Economistas
ortodoxos dicen que su teoría y programa macroeconómico son los
correctos y que la crisis es por negligencia de políticos e
incomprensión de la sociedad. Uno de los responsables del descalabro es
Federico Sturzenegger, premiado por la Academia de Ciencias de Buenos
Aires.
Imagen: REP
El
pecado original del naufragio de la economía macrista fue consumado con
las medidas que la ortodoxia estaba pidiendo a gritos en los años de
los gobiernos de CFK: eliminar retenciones al complejo agroexportador,
aplicar tarifazos en gas, luz, agua y transporte; unificar y liberar el
mercado de cambio con una maxidevaluación (la paridad subió 70 por
ciento); bajar impuestos (cargas patronales, Ganancias y Bienes
Personales) y pagar a los fondos buitre. Esto no fue otra cosa que un
plan de ajuste con una fuerte redistribución regresiva del ingreso, que
en teoría iba a motivar al sector privado, local e internacional, a
invertir para gatillar un círculo virtuoso de crecimiento. Este no
existió y en ese recorrido no hubo gradualismo, como intenta confundir
la grey ortodoxa, sino un ajuste económico tradicional con resultados
previsibles. Ahora que nuevamente se revela el fiasco de esa estrategia
económica, los sacerdotes de esa secta pretenden desprenderse de sus
consecuencias desastrosas. Además se premian como si no hubieran tenido
nada que ver con otro fracaso de un plan macroeconómico ortodoxo. Ni
esperan un tiempo prudencial para hacerlo, sino que el reconocimiento lo
entregan en medio del naufragio: la Academia de Ciencias de Buenos
Aires designó académico de número a Federico Sturzenegger, el presidente
del Banco Central “Meta de inflación 2018: 10% (+ - 2)”.
Ortodoxia
Con la impunidad de la que gozan de hace décadas, al igual
que en otros programas neoliberales que desembocaron en graves crisis,
la culpa del derrape económico es transferida a los políticos que no
tuvieron la suficiente convicción para realizar un ajuste más fuerte.
Ellos, portadores del saber económico indiscutible, se muestran
inocentes de una política con resultados pésimos. Tienen la capacidad de
desplegar sin pudor la inversión del sentido; esto es, la
responsabilidad del fracaso de sus planes ortodoxos corresponde a otros,
ya sea políticos o una sociedad que no los entiende o no quiere hacer
los sacrificios necesarios para alcanzar el progreso.
En este caso, culpan al ala política del macrismo por modificar las
metas de inflación que eran incumplibles y por no haber detallado con
firmeza la pesada herencia del kirchnerismo. Quienes levantan este
último argumento muestran que no han escuchado el primer discurso de
Mauricio Macri inaugurando las sesiones en el Congreso ni han registrado
que el Gobierno elaboró un inmenso volumen titulado “El estado del
Estado” detallando área por área la situación en diciembre de 2015. En
una y otra acción de propaganda, el oficialismo se ha esforzado para
mostrar la carga que debe arrastrar del gobierno anterior. Y no hay día
en que la cadena nacional privada y pública no se ocupe del
kirchnerismo.
No fue por la herencia recibida ni por un gradualismo inexistente que
la economía macrista rueda en la pendiente. Lo hace exclusivamente por
la política económica que la ortodoxia, antes y ahora, ha postulado como
la única que se debe aplicar porque es “racional” y porque de ese modo
el país se “integrará al mundo” y recibirá el apoyo de “los capitales
privados”. Al igual que en otras experiencias similares, los resultados
son irrebatibles: desmoronamiento de la estructura económica, laboral y
social, a lo que se le suma el descalabro financiero.
Luego de alimentar una inmensa bicicleta financiera con las Lebac y
al cerrarse el grifo de dólares de Wall Street después de dos años de
inundar la plaza internacional con papeles de deuda argentina, el
Gobierno convocó de urgencia al FMI para ser rescatado. El ajuste
tradicional se convirtió entonces en ajustazo monetario y fiscal para
evitar el default. El objetivo primordial pasó a ser entonces el de
garantizar el pago de intereses y capital de la deuda con los dólares
del Fondo Monetario, al menos hasta el final del mandato de Macri.
