Desde Ciudad de México
Fue un día del color de México: el verde intenso y ensoñador de los
chiles poblanos. Punto de partida y término de una historia de casi un
siglo durante el cual un mismo partido, el PRI, gobernó a lo largo de 70
años ininterrumpidos. Sólo hubo una transición de desencantos entre el
2000 y 2012 (PAN) hasta que el PRI, con Enrique Peña Nieto, volvió a
gobernar hasta este domingo. Generaciones y generaciones de mexicanos
sólo conocieron a los descendientes del partido fundado en 1929 por el
ex presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928). Este domingo de
comunión entre familias y largas sobremesas abrió una grieta en la
historia mexicana. México asumió colectivamente el desafío de una contra
revolución democrática, pacífica, y moral. Manuel López Obrador, el
candidato de Morena que venció en los comicios, lo soñó. Su pueblo lo
plasmó, sin groserías, ni quema de banderas, ni menosprecios raciales
como lo hizo el emperador de la grosería política que es Donald Trump.
AMLO, un hombre que se forjó en el PRI, pasó a formar parte de la
izquierda en el partido PRD hasta que, en 2012, fundó su propio
movimiento, Morena, hizo realidad en las urnas lo que él llamó la cuarta
transformación de México después de la Independencia, la Reforma y la
Revolución. El vuelco ha sido enorme, a la altura de un país que encarna
como pocos el sueño de la emancipación americana y luchó y lucha por su
soberanía y su libertad ante el vecino norteamericano que desde el
siglo XIX lo lastima en su piel y su alma. Estados Unidos se estrenó
como imperio intervencionista con la primera expedición colonial de su
historia cuando, entre 1846 y 1848, invadió el territorio mexicano y
terminó creando La República de Texas, un territorio que antes
pertenecía al Estado mexicano.
Fue un domingo del color mexicano: verde como el dulce guacamole
donde no se notó que un hombre había ganado su apuesta en las urnas y
con ello destrozó la sagrada ópera política de un sistema tan criminal
como corrupto. AMLO, como también lo llaman a López Obrador, se esboza a
estas horas como el ganador de la elección más importante de la
historia de México: además del nuevo presidente, se eligió un nuevo
Jefe de Gobierno de la capital y 16 Intendentes de la Ciudad de México, 9
gobernadores, 1850 presidentes municipales en 24 estados y 927
diputados en 27 Congresos Estatales (En el Congreso hay 500 diputados y
128 senadores que podrá reelegirse).Su victoria tiene el sabor de la
burla retrospectiva de los estatutos originales del PRI. El dirigente
que derrotó al partido dinosáurico simboliza y sintetiza las intenciones
que figuraban en los primeros pasos del PRI en el siglo XX. “una
disciplina de sostén al orden legal” e “Instituciones y reforma social”.
Morena y la coalición Juntos haremos historia (Morena-Partido del
Trabajo-Encuentro Social) consiguió perforar el muro del santuario
protegido por el PRI y el PAN con una continua promesa de cambio, una
reforma social substancial y la restauración del “orden legal” a través
de la erradicación de la violencia y la corrupción. “Fue como el vuelo
lento del pájaro que va por otro nido”, dice Ramón Sánchez, un
coordinador de Morena en la Colonia Buenos Aires, un sector pobre de la
capital. Por esas zonas de pobreza y trabajo de sol a sol se veía a un
México aliviado, expectante todavía de las confirmaciones oficiales.
“Nunca pensé que llegaría este día. Creí que a AMLO lo iban a matar
antes”, dice Amalia, una de esas jóvenes de 23 años que constituyen la
avanzada del voto de Morena. En los barrios más ricos, Polanco o Lomas
de Chapultepec, los burgueses andaban con cara de susto. Un muchacho
rubio y joven preguntaba por las calles de Polanco donde quedaba la
casilla Pabellón para votar. Cuando le indicaron dijo: “qué horror, si
gana López Obrador me voy a Suecia”. Esa clase dominante que defendió
sus privilegios y su impunidad a punta de pistolas y sobornos tiene una
máscara de terror. Los otros sectores sociales oscilan entre el
entusiasmo, la felicidad que respiran los fines de ciclo y la
incertidumbre. López Obrador ha sido el adversario radical de ese modelo
de opresión que perduró durante décadas y décadas. Se izó como la
bandera de la anticorrupcción y el saneamiento profundo a partir de lo
que llamó “una Constitución moral”. Supo sumar a su batallón a la
izquierda y a los ultraconservadores evangelistas del Norte del país,
una pieza clave de cualquier victoria en México. Voló sobre su país como
un pájaro sabio mientras los otros gastaban su credibilidad
disparándole a sus muchas sombras. Entendió a México mientras sus
enemigos políticos de esta elección, Ricardo Anaya, PAN, y José Antonio
Meade, PRI, no se entendían ni a si mismos. El primero, un hombre de la
cuna de centro liberal, hizo arreglos con las izquierda del PRD y se
quedó sin su ala derecha. El segundo avanzó con el crepúsculo del PRI
sobre sus espaldas. El partido del presidente Peña Nieto pagó sus
incompetencias con la mayor desventura electoral en el ámbito
Legislativo y en los estados donde estaba en juego el cambio de
Gobernador. “No somos los triunfadores de este proceso”, admitió muy
temprano José Antonio Meade. En la capital, la candidata de Morena,
Claudia Sheinbaum, devastó al PRI y al PRD con diferencias que van de
los 20 a los 40 puntos.
En las presidenciales, las distancias son similares. Amlove (otro de
sus apodos) ya no es “la esperanza” sino el jefe. Los 20 puntos que les
sacó a sus rivales son la traducción inapelable de un país que gritó
basta. Y lo hizo con los colores y la modestia silenciosa de este país
donde se mezclan con una sabiduría inigualable todos los contrarios; el
picante del chile con lo agrio del limón, la untuosidad soberana del
chocolate con la ternura crocante del maíz. El nuevo modelo
latinoamericana nació en la frontera entre el imperio y nosotros. La
contra revolución democrática de México viene a iluminar en un
territorio devastado un modelo apenas naciente. “Una cosa es ganar, la
otra es gobernar”, aseguran los medios, afines o no. Ahora viene el
inquietante cómo. El heredero del nacionalismo revolucionario ocupará el
poder en un país donde la campaña electoral dio lugar a tantas alianzas
al revés (izquierda con liberales, Obrador con evangelistas, el PRI
fracturado entre la guardia vieja que optaba hacia la izquierda y su
candidato oficial, un liberal de derecha) que México se despertará con
las señales cambiadas. Sólo hay una certeza: la revolución del cambio
arrasó en todo el territorio. Tal vez Andrés Manuel López Obrador sea
para México lo que el ex presidente socialista francés François
Mitterrand fue para Francia cuando ganó las elecciones presidenciales en
1981 con un programa de 100 puntos que nunca cumplió verdaderamente.
Sin embargo, abrió el juego de una sociedad prisionera de una elite:
aparecieron decenas de radios nuevas, canales de televisión, diarios,
revistas y, con él, ascendió una nueva generación que modernizó a
Francia. Eso y la derrota de la corrupción y de un Estado cómplice con
el crimen organizado que siembra asesinatos de miles y miles de
inocentes sería ya un México en el paraíso. Ayer fue un domingo del
color y la sensibilidad de México: silencioso, profundo, secreto y
siempre de pie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario