Para dar un ejemplo, los congresos profesionales de ciencia política reproducen una y otra vez "investigación" de baja calidad, carente totalmente de relevancia para el norteamericano medio. Un subcampo en auge en la ciencia política es nada menos que la investigación del modo de medir el fenómeno político, sin la menor noción o visión de la vida política o del mundo político propiamente dicho. A esa investigación se la conoce como "metodología política". Un aura de mística rodea a ese subcampo a medida que crece en prominencia. Lo abrazan muchos politólogos envidiosos de la teoría económica. Los politólogos están convencidos de que si buena parte de la investigación cuantitativa producida por la disciplina parece demasiado complicada de entender (buena parte de la misma está escrita en ecuaciones formales y no habla de nada en particular, limitándose a presentar oscuras pruebas estadísticas), entonces debe ser "buena" y un indicio de pensamiento "superior" y gran "pericia" profesional. En realidad, ese trabajo a menudo lo desarrollan aspirantes a matemáticos sin nada que decir sobre una vida política real de la que todavía saben menos. Sus adeptos no gastan su tiempo en observar el proceso político: poco tienen, pues, que ofrecer al conocimiento del mundo real. Toda la pericia estadística del mundo de poco vale, si no sabes nada de tu objeto de estudio. Para demostrar cuán lejos se halla esa investigación de las masas de norteamericanos, reparen ustedes en los títulos de estos trabajos académicos presentados a un congreso nacional venidero de ciencia política:
* "Los ajustes para los sesgos de confusión con tratamiento multivariable: el registro covariado de propensión equilibrada en los regímenes de tratamiento categórico" 
* "¿El mejor de los mundos posibles? Puesta a prueba de la robustez en modelos transversales de series temporales con tratamientos ficticios alternativos plausibles"
* "Evaluación de la robustez de los estimadores con la técnica del número de elementos bajo errores métricos aleatorios y no aleatorios"
* "Test empírico del Lapso Espacial-Autoregresivo frente a los Componentes de Error Inobservados Espacialmente Correlacionados" 
Sí, sí, han leído ustedes bien. Yo habría sido incapaz de inventarme títulos así. Es triste, pero los trabajos en otros subcampos de la ciencia política (los subcampos supuestamente conectados con la política real) no suelen ser mejores en lo tocante a sus alcances prácticos. La estrecha superespecialización y la capitulación del grueso de los programas de investigación en punto a suministrar herramientas para mejorar la democracia y la transparencia política se traslucen en títulos como estos:
* "The Role of Nominal Level Legislative Careers in Explaining Constituency Service in Parliament under Mixed-Member Electoral Rules: The Hungarian Case" [El papel de las carreras legislativas de nivel nominal en la explicación del servicio al elector en el Parlamento bajo reglas electorales con membrecía mixta: el caso de Hungría]
* "Autocontrol y receptividad al marco afectivo: un test crítico de la Carga Cognitiva y el Agotamiento del Ego
* "¿Los nenes, bien? Evidencia de los efectos heterogéneos de los medios de comunicación que generan empatía a partir de encuestas y experimentos de campo" 
* "Carga de trabajo, delegación y la conexión electoral: evidencia a partir de la Ley de Comercio Interestatal de 1887" 
* "Evaluación del destino de los nombramientos judiciales interpartidistas bajo el sistema bipartidista de Nueva York para nombrar jueces de distrito federal: 1977-1998"

