Por Carlos Andujar *
El
economista John Kenneth Galbraith solía decir que si ante una crisis
especulativa todos hubiesen perdido, dicha crisis no volvería a
repetirse. Siempre existen los especuladores que vendieron “el día
anterior” y capitalizaron las “utilidades” y quienes, no habiéndolo
hecho, ven en ellos un espejo en donde reflejarse. El éxito económico de
“algunos privilegiados” hace pensar a los primeros que pueden siempre
dominar y sacar rédito de cualquier situación, y a los segundos, que con
esfuerzo y astucia la próxima vez les tocará a ellos. Esta es una de
las razones, decía Galbraith, por la cual las crisis especulativas
volvían a repetirse cíclicamente. Independientemente de la visión
subjetivista, las razones de las crisis especulativas tienen su
fundamento en las relaciones sociales que construye el capitalismo
financiero.
La zoncera es sencilla y precisamente en su simplicidad radica su
efectividad. Desde los medios masivos de comunicación, pero no sólo
desde allí, el mundo académico contribuye con el predominio de la
perspectiva neoclásica que inunda día a día las aulas de miles de
universidades, se construye un discurso en donde toda crisis económica, y
la actual crisis mundial no es la excepción, afecta a todos por igual. A
ricos y a pobres, a países periféricos y centrales, a pymes y a
multinacionales y, lo que es peor, que nadie gana.
Vamos a desenredar el ovillo de la mentira. En la conocida crisis de
la estanflación de los años setenta, los países exportadores de
petróleo fueron los grandes beneficiados. La aplicación de políticas
monetaristas para su solución tampoco fue neutral. Mientras el
enfriamiento de la economía derrotaba a la inflación; llevaba a la
quiebra a miles de pymes y expulsaba del mundo del trabajo a millones de
personas; los grandes grupos concentrados absorbieron mercados,
provocaron el retroceso del Estado y una sola actividad, en un mundo
donde los precios se debilitaban, veía progresar incesantemente el suyo:
la financiera. La hiperinflación del ‘89 deterioraba el poder de compra
de los asalariados al tiempo que permitía a los formadores de precios y
a los tenedores de dólares, golpe de mercado mediante, tener
rentabilidades extraordinarias. El que se vayan todos del 2001 no estuvo
dirigido a los grandes inversores que fugaron los dólares, megacanje
incluido, antes del corralito, y los trajeron, mientras “la crisis”
mataba a Darío y Maxi, para comprar a un tercio de su valor las tierras
que los transformarían en los prósperos sojeros de la década venidera.
A las crisis económicas no hay que anticiparlas ni relatarlas sino
interpelarlas. ¿Quiénes las provocan? ¿Quiénes se benefician con su
existencia? ¿Quiénes están deseosos de que se profundicen? ¿Quiénes
pudiendo evitarlas no lo hacen? ¿Quiénes pierden?
No es un interés académico el que debe guiar el análisis de las
crisis, sino esencialmente político. Se interpela a las crisis porque se
quiere intervenir en ellas. El Estado debe definir a favor de quiénes y
en contra de quiénes va a movilizar recursos materiales y simbólicos en
la arena de lucha en la que se dirimen todas las políticas públicas.
Arena en donde el Estado no está solo sino que existe junto a otros
actores que también intentarán imponer en la agenda estatal sus
intereses sectoriales disfrazándolos de interés general. Políticas
públicas que son el espacio real de poder con el que cuentan las
sociedades modernas para mantener o transformar las relaciones sociales.
En definitiva, como decía el pedagogo brasileño Paulo Freire, para
hacer del mundo malo un mundo bueno
* Docente UNLZ FCS.
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