Los
cuatros años económicos de la alianza Cambiemos serán malísimos. Para
disimularlos, economistas oficialistas suman los últimos cuatro de CFK
para compensar la caída del PIB con derrumbe industrial. Con ese
análisis engañoso, hablan de una nueva década pérdida.
La
economía macrista mostró que es un fiasco en sus primeros tres años y
promete seguir siéndolo en el cuarto que está transcurriendo. Lo es en
términos del resultado de casi todas las variables macroeconómicas
relevantes. Sólo fanáticos M lo niegan. ¿Cuál es la estrategia del
oficialismo, en un crucial año electoral, para disfrazar este notorio
fracaso? El camino elegido es analizar la evolución de la economía en un
período amplio incluyendo los cuatro años del último mandato de CFK.
Concluyen de ese modo que la economía está estancada desde hace ocho
años, eximiendo de responsabilidad en la actual debacle a la política
económica ortodoxa desplegada en la gestión de la alianza Cambiemos. Es
un análisis engañoso. El último gobierno de CFK tuvo saldos levemente
positivos, por ejemplo con un magro aumento del PIB del 1,6 por ciento
en ese período, con dos de los cuatro años con caídas (2012: -1,0 por
ciento; 2014: -2,5 por ciento). Los cuatro de Macri terminarán con signo
negativo, como mínimo, de 2,5 por ciento en total. O sea, el ciclo de
ocho años es mediocre sólo por la presencia de los primeros cuatro
porque la parte que le corresponde a Cambiemos ha sido malísima, la cual
terminará con tres de los cuatro años con caídas del PIB.
Régimen
Por eso postular una continuidad para la evaluación de las
principales variables es forzada porque, en realidad, hubo un quiebre en
la organización y funcionamiento de la economía, al modificarse el
régimen económico, pasando de uno basado en el fomento de la demanda a
otro definido por el lado de la oferta. Era evidente que el primero
mostraba signos de agotamiento en 2011-2015, reclamando reformas para
volver a dinamizarlo, mientras que el segundo rápidamente mostró sus
limitaciones arrojando a la economía a una crisis de proporciones que,
por ahora, está siendo mantenida a flote con el salvavidas financiero
del Fondo Monetario Internacional.
Equiparar el recorrido de estas dos experiencias tomando el último
trecho del ciclo kirchnerista con el traumático sendero que transita la
economía a partir de 2016 constituye un aporte más a la confusión
deliberada para la comprensión de un nuevo ciclo neoliberal iniciado con
la presidencia de Mauricio Macri.
No se puede negar que el mundo de la ortodoxia muestra mucha garra y
el imprescindible blindaje mediático para disimular sus fiascos, pasados
y presentes, virtud de la que carece la heterodoxia, cuyos miembros
están desprotegidos pero igual eligen la opción de la autocrítica como
si ésta fuera la condición necesaria para ganar el debate académico y la
disputa de poder. A esta altura deberían saber que no lo es. “Volver
mejores” es la fórmula mágica que postula éste último grupo, minimizando
que las relaciones sociales, económicas y políticas y,
fundamentalmente, la construcción de la subjetividad de las mayorías
vulnerables, más que mostrar que se tiene una mejor teoría, determinan
la construcción de la hegemonía para el ejercicio del poder.
El neoliberalismo de Macri no vino mejor que el de la dictadura y el
del menemismo, e igual se despliega sin culpa ni cargo por ese pasado.
La derecha tiene tan aceitado esa forma de ejercer el poder que sus
pésimos resultados pueden atribuirlos, sin pudor, al pasado kirchnerista
o a la incertidumbre por la economía futura ante la competitiva
presencia electoral de CFK.
Estancamiento
El extenso dispositivo de difusión paraoficialista evalúa la marcha
de la industria, el empleo, del Producto Interno Bruto, de la pobreza,
empezando en el 2011, para concluir que la economía argentina está
estancada y se dirige a completar otra década pérdida, haciendo un
paralelo con la del ‘80. Es un análisis que lo han empezado a realizar
industriales, financistas y economistas cercanos al poder. Uno de los
documentos que lo aborda es “La década diferenciada de América Latina”,
elaborado por Jorge Vasconcelos, del Instituto de Estudios sobre la
Realidad Argentina y Latinoamericana de la Fundación Mediterránea.
