MAYO DEL 68: La chispa se encendió en Vietnam
Pierre Rousset: “La globalización neoliberal no es una herencia de Mayo del 68, sino de nuestra derrota”
Pierre Rousset, uno de los
protagonistas de Mayo del 68, activista hasta el día de hoy, miembro de
la Cuarta Internacional y especialista en los movimientos de lucha
asiáticos, habla sobre los éxitos, derrotas y herencias de 1968.
GLADYS MARTÍNEZ LÓPEZ / elsaltodiario.com
Pierre Rousset, uno de los protagonistas de Mayo del 68, activista y
militante de la Liga Comunista Revolucionaria y posteriormente del Nuevo
Partido Anticapitalista, miembro de la Cuarta Internacional y
especialista en los movimientos de lucha asiáticos, desgrana para El Salto
los éxitos, derrotas y herencias de 1968, analiza las luchas actuales y
apunta lo que se puede aprender de los movimientos de resistencia en el
Sur.
Miremos Mayo del 68 en perspectiva: ¿cuál es el balance después de 50 años? ¿Qué cambió realmente y en qué fracasó?
Hay tres tiempos: primero Mayo del 68 en sí mismo. Nuestra
organización, la Juventud Comunista Revolucionaria, y algunas
organizaciones de extrema izquierda de la época habíamos visto que había
huelgas muy duras de jóvenes y nos dijimos que los estudiantes podían
jugar un papel de chispa para ampliar el movimiento. Esto tuvo éxito más
allá de todo lo que habíamos previsto, incluso empezando ya muy tarde
en el curso escolar, y nunca pensamos que desembocaría en la mayor
huelga general que haya conocido Francia.
Luego hay un segundo tiempo, que abrió una época con muchas
posibilidades. El poder gaullista estaba profundamente resquebrajado, y
de hecho, De Gaulle acabaría dimitiendo. Todo el mundo estaba en
ebullición: el mundo entero tenía un espíritu revolucionario, había
luchas y contrarrevoluciones y represión. Y pensábamos que teníamos
algunos años para construir los instrumentos que permitieran ir más allá
de Mayo del 68, y por tanto plantear la cuestión del cambio de
sociedad, la revolución.
No pensábamos que Mayo del 68 era la revolución, porque éramos
trotskistas, leninistas, y no había partido para hacerla. También éramos
muy prudentes con la violencia. Nos dijimos que había un espacio que no
sabíamos cuánto iba a durar pero en el que podíamos ir más allá de las
posibilidades abiertas por Mayo del 68. Y militamos para intentar
construir todo lo posible en ese periodo cuya duración desconocíamos.
Había represión, había también una ebullición general y está el giro
que se dio en Europa y en el mundo: en Europa, con el fin de la dinámica
de la Revolución de los Claveles en Portugal y la transición
democrática del postfranquismo hacia la Constitución de 1978 controlada
por la burguesía, las posibilidades se reducen; y en el mundo, con la
guerra en Vietnam, Camboya, China, con el apoyo de los estadounidenses,
hay un período que se cierra. En
los años 80 fuimos derrotados, nuestra generación fue derrotada, en
Francia de manera dulce por Mitterrand, brutalmente en Inglaterra con
Thatcher… En el mundo muchos dirigentes de luchas de liberación nacional
fueron asesinados. A nivel internacional, en Europa
occidental, en Europa del Este y en el Tercer Mundo hay ritmos
diferentes, pero nuestra generación fue vencida.
Tras nuestra derrota, el tema de las libertades individuales es utilizado para destruir los derechos colectivos
Lo que vemos después no es la herencia del 68, es la herencia de una derrota. La diferencia es muy importante. Por ejemplo, el desarrollo de la mundialización neoliberal tras la explosión del bloque soviético no es en absoluto una consecuencia y una herencia de Mayo del 68, sino una consecuencia de nuestra derrota, cuyo precio ha sido exorbitante. Luchábamos por las libertades individuales, pero uníamos completamente libertades individuales y derechos colectivos, los dos iban juntos.
