FRANCISCA RODRIGUEZ, DIRIGENTE CAMPESINA
Y FEMINISTA CHILENA
Es fundadora de la Asociación Nacional de Mujeres
Rurales e Indígenas y forma parte de la Comisión Internacional de La Vía
Campesina. Página/12 la entrevistó en un encuentro feminista en
Estambul. Aquí cuenta su particular historia de vida y cómo se abrió
paso en un ámbito gremial profundamente machista. Su lucha por los
derechos del campesinado y los de la mujer.
Por Mariana Carbajal
Desde Estambul
-¿A qué edad empezó a trabajar?
–A los 14 años me relacioné con el mundo del trabajo. A esa edad ya
era la persona que abastecía la casa, porque mi padre murió y antes de
morirse se había separado. Yo era la hija mayor de cinco hermanos y me
tocó salir a trabajar. Pero antes de esa edad hacía trabajos de
recolección. Vivíamos en un sector rural, rodeados de fundos y parcelas,
en Los Espejos, que es la última estación de tren antes de llegar a
Santiago. Y por eso se llama Los Espejos, porque la gente sacaba los
espejos para arreglarse antes de llegar a la capital. Ahí hacíamos
faenas de recolección. Partíamos con la corta de la haba, que era la
primera, la arveja... En esos años había dos cosas que se conjugaban que
eran importantes: tú recolectabas y después ibas a lo que llamábamos el
rastrojo, a buscar lo que quedara en la plantación, porque ésa era la
reserva de alimentos nuestra. En ese tiempo, había otras relaciones con
los dueños de parcelas, que eran menores, no eran latifundios, eran
fundos pequeños. El huerto una vez cosechado se abría para que la gente
sacara lo que necesitaba. Eramos temporeros de afuera, porque íbamos en
la temporada y de afuera del pueblo. Hoy en día, los temporeros tienen
otra connotación. Son las trabajadoras que van a trabajar a las empresas
frutícolas principalmente.
–¿Dónde nace su vocación por organizar mujeres?
–Pasé mi juventud en época muy conservadora, de mucho prejuicio.
Recuerdo que empezaron a formarse los fan-clubs de los artistas
juveniles. Como nosotras no podíamos participar de los fan-clubs,
empezamos a formar los clubes de amigas, que en el fondo eran como la
réplica femenina. No estábamos alrededor de un artista en especial, pero
los adorábamos, los amábamos. Eramos niñas. Nosotras en los fan-club
hacíamos caridad, asistencialismo, que es un mecanismo de dominación.
Juntábamos ropa, íbamos a los hospitales, a las poblaciones más pobres. Y
nosotras éramos muy pobres, tal vez más pobres que la población a la
que íbamos a entregar la ropa. Creo que de ahí partí, no sé... Será que
me gustó juntarme con mujeres, conversar de nuestros problemas.
–¿Terminó la escuela?
–Hice hasta el sexto de la primaria. Hasta ahí llegó mi paso por la escuela, después empecé a trabajar.
–¿Dónde empezó su militancia sindical?
–Después del campo me fui a trabajar a un casino, en Correos y
Telégrafos. Ahí me vinculé con la gente del gremio de la alimentación.
Me indicaron para que fuera al departamento juvenil de la CUT, Central
Unica de Trabajadores. Y me mandaron a trabajar con las muchachas: era
la encargada femenina. Nadie quería esa función. Meterse con mujeres era
como retroceder. Eso era típico en el movimiento sindical. Sin embargo,
a mí nunca me incomodó. Siempre estuve pensando qué hacer: seminarios,
revistas, trabajar en el diario mural, organizar campamentos. Dentro del
departamento juvenil también nacieron amores y me casé con quien era el
encargado juvenil de la Confederación Campesina.
–¿Tuvieron hijos?
–Sí, y nietos. Somos a la antigua: ya llevamos 44 años de casados.
Tengo dos hijos y una hija y cuatro nietos. Somos bien aclanados.
Vivimos en el campo, tenemos una parcelita. Cada hijo se hizo su casa en
una de las esquinas y mi hija vive conmigo. Ella dice que no se va a
hacer casa, porque a ella le va a tocar cuidarnos, que ésa es su
herencia.
–¿Cómo se relacionó con el movimiento de mujeres en Chile?
