Por Luis Bruschtein
En otras épocas, la gestualidad de las grandes decisiones políticas
como la renacionalización de YPF tenía más el acento de caudillos
revolucionarios, de masas en las calles, de quema de banderas. En su
discurso de ayer, el primero tras la aprobación de la medida en una
votación impresionante de la Cámara de Diputados, la cuestión inicial
para la Presidenta fue agradecer el rol que tuvo la oposición y, por
supuesto, también el de sus partidarios. Es otra época, otra
gestualidad: en ese agradecimiento había un reconocimiento a la política
como herramienta que permite dar pasos como el que se dio con YPF.
Con la cuestión de Malvinas y ahora con YPF se ha puesto de moda un
discurso sobre la repugnancia que les produce el nacionalismo a algunos
políticos, intelectuales y opinadores. El que formula ese rechazo trata
de pararse desde un lugar cosmopolita que ve al reclamo de soberanía
sobre las Malvinas y a la expropiación de la mayoría del paquete
accionario de YPF como desmanes producidos por la exaltación de una
hinchada futbolera. Para este argentino, cualquier idea de reclamo de un
derecho o de recuperación de lo propio por parte de los argentinos está
puesta en tela de juicio, como si por ser argentinos esos reclamos
serían per se injustos y desmesurados.
Existe una tensión entre la pulsión de aceptar el sometimiento
frente a otra en sentido contrario que busca desarrollar la propia
identidad y, a partir de allí, contrarrestar esa presión a dejarse
someter. Son relaciones de poder que se generan entre los seres humanos.
Los jóvenes necesitan la rebeldía para desprenderse de la tutela de sus
padres y encontrar sus propios caminos. Son pujas que se establecen
también en las relaciones laborales, en las negociaciones comerciales,
entre grupos y entre países. Solamente sabiendo quién es uno es posible
integrarse a ese mundo de forcejeos y tensiones.
La dominación cultural, que es una forma de alienación, se produce
cuando en esas relaciones de poder uno de los antagonistas consigue
bloquear o desfigurar esa mirada sobre lo que somos y lo que queremos
ser, una mirada que constituye el intento de consolidar una identidad
desde la cual sea posible relacionarse sin alienarse. En cambio, el
sometido quiere mejorar pareciéndose al que lo somete y, por lo tanto,
considera una ofensa cuando se cuestiona esa preeminencia.
Cuando los países tratan de consolidar su identidad expresan esas
formas de nacionalismo. Pero es un nacionalismo que va a facilitar su
incorporación al resto del mundo. No se trata de un nacionalismo
aislacionista, sino todo lo contrario, es un nacionalismo integrador. Si
sabemos quiénes somos, sabemos quiénes son nuestros iguales o con
quiénes tenemos coincidencias o compartimos historias y necesidades y
nos relacionamos más con ellos y desde esa comunión o comunidad podemos
también relacionarnos con los demás.
Algunos marxistas contraponían en forma mecánica el nacionalismo con
el internacionalismo, cuando en realidad una nación podía ser más
internacionalista desde su nacionalismo, como de hecho lo fue Cuba.
La dominación cultural en la Argentina se expresó en dos vertientes o
en dos formas de verse a sí mismo. Una de ellas, la más conocida y la
más cuestionada, la más obvia forma de aceptar esa alienación por parte
de muchos argentinos, fue despreciar lo propio al punto que cualquier
cosa que viniera de fuera siempre sería mejor. Pero la otra vertiente
muchas veces es confundida con el verdadero nacionalismo y es aquella
que toma aspectos secundarios de la identidad para expresar
superioridades excelsas y estúpidas y contraponerlas con las
reivindicaciones del verdadero interés nacional. Esta concepción fue
desarrollada sobre todo entre los militares que eran supuestamente
nacionalistas, pero ponían ministros de Economía liberales y corrían a
palos a los movimientos sociales. A ellos les gustaba la bandera y la
Iglesia, pero no su propia gente. Además de Mosconi, Savio y Perón o
Valle y sus camaradas, hubo muy pocos militares verdaderamente
nacionalistas, aunque muchos se asumieron como tales. Después de ellos,
la ilusión que alimentaron sectores peronistas y de la izquierda
nacional, sobre el advenimiento de un “general nacionalista”, nunca dejó
de ser nada más que eso: una ilusión que finalmente encarnó en el
disparate carapintada.