El informe comienza diciendo que los ochenta pasaron a la historia
como la “década perdida de América latina”, por la falta de crecimiento
de la mayoría de los países de la región, indicando que fue una crisis
detonada a partir de la abrupta suba de las tasas de interés de los
Estados Unidos. Explica que “no se puede entender el ciclo de stop and
go que se inicia en 2011, que origina el estancamiento de los últimos
siete años, sin considerar el contexto. La historia arranca con la suba
sostenida de los precios de las materias primas a partir de 2003 en
adelante, hasta llegar a niveles récords, que provocó un beneficio
inédito en la región, pero un aprovechamiento cortoplacista en la
Argentina y otros países, caso de Brasil, que terminó dañando los
cimientos de estas economías, haciendo mucho más difícil la etapa
posterior”.
Sigue con el análisis afirmando que “cuando el precio internacional
de las materias primas comienza a hacer su recorrido inverso, para
quedar en un nivel intermedio, Brasil y la Argentina ensayan políticas
económicas que, en lugar de recortar la brecha con Chile y Perú, la
profundizan”. Muestra que entre 2011 y 2018, Brasil y la Argentina
tuvieron crecimiento cero, mientras el PIB de Perú se expandió 31,6 por
ciento y el de Chile lo hizo 21,9.
Aquí es cuando aparece el cuestionamiento al régimen económico
impulsado por la demanda, para defender el basado en la oferta. Define
que el común denominador que se observa para Argentina y Brasil a partir
de 2011 es el intento de compensar la merma del impulso externo con
políticas contracíclicas, activando el gasto público y los subsidios (a
las tarifas en nuestro país, a los créditos, en el vecino). Para dejar
al descubierto el objetivo justificatorio del actual fiasco económico:
“Lo ocurrido entre 2016 y principios de 2019 puede verse como una
transición, costosa pero transición al fin, en la construcción de los
cimientos para encarar los desafíos señalados”. Vasconcelos precisa que
éstos son los de “adaptarse al escenario internacional dando prioridad a
las políticas del lado de la oferta, con desregulación, recorte de
impuestos distorsivos, menos burocracia, precios relativos locales
alineados con los internacionales, mejor logística e infraestructura”.
Afirma que se necesita avanzar hacia un modelo de crecimiento apoyado en
exportaciones e inversión, agotada la vía del gasto público y los
subsidios”. Para concluir que “esta forma de reorganizar la economía es
la única consistente con el florecimiento de incentivos para la
inversión y el empleo productivo. En cambio, la estabilidad basada en la
represión de precios claves, tipo de cambio, tarifas y demás, es la
receta indicada para prolongar el escenario de estancamiento”.
Este informe provoca el siguiente interrogante: ¿no será que el
régimen económico ofertista sumergió a la economía en la actual crisis y
estancamiento, y que si hubiera seguido el impulsado por la demanda,
con las reformas necesarias para dinamizarlo, la historia sería
distinta?
Distribución regresiva
Como se mencionó al comienzo, la comparación de la evaluación del PIB
entre los últimos cuatro años de CFK y los cuatro que tendrá Macri es
engañosa, del mismo modo que si se la hace con el recorrido industrial y
el empleo industrial y todavía lo es más con respecto a la cuestión
social. Ya no es sólo que la alianza Cambiemos no pudo cumplir la
promesa “Pobreza cero”, sino que, por el contrario, en estos años los
indicadores de bienestar general han tenido un deterioro sustancial.
La red de propaganda pública y privada repite que el kirchnerismo
dejó un tercio de la población en la pobreza, luego que el Indec de
Macri modificara la metodología de elaboración de los índices para
alcanzar ese número. No sólo no había más pobres que ahora, sino que
indicadores de desigualdad tuvieron una persistente mejora, hasta
alcanzar en el 2015 el mejor registro de la distribución progresiva del
ingreso del ciclo kirchnerista.
Los últimos datos oficiales muestran que los asalariados perdieron
participación en el reparto de la torta de ingresos: 4,7 puntos durante
el tercer trimestre de 2018 al capturar el 45,9 por ciento, un nivel
similar al de 2010. Pero en 2015 había terminado en 51,9 por ciento. El
capital aumentó casi lo mismo que perdieron los asalariados: 4,8 puntos,
para totalizar 45,7 por ciento. El resto correspondió a ingresos de
cuentapropistas.
No fue una década pérdida continúa en términos de distribución del
ingreso, sino que fue la economía macrista que la hizo retroceder al
mismo punto de hace diez años.
Desigualdad
La última revista Realidad Económica (N°320) publicó un interesante
artículo que da cuenta de la evolución de la desigualdad en un extenso
período de la economía argentina. En “El fantasma neoliberal: la
evolución de las desigualdades y sus justificaciones ideológicas”, de
Fernando Cocimano y Pablo Mariano Villarreal, se utiliza el Coeficiente
Gini-DAP (Democracia Argentina en la Posconvertibilidad), indicador
construido por ese grupo de investigación, que toma datos de la Encuesta
Permanente de Hogares y mide la diferencia de ingresos per cápita de
los hogares, con una serie completa para el período 1974-2014. El Gini
es una medida de la desigualdad: 0 expresa la igualdad total y 1 la
máxima desigualdad. El documento también incorpora otras mediciones de
desigualdad, como el índice Palma (diseñado por el economista chileno
Gabriel Palma) o la medición a partir del indicador preparado por el
economista Branko Milanovic.