Lo que vemos después no es la herencia del 68, es la herencia de una derrota. La diferencia es muy importante. Por ejemplo, el desarrollo de la mundialización neoliberal tras la explosión del bloque soviético no es en absoluto una consecuencia y una herencia de Mayo del 68, sino una consecuencia de nuestra derrota, cuyo precio ha sido exorbitante. Luchábamos por las libertades individuales, pero uníamos completamente libertades individuales y derechos colectivos, los dos iban juntos.
Ahí fracasamos radicalmente y tardamos tiempo en entender hasta qué
punto, pero eso no quiere decir que la herencia desapareciera
completamente.
¿En qué sigue esa herencia?
En Francia, a principios de los años 90, se desarrolló lo que
conocimos como los nuevos movimientos sociales, los movimientos de
desempleados, porque el desempleo se convierte en una realidad
permanente de masas, el derecho a la vivienda porque la cuestión de la
vivienda afecta a capas cada vez más amplias de la sociedad… En todos
los movimientos encontramos a gente que había militado en Mayo del 68.
En Francia hay a la vez grandes debilidades en la oposición a la
presidencia de Macron, pero a la vez hay ebullición. Hay un abismo entre
el rechazo de la situación por capas muy amplias y la capacidad de
movilizarse. Pero este 50 aniversario de Mayo del 68 es mucho más
importante a nivel político que el 20 o 25 aniversario, y la diferencia
con aniversarios anteriores es que la lucha social está en el corazón de
la reflexión.
Creo que el mundo ha cambiado, las cosas no se repiten de la misma
manera, lo que decíamos políticamente en la época de cómo formular la
desobediencia ha evolucionado, así es que no hay un modelo que podamos
buscar en Mayo del 68, ya no hay bastión de la clase obrera en el
automóvil, la aviación, etc. Todo ha cambiado, pero hay una influencia
del 68 que sigue ahí, o que en cierta medida se ha reavivado, porque hay
algo insoportable en el régimen actual igual que había algo
insoportable en la Francia de la época. Seguramente imagináis en España
que Francia era un país normal mientras que España estaba bajo el
franquismo, pero no es así: el gaullismo en Francia nació de un golpe de
Estado, bajo amenaza de intervención militar, no era para nada un país
normal y explica en cierta medida Mayo del 68. No era una dictadura,
pero era un país donde un Ejército faccioso en la guerra de Argelia
impone a De Gaulle a las instituciones como presidente bajo la amenaza.
Dijeron “o De Gaulle se convierte en presidente o desembarcamos en
París, todos los planes están listos”. Ante estas amenazas las
instituciones se inclinan y nombran a De Gaulle presidente, y eso no es
un país normal.
En ciertos ámbitos se habla de Mayo del 68 francés como una
revolución pequeño-burguesa en comparación con otras revueltas que se
dieron en el mundo. ¿Qué fue realmente?
Es una gran tontería. Quien dice eso olvida en primer lugar la huelga
general. Hay algo en el Mayo del 68 francés que es único, lo que no
quiere decir que sea mejor. Hay un encadenamiento: la juventud se
radicaliza a partir del 65, y el motivo de la radicalización es la
Guerra de Indochina, el sentimiento de injusticia y de terror de la
escalada americana sobre Indochina y sobre Vietnam. En segundo plano hay
más: está la Guerra de Argelia, que acabó en 1962. Hay que entender qué
es el Ejército francés, que durante la Batalla de Argel torturó
masivamente, no utilizó la tortura para hacer hablar, sino para
aterrorizar y gobernar bajo el terror. Los representantes del Ejército
francés fueron invitados a América Latina y a los Estados Unidos para
explicar cómo habían llevado a cabo esa política de torturas. Eran
especialistas reconocidos como tales a escala internacional. Ese
Ejército ha continuado y es el mismo que cubrió el genocidio de los
tutsi, que salvó a los genocidas de los tutsi en Ruanda en 1994. Para
nosotros, cuando supimos el tema de la tortura en la Batalla de Argel,
fue una ruptura moral. Se produjo una ruptura total.
