A
lo largo de la historia argentina se han sucedido, y en algunos
momentos superpuesto, las patrias “agropecuaria”, “industrial”,
“contratista y financiera”, “corporativa” y “sudamericana”. Mario
Rapoport plantea que la Argentina no debe ser la patria de unos pocos,
rodeados de una población pobre y marginal, sino pertenecer al conjunto
de la sociedad. Propone que exista una patria “única”, generosa para
todos los habitantes nativos o extranjeros que decidan vivir y trabajar
en ella. Y demanda la necesidad de planear el largo plazo porque “el
país no se termina en la resolución de los problemas de coyuntura”.
Imagen: Sandra Cartasso
Muy
pocos hablan en la Argentina de la noción de patria, que los hacedores
de nuestra independencia destacaban en su acción, escritos e himnos y lo
más probable es que se la mencione en términos despectivos. En cambio,
pese al neoliberalismo reinante y a consecuencia de sus efectos
negativos, el sentido de lo nacional renace en muchos países bajo la
forma de políticas proteccionistas, separatismos, guerras comerciales,
la reaparición de neofascismos de derecha y una segunda guerra fría.
Agropecuaria
En
Argentina, el software de ideas neoliberales que penetró en los
intersticios de nuestra cultura tenía ya un fundamento histórico que
valorizaba el endeudamiento externo y lo extranjero sobre lo nacional.
Fue el momento de la llamada “patria agropecuaria”, basada en los
inmensos recursos naturales existentes, y en el poder de los dueños de
la tierra. Esos sectores incorporaron al país a la economía mundial,
pero confundieron el agro con esa “patria” particular, la de sus propios
intereses. Es la Sociedad Rural la que introdujo el lema “cultivar el
suelo es servir a la patria”.
De pensar la Argentina como un “granero del mundo” o la idea de ser
los “Estados Unidos del Sur”, que Carlos Pellegrini sostenía en la época
del primer centenario, a la decepción posterior de creer que vivíamos
en un territorio lejano del globo terrestre cuando ese sueño se deshizo,
hubo un sólo paso. En el presente, los nostálgicos de aquella presunta
“época de oro”, borrada según ellos, por el populismo industrialista,
dijeron que ya no podíamos gobernarnos por nosotros mismos y
necesitábamos una administración off shore, como la del FMI, que hoy
lamentablemente tenemos, para volver a ser, según ellos, lo que alguna
vez habíamos sido.
Industrial
En los años 30 fue la crisis mundial la que cambió el rumbo. Se
produjo un desarrollo industrial que no resultó el fruto de un impulso
deliberado del Estado y sus sectores dirigentes, sino de políticas que
respondían a determinadas condiciones coyunturales, como la caída de los
mercados externos. Aún en 1940, un senador de la provincia de Santa Fe
argumentaba, en un acalorado debate parlamentario: “La industria no me
satisface y la industria manufacturera de ningún modo y en un país como
el nuestro siempre será un poco artificial y moralmente nos hará mal,
salvo la industria ganadera que es la base de la vida económica del
país”.
Una posición muy distinta de la sostenida casi un siglo antes, en
1862, en un congreso de economistas alemanes. Allí se decía: Ya es hora
de que los industriales alemanes actúen en sentido de la resurrección
nacional de la patria a fin de que el trabajo nacional llegue a ser
reconocido en toda la prensa y en todo el pueblo como uno de los pilares
básicos de nuestra vida nacional. Su propio interés y el interés de la
patria son, en último término, idénticos”. En una Alemania que en ese
entonces se estaba constituyendo como país (lo lograría en 1871) ya se
identificaba el concepto de patria con el desarrollo industrial.
Fue con la llegada del peronismo al poder que el Estado estimuló
fuertemente la industria nacional junto al dictado de leyes sociales que
incluyeron nuevos sectores de la población y se produjo una mejor
distribución de los ingresos. Se quería superar las falencias de un
modelo productivo basado en la agroexportación, en un país y en un mundo
donde sus posibilidades se veían notablemente reducidas. Por un lado,
por un mercado interno ampliado con una población que había que
satisfacer. Por otro, por la declinación del imperio británico al que
estábamos ligados y el alejamiento con el plan Marshall de los
tradicionales mercados europeos.
Eso hizo el peronismo, con aciertos y errores, en el período que
podemos llamar de la “patria industrial” y por eso las elites
tradicionales crucificaron sus políticas, que implicaban ceder en parte
las divisas de las exportaciones para financiar ese desarrollo. Aun así,
los gobiernos posteriores, militares y civiles continuaron a los
tropezones, proscribiendo políticamente a aquellos a quienes se acusaba
de todos los males del país, un camino industrializador y desarrollista,
basado ahora en el financiamiento o la inversión externa. Los mercados
mundiales, con el deterioro de los términos del intercambio, no
garantizaban volver plenamente al pasado agroexportador.
Contratista y financiera
Ese cambio duró menos de 30 años. La cruenta dictadura militar de
1976 cortó de cuajo, mediante el terrorismo de Estado, las conquistas
sociales y el desarrollo industrial, aunque para retornar al modelo
tradicional ya no estaba Gran Bretaña y los nostálgicos del pasado
debieron recurrir a los enemigos de la Guerra Fría, la Unión Soviética,
para tratar de mantener un mercado para sus exportaciones, mientras
ampliaban absurdamente el endeudamiento externo en beneficio de los
especuladores y el sector financiero. Pero el país estaba en la esfera
de influencia geopolítica y financiera de Estados Unidos y la guerra de
Malvinas, donde el enemigo era el antiguo partenaire británico, puso en
claro esta situación. Al mismo tiempo el proceso inflacionario trepaba
vertiginosamente siguiendo al de la deuda y a la fuga de capitales.
