La
primera vez que vi un billete de cien pesos con la figura de un venado
donde antes había estado el retrato de Julio Argentino Roca y más
recientemente el perfil de Eva Perón, sentí que algo extraño estaba
ocurriendo. Esta sensación se agravó cuando en billetes de otros valores
descubrí que los retratos de Mitre o Sarmiento habían sido desplazados
por las figuras de un yaguareté, de una ballena o de un hornero.
Era evidente, entonces, que los próceres –más allá de las opiniones
que nos merezcan– estaban desapareciendo. Recurrí a las fuentes y supe,
gracias a la lectura de un texto anónimo –e inaudito– del Banco Central,
que la emisión de estos nuevos billetes zoofílicos representan “lo vivo
y la vida” y enfatizan el futuro más que el pasado. Tal cual.
El argumento añade, además, que mediante la eliminación de las
figuras humanas se pasa de la solemnidad a la alegría. En efecto, es lo
que el texto dice aunque parezca increíble. De manera que si el retrato
de un prócer es una marca de solemnidad y el pasado una tristeza, la
propia historia nacional se vuelve innecesaria y de nada sirve que se la
conozca o se la estudie. Implícitamente, se recomienda su olvido.
Hay un momento en que el autor anónimo, ya francamente entusiasmado
por el substrato optimista de su desalmada alquimia, se atreve a
filosofar –sin reparo alguno– que los habitantes de este país “somos más
que sólo hombres y mujeres; somos plantas, animales, suelo, aire,
agua…”. He ahí el punto. Casi al borde del panteísmo.
Pero hay todavía más, inspirado por el ánimo ecológico –muestra
indudable de corrección política– llega a atribuir a la simbología
animal la vía más justa de representar el carácter del verdadero
federalismo porque, según su estrafalario razonamiento, “con los
animales nos identificamos todos”. En fin, es una vinculación bizarra
porque expresa, entre otras cosas, una peculiar noción de identidad;
aparentemente no tengo por qué no identificarme con un jaguar, con un
pastizal, con un arroyo o una ballena, da lo mismo. Ignoro, eso sí, cómo
juega en esa apuesta el enlace con el federalismo. Francamente es un
misterio.
Hasta parece –se me ocurre ahora– un lapsus perverso elegir animales
amenazados y otros directamente en extinción para el diseño de nuestra
moneda, también ella amenazada, devaluada ¿próxima a extinguirse? Tanto
como nuestros próceres, algunos de los cuales (a juicio de un alto
funcionario del gobierno) debieron sentirse muy mal y roídos por la
culpa al pelear contra los realistas durante la guerra de la
Independencia: estaban atacando al padre, a la madre, a los abuelos, a
la familia entera, si vamos al caso. Creo recordar que ese mismo
funcionario decidió calificar al General Belgrano como emprendedor.
De forma obvia esa preferencia nominal básicamente descomprometida y
llena de costados mercantilistas, evocaba la noción de empresa
esquivando o desplazando a la noción de patria.
En esa línea de devastaciones ¿qué lugar ocupa nuestra identidad?
¿Existe, o se trata de una invención revisionista, marxista, populista,
peronista o algo por el estilo? Es difícil saberlo, salvo que identidad
y comunidad son términos y estadios complementarios, hasta el punto que
resulta inconcebible una comunidad sin identidad, o sin historia, o sin
hombres y mujeres que la hayan edificado. No obstante, los ideólogos
del macrismo, pero más vastamente podríamos decir los ideólogos de las
políticas neoconservadoras o neoliberales, prefieren ignorar semejante
evidencia.
La proyección identitaria de un pueblo, de una comunidad, de una
nación, encuentra un apoyo en el pasado para imaginar su futuro y
habitar su presente, todo lo cual afirma aquello que el neoliberalismo
macrista niega: el pasado, la historia, los hechos inspiradores, las
luchas civiles y los acuerdos de pacificación. Barridas estas verdades
¿qué puede quedar en la memoria colectiva?
El experimento devastador que parece sólo sustanciarse en una
constante apropiación de bienes y en un Estado divorciado de la
sociedad, tiende a advertirnos que la democracia podría correr el
peligro de encontrarse viciada de nulidad si se deja de lado la
racionalidad política y ético jurídica que hace pensable a la República.
Y los animales –a los que hay que proteger sin duda más allá de los
billetes– no necesitan una República. Pero nosotros sí, y no podemos
perderla.
Confío que los argentinos no estemos amenazados a la extinción como
lo están algunos de los animales que nos proponen, precisamente, como
símbolos de futuro.
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