Tras esto, había un desarrollo profundo de la sociedad pero que no se
traducía en modelos diferentes de control. Bajo el Gaullismo hubo un
desarrollo enorme del asalariado, que pasó a ser el 75% de la población,
y de este asalariado, 50% son obreros industriales. Sin embargo, el
régimen de los patronos en las empresas no cambia. Hay jóvenes
campesinos que se convierten en obreros, pero es un periodo en que los
asalariados no tienen ningún reconocimiento en la empresa, no hay
sindicatos, ninguna organización de asalariados tiene derecho a existir
en las empresas, incluidas las del sector público, como Renault. Hay ese
abismo entre una sociedad que socialmente se transforma y un régimen
gaullista institucional, un régimen patronal en las empresas que no se
mueve. Nuevos ataques se preparan, el paro empieza a aparecer.
Cronológicamente la radicalización política de la juventud
escolarizada empieza despacio en 1965 y rápido con la Guerra de
Indochina, y el medio estudiantil empieza a cambiar. Ya hay muchos hijos
de entornos populares que llegan a la universidad. Y hay explosiones de
lucha, de huelgas, que se desarrollan en Francia en 1966, 1967 y sobre
todo en 1968, y son huelgas muy duras. Las primeras barricadas son de la
juventud obrera antes que de la juventud estudiantil, y es de ahí que
nos viene la idea de la chispa estudiantil, porque vemos esas luchas
obreras desarrollarse y nos reconocemos en ellas, y nos decimos que,
para que se generalice, la fuerza de choque estudiantil debía “incendiar
la pradera”.
Y además, ¿qué es Mayo del 68? ¿Qué particularidad tiene el caso
francés? Durante varias semanas, toda Francia está en huelga. No es sólo
la mayor huelga de la historia de Francia, siete millones de
huelguistas sobre la población de aquella época, no es sólo una huelga
de empresa, todo el mundo para, todo el mundo respira. La especificidad
francesa no es simplemente la huelga ni las barricadas estudiantiles que
prenden fuego a la “pradera social”, es sobre todo que durante varias
semanas hay un paro general de trabajo en Francia. Toda Francia
necesitaba respirar. Esto está ligado a la explosividad… Toda la
sociedad francesa de la época era represiva, asfixiante. Las cosas no se
movían poco a poco, así es que los plomos saltaron: es más que una
huelga general, así es que, decir pequeño burgueses cuando todo el
mundo paró y empezó a reivindicar, es una reescritura de la historia
total. Es muy interesante ver cómo la ideología a posteriori puede
borrar acontecimientos tan importantes como la huelga general en todo el
país.
Os acusaban de ser violentos, pero habláis de la violencia
preexistente, de la violencia del Estado. ¿Qué reflexiones se hicieron
entonces sobre cómo oponerse a esa violencia?
Hay varios periodos. Antes de 1968; en 1968 antes del 24 de mayo;
después del 24 de mayo y en los años posteriores. Y en cada momento hay
problemas diferentes sobre la violencia. Nosotros, a la violencia no la
creamos. Pero no se trata sólo del discurso general sobre “el Estado es
violento, la sociedad es violenta”. No es eso, pero sí está en un
segundo plano. La Guerra de Argelia era muy violenta, y no era nuestra
violencia, sino la violencia colonial. Y el Ejército ya he dicho que era
un Ejército faccioso, capaz de todo, incluido de crear la Organización
del Ejército Secreto (OAS). Una vez que De Gaulle cambió su política y
decidió firmar acuerdos de paz en Argelia y negociar las condiciones de
la paz, en favor de Francia, siguió de todos modos la OAS y De Gaulle
escapó por poco a la muerte tras un atentado.
Los que estaban antes que nosotros vivieron la resistencia a la
Guerra de Argelia, y era muy importante porque algunas corrientes
trotskistas, algunas corrientes del “tercermundismo”, cristianos de
izquierdas y personalidades del PC organizaron el apoyo al FLN, y eso
fue un paso para crear alianzas durante la Guerra de Vietnam y Mayo del
68.
Cuando me convertí en estudiante en 1965, los grupos fascistas
estaban muy activos, sobre todo Occident (Occidente), y después Ordre
Nouveau (Orden Nuevo). Todos los días nos atacaban, en los mercados,
delante de las facultades, en los restaurantes universitarios. Nos
atacaban físicamente. Yo me inscribí en la facultad de Ciencias
Económicas, que se encontraba en el mismo edificio que Derecho. Ciencias
Económicas estaba más bien a la izquierda y Derecho, a la derecha. Y
todos los días había batallas. En esa facultad, mayoritariamente las
perdíamos. Yo era un objetivo de Occident y ya no podía acercarme a la
facultad si no quería que me dieran una paliza, por lo que tuve que
migrar a otra facultad. Ya no podía pasar por ciertas calles. Ése es el
mundo en el que me convertí en militante, un mundo en el que
constantemente teníamos que protegernos de los ataques de los fascistas.
