El francés Brice Lalonde tiene en sus manos el
manejo de la cumbre mundial que buscará un cambio decisivo en torno de
los males ambientales del planeta. Aquí, su diálogo con Página/12.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Un mes y medio antes de que se celebre en Río de Janeiro la cumbre
de las Naciones Unidas Río+20, las perspectivas de que en esa cita se
plasme un cambio decisivo para combatir los males ambientales del
planeta y la pobreza no son muy alentadoras. Expertos de todo el mundo
temen que la humanidad sea incapaz de poner fin a la destrucción de la
Tierra. Los científicos que participaron en una conferencia previa a
Río+20, celebrada en Londres en marzo pasado, dijeron que la meta de la
ONU de limitar el calentamiento global a dos grados Celsius –adoptada
hace menos de 18 meses–, ya es inalcanzable. “Tenemos que darnos cuenta
de que estamos observando una pérdida de biodiversidad que no tiene
precedentes en los últimos 65 millones de años. Claramente estamos
entrando en la sexta extinción en masa” del planeta, dijo Bob Watson, ex
jefe del panel climático de la ONU y principal asesor del Ministerio de
Medio Ambiente británico.La cumbre tiene tres objetivos: combatir esta crisis ambiental, erradicar la pobreza y colocar el crecimiento en un camino sustentable con medidas capaces de estimular la economía verde. Pero a diferencia de lo que ocurrió en 1992, nadie espera un plan maestro de amplio alcance. Las crisis financieras en Occidente, el casi fiasco de la cumbre del clima de Copenhague en 2009 y los cambios geopolíticos, con la emergencia de China, India y Brasil, anticipan un evento de bajo perfil.
Sin embargo, pese a la adversidad, Brice Lalonde no apuesta por el fracaso. Este político francés fue nombrado por el secretario general de las Naciones Unidas como coordinador ejecutivo de la cumbre Río+20. En él recae la responsabilidad de poner a todo el mundo de acuerdo. La búsqueda de consensos en un mar tan agitado dista de ser un paseo. Militante ecologista, encargado de las negociaciones sobre el clima para Francia entre 2007 y 2011, ministro de Medio Ambiente en los gobiernos socialistas entre 1988 y 1992, Brice Lalonde ofrece en esta entrevista con Página/12 las pautas y los escollos de una cumbre donde, dice, la “noción simplista” del capitalismo empaña los posibles progresos.
–Brasil organiza el próximo junio la conferencia Río+20 sobre el desarrollo sustentable. La conferencia interviene 20 años después de la Cumbre de la Tierra celebrada en Río en 1992, donde las Naciones Unidas crearon dos foros para enfrentar el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Dos décadas más tarde, ¿qué hace falta para que esta nueva cita no termine en la nada?
–La pregunta que debemos hacernos consiste en saber si las instituciones, la economía y el gran giro que se dio en la protección del planeta y la lucha contra la pobreza pueden seguir la evolución geopolítica. En 1992 había una situación geopolítica muy especial: el Muro de Berlín acababa de caer y aún no se había producido el ascenso mundial de China, India y Brasil. Hoy, la situación geopolítica es muy diferente a raíz de esto. También conocemos ahora el retorno de guerras y conflictos, así como la crisis económica que nos atraviesa, la cual muestra que las dificultades son complejas en el nuevo sistema mundial de la economía. Otro elemento nuevo en relación con 1992 es Internet y la tecnología. En suma, se trata de saber si podemos adaptar nuevas instituciones a los cambios de la geopolítica y responder a las preguntas, que son las mismas que en 1992: la pobreza y el medio ambiente.
–Río+20 suscita muchas expectativas. Sin embargo, los observadores más atentos aseguran que la cumbre apenas servirá para proponer algunas pistas. Usted dijo incluso que el texto que se estaba discutiendo carecía de ambición.
–Lo que vamos a hacer tal vez sea abrir una fase para un nuevo modo de desarrollo. Pero sí, al texto le falta ambición. Creo que debemos ir más rápido, con más empuje. Una de las grandes dificultades que tenemos hoy está en que dentro de cada país hay muy pocos negociadores que piensan en el planeta, en la humanidad como un conjunto.
–¿Esa es la gran dificultad?
–Sí. Los negociadores piensan en sus países, defienden sus intereses nacionales. Pero en todo esto no hay un piloto para el planeta. Eso es lo que me da miedo. Algún día habrá que inventar algo para que nos ocupemos de aquello que tenemos en común, es decir, la atmósfera, los océanos y hasta el mismo conocimiento. Hay muchos, muchos temas que están más allá de los intereses nacionales y que el sistema internacional actual no logra tratar.