Es sólo una pequeña fracción de los miles de trabajos presentados cada año en mi disciplina. En Norteamérica se asiste al desarrollo de carreras académicas enteras sin el menor interés por el modo en que podrían reasignarse los recursos con vistas a fortalecer el bien común. Los doctorandos de ciencias sociales raramente son socializados por sus directores de tesis o sus tutores en la comprensión de la importancia de producir investigación que sea de utilidad en el mundo real. Lo más común es tomar como indicio de seriedad y "potencial" académico la producción de todo lo contrario: publicar en revistas académicas esotéricas muy prestigiosas, leídas sólo por un pequeño puñado de científicos sociales dispersos por todo el país. Esos trabajos son totalmente ignorados por los políticos, porque están escritos en un lenguaje arcano y rebosante de jerga, jamás escritos pensando en lectores ajenos al ínfimo club de iniciados en la ciencia política. La disciplina ha enviado un claro mensaje al mundo: cuanto más difícil de entender resulta la investigación y cuanta menos gente la lea, tanto más seria y estimable es la capacidad intelectual de su autor.
Lleva razón Piketty en su condena de la autocastración de unas ciencias sociales en pos del prestigio y desdeñosas de los descubrimientos prácticos y del compromiso político. Resultar irrelevante para el mundo político no hace a la propia investigación interesante o valiosa: pero este mensaje encuentra oídos sordos en las enquistadas ínsulas en que se han convertido los departamentos de ciencias sociales. Una razón capital del desdén de los académicos por el compromiso político es la cobardía. La gran mayoría de académicos han sido socializados durante toda su vida en la creencia de que tienen que mantener siempre la "objetividad" y de que tomar posición en un asunto resultaría herético. El grueso de los académicos opera con mentalidad de manada: tienen pánico al comportamiento no convencional. Produciendo investigación de interés para el mundo real, uno desafía las reglas sagradas que gobiernan la ciencia social "objetiva" que celebra las agendas de investigación esotéricas. Salir de esa vía trillada pondría en peligro el prestigio de uno y se correría el riesgo de que los colegas te vieran como "poco profesional". Ese tipo de presiones logran que los académicos sean parte del problema, no parte de la solución. Sus vidas están diseñadas para no desafiar el status quo del poder político y económico ni las injusticias que los rodean.
Tal vez algún día los académicos de la corriente principal se verán urgidos a producir investigación interesante y útil para la mejora de la sociedad. Un cambio radical así sólo tendrá lugar merced a la presión exterior del contribuyente norteamericano y de la opinión pública. Los padres (financiadores de esta vergüenza de investigación académica) y los contribuyentes al fisco tendrán que presionar a las universidades y centros de educación superior para que reevalúen sus prioridades y dejen de asignar recursos valiosos a las necias (y estériles) agendas de investigación que campan hoy por sus respetos en la academia norteamericana. Hay demasiado en juego como para permitir que los académicos sigan despeñándose por los derrotaderos de la irrelevancia.
Anthony DiMaggio es doctor en ciencia política por la Universidad de Illinois, Chicago. Entre sus libros: Mass Media, Mass Propaganda (2009), When Media Goes to War (2010), Crashing the Tea Party (2011), así como The Rise of the Tea Party (2011).  

Fuente:ramble tamble //sinpermiso.com

EL OTRO GOLPE LAS TRANSFORMACIONES EN LA ESTRUCTURA SOCIAL POR EL TERRORISMO DE ESTADO



INTRODUCCION
A la memoria de
Gustavo Groba
[Detenido - desaparecido por la dictadura
militar el 3 de Junio de 1977]
 
Como seÒalara Eduardo Basualdo en un reciente artÌculo, ìen Marzo de 1976, la dictadura militar modifico el régimen social interrumpiendo la industrialización basada en la sustitución de importaciones que en ese momento se encontraba en los albores de su consolidación. El nuevo rÈgimen estuvo en consonancia con el orden neoliberal que acabo con la economÌa mundial surgida de la posguerra y se sustento en la valorización financiera, cuyo predominio en el paÌs se prolongó
hasta el aÒo 2001.11 Basualdo Eduardo, P·gina 12, Suplemento Cash, 19 /03/06.
 
Este estudio se propone analizar la estructura social metropolitana y sus transformaciones desde el año 1974 hasta el año 1980, en base a la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC para asÌ observar el impacto que sobre la morfologÌa social argentina tuvieron las decisiones de polÌtica económica centrada en la valorización financiera del capital, impuesta por la dictadura militar... Leer completo

Fuente:ramble tamble

martes, 18 de marzo de 2014

“Macroeconomía del populismo”




