Si consideramos algunas
otras producciones menos taquilleras que Los expedientes secretos X o Matrix,
que también jugaban con el tema de las conspiraciones, podríamos considerar que
estos productos formaban parte de todo un paquete ideológico. Vale la pena
analizarlo porque, en cierto modo, abonaron el terreno para ese reino de la sospecha
que se instauró en los Estados Unidos a partir del atentado a las Torres de
setiembre de 2001.
La lectura más obvia
podría llevarnos a pensar que se trata de mensajes intencionales, emitidos
desde los centros del poder, para adoctrinar a un público indefenso con fines
inconfesables. Aunque a algunos les resulte cómodo creer que se originan en
unas pocas y eficientes usinas ideológicas, no conviene creer en más
conspiradores de los que hay. Más realista es suponer que cuando la industria
cinematográfica se apodera de un tema para explotarlo comercialmente es porque
eso ya está en circulación y no siempre es fácil identificar su origen.
De hecho, la primera de
estas lecturas es la que enseñan los ideólogos conspirativos como Lear, Cooper
o Manning: los poderes que están detrás de los gobiernos nos están “educando”,
por ejemplo para que aceptemos que hemos sido entregados a los alienígenas. Sin
embargo, los principales temas de las teorías conspirativas nacieron en el seno
de una ultraderecha, que es enemiga jurada del sistema, se expresa en las
milicias paramilitares y ejerce el terrorismo “doméstico”. En esos ambientes
los Bush eran mucho más odiados que en los medios de izquierda.
El relato conspirativo
evita presentarse como “místico”. Por el contrario, pretende ser racionalista y
empírico, aunque los hechos en que dice apoyarse sean generalmente
irrepetibles. Nada es lo que parece, nada ocurre por azar, pero alguien tiene
la clave que permite entender el sentido que se oculta tras las apariencias más
inocuas.
El secreto que ahora
accedemos a conocer es que estamos dominados por un poder enorme e invencible,
que nos viene controlando desde hace varios siglos. Hasta ahora, siempre ha
eliminado sin piedad a quienes le hicieron frente o denunciaron sus maniobras.
Aquí uno puede preguntarse por qué, si todos los que descubrieron la verdad
desaparecieron en circunstancias misteriosas, ahora se permite que todo esto se
cuente en un libro, una revista o una página web. Si eso ocurre, dirá el
conspirativo, es porque lo que se nos permite ver es una cortina de humo que
esconde otra cosa. Pero si todos los medios están controlados, quizá sean las
propias teorías conspirativas las que han sido “plantadas” para esconder la
horrible verdad, etc., etc. Es imposible falsear teorías de este tipo, por más
que se presenten adornadas con estadísticas, citas, bibliografía y notas al
pie. En general, los conspirativos no dejan de plagiarse unos a otros, pero
tampoco dejan de acusarse mutuamente de ligereza o engaño. Son capaces de citar
en su apoyo a gente como Bertrand Russell o Carl Sagan, y hasta de recomendar
esa película que les sugirió su teoría como prueba de la veracidad de su
delirio.
CUANDO UN ENEMIGO SE VA...
Este tipo de fantasías
estructuradas, que a veces alcanzan una increíble complejidad, no se reducen a
meter miedo en un mundo donde no escasea. Paradójicamente, les ofrecen cierta
seguridad a sus creyentes. Todo es mentira, pero yo estoy entre los elegidos
que conocen la verdad, y no podrán engañarme como a todos esos tontos...
El filósofo Richard
Hofstaedter, autor de Gödel, Escher, Bach, escribió en los años sesenta un
notable ensayo sobre El estilo paranoico en la política norteamericana. Allí
pasaba revista a los delirios estadounidenses del siglo XIX: las fantasías
siniestras que se hacían los protestantes acerca de los católicos y las de
éstos sobre los protestantes; las que ambos tenían sobre los judíos y las que
todos juntos tenían sobre los masones.
En el siglo XX la
paranoia política se alimentó con la Guerra Fría y generó un abundante material
donde abundaban los espías y hasta algunos extraterrestres infiltrados entre
nosotros. Pero las cosas se complicaron en los años noventa, cuando se puso en
marcha un reciclaje omnívoro que fue capaz de amalgamar los Protocolos de los
Sabios de Sión con el ET de Roswell, el mito de la Atlántida y las armas
secretas de los nazis.