La serie se inicia con el Gini-DAP más bajo, de 0,347 en 1974, y
desde el año siguiente (gobierno de Isabel Martínez de Perón) comienza a
ascender, para luego acelerar con el inicio de la dictadura
cívico-militar y el abandono de la industrialización por sustitución de
importaciones. Los autores del trabajo indican que “así la desigualdad
comienza un período de ascenso de largo aliento que encuentra su pico en
la crisis de 2001”. Precisan que los valores de desigualdad alcanzados
en la hiperinflación 1989-1990 fueron superados por la gran crisis 2001,
marcando en el 2002 la mayor desigualdad con un Gini-DAP de 0,534.
Cocimano y Villarreal explican que después de “la crisis de 2001 se
quiebra el largo período de aumento de la desigualdad, iniciándose un
visible proceso de reducción. Al final de la serie, en 2015, la
diferencia de ingresos se reduce más de la mitad y los sectores de mayor
riqueza perciben cerca de 17 veces el ingreso de los sectores más
pobres, retrayendo esta diferencia de unas tres décadas anteriores”.
Hubo entonces dos períodos bien marcados: uno largo de aumento
significativo de la desigualdad que va de 1974 a 2002, con picos durante
los años de hiperinflación y la crisis de 2001; y el otro de reducción
de la desigualdad a partir de 2002 caracterizado por un aumento de la
intervención estatal y su capacidad para distribuir riquezas. El primero
coincide con la ola neoliberal y el otro con una política que el
discurso dominante denomina populista.
Redistribución progresiva
En esa investigación se agrega el índice de Palma que ayuda a
precisar cómo fue la participación en el reparto de la riqueza de los
sectores de altos ingresos, de medios y bajos. La serie comienza en 1991
y desde ese año hasta el 2001 los sectores medios se llevaron cerca de
la mitad de la riqueza, aumentando la diferencia entre altos y bajos.
Desde el 2001 hasta el 2015 se produce una considerable redistribución
progresiva de la riqueza que beneficia no sólo a los sectores de menor
poder adquisitivo, sino también a las clases medias, en detrimento del
decil más acaudalado de la población.
Las clases medias que en 2001 percibían un 50,7 por ciento de la
riqueza aumentan su participación en 2015 en 4,3 puntos, llegando a un
55,0 por ciento; y los sectores de menores ingresos pasan de 10,4 a 15,0
por ciento en ese mismo lapso. Ambos sectores alcanzan la participación
más elevada de toda la serie en 2015.
En base a todas esas cifras, Cocimano y Villarreal concluyen en que
“ha existido una reducción de la desigualdad en la Argentina luego de la
crisis de 2001 sin importar que tomemos el índice de Gini o formas
alternativas de medición de las desigualdades (Piketty, Palma o
Milanovic). Lo que está claro es que la posconvertibilidad fue un
período de redistribución progresiva del ingreso”.
Se preguntan qué es lo que explica está reducción de la desigualdad,
para responderse, en base a un estudio de otro par de investigadores
(Luis López Clava y Nora Lustig), que no encuentran vínculos
concluyentes entre caída de la desigualdad y crecimiento económico.
Entonces señalan que la explicación del descenso de la desigualdad de
ingresos se basa en dos causas fundamentales:
- El cierre de la brecha salarial entre trabajadores más y menos calificados, vinculado con los cambios en el mercado laboral y, por consiguiente, con las transformaciones económicas en el ciclo 2003-2015.
- Las transferencias no laborales hacia los hogares, entre las que cabe destacar las denominadas “transferencias condicionadas (AUH), que tuvieron como objetivo la redistribución del ingreso y la reducción de la pobreza.
Otro estudio, esta vez de los investigadores Facundo Alvaredo y
Leonardo Gasparini, destaca que el aumento sustancial en el salario
mínimo fue una fuerza importante detrás de la caída de la desigualdad en
los ingresos de los hogares, dado que de ese modo se establece el piso
para el ingreso de los trabajadores no calificados y para los servicios
de la seguridad social.
El período de expansión de las desigualdades en la Argentina coincide
entonces con la puesta en práctica de políticas neoliberales. La
economía macrista lo vuelve a confirmar.
Fuente:Pagina/12
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