 Por Andrés Asiain y Lorena Putero

En un reciente artículo, Paul Krugman sostuvo que en Argentina “retornó la macroeconomía del populismo”. Contradiciendo una columna suya publicada en The New York Times a mediados de 2012 en la que elogiaba el rápido crecimiento de nuestro país, el Nobel de Economía cambió repentinamente su opinión, atribuyendo los problemas económicos a políticas populistas. Más allá de que la columna de Krugman parece inspirada en un oportunista intento de no quedar pegado a una eventual crisis, es una buena excusa para analizar algunos lugares comunes de la ortodoxia frente a los problemas económicos nacionales.
La teoría del “populismo macroeconómico” fue formulada a comienzos de los años noventa por el fallecido Rudi Dornbusch junto al chileno Sebastian Edwards. Según los economistas ortodoxos, las crisis de los años ochenta en varias economías latinoamericanas se debían a que los gobiernos democráticos emitían moneda para financiar gastos y subsidios, generando excesos de demanda que terminaban en inflación, déficit comerciales y fuga de capitales. Al final del camino, se terminaba en un plan ortodoxo de estabilización compuesto por devaluación, aumento de tarifas, caída de los salarios reales, en el marco de un acuerdo con el FMI para obtener financiamiento internacional.
Vamos a evitar discutir las causas de las crisis en los años ochenta, vinculadas con el excesivo endeudamiento externo en un contexto de bajos precios internacionales de las materias primas, para centrarnos en la validez de la hipótesis de la macroeconomía populista como causante de la inflación y falta de divisas en la Argentina del presente. Comenzando por los aumentos de los precios, el salto en las tasas de inflación se produjo entre 2006 y 2008 (pasaron del 10 al 26 por ciento anual, según estadísticas provinciales). A contramano del argumento ortodoxo que atribuye la inflación al déficit público financiado con emisión, en ese período las cuentas públicas eran superavitarias y la emisión decreciente. Pasando al faltante de dólares, la fuga de capitales fue el resultado de presiones internas de grupos económicos exportadores, sectores con activos en dólares y medios opositores con afán desestabilizador. Los errores de política económica para contenerla no necesariamente respondieron a objetivos “populistas”. A modo de ejemplo, las bajas tasas que los bancos pagaban por los plazos fijos no se tradujeron en crédito abundante y barato, sino en elevados márgenes de rentabilidad bancaria.
Respecto de la reducción del superávit comercial, se explica mayormente por la necesidad de importación de hidrocarburos, junto con las abultadas compras de autopartes y componentes de electrónica. La mayor necesidad de energía, como las elevadas ventas de automóviles y electrodomésticos, son consecuencias del “populismo”, si así calificamos las políticas de mejoras de ingresos de la población que permitieron un sostenido incremento del consumo y la producción.
La solución ortodoxa a esos cuellos de botella es la aplicación de políticas contractivas que derrumben el consumo, la actividad económica y las importaciones, ya que, para ellos, el empleo y el ingreso de las mayorías son variables de ajuste. Para quienes, en cambio, defienden un proyecto económico que incluya a las mayorías, el superávit comercial no puede obtenerse a costa de desempleo e infraconsumo, sino con políticas desarrollistas, como las que comenzaron a implementarse en el sector de hidrocarburos y las que deben implementarse sobre las industrias electrónica y automotriz.
Fuente: Pñagina/12

miércoles, 5 de marzo de 2014

Los ideales de la Patria Grande viven en Chávez

Hugo Chávez significó para América Latina el renacer de los ideales de los Libertadores de construir soberanía a partir de la intregación política y económica, además de marcar con su accionar una nueva manera de pensar lo regional, hechos que se mantienen aún vigentes al cumplirse un año de su muerte el próximo 5.

 Chávez supo desde el inicio de su carrera política, con el fallido golpe de Estado en febrero de 1992 contra el gobierno neoliberal de Carlos Andrés Pérez, construir poder en base a un fuerte programa de distribución del ingreso y de cambio de las estructuras dependientes con las que Venezuela había crecido de manera excesivamente desigual desde que se convirtió en potencia petrolera mundial.

Con su triunfo en las elecciones de 1998, el mandatario bolivariano se propuso acelerar los cambios y contó para ello con el incondicional apoyo de las capas bajas y medias de la población y de un importante sector de las fuerzas armadas.

El ideario de Simón Bolívar y de su mentor, Simón Rodríguez, le sirvieron a este estudioso militar nacionalista para entender que para que los cambios sean permanentes debería construir una unidad regional que ya habían intentado en los años 50, pero sin éxito, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas, entre otros.


“América Latina ha iniciado el mismo proceso que les quedó  pendiente a Bolívar, San Martín, O’Higgins y Artigas: la independencia”
Hugo Chávez, 27 de enero de 2006
“América Latina ha iniciado el mismo proceso que les quedó  pendiente a Bolívar, San Martín, O’Higgins y Artigas: la independencia”, dijo Chávez el 27 de enero de 2006 en Caracas.

En sus primeros años de gobierno, Chávez impulsó con un amplio apoyo de la ciudadanía, una reforma constitucional que sentó las bases para los cambios que se realizarían hasta el momento de su muerte, el 5 de marzo de 2013, cuando seguía siendo mandatario tras haber ganado 14 de las 15 elecciones que enfrentó.