El politólogo Michael
Barkun señala como punto de inflexión la caída del Muro de Berlín. Los Estados
Unidos siempre habían necesitado un adversario. Durante años tuvieron a la URSS
para competir en la carrera armamentista y la espacial. Pero es sabido que
cuando un enemigo se va, queda un espacio vacío, que sólo se puede llenar con
nuevos enemigos... Caído el Imperio del Mal y cuando aún no había aparecido Bin
Laden, las mentes conspirativas se lanzaron a buscar los enemigos en sus
propios gobiernos, y hasta fuera del planeta, si era necesario. En el
largometraje de Los expedientes secretos X (1998), Kurzweil, el alucinado
científico a quien persigue el FBI por haber descubierto la verdad, denuncia
solemnemente la traición de todos los gobiernos norteamericanos: “Mientras el
mundo luchaba contra el comunismo (¿?) ellos estaban negociando el
Apocalipsis”.
Mediante un complejo
bricolaje ideológico, en los noventa el mito ovni comenzó a conjugarse con las
teorías conspirativas más añejas, como las antisemitas y antimasónicas, y con
las más recientes, nacidas al calor de la Guerra Fría.
Por supuesto, el
sincretismo tampoco fue una exclusividad yanqui, ya que es propio de la cultura
global. Basta recordar la ideología del líder de la secta Aum Shirinkyo, que en
1993 cometió cruentos atentados en el subterráneo de Tokio: combinaba el
budismo con el Apocalipsis, Nostradamus, los Sabios de Sión y hasta Isaac
Asimov. Su arma era el gas sarín.
MONSTRUOS DEL ESPACIO
Un año antes de poner la
bomba que destruyó el edificio federal de Oklahoma City, el terrorista Timothy
MacVeigh estuvo en Nevada y quiso visitar la famosa Area 51, que según la
leyenda oculta las pruebas del contacto secreto con extraterrestres. Leyó la
obra del neonazi Peirce, que le inspiró más de un atentado, y rindió homenaje a
los muertos de Waco, pero también visitó a Milton Cooper. En los dos días que
pasó esperando la ejecución vio seis veces la película Contacto, inspirada en
la novela de Carl Sagan, que por cierto habla más de radioastronomía que de
conspiraciones.
El mito ovni comenzaba a
confluir con la ultraderecha, beneficiándolo con una audiencia de la cual
pueden dar cuenta algunas encuestas. En el año 2000, el 43 por ciento de los
estadounidenses creía que los ovnis eran extraterrestres, un 17 por ciento
creía en las “abducciones” y el 71 por ciento estaba convencido de que el
gobierno le ocultaba la verdad. Pero lo más notable es que, según un estudio de
1992, el 2 por ciento, es decir 3,7 millones de ciudadanos, juraba que había
sido arrebatado al espacio por una nave alienígena.
Con un público tan
dispuesto, los mitos no sólo proliferan; comienzan a mutar sin parar. Cooper,
el autor más leído por los milicianos, empezó denunciando los tratados secretos
de Eisenhower con los Grises de Rigel, pero años más tarde sostuvo que los
ovnis habían sido creados por la secta de los Illuminati.
Más pintoresco es Stan
Deyo, quien enseñaba que los Illuminati dominan la antigravedad y se aprestan a
dejar el planeta, abandonándolo a la polución, la minería a cielo abierto y
otras delicias. Para eso planean una falsa invasión alienígena que les
permitirá huir a las ciudades secretas que poseen en Marte sin que nadie se dé
cuenta...
Los módulos del mito
comienzan a ensamblarse. Muchos creen que los ovnis vienen del espacio, pero
otros sostienen que proceden de las bases nazis de la Antártida. También están
los que creen que han sido fabricados por los nazis bajo franquicia
extraterrestre, etcétera. Pero no cabe duda de que en cualquiera de las
versiones, siempre perdemos.
