Fuente:Pagina/12
Lejos
de los sueños de una red de iguales donde ni Estado ni empresas podrían
someter a las mayorías, Internet comenzó su adaptación hacia un mundo
neoliberal perfecto. Se desarrolla con la captura de trabajo no
remunerado, flexibilización laboral y control monopólico de nichos del
mercado con promesa de ganancias rápidas y muy por encima de las
inversiones. Existen pocos grandes ganadores en esta suerte de utopía
neoliberal desregulada.
Durante
los 90, cuando internet llegó al gran público no pocos vieron en ella
la solución a casi todos los problemas sociales. Gracias a su
arquitectura descentralizada nadie estaría en condiciones de concentrar
poder: internet facilitaría una gigantesca e igualitaria asamblea
global. El investigador Evgeny Morozov resume la posición de estos
“internet-centristas” en tres frases: la descentralización derrota a la
centralización, las redes son mejores que las jerarquías y las
audiencias superan a los expertos.
Estos tres principios parecieron funcionar por un tiempo,
sobre todo en los comienzos de la web, cuando miles de actores
explotaron la apertura para experimentar y sumarse a la red de redes.
Sin embargo, a fines del siglo XX, al igual que con otros medios de
comunicación masiva, el mundo de los negocios buscó formas de hacer
dinero en esa suerte de ágora hiperdemocrática de la manera que suele
hacerlo: concentrando poder tecnológico, económico y político. Así fue
cómo, lejos de los sueños de una red de iguales donde ni Estado ni
empresas podrían someter a las mayorías, internet comenzó su adaptación
hacia un mundo neoliberal perfecto de captura de trabajo no remunerado,
flexibilización laboral, control monopólico de nichos del mercado con
promesa de ganancias rápidas y muy por encima de las inversiones. La
arquitectura del sistema no alcanzaría para detener este proceso.
Capitalismo de plataformas
Internet es permanentemente escrutada para dar con un análisis
acabado de su inmensidad. La oferta es variada, pero en los últimos años
el tono general ha derivado desde una mirada tecnoutópica hacia otra
más apocalítptica que intenta responder la ya una pregunta aplicable a
tantas cosas: “¿cuándo se estropeó Internet?”. En su indagación incluso
periodistas e investigadores del Primer Mundo se atreven a mencionar que
la raíz del problema puede ubicarse no tanto en cuestiones técnicas o
en una humanidad hedonista, si no en la dinámica del capitalismo, una
palabra que a veces parecen pronunciar incómodos, como si se estuviera
cuestionando la ley de gravitación universal.
Es allí donde se para el canadiense Nick Srnicek en su libro
Capitalismo de plataformas, traducido y publicado en 2018 en Argentina
por Caja Negra. En lugar de entregarse a complejos análisis sobre las
múltiples facetas de Internet, el autor toma distancia de su objeto de
estudio para ubicar a las grandes plataformas en el horizonte neoliberal
y sus crisis de sobreacumulación. En esos momentos se visualizan más
claros las contradicciones y los hilos del sistema, como ocurrió durante
el “boom de las puntocom” como se llamó la repentina caída en la bolsa
de las empresas tecnológicas a partir del año 2000. Según Srnicek, en
los 90’, en un contexto de crisis industrial y poco crecimiento de la
economía general, el sector más dinámico y atractivo eran las
telecomunicaciones. Hacia allí corrieron los capitales de riesgo en
busca de ganancias como en una suerte de conquista del oeste pero del
ciberespacio. Estaba todo por hacer y se debía correr para alambrar una
parcela: entre 1997 y 2000 las acciones de las empresas tecnológicas
crecieron cerca de 300 por ciento.
El resultado fue una burbuja sobredimensionada para lo incierto del
negocio en ciernes. Cuando algunos se retiraron con la sospecha de que
no recuperarían su inversión contagiaron a otros actores iniciando una
corrida que quebró miles de empresas y desvaneció miles de millones de
dólares en menos de tres años. Paradójicamente, como suele ocurrir en
las crisis, los sobrevivientes se quedaron con el campo libre y la
experiencia de los fracasos ajenos para hacer un negocio más acorde con
lo real.
El otro gran legado que dejó la crisis fue una infraestructura ya
instalada y ociosa que permitía transmitir, almacenar y procesar datos
como nunca antes. Los Facebook, Google o Amazon comprendieron que debían
encontrar un modelo de negocios sustentable.
Las primeras respuestas vinieron de la publicidad, la venta de
productos y otros modelos existentes, ahora recargados digitalmente. Es
que pronto encontraron una gran ventaja respecto de sus competidores
analógicos: como efecto colateral de su trabajo acumulaban datos para
mejorar sus servicios y expandir esa recolección a territorios
inimaginados.
Tras la crisis de 2008 se produce un proceso similar al de los ‘90:
en un contexto de escaso crecimiento y tasas de interés bajas, los
capitales acumulados, para encontrar “réditos más elevados han tenido
que dirigirse a hacia activos más riesgosos invirtiendo, por ejemplo, en
compañías tecnológicas no rentables y que todavía no han sido puestas a
prueba”, sintetiza el autor de Capitalismo de plataformas. Esto
explica que empresas que trabajan a pérdida valgan miles de millones de
dólares. “El boom de los noventa se parece a gran parte de la
fascinación actual por la economía del compartir, la Internet de las
cosas y demás negocios habilitados por la tecnología”.
La novedad austera
Srnicek analiza un tipo novedoso de plataformas a las que llama
“austeras” porque tercerizan hasta el corazón de sus negocios, y que se
ubican como intermediarias entre negocios ya existentes y sus clientes.