Por ese entonces surgió la llamada “patria contratista”, donde abreva
el actual gobierno, que creó y consolidó grupos económicos, y la más
notoria “patria financiera”, que a partir de allí tendría un
protagonismo esencial. Los gobiernos democráticos, en el marco de
inducidos procesos hiperinflacionarios vivieron pendientes de ese
endeudamiento que los llevó a la irracionalidad de confundir el valor de
nuestro peso con el del dólar, con una política de convertibilidad que
fue un verdadero fiasco desde el momento de su implementación. Entonces
se debieron vender los principales activos del país.
La crisis del 2001 hizo visibles en la conciencia colectiva los altos
niveles de pobreza, desigualdad y desempleo existentes, las notables
falencias de la estructura productiva, el enorme grado de endeudamiento
externo y la extrema debilidad del Estado para ofrecer los bienes
públicos necesarios al conjunto de la sociedad, como salud, educación,
protección social, seguridad y servicios públicos. De allí que comenzara
a hacerse carne la necesidad de establecer una estrategia para
recuperar un objetivo abandonado hace ya casi 30 años: la
industrialización. No sólo importante como proyecto de país, sino
también necesaria para paliar el déficit social.
Sudamericana
El antecedente de la “patria agropecuaria” volvió a resurgir en el
conflicto entre el sector agrario con la cuestión de las retenciones.
Sin negar la importancia de ese sector y de las agroindustrias en la
Argentina, no cabe suponer que un país esencialmente agroexportador
tenga alguna posibilidad de entrar al privilegiado club de las naciones
más poderosas o lograr un desarrollo sustentable en el largo plazo. Con
todo, tuvimos una “patria sudamericana”, que quiso desendeudar el país y
retomar el sendero industrializador en el marco de un continente de
vecinos amigos y complementarios, tropezando en sus últimos años con
restricciones externas, errores propios y una fuerte campaña mediática,
política y judicial en su contra.
Por eso el gobierno anterior perdió las elecciones, mientras se
disfrazaba en la embestida, con el ambiguo nombre de “grieta”, el
concepto marxista de la lucha de clases; llamando falsamente populismo a
todo aquello que tendía a favorecer a los sectores más necesitados y
haciendo el eje de las críticas en la corrupción, una peligrosa cornisa
por la que caminan dada la misma naturaleza de sus negocios, pasados y
presentes, las huestes ganadoras.
Corporaciones
Ahora, nos toca una especie de “patria de las corporaciones”, cuyas
políticas de ajuste y de endeudamiento eterno, bajo el guión del FMI,
desecha a una parte de la población incluyendo la mejor formada
científica y tecnológicamente, que estaría de más y debería emigrar a
otros lados, invirtiendo el fecundo proceso inmigratorio de la Argentina
anterior. Junto a la fuga de capitales tendremos una fuga de cerebros.
En lo internacional giramos, al mismo tiempo, en la esfera
geopolítica de los Estados Unidos y el altar del dólar, aunque dios dirá
donde colocaremos nuestras exportaciones agrícolas porque ese país las
excluye. Del Mercosur o China apenas se habla. El hipermercado del mundo
no sale de Puerto Madero.
Unica
La noción de “patria” es en verdad más amplia y diferente de las
mencionadas y se confunde con la de Nación (del latín “natus”), una
categoría histórica vinculada con procesos materiales y culturales que
explican la constitución de una comunidad distintiva con respecto a
otras. En Europa, sirvió como un lema de las clases dirigentes de cada
país para definir su poder relativo en el Viejo Continente.
En la Argentina, en cambio, donde las guerras de la independencia se
transformaron pronto en guerras civiles, su sentido fue más parcial.
Existió una patria “unitaria”, y una patria, “federal”, cuestión que se
dirimió sangrientamente. Los intereses económicos y políticos terminaron
de definir hacia 1880 un modelo de país liberal, “que miraba hacia
fuera”, con eje en Buenos Aires y un conjunto dispar de provincias a las
que se denomina el “interior”, subsumidas a ese eje principal.
Es hora ya de que exista en los hechos una patria única, generosa
para todos los habitantes nativos o extranjeros que decidan vivir y
trabajar en ella, como señala el preámbulo de la Constitución. Abierta
hacia el mundo, pero independiente de lo grandes poderes externos y
donde puedan convivir aspiraciones sectoriales y regionales. Con un
fuerte mercado interno y un Estado verdaderamente emprendedor, un alto
nivel científico e industrias tecnológicamente avanzadas que acompañen a
las tradicionales en su comercio exterior.
La Argentina no debe ser la “patria” de unos pocos, rodeados de una
población pobre y marginal, sino pertenecer al conjunto de la sociedad.
Ser una verdadera democracia y no una parodia de ella, y al mismo
tiempo, constituir un lugar de identificación y de aprovechamiento
integral y más equitativo de los frutos de su riqueza y de su cultura.
Un lugar donde la noción de funcionario público recobre su verdadero
sentido desligado de intereses particulares, los políticos actúen con
propósitos que luego cumplan y, sobre todo, se planee el largo plazo,
porque el país no se termina en la resolución de los problemas de
coyuntura. Quizás sólo entonces la palabra “patria” adquiera algún
sentido y nadie tenga vergüenza de mencionarla.
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e ISEN.
Fuente:Pagina/12
No hay comentarios:
Publicar un comentario