Estas dos vertientes del pensamiento alienado detestan al verdadero
nacionalismo al que ven representado en su contracara. Para los falsos
nacionalistas de cruz y bandera, los verdaderos nacionalistas son zurdos
antinacionales. Para aquellos para los que cualquier cosa de afuera
siempre es mejor que lo propio, los verdaderos nacionalistas son iguales
a los falsos de cruz y bandera. Y en realidad estas dos vertientes han
terminado por ser funcionales al enajenamiento y la rapiña en la
historia de nuestro país. Con sus expresiones antitéticas, el
intelectual de pose progre y democrática que hoy se escandaliza por el
“festival nacionalista” termina emparentado con los generales de
Malvinas (por supuesto que en un sentido más bien general porque esos
intelectuales no torturaron a nadie).
El discurso de Cristina Kirchner al promulgar la ley de expropiación
podría haber sido triunfalista o populista y sin embargo podría decirse
que prefirió reivindicar la política como herramienta más que enfatizar
su liderazgo y su decisión. Y al contrario de prometer maravillas
advirtió que la nueva YPF no será botín de los políticos de ningún
gobierno y menos de los empresarios proveedores como en otras épocas. De
esa manera tomó nota de los vicios de la vieja YPF estatal fundida por
esas prácticas. “Una empresa fundida, pero con sus proveedores más
prósperos que nunca”, recordó la Presidenta en su discurso, donde
también se refirió a los sindicatos para diferenciar la acción solidaria
de la corporativa.
Lo que adelantó, en cambio, fue una YPF “profesional y moderna, con
una dirección política”, y la primera señal en ese sentido fue el
anuncio de quién será el titular de la nueva empresa estatal, un
profesional joven que proviene de la industria, primero en YPF y después
en otras petroleras en todo el planeta.
El escenario político no va a cambiar drásticamente por la votación
masiva de los diputados el jueves. La renacionalización de YPF generó
esa votación, pero es un tema excepcional. La lógica de oficialismo y
oposición se mantendrá, pero con una pequeña diferencia. Entre ayer y
hoy, los grandes medios publicaron títulos “positivos” si se quiere, con
relación a la medida, pero demolieron a la oposición. “No le pusieron
freno al kirchnerismo”, “se dejaron presionar por el chantaje
nacionalista del oficialismo” fueron algunas de las expresiones que se
usaron. Además, en su columna en La Nación, Joaquín Morales Solá aseguró
que la mayoría de los diputados radicales quería votar en contra, pero
que fueron comprados con promesas de nombramientos.
El radicalismo sintió así en carne propia lo que el oficialismo
viene padeciendo desde antes de la ley de medios y acrecentado después
de ella. En su discurso, Cristina Kirchner leyó un artículo de Paul
Krugman donde el economista se sorprende por la versión tan deformada
que los medios reportan sobre una realidad de la que los países
centrales tendrían mucho que estudiar según el Premio Nobel. Más
democrática que los que la cuestionan por “populista” desde los grandes
medios, la Presidenta expresó su deseo de que esos grandes medios dejen
de imponer su agenda a la oposición política. El rol de los grandes
medios ejerce una fuerza distorsionante sobre la democracia. La
principal distorsión es que desde esos grandes medios se autodesignan
como la voz de la democracia y lo que expresan en este momento es la voz
de la corporación que conforman. La voz de una corporación no puede ser
la voz de la democracia. En esa confusión enredan a políticos,
intelectuales y periodistas que en este último caso son más responsables
aún. De todos modos, se pueden quedar tranquilos porque el festival
nacionalista de cruz, bandera y barra brava no existe más que en su
imaginación. Lo que hay es un reclamo de soberanía, respaldado por toda
la oposición, sobre una situación colonial británica en Malvinas y la
renacionalización de YPF que tuvo el respaldo de más del 80 por ciento
del Congreso. No hay cura, bandera ni gresca futbolera, sino la defensa
del interés nacional en un contexto democrático, lo que tendría que ser
una buena noticia y no motivo de lamento.
Fuente: Página/12
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