LOS PLANES MAESTROS
Buena parte de las
teorías conspirativas alertan sobre el futuro totalitario que aguarda a los
Estados Unidos. La clave está en ese “nuevo orden mundial” que Bush (padre)
habría instaurado en 11 de setiembre de 1991, exactamente diez años antes del
atentado a las Torres Gemelas. De hecho, la expresión ya había sido usada antes
de Bush y aun por él en distintas oportunidades. La versión más light del mito
la dieron los conservadores Pat Robertson y Pat Buchanan, pero los más
radicales creen que el 11-9-1991 es la fecha en que los Illuminati emprendieron
la ofensiva final para controlar el mundo y nuestras vidas. Lo peor es que en
el futuro prometen hacerle al pueblo estadounidense todas las canalladas que
sus tropas suelen hacer en los territorios que invaden.
Los conspirativos suelen
hablar del vaciamiento de las instituciones democráticas con la excusa de las
leyes de emergencia, lo cual no está muy lejos de la realidad. Pero también
denuncian el sometimiento de USA a las Naciones Unidas y la presencia de tropas
extranjeras en la Unión, lo cual suena ridículo.
El proyecto incluye el
implante de microchips para controlar las mentes de los ciudadanos, a cargo de
la agencia MK Ultra, y la construcción de 43 campos de concentración secretos,
con capacidad para 40.000 disidentes; esta correría por cuenta de la FEMA, la
agencia que maneja las emergencias. Las operaciones están a cargo de
paramilitares que se movilizan en helicópteros negros sin identificación, como
si fueran Falcon verdes.
Hay quienes van más
lejos, y suponen que hace tiempo hemos sido vendidos a los Grises de Rigel y
los Reptiloides de Alpha Draconis, que son la lacra del universo. El Area 51 de
Nevada ya está en el circuito turístico, pero la nueva atracción es la base
militar de Dulce (Nuevo México), en cuyas entrañas, Illuminati, Grises y
Reptiloides se alistan para dominarnos. No faltan los que denuncian que el
aeropuerto de Denver es una base draconiana, que se conecta con Washington
mediante una red de túneles secretos.
Si uno se pregunta
quiénes son los cipayos traidores que nos han vendido a las fuerzas del Mal
puede encontrarse con una lista infinita, a la cual cada uno puede añadir sus
propios enemigos. Las nuevas “metaconspiraciones” son jerarquías donde cada
módulo sospechoso encuentra su lugar.
El ideólogo Val Valerian
necesita seis páginas para trazar su diagrama del poder secreto mundial. Entre
los módulos más conocidos están el Council of Foreign Relations y la Trilateral
Commission, el Grupo Bildenberg, el Instituto Aspen, el Club de Roma y la
cofradía Skull & Bones, de Yale. Hay quien añade a los Caballeros de Malta,
el Opus Dei y el Vaticano. Los más radicales no dudan en incluir a todas las
religiones e ideologías: el judaísmo, el cristianismo, la masonería, el
fascismo y el comunismo. En definitiva, todos son avatares de una misma
hermandad secreta que nació en Babilonia hace tres mil años, pero acaba de ser
descubierta por David Icke.
Como ejemplo, tratemos
de seguir uno de los razonamientos de Icke. Todos sabemos que a Kennedy lo
mataron en la plaza Dealey de Dallas. Dealey era un político texano masón y
Dallas está en el paralelo 33. Dea significa “diosa” en latín y ley es “ley” en
castellano. Esto prueba que Kennedy fue sacrificado por los masones a una diosa
babilónica que adoran los reptiles venidos de Alpha Draconis...
A esto, los viejos
psiquiatras solían llamarlo “delirio interpretativo”. En Argentina, es lo que
hizo famoso a Rogelio, “el hombre que razonaba demasiado”. Rogelio, un famoso
personaje del humorista Landrú, era capaz de sacar cualquier conclusión
partiendo de cualquier premisa. Si le preguntaban por la calle Cucha Cucha, pensaba
en el perro, lo asociaba con las pulgas y tras pasar por los temas más dispares
terminaba hablando de cosas como la deuda externa o increpando al otro por su
grosería. Lo malo es que a los Rogelios conspirativos mucha gente los cree
geniales.
Asi cerraba la presentacion de la serie X
Files. Una marca de epoca.
Fuente: Las 12
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