No
solo quedó envuelto en la corrupción por las coimas en el Senado
repartidas para garantizar la precarización laboral. De la Rúa no quiso
liquidar la Convertibilidad ni avanzar en derechos humanos.
La represión de diciembre de 2001 dejó 39 muertos en todo el país.
Imagen: Télam
Imagen: Télam
Lo
llamaban Pocho, tenía 35 años y vivía en Rosario. Claudio Lepratti,
profesor vocacional de guitarra y militante social, estaba en la terraza
de la escuela en la que ayudaba como cocinero, en el barrio de Las
Flores. Un policía lo mató cuando una patrulla iba a reprimir un corte
de ruta y Pocho quiso frenarlos. “Bajen las armas, que aquí hay solo
pibes comiendo”: mezcla de himno y cumbia, León Gieco convirtió en
leyenda a Pocho cuando popularizó una canción de Luis Gurevich, “El
ángel de la bicicleta”. Lepratti fue uno de los muertos con los que Fernando de la Rúa se despidió del Gobierno, el 19 y 20 de diciembre de 2001 . Nada menos que 36 en todo el país a manos de las policías. Muchos, en la ciudad de Buenos Aires, murieron con disparos en el torso, como ejecutados de acuerdo con una orden.
A De la Rúa lo sobrevoló hasta la propia muerte, el 9 de julio de
2019, una caricatura sobre su gestión. La de un Presidente ineficaz,
moroso, sin reflejos y hasta medio dormido. Es probable que la
caricatura no sea del todo falsa. Colaboradores suyos cuentan que, en
medio de la crisis social, podía detener una reunión de gabinete y
pasarse media hora corrigiendo las comas de un decreto. Pero sus
decisiones no fueron inevitables ni carecieron de opciones. La matanza
del 19 y 20, por ejemplo, está ligada a un conflicto dentro de sus
colaboradores. Su amigo Nicolás Gallo lo alentaba no a matar sino a
imponer el orden, y la historia argentina sabe que el orden de los
débiles termina siempre en muerte. En cambio su canciller, Adalberto
Rodríguez Giavarini, le advirtió que la represión podría terminar en un
desastre. De la Rúa eligió sobreactuar el orden, como antes había
elegido instalar el estado de sitio y la suspensión de libertades
individuales como toda respuesta a la protesta de los sectores populares y las clases medias urbanas.
Igual que sus colaboradores, entre 1999 y 2001 gobernó enamorado
del Plan de Convertibilidad instaurado por Carlos Menem y Domingo
Cavallo en 1991 para frenar la inflación. Lula visitó Buenos Aires
en 1999 unos días antes de la asunción de De la Rúa. Acababa de perder
su tercera elección. La primera vez que dijo en público que el uno a uno
entre el peso y el dólar era una ficción, igual que en Brasil, recibió
un mensaje del gobierno electo. Le dijeron que por favor no mencionara
más ese tema. De la Rúa, su vice electo Carlos Chacho Alvarez y su
equipo económico designado, con José Luis Machinea a la cabeza, le
tenían terror a dejar la Convertibilidad y a chocar con una creencia
popular que suponían, acaso con razón, casi un dogma religioso: la
paridad no debía tocarse.
De la Rúa y la Alianza asumieron ya luego de varios coletazos.
La crisis del Tequila en 1994 y 1995. La crisis de Asia en 1997. La
crisis de Rusia en 1998. La devaluación brasileña de 1999. El modelo rígido del uno a uno no daba la flexibilidad suficiente y aun así lo adoptaron.
Ni siquiera lograron despegarse del halo de corrupción que envolvía a
Menem. El uso de fondos reservados de inteligencia para comprar
senadores propios y ajenos quedó estampado en la historia como “La Banelco”. Para peor, el objetivo fue torcer votos en favor de una reforma laboral flexibilizadora.
Ni regeneración moral, ni reactivación de la economía
ni desarrollo de los juicios de lesa humanidad. Nada. Al contrario. De
la Rúa reforzó el corralito de la impunidad hasta para los pedidos
extranjeros de extradición, notablemente los que venían de Baltasar
Garzón. Si se coló una medida para el lado de la Justicia de
jurisdicción universal fue por iniciativa de funcionarios o dirigentes
políticos como Leandro Despouy o Simón Lázara, que actuaron a pesar de
las directivas oficiales y casi en secreto.
Los dos años de mandato de De la Rúa representaron, además, un pico de poder de los servicios de inteligencia dentro del Estado.
El nivel de operaciones de acción psicológica, espionaje interno y
pinchaduras llegó a ser tan masivo que asombró a la CIA. “A ese muchacho
le gustan demasiado los aparatitos”, fue una de las frases de un agente
extranjero asombrado ante la hiperactividad de Darío Richarte, el
número dos de la Secretaría de Inteligencia detrás del banquero y amigo
presidencial Fernando de Santibañes.
El 14 de octubre de 2001, en elecciones legislativas, solo la mitad
de los votantes emitió sufragios positivos. El resto votó en blanco o
anuló su voto. En Santa Fe la suma de anulados y blancos para los
comicios de senador, del 42 por ciento, superó a la primera minoría, el
justicialismo, que sacó el 36 por ciento.
En los últimos años De la Rúa fue siempre generoso con Mauricio Macri
, un conservador como él que, sin embargo, aprendió del pasado. Desde
un primer momento buscó coptar sectores del peronismo o neutralizarlos y
procuró ampliar la base de sustentación del Gobierno. “No es un modelo
de ajuste porque acá se trata de recuperar la economía, el crecimiento,
ordenar las cosas y no se quiere despedir a nadie ni bajar los sueldos,
sino que se quiere generar empleo", elogió De la Rúa en 2017. El
Presidente se enteró del fallecimiento por una colaboradora de ambos,
Patricia Bullrich, en Trabajo con De la Rúa y en Seguridad con Macri.
Fuente:Pagina/12
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