Imagen: Guadalupe Lombardo
Ya tod@s
sabemos que el gobierno macrista, en su desesperación por el
crecimiento del malhumor social y la cada vez más delgada franja de sus
fanáticos, está preparando un fraude monumental para las elecciones
nacionales del 27 de octubre. Saben que será su única chance de
reelección.
Donde puedan y algunos gobernadores los dejen, van a
implantar el voto electrónico, que lenta y silenciosamente ha ganado
terreno con argumentos mentirosos, incluso en reductos peronistas. Y son
capaces, incluso, de animarse a declararlo sistema nacional por
decreto.
Lo decisivo para el macrismo es eliminar el viejo y seguro sistema de
recuento manual de votos, cuyo resultado se vierte, en todas las mesas
comiciales, en un acta o telegrama donde queda registrado el escrutinio
provisorio, firmado por fiscales autorizados.
Esos datos se envían y concentran en el centro de cómputos, donde
luego de recuentos y controles se conoce y difunde el resultado oficial
electoral.
La Argentina lleva décadas con este sistema, que es lento pero
seguro, y el cual, salvo episodios aislados y no significativos, ha
reforzado nuestra democracia y contribuido a la paz social.
Pero ahora estos tipos –que son malos en serio– están desesperados
por cumplir con el capitalismo neoliberal que gobierna al mundo y les
exige destruir todo vestigio de lo que despreciativamente llaman
“populismo”. No tienen la menor idea de lo que significa este concepto,
que conlleva todo lo mejor de la convivencia colectiva –porque garantiza
equidad de derechos, trabajo, producción, educación y salud públicas,
previsión social equitativa y mucho más- pero por esa ignorancia
contumaz es que están empeñados en destruir la esencia de la democracia,
que es el voto libre, bien contado y controlado.
La estrategia que desde 2015 impulsan para distorsionar y manipular
la voluntad electoral de la ciudadanía es, obviamente, el voto
electrónico. Metodología disfrazada de modernidad y tecnología que a
cambio de velocidad en la difusión de los resultados distorsiona la
verdad y es una de las formas más perversas del fraude electoral. Por
eso fue descartada ya en casi toda Europa y Estados Unidos.
En esta columna lo hemos denunciado en muchas oportunidades, siempre
asombrados por el eco silencioso, casi nulo, que producen estos
antecedentes en las corporaciones dirigenciales. Y ojo que esto no tiene
nada que ver con las propuestas de boleta única, que no es una mala
idea si tiene el mérito de simplificar recuentos y, sobre todo, si
impide el robo de boletas en el cuarto oscuro.
Pero ahora lanzaron otra estrategia, complementaria, alentados por el
sistema mentimediático que, en base al entusiasmo estafador que los
caracteriza, pregona virtudes tramposas. Como que se busca agilizar el
tiempo de carga de datos y homogeneizar a nivel nacional el conocimiento
de los resultados, lo que es mentira.
Porque tal supuesta buena intención va en desmedro de la seguridad y
confiabilidad que garantizó siempre el sistema tradicional de urna,
conteo y acta o telegrama. El ardid del macrismo –y en particular de
Peña Braun y Durán Barba– consiste en reemplazar, en totalidad y de un
saque, el sistema de traslado de los resultados de las urnas. Van a
sustituirlo por uno que digitalizará y transmitirá el resultado de cada
mesa al centro de cómputos, proceso tan veloz como obvia y fácilmente
adulterable.
Y que desde hace años viene siendo denunciado por especialistas como
la académica en Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Rosario
y presidenta de la Fundación Vía Libre, Beatriz Busaniche, y el
respetado perito informático Ariel Garbarz. Quien alertó recientemente:
“Por favor tomemos conciencia que los telegramas confeccionados con las
actas en papel firmadas por los ciudadanos fiscales y presidentes de
mesas son la única garantía contra el fraude. No permitamos que los
eliminen”.
Estas maniobras son indignantes, y enlodan la política. Asistidos por
charlatanes a sueldo y sus grotescos trolls todoterreno, este cambio es
peligrosísimo y de hecho, letal para la democracia.
Por eso, desde ahora mismo, ésta será la más importante batalla que
se librará este año en el escenario político argentino, junto con la
definición de fórmulas electorales. Y como hay que ganarla, la verdad es
que irrita tanto silencio dirigencial.
Frenar esto es la única garantía de que termine este gobierno
salvaje. Y es la única posibilidad, dependiendo de quién sea el/la nuev@ presidente/a, de que:
- tengamos una nueva Constitución Nacional;
- sustituyamos la judicatura completa y el pueblo vote una nueva Corte Suprema de Justicia;
- empecemos con una severa y definitiva lucha contra la corrupción;
- limpiemos el sistema político en su totalidad con más y mejor política;
- recuperemos la Educación y la Salud Públicas, la Previsión Social, la Ciencia y todos los derechos por estos tipos limitados o eliminados;
- organicemos de una vez una política agropecuaria con rostro humano y al servicio del país:
- reorganicemos la producción y el trabajo, sustituyendo importaciones con desarrollo de tecnologías propias -que las tenemos-, con autodeterminación y soberanía, y con mucho, mucho más.
Nada de esto es imposible. Y por eso mismo impresiona, perturba y
decepciona el silencio pertinaz, inesperado, que observamos en
dirigencias que traman la necesaria confluencia nacional y popular
–única, amplia y ganadora– pero parecen no darse cuenta de la gravedad
del fraude que se prepara.
Aunque algunas quizás sí se dan cuenta y sin embargo... siguen en silencio.
Fuente:Pagina/12
No hay comentarios:
Publicar un comentario