Nuestra política era oponer una resistencia colectiva a los ataques… A
veces también atacábamos, la mejor defensa a veces es el ataque. Pero
había dos percepciones completamente diferentes entre los fascistas y
nosotros sobre la confrontación. La nuestra era más bien una
confrontación de grupo, de coherencia de grupo, y la suya era una
confrontación de individuos entrenados en artes marciales, con puños
americanos y barras de hierro. A mí me fracturaron el cráneo.
¿Y en el 68?
Después llegó el 68. Nosotros queríamos la confrontación con la
policía para que saltara la chispa. Desgraciadamente en París el
prefecto de la policía, que era muy astuto, no nos dio esa posibilidad,
nunca encontrábamos una barrera policial. Y llegó mayo, época de los
exámenes parciales. Nos dijimos: se acabó esta vez, ya veremos en
septiembre, es demasiado tarde, ahora todo el mundo se va a poner a
preparar a la desesperada los parciales. Yo voy a la Sorbona para buscar
unas fotocopias para preparar los exámenes. Hay una pequeña asamblea de
los estudiantes de Nanterre que han sido expulsados de la facultad de
Nanterre, me paro a escucharlos, entra la policía y nos llevan a todos.
Formo parte de los detenidos del 3 de mayo, cuando todo empieza, porque
estaba en la Sorbona para buscar unas fotocopias.
Habíamos previsto una chispa estudiantil, pero empezó cuando no lo
esperábamos. Y ahí se produjo una dinámica que fue más allá de lo que
habíamos pensado. Hay una dinámica hiperradical espontánea porque la
Sorbona estaba ocupada por la Policía y había que liberarla. La
rodeamos y nos quedamos, hay cargas de policía muy violentas y se
construyeron barricadas. Mi impresión es que nadie dio nunca la orden de
hacer barricadas, pero nos pusimos a construirlas.
No pensábamos que era la revolución. No queríamos que hubiera
muertos. No queríamos que la violencia sobrepasara la potencialidad del
momento. Incluso protegimos una armería, aunque en realidad nadie quería
romperla. El prefecto en sus memorias reconoce que hubo elementos de
todas las partes que moderaron el grado de violencia: él desde la
policía y varias organizaciones, entre los manifestantes.
El clima cambió el 24 de mayo. Hubo un muerto, el comisario de
policía Lacroix, en Lyon. La acusación contra dos jóvenes fue que
voluntariamente lanzaron un camión contra él. Estuvieron dos años en
prisión y finalmente fueron absueltos. Se puede ligar este primer muerto
a nuestra acción pero fue involuntario, y la justicia los absolvió
completamente de la voluntad de matar o herir. Después hubo varios
muertos: Gilles Tautin, un estudiante maoísta, varios obreros… y todos
esos muertos están ligados a la acción de la policía contra las huelgas
obreras que perduraban como en Renault Flins y Peugeot Sochaux.
Y las organizaciones de extrema izquierda son disueltas en junio. Me
llevan a prisión por la reconstitución de la Liga disuelta y nos llevan
ante el Tribunal de Seguridad del Estado, lo que no es normal, es como
estar ante un tribunal antiterrorista hoy. Finalmente el juicio no tuvo
lugar.
Y después llegó la violencia. Fue un momento muy represivo en el
mundo: Martin Luther King asesinado en Estados Unidos, pero también
Robert Kennedy. La advertencia era clara. Rudi Dutschke en Alemania casi
muere en un ataque y sobrevivió pero murió años después por las
secuelas de sus heridas.
Y en París todas las manifestaciones estaban prohibidas. El Barrio
Latino estaba controlado por las fuerzas del orden. Nosotros nos
reconstituimos públicamente como los Comités Rojos, porque nuestro
periódico se llamaba Rojo, y es más difícil prohibir algo ligado a la
prensa que algo político.