El ejemplo paradigmático es Uber, que piensa lanzarse a la bolsa este
año con una tasación total de 120.000 millones de dólares.
¿Cómo es posible ese valor de mercado para una empresa que casi no
tiene infraestructura propia ni da ganancias? Es que el capital
financiero ha vuelto a la política (riesgosa) de “crecimiento primero,
ganancias después”.
El resultado pueden ser guerras comerciales titánicas financiadas por
miles de millones de dólares, capaces de trabajar a pérdida durante
largo tiempo. Travis Kalanick, el anterior CEO de Uber, contó en una
entrevista en 2016 que perdían cerca de 1000 millones de dólares por año
para competir con otra empresa no rentable en China. Las esquirlas de
esa batalla entre colosos seguramente desangra también a los pequeños y
medianos jugadores con menos recursos para resistir.
El objetivo es picar en punta y crecer lo más rápido posible. En el
caso de Uber, por ejemplo, como terceriza hasta la parte esencial de su
negocio (el transporte), puede escalar alquilando servidores a terceros.
Allí se acumulan datos que permiten avanzar hasta alcanzar el ansiado
control del mercado de transporte.
Srnicek encuentra una tendencia natural al monopolio en este tipo de
compañías, debido a que las personas van a las plataformas donde están
los amigos, donde haya más choferes, más habitaciones libres, más
cadetes. Además los datos acumulados hacen muy difícil el surgimiento de
eventuales competidores que carecen de ellos.
Por otro lado las empresas tecnológicas más consolidadas guardan
buena parte de sus ganancias en el exterior. En casos como el de Apple,
Microsoft, Cisco y Oracle, en 2016 las reservas en el extranjero
superaban el 90 por ciento del total; en el de Google llegaban a casi el
60 por ciento. Esta proporción es consecuencia de estrategias de
evasión que los lleva a localizarse en paraísos fiscales. El dinero
queda así disponible para comprar a cualquier potencial competidor o
desarrollar un producto que compita directamente con éste. Aquellas
empresas que ya tienen un modelo de negocios rentable pueden proteger su
negocio central y subsidiar a aquellas ramas que aún necesitan tiempo
para madurar y demostrar su verdadero potencial.
Si bien estas plataformas representan una parte menor de la economía
se exhiben como modelo deseable y los que quieren sobrevivir a la
digitalización de la producción intentan imitarlos aumentando aún más la
demanda de servicios en la nube que ofrecen los grandes jugadores.
¿Qué hay de nuevo, viejo?
En un contexto de aumento de la desocupación, la promesa de generar
nuevos trabajos hace que se reduzcan los controles del Estado. Las
empresas austeras para reducir costos llaman “microemprendedores” a sus
empleados y reduce al mínimo el costo laboral. Ejemplos paradigmáticos
en el mundo son, una vez más, Uber o Airbnb, y en el ámbito local los
recién llegados como Glovo o Rappi. Aunque desde una posición de
debilidad muchos de estos trabajadores se organizan alrededor del mundo
para reclamar condiciones de contratación más justas mientras del otro
lado se pagan costosos abogados y lobistas.
De alguna manera, parte del boom tecnológico global se sustenta en la
vieja y conocida sobreexplotación del trabajo. Srnicek cita a The
Economist, una revista internacional insospechada de “izquierdismos” que
admitía ya en 2008: “Si el porcentaje de ganancia bruta interna pagado
en salarios subiera a los niveles promedio de los noventa, el
rendimiento de las compañías estadounidenses caería un quinto”. Más que
creadoras de crecimientos, estas empresas parecen ser concentradoras de
los recursos existentes.
Lógicas parasitarias
Entre las plataformas más exitosas en términos económicos reales (no
potenciales), se destacan las “plataformas de publicidad”, como las
llama Srnicek: es de allí de dónde Facebook y Google obtienen más del 90
por ciento de sus ganancias. Las plataformas publicitarias en
particular tienen dos grandes ventajas: los contenidos que generan la
atención que permite exhibir la publicidad están “subsidiados” por la
gentileza de sus (supuestos) usuarios; la otra es que cuentan con los
datos necesarios para exhibirla solo a aquellos que sus algoritmos dicen
que pueden estar interesados.
Paradójicamente, sostiene Srnicek, el mercado publicitario está atado
al gasto económico total: si a las empresas no les va bien, no pueden
invertir en publicidad, por lo que en el largo plazo este mercado
también se ve condicionado por la falta de crecimiento global. Así es
que estas plataformas invierten en abaratar aún más el “costo” de la
publicidad para competir, lo que, a su vez, impacta en medios
tradicionales sustentados por la publicidad.
Las redacciones se vacían, los canales pierden audiencia al igual que
las radios por cambios en las formas de consumo, pero también porque
estos medios no cuentan con el dinero necesario para adaptarse (un
efecto colateral es la reducción en la diversidad de voces y el
consiguiente impacto que esto tiene en la democracia). Así el precio de
la publicidad se devalúa constantemente. Srnicek se pregunta retórico:
“Hay que preguntarse si financiar una carrera armamentística en el área
de la publicidad es la mejor maneja de invertir la riqueza de la
sociedad”.
Lejos de la utopía anarco tecnológica, Internet se ha transformado en
una suerte de utopía neoliberal desregulada y con pocos grandes
ganadores que, paradójicamente, deben encontrar nuevos nichos para
ubicar el excedente generado. Como dice Snricek, “en lugar de un boom
financiero o inmobiliario, el capital excedente hoy en día parece estar
armando un boom tecnológico”.
La utopía tecnológica se parece cada vez más a la distopía de la
economía neoliberal que suele explotar sus burbujas con regularidad
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