Imagen: Noticias Argentinas
Del
discurso del presidente Mauricio Macri esta mañana en Campo de Mayo se
desprenden, a primera vista, por lo menos dos grandes conclusiones: el
regreso de las Fuerzas Armadas a ejercer tareas represivas y el
alineamiento del país con la agenda de Estados Unidos en materia de
seguridad en el mundo. Dos cuestiones absolutamente coherentes con la
política nacional e internacional que viene desplegando la Alianza
Cambiemos desde que asumió el gobierno.
Para
hacerlo Macri sigue utilizando el mismo lenguaje con el que suele
adornar y encubrir sus verdaderas intenciones: “modernizar”, mirada
“estratégica”, “los desafíos del siglo XXI”; y usar siempre la
referencia a la “democracia”. Dicho esto como si la democracia fuese un
principio abstracto que se puede construir al margen de lo que el
Gobierno refuta a diario con decisiones que van en contra de los
derechos de los ciudadanos y ciudadanas que son sujeto de los derechos
que pretende defender.
Aunque todavía no se conocen en detalle los recursos legales que el
Gobierno utilizará para que las Fuerzas Armadas vuelvan a ocuparse de la
“seguridad interna” –deben reformarse varias leyes para darle legalidad
a la medida- es inocultable la intención de disponer de más efectivos
para la represión de la protesta de todo tipo. Y si no es mediante la
utilización directa de las Fuerzas Armadas con este fin, lo será porque
sus integrantes suplirán tareas de vigilancia en lugares (fronteras,
centrales atómicas, etc.) hoy controladas por Gendarmería y hasta por
distintas policías. Estos gendarmes y policías podrán dedicarse entonces
a la represión de la protesta que el gobierno avizora en un futuro no
demasiado lejano como consecuencia inevitable del ajuste brutal decidido
por el macrismo en acuerdo con el FMI.
La escasez y la pobreza de argumentos que suele utilizar el
Presidente son inversamente proporcionales a la brutalidad de los
anuncios. Que las Fuerzas Armadas regresen a la “seguridad interior”
constituye un enorme paso atrás respecto de la construcción que la
sociedad argentina viene realizando desde el restablecimiento de la
democracia. No hay, como dice Macri, “una deuda” que saldar con los
militares, porque las Fuerzas Armadas están al servicio de la democracia
y no para jugar el papel de restringirla de la manera que sea.
Y porque todo está relacionado, la mencionada “reforma del sistema de
seguridad nacional” cuando no hay una hipótesis de conflicto real no es
otra cosa que una nueva decisión de alineamiento de la Argentina con la
política de Estados Unidos en materia de seguridad internacional que
señala como enemigos “al terrorismo” y al “narcotráfico”. Ejemplos sobre
las consecuencias de esa política y de la actuación de Estados Unidos
como gendarme universal está el mundo lleno y también quedan a la vista
las dolorosas secuelas que ello trae para pueblos y naciones. Pero, para
mirar cerca, basta con observar la historia reciente de Colombia y sus
consecuencias.
Alimentar la idea del enemigo es una acción multipropósito: justifica
el apoyo a las Fuerzas Armadas, permite desviar fondos con ese fin,
busca sacar la mirada de los crecientes problemas internos y,
simultáneamente, hacer un guiño al gobierno norteamericano, uno de los
principales sostenes de la gestión de la Alianza Cambiemos.
En breve podremos observar que con la pretensión de “modernizar” la
Argentina comprará más armas a la industria militar internacional y en
consecuencia “tendrá” que capacitar a sus Fuerzas Armadas en el uso de
las mismas. No es difícil imaginar que Estados Unidos, generosa y
solidariamente, ofrecerá a sus propios expertos para enseñarles a los
nuestros como usarlas. No solo eso. ¿Quiénes conocen más de
“narcotráfico” y de “terrorismo” en el mundo? Los mismos. Para todos
estos propósitos, el Presidente quiere “poner en valor a la familia
militar”. Comenzó por recomponer los salarios castrenses por encima del
recorte con el que castiga a todos los empleados del Estado. Un
reconocimiento necesario para las nuevas tareas represivas que requiere
el modelo económico, político y social del macrismo. Una manera muy
particular de entender la democracia mientras avanza en medidas que
hacen detonar sus principios. Es una historia que los argentinos ya
conocemos y cuyas consecuencias padecimos. Pero no menos cierto es que
esa historia también sirvió para aprender y desarrollar capacidades a
partir de la valoración de lo que la vigencia de los derechos humanos
significan para la democracia. Porque, como bien lo ha señalado Adolfo
Pérez Esquivel, “un pueblo sin memoria está condenado a ser dominado”.
Fuente:Pagina/12
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