Como lo indica la historia de estos ajustazos, los recortes del gasto
no serán suficientes y faltarán dólares para continuar pagando la
deuda. En esa instancia, se presentarán las propuestas conocidas que
promueve el FMI para conseguir recursos: privatizaciones, cierre de
empresas públicas y reforma del régimen jubilatorio. En el caso
argentino, se sumará la venta del Fondo de Garantía de Sustentabilidad
del sistema previsional.
Disparates
En diferentes momentos históricos, economistas ortodoxos que tuvieron
un papel relevante en el diseño y gestión de planes macroeconómicos que
terminaron en inflación elevada, endeudamiento externo asfixiante,
desempleo y pobreza creciente y retroceso industrial no fueron
castigados ni por la opinión pública ni por el establishment. Por el
contrario, el tránsito por el Ministerio de Economía o el Banco Central
les brindó credenciales adicionales para su reconocimiento. Regresaron
al mundo universitario público o privado con el pergamino de haber
tenido un cargo público; recibieron premios de organizaciones del mundo
empresario y académico; obtuvieron puestos muy bien remunerados en
instituciones internacionales; se convirtieron en opiniones calificadas
en grandes medios de comunicación tradicionales; o comenzaron o
retomaron la lucrativa tarea de consultoría.
En tres años de economía macrista ha habido varias medidas postuladas
por ese tipo de economistas que revelan un elevado grado de
incompetencia en el diagnóstico y posterior ejecución. No fueron sólo
pronósticos equivocados, como la prometida lluvia de inversiones que ni
fue garúa o la descortesía de un segundo semestre que nunca vino. Más
relevante fue impulsar medidas que provocaron costos inmensos para la
calidad de vida de la mayoría.
Uno de ellas estuvo basada en un estudio económico disparatado, que
expuso sus conclusiones públicamente el primer ministro de Economía de
Macri, Alfonso Prat-Gay. Decía que la devaluación, elevando la paridad
oficial a la que había en el mercado ilegal (blue), no iba a derivar en
aumentos de precios. Fue desmentido en forma fulminante por el shock
inflacionario posterior a la fuerte devaluación inaugural del gobierno
de la alianza Cambiemos.
Otro desvarío fue incubado en el Banco Central, que aseguraba que los
impactantes tarifazos no serían inflacionarios. Esta vez fue
Sturzenegger quien presentó la teoría que decía que la suba de las
tarifas derivaría en una baja de los precios porque los consumidores
debían destinar una porción mayor de su presupuesto a afrontar el gasto
de los servicios públicos y, por lo tanto, menos al resto de los
consumos. Aseguraba que como la demanda de esos bienes descendería, por
ejemplo la de los alimentos, los precios también bajarían. Javier
González Fraga, actual presidente del Banco Nación, fue uno de los
abanderados de ese disparate en el debate público. Como se sabe, las
tarifas impulsaron al alza los índices de inflación, y los alimentos son
uno de los rubros que más subieron.
Un dislate más sumó el Banco Central con las Lebac, que fue el germen
de la corrida cambiaria de este año, elevando en ciento por ciento la
paridad. El juego especulativo con las Lebac terminó cuando poderosos
bancos internacionales –empezando por el JP Morgan– dieron por concluida
la etapa del carry trade, conocida en criollo como bicicleta
financiera. El más audaz en la defensa de la Bomba Lebac fue el ex
vicepresidente del Banco Central Lucas Llach, quien afirmó que la
emisión de esa deuda de cortísimo plazo no era un problema porque la
contrapartida eran las reservas que se compraban. La magnitud de la
corrida y la posterior sacudida inflacionaria, ambas variables con
variaciones anuales más importantes desde el 2002, generadas por el
estallido de la burbuja de las Lebac, expusieron lo ridículo de la
teoría de Llach.
