jueves, 17 de agosto de 2017

Los avatares políticos y económicos y las lecciones olvidadas de San Martín

Por Gustavo Perilli






Quienes residen en la Ciudad de Buenos Aires, no pueden dudar acerca de la exclusividad de la Avenida Alvear. Tal como ocurre con los parques, paseos y espacios urbanos, su nombre pretende honrar a una persona ilustre en su paso por esta vida. En este caso, la mención es para el general Carlos María de Alvear. La calle paralela en dirección hacia las vías del tren (por la avenida Callao) es Posadas, denominada así en honor al abogado y político Gervasio Antonio de Posadas. El hecho de ser contiguas, el trazado parecería estar sugiriendo diálogos imaginarios entre el general y el político, semejantes a los que, en realidad, efectivamente ocurrieron desde que Alvear desembarcó de la Fragata Canning en marzo de 1812, tras compartir un prolongado viaje (empezado en Londres) con personalidades tales como José de San Martín y Matías Zapiola. Más allá del azaroso temperamento de Alvear, tenían temas en común porque, básicamente, eran familiares directos (Posadas era tío de Alvear), confrontaban políticamente con Belgrano y San Martín (planeaban desplazarlos del Ejercito del Norte y la Gobernación de Cuyo, respectivamente), combatían las posiciones del caudillo oriental José Gervasio Artigas y, entre otras similitudes, se sucedieron en el cargo de Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata (Alvear reemplazó a Posadas).
 
Las preferencias políticas del general Alvear fueron sumamente controvertidas durante su vida pública y, en general, no se difundieron demasiado. Especialmente sus cambios de rumbos, expuestos desde su fervoroso sentimiento revolucionario orientado a liberar América del español, demostrado en las logias donde participó (con San Martín, entre otros), hasta su giro radical puesto de manifiesto en las cartas enviadas al Embajador británico Lord Strangford y al Ministro de Relaciones Exteriores de ese país, Lord Castlereagh, donde, literalmente, sostenía que "cinco años de repetidas experiencias han hecho ver a todos los hombres de juicio y opinión, que este país no está en edad ni en estado de gobernarse por sí mismo, y que necesita una mano exterior que lo dirija y contenga en la esfera del orden, antes que se precipite en los horrores de la anarquía //…// en estas circunstancias solamente la generosa nación británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas provincias que obedecerán a su gobierno y recibirán sus leyes con el mayor placer: porque conocen que es el único medio de evitar la destrucción del país, a que están dispuestos antes de volver a la antigua servidumbre, y esperan de la sabiduría de esa Nación una existencia pacífica y dichosa (Rosa, 1951)". Si bien este ha sido el más conocido de los episodios, los historiadores sostienen que no fue el único. Luego de ser desplazado por Ignacio Álvarez Thomas y de huir al exilio en Río de Janeiro, continuaron surgiendo graves sospechas sobre su ética y moral. Especialmente, tras conocerse que, en su afán de agradar a las potencias extranjeras, a mediados de 1815 proporcionó información clave sobre las tropas rioplatenses a la corte española. "Estos infortunios", sin embargo, no impidieron que en la Argentina se le continuara rindiendo honores no sólo en la calle que lleva su nombre, sino también en el imponente monumento emplazado en la Plaza Francia, obra del escultor Emilio Bourdelle, e inaugurado en 1926 durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear (su nieto).
San Martín entendió el valor de contar con la “mano visible” de un Estado comprometido con el desarrollo
Siguiendo de paseo por Callao, siempre en la misma dirección, enseguida aparece la Avenida del Libertador, cuyas exclusividades distan de ser homogéneas en su trayecto hacia la zona norte. Su nombre rememora el centenario de la muerte del General José de San Martín (recuérdese que hasta 1950 se llamó Carlos María de Alvear) en su condición de libertador de los pueblos de la Argentina, Chile y Perú en combates tales como el de San Lorenzo, la defensa del Norte argentino y la gesta posterior a asumir la gobernación de Cuyo (tras confiar al caudillo Martín Miguel de Güemes y sus gauchos la soberanía norte del país). Desde lo estrictamente geográfico, a partir de la bajada de Alvear, en la zona de Libertador y Callao, parecería fluir toda esa etapa histórica, las controvertidas relaciones familiares en el poder y la persistencia de voluminosos dilemas (centralismo porteño versus desarrollo provincial y federalismo; afianzamiento de la soberanía versus búsqueda de paternalismos de potencias extranjeras y liberalismo económico versus proteccionismo estatal) que originaron y ensancharon una grieta reconocida, actualmente, hasta en los programas de espectáculos.

