Desde hace muchos años soy admisora en salud mental de la Obra Social de Docentes Privados. Hago la primera entrevista, llamada de admisión, evalúo la problemática y derivo al profesional para su tratamiento. Todos estos años junté y estandaricé los datos recabados y los organicé en una investigación que expresa la problemática en salud mental de los docentes.
La base de datos fue desarrollada durante 15 años y está compuesta por 1452 casos de consultantes adultos con inserción laboral en el ámbito educativo. Como corresponde a un padrón con mayoría femenina, la mayor cantidad de consultantes son mujeres. Por lo cual nos encontramos con una radiografía de una problemática psicológica marcada por el género y por la forma de inserción dentro de su trabajo.
Quiero brindar un homenaje a la vicedirectora y al auxiliar fallecidos por las pésimas condiciones en las que hacían su trabajo y a todas/os las/os pacientes silenciosos que he visto en todos estos años que encontraron en la enfermedad mental una salida a estas pésimas condiciones en las que desarrollan su trabajo.
Quiero contar y compartir con todos los lectores algunas de las conclusiones de la investigación, donde podremos encontrarlos a ellos, en el esfuerzo con que llevaron adelante el trabajo durante su vida y donde encontraron el desinterés, la presión para que siguieran trabajando así, la muerte y la enfermedad.

Imagen social de las y los docentes

La escena que se describe se desarrolla en la Plaza de Mayo de la Ciudad de Buenos Aires, en una curva que está delante de la Catedral Metropolitana; el tránsito que llega desde la avenida Rivadavia debe doblar por allí para tomar la Avenida de Mayo. Es una curva cerrada y con pocas posibilidades de visibilidad para los autos, colectivos, camiones, bicicletas y motos que circulan por allí.
Son las 10 de la mañana de un día hábil y el tránsito es intenso, veloz y alocado; como siempre a esa hora. Hay una gran cantidad de gente que se dirige a sus obligaciones por caminos encontrados, con apuro y sin mirar a nada que lo interrumpa de sus intereses. Gente que camina y casi corre por la vereda, y en la calle el tránsito es intenso y rápido. El lugar como en todo día hábil es un verdadero caos y sólo el milagro, los semáforos y la costumbre logran que no haya accidentes severos allí.
Sobre esa curva se estaciona un micro escolar con la puerta de salida hacia la calle, comienzan a salir docentes que forman un cordón por el que empiezan a pasar niños de jardín de infantes hasta que logran llegar a la salvadora vereda de la plaza que los protege del tránsito intenso. Allí los espera una sola docente a la que no le dan los brazos ni la voz para contener a todos los niños que le están llegando y, como buenos niños curiosos, comienzan a mirar, correr y dispersarse por la plaza, a detenerse parándose en el medio de los peatones, a tocar lo primero que ven, y en fin, a hacer cosas que hacen los niños.
El esfuerzo que hacen esas mujeres y hombres para llevar a los niños a resguardo es impresionante y notorio. Sus caras están tensas, sus cuerpos intentan ser un escudo poderoso que impida cualquier daño a los niños. Están todas contracturadas y atentas. No hay indicio de satisfacción y/o placer por la salida, el disfrute se les escapa de las manos atrapado en un cuerpo que sufrió las consecuencias de ese momento de riesgo, tensión y peligro. El recorrido por la plaza se hace en un clima desagradable y sin ninguna gracia.
Los/las docentes integran en su accionar al trabajo, a la educación, a los menores y son vehículo de deslizamiento de la ideología que circula en un  momento dado en la sociedad; son eco de las dificultades de las familias y vanguardia en la contención de los conflictos que atraviesa la sociedad. La escuela es un dispositivo de control y regulación social que atraviesa distintos ámbitos sociales, a los vínculos y a las subjetividades.
