Anthony DiMaggio · · · · · |
23/03/14 |
El
último libro del economista francés Thomas Piketty está siendo objeto
de muchos comentarios: todavía hay esperanzas en la educación superior
para los intelectuales serios y los académicos decentes. El libro, Capital in the Twenty-First Century
[El capital en el siglo XXI] acaba de salir este mes y plantea graves
cuestiones sobre el valor de la ciencia social académica dominante.
Piketty
es bien conocido por tenerla tomada con la academia: la acusa de
producir montañas de basura de escaso valor práctico para la sociedad y
para las políticas públicas. Tras conseguir una sólida posición
académica en el MIT a sus tempranos veinte a comienzos de los 90,
decidió volver a Francia. Según cuenta él mismo, "no me parecía muy
convincente el trabajo de los economistas estadounidenses". Sus colegas
"andaban demasiado preocupados por ínfimos problemas matemáticos que
sólo les interesaban a ellos". El consejo de Piketty a los académicos
futuros: "empezad con cuestiones fundamentales y tratad de dar buena
cuenta de ellas". Piketty ha seguido desde luego su propio consejo.
Junto con su colega, el economista Emanuel Sáez, ha logrado la
celebridad en los últimos años produciendo investigaciones que marcan
un hito en el estudio de la desigualdad sin precedentes actualmente
existente en los EEUU del incipiente siglo XXI. Analizando datos
fiscales del IRS [siglas del Internal Revenue Service, el servicio de
estudios de la Hacienda norteamericana; T.], Piketty y Sáez han
demostrado que, a mitad de la primera década de este siglo, la
desigualdad en los EEUU alcanzó cotas nunca vistas desde el comienzo de
la Gran Depresión. El uno por ciento más rico de los norteamericanos
–eso mostraban sus datos— se lleva una cuarta parte de todo el ingreso
anual anterior a la recaudación fiscal.
Las
conclusiones de Piketty y Sáez resultan demoledoras para los numerosos
mandarines, columnistas y tertulianos que insisten machaconamente en
que la desigualdad no es un problema grave en los EEUU de hoy, y que
Norteamérica sigue siendo el "país de las oportunidades" para todos
quienes estén "dispuestos a trabajar lo suficientemente duro". En
realidad, los EEUU ostentan –sólo sobrepasados en eso por Canadá— la
segunda más baja "tasa de fuga" de la pobreza de todos los países
ricos, del primer mundo. Los norteamericanos se descubren trabajando
más horas por menos salario y entre constantes incrementos
generalizados del coste de la vida. La investigación de Piketty y Sáez
abre también grandes boquetes en la inveterada conclusión –muy común
entre los economistas— de que el neoliberalismo de "libre mercado"
produce resultados óptimos para las masas norteamericanas. Si la
desigualdad sigue creciendo en una era en la que los trabajadores se
ven trabajando más y más horas, eso habla mal del potencial de
movilidad económica ascendente.
Volviendo
al asunto de la academia, Piketty tiene un arsenal de palabras poco
amables para los académicos actuales: "Para decirlo llanamente, la
disciplina de la teoría económica tiene todavía que superar su pueril
pasión por las matemáticas y por la especulación puramente teórica, a
menudo superlativamente ideológica y siempre a expensas de la
investigación histórica y de la colaboración con otras ciencias
sociales… Ser economista académico en Francia ofrece una gran ventaja:
aquí los economistas no son demasiado respetados en el mundo académico e
intelectual o entre las elites políticas y financieras. Están
obligados a dejar de lado su desdén por otras disciplinas y esa absurda
pretensión de mayor legitimidad científica a pesar de no saber casi
nada de casi todo. Ese es en cualquier caso el encanto de la disciplina
y de las otras ciencias sociales en general: uno empieza desde la
casilla uno, de manera que alguna esperanza hay de hacer progresos
substanciales… la verdad es que la teoría económica no debería haberse
empeñado jamás en divorciarse de las otras ciencias sociales, porque
sólo podrá progresar con ellas. Las ciencias sociales, todas ellas,
saben demasiado poco como para perder el tiempo en necias rebatiñas
sobre fronteras disciplinarias. Si tenemos que hacer progresos en
nuestra comprensión de la dinámica histórica de la distribución de la
riqueza y la estructura de las clases sociales, es obvio que tenemos
que adoptar un enfoque pragmático y hacernos con los métodos de los
historiadores, los sociólogos, los politólogos y también los
economistas… Las disputas disciplinarias y las guerras de posición por
lindes carecen de importancia."
