El
famoso arquitecto Alejandro Bustillo hizo el castillo estilo Tudor que
los Pereda tienen en sus campos de Cañuelas, a 45 kilómetros de la sede
de la Sociedad Rural Argentina. Los jardines los hizo el no menos
célebre paisajista Carlos Thays. En los miles de hectáreas de alrededor,
los Pereda tuvieron décadas de renta extraordinaria y de viajar los
otoños bonaerenses a las magníficas primaveras parisinas.
Celedonio
Pereda (h) estuvo codo a codo con otros terratenientes en las tórridas
jornadas de la Apege (Asamblea Permanente de Entidades Gremiales
Empresarias) en el verano del ’76. Pereda presidía la Sociedad Rural
Argentina y sabía perfectamente que en cuestión de semanas se produciría
una brutal transferencia de recursos de los sectores industriales
vinculados al mercado interno hacia los sectores agroexportadores y
también de la clase trabajadora hacia el sector más concentrado de la
oligarquía argentina. El otro líder de aquella gesta cívica
imprescindible para que los campos de concentración se llenaran de
militantes y fueran convertidos en mataderos era Jorge Aguado, el
presidente de Carbap (Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos
Aires y La Pampa) y de CRA (Confederaciones Rurales Argentinas).
Las
otras regiones del país asociadas a CRA no tienen campos tan ricos como
los de Carbap y el plan de José Alfredo Martínez de Hoz estaba
destinado sólo a beneficiar a la zona núcleo de la Pampa Húmeda. Aguado
era, de algún modo, un advenedizo, pampeano y sin linaje oligárquico.
Eso sí, estuvo tan integrado a la dictadura que llegó a ser uno de los
pocos civiles convertido en gobernador, y nada menos que de la provincia
de Buenos Aires, designado por Leopoldo Galtieri y ratificado luego por
Reinaldo Bignone. Repudiado por la sociedad por ser el prototipo de la
pata civil de la dictadura, con la llegada de Raúl Alfonsín, Aguado
integró el directorio de Socma (Sociedad Macri).
Pasados 15 años
de aquel golpe, el 3 de enero de 2001, Aguado fue a una reunión con
Fernando de la Rúa en nombre de Sociedad Macri, junto a otros ejecutivos
de la democracia a los que el entonces presidente les pedía que por
favor invirtieran en el país en cambio de fugar el dinero, una manera
elíptica de llamar a obtener tremendas ganancias y sacarlas del circuito
legal o llevarlas a cuentas en bancos de países centrales que
consideraban seguros. Con el presidente radical estaba su ministro de
Economía, José Luis Machinea, que había reconocido que además de los 150
mil millones de dólares de deuda externa había una cantidad similar de
dólares de argentinos en el exterior. Machinea nunca jamás dio a conocer
la nómina de los tenedores de esas fortunas. Muchos de ellos estaban
sentados en la misma mesa que De la Rúa y Aguado.
Sergio Einaudi,
de Techint, uno de los grupos más beneficiados en la dictadura y que se
había deglutido Somisa durante el menemato; Oscar Vicente, de Pérez
Companc, que se había convertido en uno de los grupos más poderosos
durante la dictadura, con el Banco Río, Molinos Río de la Plata y
negocios petroleros; Alejandro Bengolea, de Loma Negra, que ahora tiene
ex directivos presos por crímenes de lesa humanidad; Arturo Acevedo, de
Acindar, de donde el mismísimo Martínez de Hoz había sido presidente de
la empresa; también estaban el ahora prófugo Carlos Blaquier, de
Ledesma, y Julio César Saguier por La Nación. Es interesante recorrer la
crónica del diario de los Mitre del día siguiente. En ella se resalta
que “todos estuvieron de acuerdo en apoyar los últimos decretos de
desregulación de obras sociales, reforma previsional y plan de
infraestructura. Sin embargo, Vicente insistió en solicitar ‘mayor
ejecutividad’. También señala el periodista de La Nación que “los
ejecutivos exigieron que se aprobaran las leyes de minería, de
hidrocarburos y de lechería, a fin de fomentar las inversiones en esos
sectores”. Es significativa la palabra exigieron para normas que
beneficiaban claramente los intereses de esa elite empresaria, que
constituía precisamente el núcleo de los que fugaban el dinero al
exterior. Aguado, según La Nación, “mencionó, tras el encuentro, que
se abordó la necesidad de disminuir las tasas de interés y se sugirió
que algún banco oficial pueda otorgar créditos de fomento a quienes
deseen invertir en el país”.
Por entonces empezaba el año
donde el proyecto de país oligárquico (en conglomerados de unas pocas
empresas agropecuarias, industriales y financieras que vivían a costa
del Estado y los asalariados) se quebraba en mil pedazos. Algunos, como
Loma Negra o Pérez Companc, años después vendieron sus activos y los
enviaban directamente al exterior. Otros, siguen haciendo negocios con
el mismo esquema de clase privilegiada al margen del país. Como si no
hubieran registrado los cambios vividos desde el 25 de mayo de 2003. O,
lo que es más preocupante, como si confiaran en resistir y torcerle el
brazo al bloque de intereses sociales de los asalariados, la clase media
y los empresarios que apuestan a la recuperación de una Nación
inclusiva y justa.
Una vez más, el sector que hace punta es la
Sociedad Rural Argentina. Por eso, Hugo Biolcati, junto a un par de
centenares de propietarios rurales hace lobby para ver si puede frenar
la ley de revaluación de la propiedad inmobiliaria rural en la provincia
de Buenos Aires. Se trata de un recorte mínimo a la renta
extraordinaria del complejo sojero, pero que les hace sentir el temor a
que se aleje cada vez más la posibilidad de que una docena de ejecutivos
se sienten en la Casa Rosada para exigirle a un Presidente o una
Presidenta medidas que les permitan consolidar sus negocios.
El
economista Eduardo Basualdo, que junto a Daniel Aspiazu y Miguel
Khavisse describió como nadie lo que fue la concentración del poder
económico en aquellos años dictatoriales, insiste en que aquel modelo de
enriquecimiento era el de “valorización financiera del capital”.
Aquellos años dejaron una distribución regresiva del ingreso producto de la brutal represión y también dejaron “al campo”
en un estado calamitoso. Dice Basualdo (Tradiciones en pugna, 200 años
de historia, Eudeba, 2012) que en 1977 (el año de la reforma financiera
de Martínez de Hoz, todavía vigente) llegamos al stock ganadeor más alto
de la historia: 60 millones de cabezas de ganado. A partir de entonces
se produjo la mayor liquidación ganadera. En 1989 había 14 millones de
cabezas menos y actualmente estamos en 40 millones. Agrega Basualdo que
en 1995 empezó la consolidación del modelo sojero en la Pampa Húmeda.
Durante esos años tendría que haber aumentado el área sembrada, porque
se estaban liberando tierras destinadas al ganado. Pero entre 1977 y
1994 no creció la superficie sembrada. “Se liquidan vacas pero, además, disminuye el área sembrada”,
concluye. El negocio de estos tipos es fundir el país y la llave fue el
control de las finanzas. Ahora, para revertir esa historia parecen
imprescindibles la reforma financiera y la reforma impositiva.
Fuente: IADE-Miradas al Sur
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