–La propia situación de dictadura hizo generar nuevos espacios y
tener nuevos puntos de encuentro. Entonces hay una relación más profunda
en el conjunto de las mujeres, que tiene que ver con esa búsqueda de
nuestros hombres detenidos, con ese paso por las cárceles, en ese camino
de solidaridad. Fueron los momentos duros.
(El recuerdo le pone los ojos vidriosos, al borde de las lágrimas. Se emociona.)
–¿Su esposo estuvo detenido durante la dictadura en Chile?
–Sí. Fueron esos momentos duros en los que perdías a tu amigo, tu
compañero, tu compañera. Pero, sin embargo, encontrabas mucho más en el
camino. De ahí surge el trabajo más de activista. Fueron los momentos en
que nos decíamos que no teníamos miedo, pero en realidad teníamos que
romper el miedo, los silencios impuestos. Fui creciendo así, a
machetazos, como decimos nosotros. Siempre te da mucha pena recordar
esos tiempos. Nosotros vivimos una época muy privilegiada. Eramos
juventudes que construíamos, teníamos esperanza, participábamos
políticamente. Había la posibilidad de que los trabajadores entraran a
la universidad. Hubo muchas cosas que fueron muy importantes y que le
dieron carácter a mi lucha. Eso no se pierde. La dictadura nos arrebató
tanto, pero al mismo tiempo nos hizo madurar de golpe y porrazo, nos
obligó a crecer.
–¿En esa búsqueda de los familiares presos durante la dictadura las mujeres rurales se encontraron con las mujeres urbanas?
–El vínculo se hizo ahí, en las búsquedas, en las esperas en las
puertas de las cárceles, de los campos de concentración. Corríamos de un
lugar a otro. Porque nos decían que allá podíamos encontrar... ya no
era tu marido, tu hermano, era cualquiera.
–Usted cuenta que la organización campesina la armaron las esposas de los dirigentes. ¿Cómo fue ese proceso?
–En casi todas las organizaciones en tiempo de dictadura se fueron
levantando los departamentos femeninos. Y esos departamentos femeninos
fueron constituidos principalmente con las esposas de los dirigentes que
estaban presos o desaparecidos. No teníamos nada más que perder, sino
que buscar. Si uno piensa así fríamente nosotras fuimos más osadas.
Muchas mujeres no tenían mucha noción de a lo que estaban expuestas. Nos
mandaban a dejar cartas, un saludo. No iban ellos, íbamos nosotras. Y
eso nos fue acerando, haciendo descubrir el mundo, ver que detrás de tu
casa había otro mundo. Cuando en Chile hicimos el primer encuentro, en
el año ’79, los compañeros nos pidieron a las esposas que invitáramos a
las esposas de otros dirigentes que estaban en proceso de recomposición
del movimiento. Nos dijeron que cuando querían hablar con ellos les
decían que no podían participar porque tenían problemas con sus esposas
porque tenían mucho miedo. Entonces, nos dieron una lista de compañeras y
nos pidieron que las invitáramos. Y nosotras obedientemente organizamos
el encuentro, pero no teníamos un peso. Y salimos a buscar plata.
Empezamos a golpear puertas. Y ahí nos fuimos a hablar con mujeres
feministas que estaban en las ONG. Y ellas nos entregaron el apoyo.
Incluso, nos ayudaron a hacer los documentos. La verdad, en ese primer
encuentro hablaban los hombres. Nosotras teníamos el discursito escrito
para leerlo. Yo todavía me acuerdo que necesitaba afirmarme en una mesa
para poder hablar sin caerme del susto. Y en la conversación con las
compañeras nos dimos cuenta de que las mujeres no tenían miedo, que los
que tenían miedo eran nuestros compañeros y se escudaban en nosotras.
Había compañeras cuyos compañeros estaban presos y ellas contaban cuando
llegaba la policía a buscarlas. Siempre me acuerdo de una compañera
mapuche que contaba que le decían: “Te venimos a buscar porque dicen que
tú eres comunista”. Y ella se paró en la puerta y les dijo: “Claro que
soy comunista, y mis hijos serán comunistas y mis nietos serán
comunistas”. Yo la miraba y pensaba: ¿cómo les habrá dicho eso con
metralletas al frente? Entonces empecé a descubrir que no había miedo en
las mujeres, había rabia; o había miedo y lo vencía la rabia. Y ahí
acordamos hacer una Comisión de Mujeres, dentro de la Confederación
Campesina, en el año ’79. Y fíjate que cuando salimos de ese primer
encuentro ya no éramos las mismas, ya mirábamos a los compañeros de otra
manera. Cuando nos decían: “Compañerita, por qué no va a dejar esta
carta”, les decíamos: “Tú no vas porque tienes miedo”. Empezamos a
enfrentarnos a sus miedos. No era tan terrible tener miedo. El problema
era cómo vencíamos a los miedos.