Las manifestaciones eran clandestinas. Y pusieron a trabajar a los famosos equipos de voltigeurs,
que son policías en moto con un policía que conduce y otro que pega con
la porra. Hubo un muerto en 1986, un chico que salía de un club de jazz
y no tenía nada que ver con las manifestaciones estudiantiles de aquel
momento, y los voltigeurs fueron disueltos.
Pasaban muchas cosas públicas: la crítica a la sociedad, la segunda
ola de feminismo, el principio de distintos movimientos, la reflexión
crítica sobre todo, pero a la vez nosotros teníamos la entrada prohibida
a muchos países. Si queríamos cruzar las fronteras, teníamos que ser
discretos. Había soldados americanos que desertaban de las bases
americanas en Alemania y había redes que los ayudaban a marcharse a
Canadá. Si queríamos hacer cosas como viajar para reunirnos con otros
movimientos, o tener contactos más allá de los Pirineos o ayudar a los
americanos a irse a Canadá, hacía falta estructuras.
Otro tema importante es por qué en Francia no ocurrió lo que pasó en
Italia o Alemania. Por qué no hubo guerras “privadas” de ciertos grupos
contra el Estado o la sociedad. Porque ninguna de las organizaciones
importantes del 68 lo quería. Nosotros nunca quisimos una escalada de la
violencia. Pensábamos que el Estado lo haría y habría que prepararse.
Cuando el Estado cesó, dejamos de prepararnos.
Cincuenta años después, Europa se ha convertido en un espacio
económico predador, un espacio político insolidario, se está
produciendo un empuje de la extrema derecha y el pesimismo parece ganar
terreno. ¿Cómo responder a esta crisis estructural, de fin de ciclo
neoliberal? ¿Hay aún chispas de esperanza?
Pienso que hay una esperanza pero las condiciones para que esta
esperanza florezca no son fáciles de reunir. Es todavía peor en Francia
que aquí (N. de la E. se refiere a España) , donde tenéis movimientos
inmensos, las movilizaciones de mujeres han sido absolutamente
impresionantes. Pienso que, hablando de Francia, llegamos a una
situación de ruptura, con la huelga de los ferroviarios, la huelga del
sector cuidados a personas mayores dependientes, el inmenso malestar en
los hospitales… Hay austeridad, austeridad, austeridad, y se llega a un
punto en que van a destruir todo lo que son servicios públicos, los han
debilitado, reducido y ahora van a destruirlos.
Hay un contraste enorme entre el sentimiento expresado por sectores
extremadamente amplios, pues se llega a un punto en que la catástrofe se
extiende, y la capacidad de movilización. Incluso entre los
ferroviarios, que tienen una gran capacidad de movilización, pero no
funciona. Detrás de todo esto está el precio de nuestra derrota. Hay una
esperanza socialista que se ha empañado porque la historia ha sido la
que ha sido y ha habido una pérdida de referentes, ha habido un cambio
de periodo y generación y un cambio de las relaciones de los jóvenes con
la historia y la política.
Cuando entramos nosotros a la actividad política, estábamos
apasionados por la historia de las luchas porque la historia era el
único laboratorio en el que podíamos pensar las luchas, no teníamos
experiencia, y sobre eso empezamos a acumular nuestra propia
experiencia. Ese lazo entre la reflexión sobre la historia como
laboratorio de luchas y el presente no existe ya. Da la sensación de que
para los jóvenes el pasado simplemente ha pasado. No hay que repetir
tal cual todo lo que pensábamos, decíamos o hacíamos, pues todo ha
cambiado, pero se vuelve a empezar en el plano de las enseñanzas
políticas desde muy bajo, puesto que ya no está ese lazo con las
experiencias pasadas, y eso creo que es un talón de Aquiles.
Hay una manera de militar a la carta: estoy muy activo en algunos
momentos, muy pasivo en otros, mucho tiempo en las redes sociales, no
mucho tiempo en la calle… Y está la cuestión del arraigo social, que no
se percibe como clave, pero el arraigo social en una sociedad
precarizada no es lo mismo que en una sociedad donde no hay precariedad.
Esa obsesión que teníamos del arraigo social no está presente hoy, al
menos en Francia está muy poco presente.
