Por Andrés Asiain y Lorena Putero
En un
reciente artículo, Paul Krugman sostuvo que en Argentina “retornó la
macroeconomía del populismo”. Contradiciendo una columna suya publicada
en The New York Times a mediados de 2012 en la que elogiaba el rápido
crecimiento de nuestro país, el Nobel de Economía cambió repentinamente
su opinión, atribuyendo los problemas económicos a políticas populistas.
Más allá de que la columna de Krugman parece inspirada en un
oportunista intento de no quedar pegado a una eventual crisis, es una
buena excusa para analizar algunos lugares comunes de la ortodoxia
frente a los problemas económicos nacionales.
La teoría del “populismo macroeconómico” fue formulada a comienzos
de los años noventa por el fallecido Rudi Dornbusch junto al chileno
Sebastian Edwards. Según los economistas ortodoxos, las crisis de los
años ochenta en varias economías latinoamericanas se debían a que los
gobiernos democráticos emitían moneda para financiar gastos y subsidios,
generando excesos de demanda que terminaban en inflación, déficit
comerciales y fuga de capitales. Al final del camino, se terminaba en un
plan ortodoxo de estabilización compuesto por devaluación, aumento de
tarifas, caída de los salarios reales, en el marco de un acuerdo con el
FMI para obtener financiamiento internacional.
Vamos a evitar discutir las causas de las crisis en los años
ochenta, vinculadas con el excesivo endeudamiento externo en un contexto
de bajos precios internacionales de las materias primas, para
centrarnos en la validez de la hipótesis de la macroeconomía populista
como causante de la inflación y falta de divisas en la Argentina del
presente. Comenzando por los aumentos de los precios, el salto en las
tasas de inflación se produjo entre 2006 y 2008 (pasaron del 10 al 26
por ciento anual, según estadísticas provinciales). A contramano del
argumento ortodoxo que atribuye la inflación al déficit público
financiado con emisión, en ese período las cuentas públicas eran
superavitarias y la emisión decreciente. Pasando al faltante de dólares,
la fuga de capitales fue el resultado de presiones internas de grupos
económicos exportadores, sectores con activos en dólares y medios
opositores con afán desestabilizador. Los errores de política económica
para contenerla no necesariamente respondieron a objetivos “populistas”.
A modo de ejemplo, las bajas tasas que los bancos pagaban por los
plazos fijos no se tradujeron en crédito abundante y barato, sino en
elevados márgenes de rentabilidad bancaria.
Respecto de la reducción del superávit comercial, se explica
mayormente por la necesidad de importación de hidrocarburos, junto con
las abultadas compras de autopartes y componentes de electrónica. La
mayor necesidad de energía, como las elevadas ventas de automóviles y
electrodomésticos, son consecuencias del “populismo”, si así calificamos
las políticas de mejoras de ingresos de la población que permitieron un
sostenido incremento del consumo y la producción.
La solución ortodoxa a esos cuellos de botella es la aplicación de
políticas contractivas que derrumben el consumo, la actividad económica y
las importaciones, ya que, para ellos, el empleo y el ingreso de las
mayorías son variables de ajuste. Para quienes, en cambio, defienden un
proyecto económico que incluya a las mayorías, el superávit comercial no
puede obtenerse a costa de desempleo e infraconsumo, sino con políticas
desarrollistas, como las que comenzaron a implementarse en el sector de
hidrocarburos y las que deben implementarse sobre las industrias
electrónica y automotriz.
Fuente: Pñagina/12
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