Grassi
analiza cómo, con el gobierno de Macri, las políticas sociales pasaron
de un enfoque colectivo a otro individualista, aplicando el ideario
neoliberal sobre el rol del Estado y la noción de ciudadanía.
Imagen: Jorge Larrosa
El
Ministerio de Educación publicó en su página de Facebook la foto de un
chico de seis años, de la provincia de Misiones, que debía caminar tres
kilómetros y atravesar dos arroyos para ir a la escuela. El posteo,
fechado en agosto pasado, presentó la situación como ejemplar,
subrayando méritos del niño (“un pequeño héroe sin capa”) donde había
ausencia del Estado, incumplimientos del propio Gobierno. La antropóloga
social Estela Grassi recuerda aquel acto de honestidad brutal del
macrismo en el libro Tramas de la desigualdad, una investigación
que indaga sobre la producción sociopolítica de los conceptos de
autovalía y legítima dependencia, en tanto derecho a recibir la
protección del Estado. La investigación —realizada por dos equipos del
Instituto Gino Germani (UBA) y la Universidad de General Sarmiento,
dirigidos por Grassi y por la socióloga Susana Hintze— analiza de qué
modo operan la ideología neoliberal y sus argumentos sobre el
merecimiento, que atraviesan todas las políticas macristas vinculadas a
la protección social, desde los criterios jubilatorios a los planes de
empleo.
-¿Por qué parten de los conceptos de autovalía y dependencia? ¿Qué significan?
- Nos interesó subrayar que la autovalía, lo que socialmente se
entiende como “vivir del propio trabajo”, se da siempre en una
interdependencia; sin embargo, las condiciones que la hacen posible
pueden quedar invisibles para el propio sujeto. No se puede llegar a ser
autoválido sin las redes e instituciones que forman la trama sobre la
que se desenvuelve la vida de cada uno, pero pese a esto la autovalía
puede ser presentada como un puro “mérito individual”.
-¿Y lo que llaman "legítima dependencia" cómo se define?
- Lo fija la política social, que no es sólo el trámite de establecer
unos planes y programas, sino que define el sujeto al que se dirige.
Así, crea un sujeto social: dice quién es el que puede recibir y además
bajo qué condiciones.
- La ex presidenta Cristina Kirchner plantea que el gobierno de
Cambiemos terminó otorgando más planes sociales que su gestión. ¿Qué
vieron sobre las condiciones de acceso?
- Lo que vemos es que de una política que, mal que bien, interpelaba a
los beneficiarios de planes como trabajadores a los que el sistema
había dejado afuera, se pasó después de diciembre de 2015 a otra
política cuyo sujeto es un otro, al que se separa del conjunto social.
Un otro que debe cumplir las reglas de cada plan, aquello que cada plan
exige, es decir al que se impone cumplir con ciertas condiciones para
merecer.
-¿Qué efectos tiene ese enfoque?
- Sustituyó la idea de derecho y ciudadanía, que entiende al sujeto,
por su sola condición, como parte de la comunidad. Esto no anulaba las
desigualdades, desde ya, pero tendía a conformar pertenencia. En cambio,
hoy las políticas sociales son presentadas como una ayuda siempre
acompañada de alguna exigencia.
Bajo el argumento del merecimiento se legitimó el recorte de
derechos. Algunos de los casos citados en el libro son la creación de
una comisión nacional para revisar el otorgamiento de las pensiones por
discapacidad, que suspendió cerca de la mitad de sus beneficiarios (“Les
aseguro que las familias que merezcan y necesiten la pensión la van a
tener”, declaró en esos días la ministra Carolina Stanley) y las becas
del Plan Progresar, destinado a jóvenes que se anotaran para terminar
sus estudios (“Lo hacemos por vos, que cumplís”, fue el slogan lanzado
por Cambiemos en los años de mayor reducción de las becas). En los dos
casos, las quitas de estos ingresos fueron presentadas como resultado de
controles, para que “la ayuda” llegara “a los que verdaderamente
necesitan”.
En Tramas de la desigualdad, los investigadores plantean que
Cambiemos expresa un momento de desbloqueo de la sociedad neoliberal,
que es parte de una disputa “no sólo por acceder al gobierno, sino por
el sentido común social acerca de cómo y entre quienes vivir juntos y
qué debe hacer (o no) el Estado por la vida en común”. Es en este camino
que la orientación y el discurso de las políticas sociales pasaron de
lo colectivo a lo individual, y de presentarse como reparación de
injusticias sociales a autorresponsabilizar a quienes las reciben.