La idea social acerca de los docentes expresa en sí misma una gran ambivalencia. Es hipervalorada la gran función que debe cumplir para el desarrollo del país, debe saber de todo y estar alerta a todo lo que pasa con los niños y en el colegio; pero esta sobrevaloración es comprendida sin un cuerpo que lo sostenga. Cuando surge el/la docente como sujeto de necesidades, es hiperdevaluada cuando se discute el salario, o cuando quieren luchar por sus reclamos, allí surge que no pueden hacerlo por que deben cuidar los chicos de otras madres que van a trabajar (¿ellas no son madres que trabajan?), o cuando ante las quejas de los padres son expuestas a tener que rever sus decisiones por presiones de la dirección, la inspectora o el programa educativo que esté en curso.
En la relación laboral, se observa una fuerte afectivización del lugar de trabajo, generalmente viven el espacio laboral como una extensión de la familia y se conectan con el colegio desde el afecto y, por lo tanto, esto no les permite una distancia óptima para poder analizar sus deberes y derechos. La/el docente tiene que estar alerta a todo, desde la salud mental de sus alumnos (si algún niño agrede a sus compañeros, la sociedad en su conjunto se pregunta ¿cómo la maestra no se dio cuenta?) pasando por su salud física (estar alerta a las vacunas, el flúor y los piojos y si están suficientemente alimentados), y además tener presente si en el colegio, el techo o el inodoro están rotos. Todo es su responsabilidad durante su horario de trabajo, incluso después, hasta que no entregan los niños a sus padres, que no siempre respetan el horario de las/los docentes, que aceptan esta situación sin cuestionamientos.
El/la docente, para ser aceptado como tal, debe ser portador de una cantidad de atributos y características que conforman el imaginario social de la maestra/o, que es el resultado de todo este proceso histórico; sin estos atributos se discute su capacidad e idoneidad.
El significante imaginario del docente debe incluir:
  1. el amor a los niños.
  2. vocación por la enseñanza. 
  3. dar todo de sí. 
  4. no esperar recompensas, estar dispuesto al sacrificio.
En la configuración del docente, entonces, se incluyen cualidades sobre todo apostólicas, sacrificiales, profesionales pero ninguna indicación que se trata de un trabajo. Cualquier “desviación” de este modelo es vivido cómo una amenaza para la sociedad toda y si alguna contradicción se centra sólo en un sujeto, la vivencia de desestructuración de su identidad es intensa y puede ser generadora de patología, tanto física como psíquica. Esto lleva a que se ajusten al modelo y se reproduzcan los condicionamientos sociales que los produjeron.
Este “modelo” lo comparten los docentes y la sociedad, tal imaginario fue socialmente adquirido e históricamente producido, pero la existencia de este trasfondo compartido tanto por los/las docentes como por la sociedad otorga a la práctica una racionalidad implícita, desconocida y regular que lo vuelve absolutamente natural y hace al ser del docente.
En su ejercicio, los miembros tienen que contar con saberes de distintas disciplinas y con el saber específico necesario para esa trasmisión; el saber trasmitir adquiere relevancia sobre el saber general, este tipo de modelo educativo prioriza la educación moralizadora antes que la instrucción: la bondad del/la docente, la exhibición de cualidades morales, la consagración a la docencia adquirieron preponderancia aun en los ámbitos de formación frente al conocimiento. El aprendizaje de las técnicas de enseñanza no excluía las formas de moralizar con eficacia.
Desde el comienzo de este desarrollo, el Estado retribuye miserablemente este trabajo tan ensalzado. Simbólicamente cuasi sacro, materialmente desvalorizado, poco dinero y de manera irregular. Sacrificio, humildad, abnegación, desinterés, virtudes asimiladas al sacerdocio, por lo tanto, el docente que pretende recompensas materiales que no entran en este modelo será despreciado.
Con la mayor presencia de mujeres, los condicionamientos sociales relacionados con el género se incrementan. Para la mujer se impone la sumisión, obediencia y acatamiento de normas, lo que aumenta, refuerza y afirma el perfil religioso y sacrificial de la imagen del docente. En la época donde se desarrolla la formación del rol docente, el trabajo femenino fuera de la casa era mal visto y moralmente reprobado, aunque la actividad fuera legítima y socialmente aceptada; las excepciones a esta regla la conformaban los oficios y ocupaciones que representaban una prolongación de la tarea del hogar. De allí que fuera considerado un empleo legítimo, pero que no permitiera la concientización de las mujeres en relación a sus derechos laborales, se consideró una prolongación de las tareas que hacen las mujeres “por amor” como único reconocimiento.