–¿Cómo siguió el vínculo con el movimiento feminista?
–Estaba recién llegando el movimiento feminista. Nosotras íbamos a
escuchar a las mujeres. De repente había cosas que no nos gustaban.
Cuando volvíamos y comentábamos en la organización, nos decían: “Ustedes
se van a dejar de juntarse con las feministas”. Y nosotras partíamos
diciendo, “no”. Yo decía: “Mire, compañero, yo no soy feminista pero
resulta que las prácticas que aquí hay no me gustan. Esta utilización de
las compañeras... no estamos para servir el tecito, para hacer el
almuerzo, llevar el café o ir a llevar las cartas, no estamos para
firmar la declaración que ustedes escribieron”. Entonces empezamos a
escribir nuestras propias declaraciones. Teníamos nuestras
complicidades. Las compañeras feministas nos apoyaban, nos azuzaban y
muchas veces nos hicieron las cartas, y nosotros las llevábamos y las
defendíamos como si fueran nuestras. Hasta que aprendimos a hacerlas.
Creo que fue clave en ese momento esa construcción que se fue haciendo y
de verdad, es cierto, que ese feminismo de esa época en el continente
está enquistado con el trabajo popular. Se crearon redes, grupos, en las
poblaciones, hacíamos talleres. Nunca habíamos tenido esa mirada. El
mirarnos a nosotras mismas, el mirarnos para adentro para poder tener
una mirada hacia afuera. Pasaron muchos años. Ya después yo pasé a ser
vicepresidenta de la organización, ocupé varios cargos, pero me sacaron
del trabajo femenino porque me estaba volviendo muy feminista (se ríe). Y
en un momento que llegué me encontré que me habían subido de cargo, o
sea, yo tenía que sentirme muy feliz porque me habían sacado de ser la
encargada femenina y me habían designado secretaria general y para
hacerme cargo de las relaciones políticas. De acuerdo, compañero, ningún
problema, les digo. Pero yo les quiero decir que de todas maneras yo
voy a seguir trabajando con las mujeres porque es una opción mía. Si no
es en la Confederación Campesina, voy a trabajar afuera. Me acuerdo de
que el presidente se enojó mucho y dijo: “Ven, yo les decía: aunque
saquemos a la Pancha, se las va a arreglar para estar con las mujeres”.
–¿Por qué les molestaba su trabajo con las mujeres?
–Porque era una organización de machitos. No había compañera que no
llegara a la dirección que no tuviera que acostarse con los compañeros. Y
eso se empezaba a comentar. Yo proponía a alguna compañera, y le decía
al presidente: creo que la compañera es muy buena, tiene opinión. Y él
me respondía: “Sí, pero se va de falda muy rápidamente”. Ese comentario a
mí me indignaba. Entonces empecé a tomar como práctica decirle a cada
compañera que llegaba: “Tu vida es tu vida, pero lo único que te voy a
pedir es que no te enredes con los compañeros de acá. Porque los
compañeros van contando, ésas son las estrellas que se van poniendo,
cuántas de las dirigentes pueden conquistar. Nosotras somos sus
conquistas. Y eso tenemos que pararlo”. En una reunión, el presidente me
acusó de estar desprestigiándolos, diciéndoles a las compañeras que
tuvieran cuidado con ellos. “Y por supuesto que sí, le dije, y lo voy a
seguir haciendo porque no voy a soportar que acá se haga mofa de
nuestras compañeras. “No hay caso, ésta está feminista”, me dijo.
Entonces, fue ése el cartel que me pusieron. Y en función de eso fue que
me quisieron sacar del trabajo con las mujeres. Y cuando me sacaron y
me di cuenta fue que les dije que iba a trabajar con las mujeres, de
todas formas. Porque soy feminista, le dije.