Algunos se adaptan muy bien a esto, los que han hecho su nicho en
luchas y críticas parcelarias, pero hay que cambiar el sistema incluso
más que antes, porque además de la crisis social está la crisis
ecológica, y vamos hacia el desastre total. No cambias el sistema sin un
pensamiento político y una reflexión estratégica. No tengo nada contra
las experiencias locales, creo que son muy importantes, también para
arraigar la lucha, acumular experiencias, pensar formas de resistencia, y
creo que las formas territoriales de resistencia son clave ahora, mucho
más de lo que eran antes, también porque ya no hay bastiones obreros.
Así es que estoy a favor de la renovación de las formas de lucha, las
convergencias, las resistencias, las alternativas, las prácticas… Pero
hay una especie de marcha atrás en la construcción de una reflexión
política y una visión estratégica, y creo que ha alcanzado límites, y
eso se ha producido con el cambio del mundo y es uno de los aspectos de
nuestra derrota.
“Después de la esperanza, el desaliento, y un punto de
inflexión para la izquierda radical en Europa”, escribió usted sobre la
experiencia de Syriza en Grecia. ¿Qué pasa con los partidos de la
izquierda europea que pugnan por gobernar? ¿Se puede lograr una
transformación social desde la institución?
No creo que se pueda hacer una transformación social desde la
institución, pero eso no quiere decir que no nos presentemos a las
elecciones. Pienso que el centro de gravedad de una organización que se
quiere revolucionaria o quiere transformar la sociedad es el arraigo
social. Ser potente en las instituciones y débil en arraigo social es
entrar en una contradicción extremadamente difícil. Puede pasar, y es un
poco lo que ha pasado, en Grecia, en España, en Francia con la France Insoumise,
donde hay un desfase entre el momento de las grandes movilizaciones
sociales y el contragolpe electoral con el que una izquierda más o menos
radical es elegida. No es simultáneo. Eso es una dificultad objetiva,
es una situación complicada.
En segundo lugar, puedes encontrarte en una situación contradictoria
de tensión, sobre todo cuando eres más fuerte en el plano institucional
que en el plano social, y eso es muy peligroso. Es lo que pasó con la
izquierda del PT en Brasil y eso explica muchas cosas. La lección está
clara. Tsipras y la dirección de Syriza deberían haber elegido ser
derrotados, recibieron el mandato de aplicar un programa, fueron
validados por un referéndum y se convirtieron en los agentes de la
contrarrevolución, y eso es lo peor de todo. Es mejor resultar perdedor y
organizar la resistencia en la oposición. Era una elección muy
sencilla. Se trataba de decir no a la UE, “si somos vencidos, lo somos,
organizamos la resistencia social y política, pero no somos nosotros
quienes cargan con la responsabilidad de las reformas austeritarias que
se llevaron a cabo”, porque cuando haces eso te desarmas completamente.
Después creo que hay una situación muy complicada en un país como
Francia. La idea de que hay que presentarse siempre a todas las
elecciones no me convence. Primero, cuesta caro y una parte importante
de tu dinero, de la preocupación de tus direcciones, de tus fuerzas se
ponen en un combate perdido en Francia. Hay quienes piensan que es
todavía importante que una verdadera izquierda se presente a las
elecciones, y hay quienes piensan que las elecciones son siempre lo
mismo, sea cual sea el resultado de los votos, son las mismas políticas…
Yo pienso que ahora la cuestión es muy complicada. Estoy a favor de no
abandonar el campo político-electoral como campo de batalla, pero sólo
en las condiciones en que las fuerzas que se van a emplear merezcan la
pena. Hace falta que la mayoría de los esfuerzos de los militantes y de
las direcciones sea por el arraigo social y no por la batalla electoral.
¿Hace falta autocrítica de los partidos políticos de izquierdas sobre la desconexión de la realidad en la calle?
Sí. Creo que hay distintos niveles. Hay niveles profundos que no
dependen de la organización, hay una verdadera victoria del
neoliberalismo, que ha introducido concepciones individualistas
neoliberales muy difundidas, hay una generación para la que aquello por
lo que luchábamos, el trabajo a jornada completa e indefinido, ya ni se
concibe como algo a conseguir, sino más bien cómo te las apañas con los
trabajos múltiples, precarios, sucesivos, etc.