–Esto significa que, pese a todos los cambios climáticos y a la conciencia cotidiana de lo que ocurre, aún no hay una toma de conciencia global de que el planeta es una historia común y no una cuestión meramente territorial.
–No. En muchos gobiernos todavía no hay civismo planetario. Hay mucho civismo nacional, mucha lealtad nacional, pero la lealtad planetaria no está muy presente. Sin embargo, entre los jóvenes sí encontramos muchas personas muy comprometidas.
–Una pregunta sobresale de todo esto: ¿La crisis o el planeta? ¿Acaso la crisis se llevará al planeta, o éste salvará la crisis?
–El problema está tal vez en el hecho de que esta crisis proviene de un sistema económico que no responde a la situación. Una parte de la respuesta a la crisis está en lo que se llama el desarrollo sustentable.
–Los temas fuertes de la cumbre son la economía verde y la lucha contra la pobreza. ¿Cuáles son los dos frentes antagónicos y en torno de qué tema se plasma la controversia?
–Ah... No hay dos campos netos o afirmados. Según los temas, hay mayorías, minorías y oposiciones. Pero hay una primera división clásica entre los países de- sarrollados y los países en vías de desarrollo. A esto se le agrega ahora un tercer actor, que son los países emergentes. Por ejemplo, las pequeñas ciudades africanas no defienden los mismos intereses que los grandes países como China. En lo que atañe a la economía verde, hay unos cuantos países que no son en nada entusiastas. El término no les gusta, prefieren el de desarrollo sustentable. En suma, muchos países quieren evitar que la economía verde sea una manera de levantar obstáculos al comercio internacional, o que de pronto haya nuevas condiciones para la ayuda al desarrollo. Luego está el tema de la gobernabilidad, pero esto no plantea demasiados problemas. Diría que la división más clara está entre los partidarios del desarrollo y los que afirman que no se puede continuar así, que es preciso salvar el planeta. Estamos en busca de una fórmula que concilie el desarrollo y el medio ambiente. Esta es la discusión más importante y más difícil de resolver porque está en juego el medio ambiente mundial y la posibilidad de llegar a un punto sin retorno. La discusión enfrenta también a quienes dicen que lo prioritario es la lucha contra la pobreza, es decir, el crecimiento económico, porque no se puede continuar acumulando tantas desigualdades. Este campo argumenta que la cuestión del planeta tiene que ser el paso posterior.
–Pero quien dice crecimiento está diciendo consumo de los recursos del planeta. Además, en lo que atañe a la economía verde, sus críticos advierten, y no sin razón, que ello equivale a introducir el mercado en la ecología.
–¡Ah! El mercado es un buen servidor pero un mal jefe. Toda la cuestión está en eso, en nuestra capacidad de organizar el mercado, de fijar reglas. No hay mercado sin reglas. Por el momento, hay muchas cosas que no se hacen. Estamos tratando de terminar con las subvenciones a los carburantes fósiles, lo que es una forma de intervenir en los mercados, pero no es nada fácil. Por ejemplo, en cuanto se suspende una subvención hay que recuperar el dinero que el Estado daba y dirigirlo hacia la ayuda a los más pobres. El tema de los mercados implica saber cómo se gestionan los recursos más raros. En realidad, es preciso salir del capitalismo más básico: hay que decir que el capital más importante son el pueblo y la naturaleza. El pueblo y la naturaleza son los elementos número uno del capital. No hay que sacrificar ese capital en beneficio del pequeño capital monetario de las empresas. Como usted sabe, existen muchas empresas que se aprovechan del sistema, así como también hay muchas empresas que financian campañas contra el desarrollo sustentable. Hay una enorme batalla en torno de esto. Existen intereses económicos que trabajan a corto plazo y a los cuales es preciso combatir.
–Pero, veinte años después de la precedente conferencia de Río, hoy hay un poderoso actor que antes no existía: la sociedad civil.
–La sociedad civil es un gran aliado, tanto para mí como para Brasil, que organiza la conferencia. Tenemos una necesidad absoluta de la sociedad civil. Asociaciones, científicos, profesores, en suma, todos aquellos que trabajan por el planeta son esenciales. Pero también las regiones, las municipalidades y las ciudades ocupan un lugar destacado en este trabajo. Cuando una ciudad fija las reglas urbanistas, esto también es importante. La sociedad civil será entonces un actor muy importante, no sólo porque estará presente sino, también, porque va a participar en un nuevo camino de negociación. Se trata de los “diálogos sobre el desarrollo sustentable”. Brasil y la ONU han hecho un gran esfuerzo para crear un nuevo tipo de conferencia donde no sólo estén los diplomáticos de cada país, sino la sociedad civil en su conjunto.
Fuente: Página/12
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