Volvamos a San Martín. En 1814, ya en la Gobernación de Cuyo, procuró afianzar la conciencia de la comunidad para enfrentar los problemas económicos que se le avecinaban (debido al renovado avance realista sobre Chile, el principal socio comercial de la región de Cuyo). Para enfrentar ese desafío, se distanció de las políticas de libre mercado respaldadas por el centralismo porteño de los tiempos de la Revolución de Mayo e impulsó medidas que en la actualidad aún se debaten. Entre ellas, gravó las exportaciones de vinos y agua ardientes, ordenó la construcción de infraestructura, impulsó la industria metalúrgica y defendió los derechos del peón rural. Trayéndolo a estos tiempos, posiblemente habría desaprobado las iniciativas de flexibilización laboral y de generación de "capital financiero" a través de endeudamiento externo (como las que se están imponiendo actualmente en América Latina). Anticipándose a las experiencias internacionales exitosas de mediados del siglo XX, supo entender el valor de contar con la "mano visible" de un Estado comprometido con las diferentes fases del desarrollo económico antes que exponer el destino de la Nación a "la mano invisible" de un mercado administrado por los intereses de los sectores sociales más poderosos (teoría que podría aplicar al estudio del actual mercado de cambios).
Durante este renovado proceso electoral de la Argentina, muchos votantes transitarán por las inmediaciones de las calles Alvear, Posadas y del Libertador antes de llegar al establecimiento donde ejercerán sus derechos. Estos mismos transeúntes, seguramente venerarán la icónica figura del General San Martín cruzando la Cordillera de Los Andes en su brioso caballo blanco (que pudo haber montado pocas veces en esa hazaña y que, en realidad, ni siquiera era blanco). Lo harán por tradición y herencia familiar, admiración hacia lo militar y su autoimpuesta cruzada contra la corrupción. Sin embargo, en la soledad del cuarto oscuro, no votarán las ideas sanmartinianas, más dispuestas a diseñar y construir elementos de identidad y organización de la Nación, sino que lo harán como probablemente lo hubiese hecho Alvear, respaldando, por ejemplo, la adopción de monedas extranjeras (en detrimento del uso de la moneda nacional: dolarización), entendiendo al trabajo asalariado como si fuera una mercancía más (y sólo un costo de producción para la empresa) y suponiendo siempre la existencia de desocupación voluntaria (que quien no trabaja es porque no quiere).

Este "olvido de las ideas sanmartinianas" al momento de votar, también será común en las decisiones de los asalariados de las zonas menos suntuosas de la Ciudad. Con el convencimiento que "los mercados libres e irrestrictos son intrínsecamente estables y que el gobierno (y el Estado) es la única serpiente en el Edén por lo que la única tarea de las políticas públicas es no estorbar (descripción de Galbraith de las ideas de Friedman, 2008)" y que el elemento paralizante del desarrollo es sólo el fenómeno de la corrupción, despreciarán el rol de las clases "menos productivas" (castigadas por el mercado) donde ellos mismos podrían estar comprendidos. Sin embargo, en contadas ocasiones se percatarán de que han sido víctimas de un espectáculo virtual (televisión y redes sociales) que "concentra toda mirada y toda conciencia //…// que no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes //…// que exige aceptación pasiva por su manera de aparecer sin réplica, por su monopolio de la apariencia (Debord, 1967)". Coincidiendo con Debord (y otros filósofos y sociólogos de esa línea de pensamiento), probablemente San Martín habría estado disgustado con estas conciencias moldeadas e inducidas por un capitalismo transmitido mediante la revolución de las comunicaciones expresadas en imágenes, contenidos, ideas, problemas, debates y agendas.

La recurrente interacción entre el funcionamiento del capitalismo y la velocidad de las comunicaciones está opacando la imagen de San Martín y enalteciendo la de Alvear. El recuerdo de las ideas del Libertador y su praxis política (no sólo la militar), deberían ser útiles para generar marcos conceptuales capaces de sustituir esa manía de fundamentar el voto mediante vacuas mediciones temporales de corrupción (algo imposible de hacer) y su comparación período a período de acuerdo a las imposiciones provenientes de la televisión y las redes sociales. Si esto no se entendiera, transitar por este sendero ayudaría al menos a revisar el valor de los honores rendidos por la sociedad en los espacios públicos

miércoles, 9 de agosto de 2017

Revista Política Latinoamericana



REVISTA POLÍTICA LATINOAMERICANA
Publicación digital semestral
Director: Mario Toer
politicalatinoamericana.org/revista1

REVISTA POLÍTICA LATINOAMERICANA, Nº4, Buenos Aires, enero-junio 2017

PRÓLOGO
EN MEMORIA DE MARCO AURELIO GARCÍA
Por Mario Toer

Ya hace algún tiempo he venido señalando que los escenarios políticos cada vez más se asemejan al milenario juego del Go. Quizá mi metáfora no haya obtenido tanto eco por el sencillo hecho de que este juego no ha alcanzado, en nuestro medio, la difusión que se merece, que sí lo tiene, por cierto, el del otro tablero, el Ajedrez. Ambos fueron concebidos hace muchísimo en las tierras de oriente, donde también se teorizó sobre la guerra, sin metáfora, con cabal trascendencia, y se construyeron imponentes murallas. La gran diferencia entre ambos juegos estriba en que, mientras en el Ajedrez existe la posibilidad de arribar a un repentino y pronto final, con el movimiento preciso de fichas claves, en el Go no hay protagonistas encumbrados ni jerarquías ni tampoco atajos. Todos son peones, de a pie, y se trata de ir creando cadenas que compongan territorios e impedir a su vez, con apropiados rodeos, que el enemigo los construya. Por cierto, hay un momento en que la primacía de uno de los contendientes se hace evidente y termina por paralizar al rival. Pero esto no se define con prontitud. Más bien, todo lo contrario.
Esta convocatoria al tino, la reflexión, y el cálculo a mediano plazo, para colocar la ficha en el lugar apropiado, está tornándose, cada vez más, en el... Seguir leyendo