Pero además de estas cuestiones profundas, si miras la France Insoumise,
de Mélenchon, no quiere un verdadero arraigo social, porque eso
significa que tiene que haber representaciones de tu arraigo social, y
una “dirección” que proceda o sea validada por ese arraigo. En ese caso,
la France Insoumise debería vivir con muchos polos de dirección cuya historia esté ligada a ese arraigo, y es algo que Mélenchon no quiere…
¿Mélenchon no es una alternativa? ¿Qué autocrítica hace, también, el Nouveau Parti Anticapitaliste, en el que usted milita, y que se encuentra tremendamente debilitado?
Antes de tirar la piedra a Mélenchon, debo tirarnos la piedra a
nosotros [el Nouveau Parti Anticapitaliste]. Si Mélenchon ha podido
ganar como ha ganado un gran espacio electoral y una representación
parlamentaria que no es tan amplia pero le permite tener un grupo,
es,primero porque nosotros hemos fracasado, y no hemos fracasado por su
culpa. Debemos reflexionar sobre nuestros propios fracasos y nuestros
éxitos. Estamos muy debilitados. Todas las organizaciones de extrema
izquierda lo están. La LCR [Ligue Communiste Révolutionnaire] ya no
existe. Se dice que está en el NPA, pero el NPA no es la continuidad de
la LCR, que ha desaparecido completamente. Y aquellos que han dejado el
NPA para construir otra cosa tampoco son la continuación de la LCR. La
LCR estaba ya minada en el interior cuando lanzamos el NPA, que no era
una mala idea, pero que no funcionó como pensábamos.
La France Insoumise ha ganado la apuesta en cierta medida en el plano del reagrupamiento político de la izquierda radical, primero porque nosotros fracasamos, y también porque sintieron el momento, como Macron.
La France Insoumise ha ganado la apuesta en cierta medida en el plano del reagrupamiento político de la izquierda radical, primero porque nosotros fracasamos, y también porque sintieron el momento, como Macron.
En las últimas movilizaciones, se ven dos posibilidades. La France Insoumise
puede ponerse al servicio de un agrupamiento que se ha expresado en las
manifestaciones recientes y en el que hay sindicalistas, formaciones de
extrema izquierda, asociaciones múltiples, que puede ser el marco en el
que lo político y lo social se encuentren, pero eso significaría que la
France Insoumise no impone su hegemonía.
En la manifestación del 5 de mayo, que fue convocada al margen de la France Insoumise por un colectivo de organizadores amplio; Mélenchon y la France Insoumise
llevaron un gran autobús de dos pisos que dominaba físicamente toda la
manifestación y en el que Mélenchon arengaba a las masas. La visibilidad
estaba completamente secuestrada por ese autobús.
Las fuerzas son débiles. Incluso el arraigo social de la France Insoumise
es débil. Hay un éxito electoral, pero ya conocemos esta historia, ya
la hemos visto antes. Es de nuevo un marco en el que hay una brecha
entre el éxito electoral y la realidad del arraigo social. En una
situación en la que las fuerzas organizadas en el sentido más amplio del
término, es decir, los que luchan permanentemente, sea cual sea la
forma, son muy variadas en Francia. En esta situación que no es buena,
con un conjunto de formas de lucha extremadamente diversificadas en
sectores múltiples y con concepciones múltiples (pienso que tenemos
mucho que aprender de Notre-Dame-des-Landes), hay que partir de que esta
diversidad extrema hace la vitalidad de las resistencias sociales y
políticas en Francia hoy.
Por otro lado, en el plano de la representación político-institucional, todo lo que no sea la France Insoumise
es casi invisible. Ésa es la gran cuestión que se le plantea a
Mélenchon: debe ayudar a reunir la diversidad y en ese momento la France Insoumise debe dejar a la diversidad de organizadores tener visibilidad, según una realidad que es muy diversa, pero entonces la France Insoumise
no debe ir con un autobús de dos pisos, y si lo hace se siente que
quiere hegemonizar en su propio provecho la participación de todos los
demás. Los demás son conscientes de que la France Insoumise es la fuerza político-electoral más capaz, no tiene contrincante en ese plano, pero no por ello van a aceptar ser borrados.