“Juro sobre esta moribunda Constitución que haré cumplir, que impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos”, dijo Chávez el 2 de febre de 1999, cuando asumió como presidente.

Con la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, el presidente Chávez rompió con el andamiaje colonial que regía los destinos del pueblo hasta su llegada al poder y presentó, en 2001, su Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación donde se propuso lograr cinco grandes equilibrios: Equilibrio Político, Equilibrio Social, Equilibrio Económico, Equlibrio Territorial y Equilibrio Internacional.

De esta forma avanzó en esa primera etapa de la Revolución Bolivariana, que estuvo llena de tropiezos y sabotajes, desde el golpe de Estado mediático (2002), el paro petrolero (2002-2003), la huelga patronal (2002), el referendum Revocatorio Presidencial (2004) y una campaña permante de hostigamiento y satanización por parte de los grandes medios de comunicación de Europa y del continente americano donde se intentó presentarlo como un “dictador”.

 La lectura de las editoriales de los medios hegemónicos de los últimos años deja abierta una pregunta que nunca contestarán sin develar sus intereses políticos: ¿Cuál es la línea que separa a un “líder” de un “caudillo” o a una “administración” de un “régimen”?.

La tarea en pos de la integración regional encontró a Chávez junto a otros líderes como Luiz Inácio Lula da Silva, Néstor Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa, quienes superando diferencias de tiempos de acción y distintas realidades internas, dejaron sentadas las bases para la definitiva independencia de Nuestra América.

La Cumbre de las Américas de 2005 realizada en Mar del Plata, donde se frenó el intento neocolonial de los Estados Unidos de crear una zona de libre comercio en toda la región, es el mejor ejemplo de la firme decisión de esos mandatarios.

La creación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur); del Banco de Sur, Petrocaribe, Telesur, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América  (ALBA) y sobre todo la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) quedan en la historia como los hitos de construcción de estos hombres que como Hugo Chávez, entendieron que la independencia definitiva sólo se logrará si se da a nivel regional.

La figura de Chávez, como la de Néstor Kirchner y como lo es todavía la de Lula da Silva, quedará como impronta de esta época en la que los pueblos pusieron un freno a décadas de injerencia externa y comenzaron a ser artífices de su propio destino
Dotado de un histrionismo único y de una memoria prodigiosa, Chávez estableció una relación directa con el pueblo venezolano y restituyó la autoestima de quienes hasta su llegada al poder no tenían voz.

En ese sentido, y después de la inocultable participación de los medios de comunicación masiva en el fallido golpe de abril de 2002, el presidente bolivariano entendió que “la batalla de ideas”, como la definió el líder de la revolución cubana Fidel Castro, era imprescindible para lograr cambios definitivos en su patria.

Para ello impulsó una ley de Medios de Comunicación (Responsabilidad Social en Radio y Televisión),  que dio voz y visibilidad a centeneres de medios comunitarios y logró frenar, en parte, la violenta acción de los medios hegemónicos.

La figura de Hugo Chávez, como la de Néstor Kirchner y como lo es todavía la de Lula da Silva, quedará como impronta de esta época en la que los pueblos pusieron un freno a décadas de injerencia externa y comenzaron a ser artífices de su propio destino.

Como los grandes líderes de la historia de Nuestra América, Chávez será recordado por su entrega por los ideales de los libertadores y ya se ganó el mote de “comandante eterno” con el que el pueblo de Bolívar lo bautizó tras su muerte.

“Me consumo y me consumiré de por vida al servicio pleno del pueblo venezolano. Lo haré gustosamente. Me consumiré todo lo que me quede de vida, así lo juro y lo prometo delante de mis hijos y mis nietos”, dijo Chávez.

Este 5 de marzo, los pueblos de América Latina y el Caribe recordarán con actos y homenajes a este líder político que entendió, como tantos otros, que “no haremos el futuro grande que estamos buscando si no conocemos el pasado grande que tuvimos”.
Fuente: Telam

Etica periodística

Washington Uranga vuelve a plantear un tema poco analizado en los medios: la ética periodística. Y abre el debate acerca de la necesidad de procesos autocríticos de los propios profesionales de la comunicación.