–¿Usted no se identificaba con el movimiento feminista en ese entonces?
–No. Muchas mujeres me querían convencer de que yo era feminista.
Una vez en la Cumbre de Mujeres de Beijing le pregunté a una compañera
del sur de Chile: “Dime, Josefina, ¿qué es ser feminista”. Ella me dijo
con esta simpleza: “Yo soy militante del Partido Socialista. Si mi
partido me pone condiciones y no asume el planteamiento de las mujeres,
yo me voy de mi partido porque yo soy feminista”. La miré y le dije:
“Ajá, entonces yo no soy feminista porque no me iría ni del partido ni
de la organización”. Eso lo dije en ese momento, pero después me fui de
la organización porque tuvimos muchas discusiones en el sentido de que
todo el tiempo había objeciones para que las mujeres asumieran en la
comisión directiva. Nunca teníamos más de dos compañeras. Esa era la
cuota. Hicimos muchas estrategias. Incluso llegué a presidir la máxima
organización de campesinos en Chile, la Comisión Nacional Campesina,
pero lo hicimos por una estrategia nuestra para mostrarles a las
compañeras que éramos capaces y que podíamos llegar a ser dirigentas de
una organización. Varias veces se planteó que yo podía llegar a ser
presidenta de la organización y los compañeros decían que el campesinado
no estaba preparado para que lo dirigiera una mujer. Si en mi
Confederación no podía, nos propusimos demostrar que el campesinado no
iba a estar en problemas con que lo dirigiera una mujer. Cuando fui
elegida presidenta de la Comisión Nacional Campesina nadie lo podía
creer.
–¿En qué año fue?
–Alrededor del ’91, ’92 o ’93.
–¿Cuándo nace La Vía Campesina?
–La base de la gestación de los movimientos sociales a nivel mundial
fue la “Campaña Continental 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y
Popular”, que hicimos desde 1989 a 1992, convocada por organizaciones
campesino-indígenas de la Región Andina y el Movimiento Sin Tierra del
Brasil. Yo había trabajado mucho en la campaña. Nosotros en América
latina generamos un proceso desde los campesinos y los indígenas que
nadie se lo podía imaginar. El primer encuentro se hizo en Colombia, el
segundo en Guatemala y el tercero en Nicaragua. En el segundo encuentro
invitamos a organizaciones de Europa. Llegaron los europeos, los
españoles, a sumarse a esta campaña de resistencia. Y de ahí surgió el
embrión. Como ya rompimos las barreras que teníamos y levantamos cabeza
después de lo que significaba la caída del socialismo, en un congreso
que se hizo en la UNAN (Universidad Nacional de Nicaragua) en Managua,
los dirigentes que estaban ahí se dan el reto de crear una red global
para enfrentar la globalización. Al año siguiente, en 1993, creamos la
Vía Campesina en Mons, Bélgica, con unos 30 compañeros. De esos 30,
éramos seis mujeres, de Bolivia, de Colombia, de Costa Rica, de
Honduras, de México, y yo de Chile. Había otras seis mujeres de España,
de Galicia, feministas, pero feministas-feministas. Y había una pugna
muy grande con los compañeros de Europa, porque ellos decían que ésta no
era una organización feminista. Inmediatamente nos conectamos con
ellas. Y desde ese minuto empezamos a dar batalla en La Vía Campesina:
miramos con lupa en los documentos, las declaraciones, para que quedara
claro que nosotras habíamos sido parte de la fundación, que no era un
ente que se constituía de hombres, de dirigentes.
–¿En esa primera instancia incluyeron la cuestión del lenguaje no sexista?
–Sí, ése fue el primer paso. “Nosotras y nosotros”, “las y los”. Nos
decían que el lenguaje masculino era neutro. No, les decíamos, aquí no
hay nada neutro. Somos nosotras y nosotros. Fue la primera pelea que
dimos.
–¿Después pelearon por la paridad?
–Desde América latina. Se constituye La Vía Campesina y a los meses
se conforma la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo
(CLOC). En el primer congreso de la CLOC hubo una comisión de mujeres.
Allá fuimos las mujeres a discutir solas. Los compañeros abrían la
puerta y miraban. Yo integraba de la Comisión Organizadora del Congreso.
