Por Mario Rapoport
Este artículo es el resultado de un homenaje
reciente a Raúl Scalabrini Ortiz en la Feria del Libro y que resulta muy
oportuno en función de la expropiación de YPF, un rescate de lo
nacional que él mismo hubiera aplaudido.
Scalabrini no tuvo la formación de un economista, aunque su libro,
Política británica en el Río de la Plata (1940), es un hito de la
literatura económica argentina. En esa obra el autor desnuda la historia
de los intereses británicos en el país desde la época de la
Independencia y su influencia dominante sobre la economía nacional en
asociación con las elites locales. “La economía –dice para justificar
ese trabajo– es un método de auscultación de los pueblos.” Su análisis
del Empréstito Baring, el primer eslabón del endeudamiento externo
argentino, que nunca llegó a cumplir con sus propósitos y que supuso una
estafa lisa y llana a favor de los acreedores, los comerciantes
ingleses y sus corrompidos socios vernáculos, demostraba que el problema
del imperialismo no sólo era sólo un problema externo sino también
interno, en el cual nuestras clases dirigentes jugaban un rol esencial.
También fueron claves sus estudios sobre la historia de los
ferrocarriles, sobre los orígenes del Banco Central, sobre la cuestión
petrolera o sobre la corrupción y los grandes negociados, como el caso
de la CADE.
El hombre que está solo y espera, publicado en 1931, ya había sido un
aporte sustancial, todavía en el terreno de la literatura, a la que
parecía estar destinado, que le permitió analizar brillantemente la
identidad del porteño y de los argentinos de su época. Sin embargo, dos
acontecimientos significativos transformaron su vida. Primero fueron las
repercusiones de la crisis mundial de la década de 1930 en la
Argentina. Para un autor de esos años, Fernando Bidabehere, “La
preocupación por la crisis económica en todos los países ha motivado que
hasta escritores de obras literarias, tal como Scalabrini Ortiz, se
hayan decidido a escribir también sobre cuestiones económicas”.
El segundo hecho fue el golpe de Estado con el que la oligarquía
conservadora derribó a Yrigoyen en septiembre de 1930 inaugurando la
llamada década infame. Durante esos años, Scalabrini, motivado por su
espíritu patriótico y combativo, comenzó a desentrañar las verdades
ocultas detrás del corrupto y fraudulento régimen conservador. Se
transformó en un crítico severo de la dominación extranjera y de la
entrega del patrimonio estatal. Decía, por ejemplo: “Computé los
elementos primordiales de la colectividad y verifiqué con asombro
inenarrable que todos los órdenes de la economía argentina obedecían a
directivas extranjeras, sobre todo inglesas… Ferrocarriles, tranvías,
telégrafos y por lo menos el cincuenta por ciento del capital de los
establecimientos industriales y comerciales es propiedad de extranjeros,
en su mayor parte ingleses […] Esto explica por qué en un pueblo
productor de materias alimenticias puede haber hambre… Es que ya al
nacer el trigo y el ternero no son de quien los sembró o los crió sino
del acreedor hipotecario, del prestamista que adelantó los fondos, del
banquero que dio un préstamo al Estado, del ferrocarril, del
frigorífico, de las empresas navieras […] de todos, menos de él”.
El Pacto Roca-Runciman de 1933, que entregaba prácticamente el
comando de la economía argentina a los ingleses a cambio de una libra de
carne, como fue la porción del mercado de carnes enfriadas que
Inglaterra reconocía a los grandes ganaderos locales, y otras
iniquidades del régimen, lo comprometieron en la revolución radical de
Paso de los Libres de aquel mismo año y debió exiliarse. Cuando retornó
al país, a fines de 1934, participó con Arturo Jauretche en el grupo
FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina). Desde
allí condenó, además de los negociados de los ferrocarriles, la política
crediticia en manos de la banca extranjera, el estancamiento
industrial, la falta de explotación de la riqueza minera e
hidroeléctrica, la subordinación del servicio de transportes al capital
inglés, y la usura de los empréstitos externos. Nuestra sociedad se
topaba con una serie de contradicciones que debían superarse: la
Argentina era potencialmente muy rica con una población mayoritariamente
marginada social y políticamente.
Las raíces de esas contradicciones se veían en la intolerancia
política de las elites hacia el inmigrante; en la riqueza que se
escurría alegremente en los cabarets de París en los años 20; en las
“políticas de entrega al capital extranjero” o en las primeras villas
miseria que aparecían como hongos en la turbulenta década del 30. ¿Qué
razones impedían que se acelerara el proceso de industrialización, se
tratara de resolver los problemas sociales de la población y se
democratizara la política? se preguntaban Scalabrini y otros pensadores
nacionales de la época. ¿Por qué el poder seguía estando en manos de los
dueños de la tierra? ¿Cómo era posible que un vicepresidente de la
Nación manifestara públicamente su opinión de que la Argentina desde el
punto de vista económico debía formar parte del imperio británico?
Su vida posterior es conocida. Como otros forjistas dio su apoyo a
Perón pero no aceptó cargos en el gobierno y prefirió continuar con sus
actividades de conferencista y escritor, “aplaudiendo los aciertos y
lamentando los errores”, y tras el golpe de 1955 se sumó a la
resistencia atacando duramente la política económica de la Revolución
Libertadora. A mediados de 1956 comenzó a escribir en la revista Qué
sucedió en 7 días, de la mano de Rogelio Frigerio, ideólogo principal
del llamado desarrollismo. Pero cuando Frondizi firma los contratos
petroleros, Scalabrini renunció desencantado y quizás ello apresuró su
muerte en 1959.
“No es el autoabastecimiento lo que urge al gobierno sino la entrega
del petróleo”, decía. Y al respecto ponía dos ejemplos. El primero era
el de los Estados Unidos, donde en 1919 el Congreso dictó una ley por la
que se prohibía la enajenación de terrenos petrolíferos en su
territorio a las empresas y ciudadanos que de alguna manera pudieran
depender de intereses extranjeros, frente a lo cual Gran Bretaña, que
dominaba el negocio del petróleo en esos años, puso el grito en el
cielo. Pero en 1934, los ingleses daban un giro en redondo sobre ese
tema porque se había descubierto en suelo británico unos esquistos que
contenían petróleo y, de inmediato, el gobierno envió al Parlamento un
proyecto de ley en que se reservaba al Estado la propiedad de todos los
yacimientos petrolíferos que pudieran descubrirse, lo que se aprobó
rápidamente. “Después de tan vibrantes ejemplos de resolución patriótica
–señalaba Scalabrini acaso con algo de ironía– apena volver los ojos a
la realidad contemporánea de nuestra patria”. “Queda en pie el problema
de si tenemos o no la probabilidad de contar con capitales suficientes
para iniciar la explotación de nuestras inmensas riquezas petrolíferas”
se preguntaba, de modo de poder lograr el autoabastecimiento sin
necesidad de recurrir al capital extranjero, aunque estaba seguro que
así sería en un futuro próximo.
Scalabrini puso en evidencia, en éste, como en otros casos,
principios, que con la renacionalización de YPF, el país vuelve a
recobrar. Un recurso estratégico vital como el petróleo debe quedar en
manos de los argentinos.
Fuente: Buenos Aires Económico
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