Me
puedo sumar a los comentarios de Piketty. Los problemas detectados en
la teoría económica son comunes en todas las ciencias sociales. Mi
propia disciplina –la ciencia política— esta dominada desde hace tiempo
por la sobrespecialización y la oscuridad: plagada de académicos
excavando en nichos extremadamente angostos y planteándose una y otra
vez cuestiones de utilidad práctica limitada, por decir lo menos. Es un
problema muy embarazoso, francamente. Para dar un ejemplo, los
congresos profesionales de ciencia política reproducen una y otra vez
"investigación" de baja calidad, carente totalmente de relevancia para
el norteamericano medio. Un subcampo en auge en la ciencia política es
nada menos que la investigación del modo de medir el fenómeno político,
sin la menor noción o visión de la vida política o del mundo político
propiamente dicho. A esa investigación se la conoce como "metodología
política". Un aura de mística rodea a ese subcampo a medida que crece
en prominencia. Lo abrazan muchos politólogos envidiosos de la teoría
económica. Los politólogos están convencidos de que si buena parte de la
investigación cuantitativa producida por la disciplina parece
demasiado complicada de entender (buena parte de la misma está escrita
en ecuaciones formales y no habla de nada en particular, limitándose a
presentar oscuras pruebas estadísticas), entonces debe ser "buena" y un
indicio de pensamiento "superior" y gran "pericia" profesional. En
realidad, ese trabajo a menudo lo desarrollan aspirantes a matemáticos
sin nada que decir sobre una vida política real de la que todavía saben
menos. Sus adeptos no gastan su tiempo en observar el proceso
político: poco tienen, pues, que ofrecer al conocimiento del mundo
real. Toda la pericia estadística del mundo de poco vale, si no sabes
nada de tu objeto de estudio. Para demostrar cuán lejos se halla esa
investigación de las masas de norteamericanos, reparen ustedes en los
títulos de estos trabajos académicos presentados a un congreso nacional
venidero de ciencia política:
*
"Los ajustes para los sesgos de confusión con tratamiento
multivariable: el registro covariado de propensión equilibrada en los
regímenes de tratamiento categórico"
*
"¿El mejor de los mundos posibles? Puesta a prueba de la robustez en
modelos transversales de series temporales con tratamientos ficticios
alternativos plausibles"
*
"Evaluación de la robustez de los estimadores con la técnica del
número de elementos bajo errores métricos aleatorios y no aleatorios"
*
"Test empírico del Lapso Espacial-Autoregresivo frente a los
Componentes de Error Inobservados Espacialmente Correlacionados"
Sí,
sí, han leído ustedes bien. Yo habría sido incapaz de inventarme
títulos así. Es triste, pero los trabajos en otros subcampos de la
ciencia política (los subcampos supuestamente conectados con la
política real) no suelen ser mejores en lo tocante a sus alcances
prácticos. La estrecha superespecialización y la capitulación del
grueso de los programas de investigación en punto a suministrar
herramientas para mejorar la democracia y la transparencia política se
traslucen en títulos como estos:
* "The
Role of Nominal Level Legislative Careers in Explaining Constituency
Service in Parliament under Mixed-Member Electoral Rules: The Hungarian
Case" [El papel de las carreras legislativas de nivel nominal en
la explicación del servicio al elector en el Parlamento bajo reglas
electorales con membrecía mixta: el caso de Hungría]
* "Autocontrol y receptividad al marco afectivo: un test crítico de la Carga Cognitiva y el Agotamiento del Ego
*
"¿Los nenes, bien? Evidencia de los efectos heterogéneos de los medios
de comunicación que generan empatía a partir de encuestas y
experimentos de campo"
* "Carga de trabajo, delegación y la conexión electoral: evidencia a partir de la Ley de Comercio Interestatal de 1887"
*
"Evaluación del destino de los nombramientos judiciales
interpartidistas bajo el sistema bipartidista de Nueva York para
nombrar jueces de distrito federal: 1977-1998"
Es
sólo una pequeña fracción de los miles de trabajos presentados cada
año en mi disciplina. En Norteamérica se asiste al desarrollo de
carreras académicas enteras sin el menor interés por el modo en que
podrían reasignarse los recursos con vistas a fortalecer el bien común.