Datos de la problemática de salud mental de los/las docentes

Cuando estas/os trabajadores se presentan a consulta, habitualmente son en  amplia mayoría mujeres, evidencian una personalidad lábil y débil, inmaduras e infantilizadas, y con una conciencia de la legalidad y de las normas, y de los imaginarios sociales del “deber ser” extremadamente estricta, hasta asfixiante. Son sumamente permeables a los criterios exteriores, órdenes, consejos y sugerencias, y con poco conocimiento de sí mismas, tanto de sus capacidades como de sus limitaciones, así como de lo que efectivamente deben dar más allá de lo que se espera de ellas; si bien toman todas las indicaciones dadas, difícilmente las tengan en cuenta de manera criteriosa.
Parecen no conocer la existencia de derechos propios, sea en el ámbito familiar, social, de pareja o laboral. Es habitual escuchar que aluden al desconocimiento de acuerdos y normas generales y/o sociales en función de su propio parecer imaginario.
Esta ambivalencia también en el criterio de valoración social, junto con la personalidad de base débil e inestable, crea una situación paradojal, con pocas posibilidades de una salida saludable.
Con este “combo” llegan al consultorio contando sus penurias y las propias trabas que se ponen para resolverlas. Las dificultades se expresan en problemas físicos, con una amplia mayoría de ahogos y taquicardias, contracturas varias y sobrepeso; estos problemas ocupan el primer lugar en el espectro de los padecimientos físicos asociados a la salud mental.
Dentro de los padecimientos psíquicos propiamente dichos, predominan las crisis de angustia, cuadros de ansiedad canalizadas de distintas maneras y depresiones, como consultas más frecuentes, seguidos por las somatizaciones. También se visualizaron situaciones de gran dramatismo, donde se mezclan una situación socio familiar conflictiva, a la que intentan contener con sus propios recursos, lo que las desborda; sintiéndose además  culpables por no poder contenerla.
Es particularmente notable la permeabilidad de esta población a incluir, en la forma que adopta su demanda individual, la problemática social al momento de su consulta. Revisando los datos, fue posible observar la incidencia de depresiones por la inmigración, desocupación y enfermedad de los familiares en la crisis del 2001. El agobio y cansancio, expresado en estados confusionales, que representaba ser el único sostén económico de la familia, porque sólo ella conservaba el trabajo mantenía a sus parejas, a sus hijos sin trabajo y a los nietos, a los padres con jubilación escasa, etc. En este momento es muy marcado el aumento de violencia de género en las familias (que incluye padres, hijos, nietos, parejas); así también las fobias sociales como respuesta al discurso violento con que se nutre en este momento de la sociedad.
Esta base de personalidad las lleva ingresar en severas crisis por las grandes contradicciones propias y externas que intentan armonizar a costa de su salud física y/o psíquica. Sienten que deben cumplir con todo y con todos y de acuerdo a normas y códigos muchas veces contradictorios en sí mismos, de los que a veces no tienen conciencia; por lo tanto no pueden parar a pensar y priorizar para orientarse en qué o cuál obligación tienen que cumplir y cuál pueden posponer y mucho menos tienen capacidad de negarse a realizar acciones que se les solicitan. Todas son vividas como prioritarias y absolutas, que deben ser cumplidas sí o sí. Parece no haber manera de satisfacer la demanda interna ni de satisfacer a los otros.
Este posicionamiento ante la vida es la puerta de entrada a todo tipo de violentamientos reales o simbólicos, que generalmente las consultantes resuelven forzando sus recursos físicos y psíquicos, incluso hasta económicos, y que culminan con el desarrollo de una enfermedad o asumiendo situaciones de riesgo sin conciencia de su cuerpo.
* Psicóloga. Admisora y auditora de salud mental Osdop-Sadop.
Fuente:Pagina12