Por Washington Uranga
Hablar de ética periodística parece ser una cuestión apenas reservada a los ámbitos académicos, aunque tampoco en nuestras casas superiores de estudio se dedique demasiado tiempo y esfuerzos a debatir sobre este eje transversal –y esencial– para orientar la función que los profesionales de la comunicación brindan a la sociedad.
Sin embargo, la observación cotidiana de lo que leemos, escuchamos y vemos en los medios de comunicación demandaría reflexiones más frecuentes y pertinentes, también con la participación de las audiencias, respecto de este tema que no está desligado de la cuestión ciudadana y de la perspectiva de derechos en su integralidad.
En primer lugar porque, por encima de nuestra condición profesional, los periodistas somos ciudadanos a quienes nos asisten derechos, pero también, y de la misma manera, obligaciones. Entre estas últimas la de ajustarnos a la verdad de los hechos y la de respetar los derechos plenos e integrales de todas las personas. Sería imposible, por extensa pero también por inagotable, la lista de las prácticas periodísticas que hoy vulneran estos principios ciudadanos. Y lo más grave es que ello ocurre sin sanciones morales por parte de la sociedad, representada en este caso en las audiencias. Por una parte porque se ha ido construyendo una lógica de mutua legitimación y complacencia entre comunicadores y público: el periodismo dice lo que determinadas audiencias quieren oír y éstas dan por válido, acríticamente, aquello que coincide con sus apreciaciones previas y es reforzado por el discurso de determinados profesionales de los medios. Por otra, porque no hay ámbitos –tampoco en los propios medios– para ejercer la crítica, la disidencia o el derecho a réplica.
La perspectiva de derechos, en particular del derecho a la comunicación, demanda la posibilidad de que cada ciudadano haga su propio discernimiento, tome sus decisiones libremente. Para ello necesita –antes que opiniones y sin negar que las puede haber valiosas e importantes– información veraz y de fuentes diversas. Por ese motivo el compromiso con la búsqueda de la verdad –que está muy por encima de cualquier presunta e inexistente “objetividad”– exige a los periodistas brindar una cobertura de los hechos completa, equilibrada y contextualizada. Y seguramente vale subrayar el último adjetivo: contextualizada. Sin contexto el texto pierde su sentido, se tergiversa, se manipula. Sin contexto es imposible comprender el texto y darle a éste su verdadera dimensión. Presentar una noticia sin contexto es, probablemente, lo más cercano a mentir.
Pero, al mismo tiempo, un tratamiento ético de la información plantea como exigencia que aquellos que están siendo objeto de la cobertura informativa, los que generan la noticia o son sus protagonistas, así como los destinatarios de la información, sean considerados como sujetos de derecho. Esto equivale a decir que se trata de personas a quienes les asiste la integralidad de los derechos humanos, económicos, políticos, sociales y culturales en todas sus dimensiones y sin ningún tipo de recorte, discriminación o distinción de ninguna especie.
Vale la pena preguntarse cuántos de los que hacemos periodismo o comunicación permanecemos atentos a esta perspectiva en medio de nuestra práctica profesional. Atenuantes existen muchos: el vértigo de la tarea, la presión que impone la búsqueda de la noticia, la precariedad laboral y las condiciones –cada día peores– en las que se ejerce la labor. Sin embargo, ¿los atenuantes anulan o son suficientes para suprimir nuestro compromiso con los derechos?
En poco más de treinta años de democracia existieron en la Argentina muchas autocríticas y revisiones. Grupos, movimientos, personas, hasta corporaciones, aceptaron responsabilidades de diverso tipo por errores cometidos durante la dictadura y aun en democracia. Los medios de comunicación en algunos casos contribuyeron a que estos hechos se concretaran. En otros difundieron los resultados. Poco se ha dicho y debatido, sin embargo, sobre las autocríticas de medios y periodistas. Los medios, suele decirse, “no hablan de los medios”. Y, los periodistas –salvo algunos empeñados en el marketing del escándalo– no hablan críticamente ni de los otros periodistas, ni de su propia actuación. Rara vez se asumen públicamente los errores cometidos. Quizá haya que pensar que, para su propia sobrevivencia y para mantener el prestigio de la profesión –o lo que pueda quedar de ello–, es preciso mirar con mayor atención a los principios de ética periodística, encontrar los caminos para –aun en medio de las dificultades– ponerlos en práctica con honestidad y sin esgrimir excusas y, asunto no menor, asumir públicamente los errores subsanando también los daños causados por la difusión de informaciones falsas o –ni que decirlo– malintencionadas.