También entiendo el problema para Mélenchon: si participa y favorece
ese agrupamiento de la multiplicidad de las resistencias, de las formas
de lucha, de los modos de organización, quiere decir que deberá trabajar
cada vez más con la diversidad, y eso significa compromisos,
negociaciones, discusiones, y no que France Insoumise siga libre de hacer lo que quiera, como quiera, cuando quiera… Hay una elección que hacer.
Usted es especialista en Asia, y lleva en contacto con
diversos movimientos de lucha en el continente desde 1974. ¿Es posible
tejer luchas comunes frente a lógicas de competencias impuestas por la
deslocalización de empresas? ¿Qué podemos aprender de esas luchas?
De Asia y del Sur podemos aprender muchísimas cosas. Un ejemplo:
todo el trabajo de análisis de la deuda como medio de control político
que se ha hecho en relación a la utilización de la deuda en el Sur.
Cuando el FMI se interesó por nosotros, se mostró que todo el análisis
que se había hecho sobre la función de la política de la deuda en el Sur
era válida para Europa.
Otro ejemplo: en un país como Francia antes el paro era un período
entre dos empleos, pero el paro se extendió y se convirtió en permanente
para una serie de gente, y hay zonas enteras con una alta tasa de
desempleo, donde todo está precarizado. ¿Cómo organizar eso? En el
tercer mundo hay décadas de tradición de organización de los pobres
urbanos. Hay muchísimo que aprender de todo ese trabajo, porque aquí no
tenemos experiencia. Porque no existía en la sociedad antes, porque los
sindicatos, en Francia, por ejemplo, tienen mucha tradición de
intervención en la empresa, pero muy poco en el medio que rodea a la
empresa.
Pienso que no es sólo una cuestión de solidaridad de nosotros hacia
ellos, sino que también hay cada vez más combates comunes. Con el orden
neoliberal mundial las mismas políticas se aplican en el mundo entero.
Hay dos aspectos de la solidaridad: os ayudamos en vuestra lucha y
además llevamos una misma lucha. Y el espacio de “llevamos una misma
lucha” es ahora mucho más grande que antes porque estamos siendo
golpeados por las mismas políticas. Esto es una base que es muy
favorable a un nuevo internacionalismo, y que se ha sentido cuando se
ocuparon las plazas en todo el mundo.
Pero, desgraciadamente, con el fin de la dinámica de los foros
sociales mundiales, tenemos mucho que aprender… Estamos muy en retraso,
con la paradoja de que el Foro Social Europeo ha muerto cuando la crisis
europea estalló.
Y el problema también es que el movimiento sindical internacional no
está organizado. Sobre el tema de luchar cuando hay una deslocalización y
fragmentación de la cadena de producción sobre una serie de países, son
necesarias respuestas del mundo sindical. No hay un equivalente de La
Vía Campesina para las luchas obreras. Es un talón de Aquiles. Se han
hecho campañas importantes para la mejora de las condiciones de
seguridad de los trabajadores de Bangladesh del textil y el calzado,
pero es caso por caso, no es el movimiento sindical internacional el que
se organiza y responde.
Por último, uno de los temas cruciales hoy es el de los migrantes. Se
ha producido una explosión de los niveles de desesperación. Hubo un
período en el que un filipino migrado a Estados Unidos tenía un trabajo
muy duro, pero al final se convertía en ciudadano y construía una nueva
nación, y si migrabas a Alemania, había desgarros sociales, culturales,
etc., pero encontrabas un trabajo que estaba muy por encima del trabajo
que tenías en el país de origen. Y después se produjo el principio de la
emigración de desesperación, primero por la pobreza (la maestra
filipina que no puede vivir de su salario y que se convierte en
doméstica sin papeles en Italia), y luego con las guerras y la crisis
ecológica. Estamos en un mundo en el que la cuestión de la migración de
la desesperación, que es muy diferente de las migraciones anteriores, en
las que había esperanza, es un síntoma de en qué mundo vivimos hoy, es
uno de los ejemplos más aterradores de la naturaleza del mundo en el que
el neoliberalismo mundial nos ha hundido.
Fuente:Blog Pajaro Rojo
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