Ya había surgido la Bartolina Sisa, de Bolivia, la Confederación
Nacional de Mujeres Campesinas de República Dominicana –que fueron las
dos organizaciones más antiguas–, pero se estaba constituyendo la
Confederación de Mujeres en Honduras y había surgido el movimiento de
mujeres campesinas en Brasil, ya con una connotación más feminista;
estaban las Mujeres Mexicanas Organizadas en Redes. Había un temor
frente al surgimiento de organizaciones exclusivamente de mujeres dentro
del movimiento campesino. Nosotras ahí sacamos un primer acuerdo en el
Congreso: que no había que tenerles miedo a las organizaciones de
mujeres, muy por el contrario, había que considerar que las
organizaciones de mujeres venían a fortalecer el movimiento, que traían
nuevos elementos, hacíamos más participativa y democrática la
organización. Y ese acuerdo quedó como acuerdo de Congreso. Ese acuerdo
lo hemos utilizado mucho. Creo que no se dieron cuenta. Al segundo
Congreso de la CLOC, que se hacía en Brasil –el primero fue en Perú–
fuimos a pedir discriminación positiva para los cargos de conducción. Y
nos miraron sorprendidos. ¿Qué vienen a pedir? ¿Cuál es el problema?,
nos decían. “Si quieren son 50 y 50 por ciento”, respondieron. Salimos y
nos miramos con la compañera de Brasil con la que habíamos ido a
plantear el tema y dijimos: no entendieron nada. Pero nosotras no
podemos perder esta oportunidad. Y acordamos que en la primera reunión
de la Comisión Organizadora los países debían enviar a un hombre y a una
mujer. A la primera reunión, llegamos tres mujeres: una de Brasil, una
de Nicaragua –que también fue en representación del hombre y la mujer– y
yo; los compañeros de Paraguay ni siquiera habían incluido a su
compañera y cuando la incluyeron, no designaron a la encargada –porque
ella tenía opinión y los criticaba– sino a una compañera que no hiciera
problemas. Y recién ellos se dieron cuenta de que era el 50 por ciento
cuando nosotras empezamos a reclamar que no estaban las mujeres.
Incluso, un compañero argentino dijo, muy despectivamente, “¿Pero para
qué quieren un 50 por ciento las mujeres, para ir a calentar asientos?”.
Y nosotros les dijimos: “¿Y los hombres no calientan asientos? No sólo
calientan asientos, compañeros, además se dan la gran vida, se ponen a
tomar, al otro día llegan con el cuerpo malo, no saben ni qué se está
discutiendo. Eso es peor que calentar asientos. Nosotras podemos estar
calentando asientos, pero estamos con los oídos bien abiertos”.
Trabajamos incansablemente. Ellos no creían que iba a ser así. No fuimos
el 50 por ciento, fuimos el 43 por ciento, en el Congreso. Cuando
vieron que esa avalancha se venía, nos llamaron y nos dijeron por qué no
hacíamos una conferencia de mujeres.
–¿Aparte?
–Sí. Les dijimos que no, que una conferencia nos separa del
congreso. Y decidimos hacer una asamblea en el marco del congreso de la
CLOC. Primero nos vamos a juntar nosotras, vamos a discutir nuestros
temas, y vamos a ir al Congreso con nuestros debates. Porque si no, nos
van a hilar. Y nunca más hubo en los congresos una comisión de mujeres,
nunca más. Nosotros tenemos nuestras asambleas previas. Hoy cada vez que
la CLOC hace un congreso, y La Vía Campesina su conferencia,
previamente se hace la asamblea de mujeres. Ahí acordamos las propuestas
que queremos sacar del Congreso. De ahí nos vamos empoderadas a
participar del Congreso.
–¿Cuál es la agenda de las mujeres campesinas?
–Que nunca más puede haber una reforma agraria sin que nosotras
estemos incluidas. Es el derecho que a nosotras nos asiste a la tierra.
La segunda cosa es el reconocimiento de nuestro rol importante en la
agricultura como mujeres productoras, y no como apoyo ni ayuda. Y otro
de los puntos importantes es reconocer nuestra contribución económica.
Igualdad de oportunidades tenemos, el punto es ver cómo nos empoderamos
para asumirlas. Estamos asumiendo la agenda del campo, que es de hombres
y de mujeres. Lo que pasa es que en esa agenda nosotras tenemos que
estar de igual a igual.
Fuente: Página/12
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