-¿En qué áreas encontraron este enfoque?
- En las jubilaciones hay un ejemplo claro. La moratoria previsional
(abierta en 2014) partía de reconocer que había habido empleadores que
no habían cumplido con hacer los aportes a los trabajadores, que tenían
derecho a jubilarse. O que había y sigue habiendo un sector de
trabajadores informales muy grande. El problema estaba puesto en el
sistema que no cumplía. En cambio, ahora se habla de “los que no
cumplieron con aportar” al sistema previsional para los que se creó la
PUAN (Pensión Universal para el Adulto Mayor). La PUAN es al revés que
la moratoria, pone la culpa en el que supuestamente no cumplió con
aportar. No son jubilados, son pensionados.
- De paso, les pagan un poco menos.
-Es menos que una jubilación. Y es una política que tiende a distinguir, a separar a “los que no cumplieron los requisitos”.
- Ustedes plantean que la pobreza ya no puede pensarse como la
consecuencia indeseada de un mal gobierno, sino que es un rasgo que
estructura nuestra sociedad, y que el capitalismo del siglo XXI no puede
generar pleno empleo. ¿Esto está siendo reconocido desde el campo de lo
político? No digamos por el macrismo, sino de manera más amplia.
-Es una cuestión difícil de aprehender para todos. Hay un
reconocimiento de que las condiciones de producción son diferentes… el
avance tecnológico hace que desaparezcan profesiones, que se pueda
producir lo mismo con mucha menos gente y, por lo tanto, la expectativa
del pleno empleo, que era la expectativa clásica, parece difícil de
asumir. El tema es qué se hace entonces, cuáles son las maneras para que
ciertas condiciones que deberían ser beneficiosas para todos no operen
al revés, dejando afuera a un montón de gente. En el período
kirchnerista hubo una tensión en ese sentido, porque se mantuvo la
expectativa del pleno empleo o por lo menos del crecimiento del empleo
clásico, pero en términos prácticos también se asumió la dificultad. La
creación de la AUH fue un modo de reconocerlo indirectamente, de
incorporar a la seguridad social a población que el mercado de trabajo
dejaba afuera, a través de la economía social, que también tuvo su
apoyo, mal que bien.
-¿Cuáles han sido los discursos de los organismos internacionales respecto de quiénes debían ser sujetos de la política social?
-En los '90 hubo una presencia muy fuerte del Banco Mundial y sus
programas de focalización, que trataban de elegir la población más
necesitada para "eficientizar el gasto". El discurso hablaba de asistir a
las "víctimas del ajuste", es decir que la idea era también ajustar,
eran políticas destinadas a acompañar el recorte de los gastos del
Estado. Hoy el FMI ha incorporado el pedido de que atiendan a los más
vulnerables. Es un discurso hipócrita, porque son políticas que
reproducen la pobreza. El neoliberalismo de los ‘90 generó condiciones
sociales de las que el país nunca se recuperó, aún en el mejor momento
del ciclo de la primera década de este siglo. La recuperación de una
sociedad es de largo plazo y requiere inversiones sociales enormes, que
no se hicieron.
La ausencia de lo colectivo
Tramas de la desigualdad. Las políticas y el bienestar en disputa,
publicado por Prometeo, analiza los modos en que, a lo largo del
período 2003-2017, se construyeron social y culturalmente la idea de
autovalía de las personas (contrapuesta a la dependencia) y la
legitimidad del derecho a contar con protecciones sociales. Los textos
reunidos por Grassi y Hintze examinan cómo entre 2003 y 2015 diferentes
cuestionamientos comenzaron a socavar la legitimidad de las políticas
sociales, a partir de “ideologías individualizantes y meritocráticas”;
esas mismas críticas se fueron instalando en el “sentido común” y luego
fueron recogidas por la oposición política que llegaría al poder en 2015
y presentadas “en términos de exceso y descontrol social y del gasto
del Estado”. Desde esa perspectiva, el libro recorre “los soportes
socioinstitucionales de la vida social”; las transformaciones del
trabajo y las políticas sociales; los cambios en la seguridad social
para adultos mayores, niños y adolescentes; el acceso a los servicios de
salud; y la inseguridad, entre otros. “Puede advertirse –señalan Grassi
y Hintze– el retraimiento de los derechos que corresponden a todos los
ciudadanos, junto con un vertiginoso deterioro económico del país, hay
que sumar a ello el deterioro político cultural que conlleva un discurso
político empobrecido y vacío de un sentido de lo colectivo y la
sociedad.”
Fuente:Pagina/12
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