Los doctorandos de ciencias sociales raramente son socializados por sus
directores de tesis o sus tutores en la comprensión de la importancia
de producir investigación que sea de utilidad en el mundo real. Lo más
común es tomar como indicio de seriedad y "potencial" académico la
producción de todo lo contrario: publicar en revistas académicas
esotéricas muy prestigiosas, leídas sólo por un pequeño puñado de
científicos sociales dispersos por todo el país. Esos trabajos son
totalmente ignorados por los políticos, porque están escritos en un
lenguaje arcano y rebosante de jerga, jamás escritos pensando en
lectores ajenos al ínfimo club de iniciados en la ciencia política. La
disciplina ha enviado un claro mensaje al mundo: cuanto más difícil de
entender resulta la investigación y cuanta menos gente la lea, tanto
más seria y estimable es la capacidad intelectual de su autor.
Lleva
razón Piketty en su condena de la autocastración de unas ciencias
sociales en pos del prestigio y desdeñosas de los descubrimientos
prácticos y del compromiso político. Resultar irrelevante para el mundo
político no hace a la propia investigación interesante o valiosa: pero
este mensaje encuentra oídos sordos en las enquistadas ínsulas en que
se han convertido los departamentos de ciencias sociales. Una razón
capital del desdén de los académicos por el compromiso político es la
cobardía. La gran mayoría de académicos han sido socializados durante
toda su vida en la creencia de que tienen que mantener siempre la
"objetividad" y de que tomar posición en un asunto resultaría herético.
El grueso de los académicos opera con mentalidad de manada: tienen
pánico al comportamiento no convencional. Produciendo investigación de
interés para el mundo real, uno desafía las reglas sagradas que
gobiernan la ciencia social "objetiva" que celebra las agendas de
investigación esotéricas. Salir de esa vía trillada pondría en peligro
el prestigio de uno y se correría el riesgo de que los colegas te
vieran como "poco profesional". Ese tipo de presiones logran que los
académicos sean parte del problema, no parte de la solución. Sus vidas
están diseñadas para no desafiar el status quo del poder político y económico ni las injusticias que los rodean.
Tal
vez algún día los académicos de la corriente principal se verán
urgidos a producir investigación interesante y útil para la mejora de
la sociedad. Un cambio radical así sólo tendrá lugar merced a la
presión exterior del contribuyente norteamericano y de la opinión
pública. Los padres (financiadores de esta vergüenza de investigación
académica) y los contribuyentes al fisco tendrán que presionar a las
universidades y centros de educación superior para que reevalúen sus
prioridades y dejen de asignar recursos valiosos a las necias (y
estériles) agendas de investigación que campan hoy por sus respetos en
la academia norteamericana. Hay demasiado en juego como para permitir
que los académicos sigan despeñándose por los derrotaderos de la
irrelevancia.
Anthony DiMaggio es doctor en ciencia política por la Universidad de Illinois, Chicago. Entre sus libros: Mass Media, Mass Propaganda (2009), When Media Goes to War (2010), Crashing the Tea Party (2011), así como The Rise of the Tea Party (2011).
Fuente:ramble tamble //sinpermiso.com
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lunes, 24 de marzo de 2014
Sobre la cobardía y la irrelevancia de la ciencia social académica
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