A la lista de desatinos se le suma el fomento de los créditos
hipotecarios UVA, trampa en la que cayeron unas 140 mil familias, con
cuotas y capital indexados por la inflación; el financiamiento de gastos
corrientes en pesos con deuda en dólares; la autorización de comprar
deuda en dólares con pesos, que recién a partir del próximo mes no podrá
hacerse; alimentar otra bomba especulativa con las Leliq; dolarizar las
tarifas de luz, gas y combustibles; disponer una apertura comercial en
un mundo cada vez más proteccionista; subir y bajar la tasa de interés
de referencia del BCRA una decena de veces.
Académico
En su discurso de aceptación del reconocimiento de la Academia de
Ciencias de Buenos Aires, Sturzengger, luego de autoelogiarse con ganas
por sus aportes teóricos acerca de regímenes cambiarios y del comercio
internacional y bienes intangibles (esto último lo llevó a elaborar una
medición alternativa de activos externos de Estados Unidos, y a la
diferencia con la oficial la denominó “materia oscura”), pasó a celebrar
su gestión al frente del Banco Central. Economistas ortodoxos tienen
una virtud extraordinaria: sus defectos los presentan como éxitos y no
se inhiben en defenderlos pese a que la empírica se empecina en
rebatirlos. Y cuando sucede el fracaso, el problema no es su mala teoría
y peor práctica, sino que la culpa es de “los políticos” o de
deficiencias en “la comunicación.
La Bomba Lebac tiene para Sturzenegger la siguiente explicación,
brindada ante la Academia de Ciencias: “Para generar un impacto muchas
veces de lo que se trata es de convencer y explicar y clarificar aquello
en lo que se trabaja. Quizás esa sea la lección más importante que
también me llevé de mi experiencia como presidente en el Banco Central.
Allí permanentemente de lo que se trataba era de cómo interpretar
aquello que estaba ocurriendo. Comprábamos reservas contra Lebacs, y el
problema era el crecimiento de las Lebacs, vendíamos reservas cancelando
Lebacs, y el problema era la caída de reservas. Claramente la
comunicación es un aspecto central de una gestión de políticas
públicas”.
Todos entendieron lo que significaban las Lebac; no fue un problema
de comunicación como esquiva cándidamente la responsabilidad
Sturzenegger por haber alimentado una inmensa bicicleta financiera.
Para él la economía crecía, la inflación retrocedía, el mercado de
cambios estaba normalizado, las Lebac no eran un problema, la tasa de
interés era estable y predecible, el gobierno de Macri era de
centro/centroderecha y se logró disociarlo de la imagen de un ajustador
crónico. Luego de estas sentencias, Sturzenegger se lamenta de que
“algunos de estos hechos resultaron difíciles de imponer en la
comunicación”. Esa descripción no forma parte del ensueño de un
académico de número, sino que la comunicación oficial no logró cambiar
la percepción de la realidad. Esta reacción de Sturzenegger es la prueba
más clara de cómo funciona el mundo de los economistas ortodoxos. La
culpa de sus fiascos siempre es ajena y ellos son los incomprendidos y
los portadores de la verdad que el resto no quiere reconocer.
Señaló a la conferencia de prensa del 28 de diciembre de 2017 como el
punto de inflexión en su gestión, que provocó el desbarranco cambiario
posterior, cargando la responsabilidad en el Poder Ejecutivo, cuando él
también participó de esa presentación que cambió las metas de inflación,
y continuó en el cargo de presidente del Banco Central hasta mediados
de junio, incluyendo su firma en el primer acuerdo con el FMI.
Sturzenegger cerró su discurso, como fanático de las películas de la
Guerra de las Galaxias, destacando un “momento genial de la primera… en
la que Obi Wan Kenobi le dice al joven Luke Skywalker: “Tus ojos pueden
engañarte, no confíes en ellos”. Al comienzo también había dicho: “Estoy
algo abrumado por el título honorífico que hoy se me otorga. No estoy
seguro de merecerlo”.
Falsa modestia que la ortodoxia festeja desentendiéndose de una nueva
crisis provocada por un plan económico con políticas con sello propio.
Fuente:Pagina/12
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