martes, 2 de julio de 2019

Curiosidades históricas, globalización financiera y política cambiaria en la Argentina

Por Gustavo Perilli
El fin del “patrón oro” impulsó un ciclo de globalización financiera. (Foto: Especial)
El fin del “patrón oro” impulsó un ciclo de globalización financiera. (Foto: Especial)
Haciendo un repaso de ciertas etapas históricas, surgen hechos y personajes interesantes. Un ejemplo de ello es el político republicano estadounidense John Connally, a quien, si bien se lo recuerda como el gobernador de Texas entre 1962 y 1969, también se lo ubica en uno de los episodios (televisados) más dramáticos de la historia. El viernes 22 de noviembre de 1963 al mediodía, Connally viajaba en aquel Lincoln Continental descapotable negro justo adelante del presidente Kennedy en el momento exacto en el que, en la curva de la calle Elm de Dallas, Texas, ocurrió el magnicidio. En el cine, Oliver Stone lo hizo aún más famoso en su película JFK de 1991 cuando el fiscal Jim Garrison (Kevin Costner) describió la trayectoria de la bala que lesionó su pecho, muñeca y muslo y destrozó el cuello de Kennedy (la teoría de la bala mágica).
En el mundo de la economía Connally también dejó su huella. No lo hizo por haber escrito un paper imprescindible sino por protagonizar una etapa clave de la historia económica reciente (no televisada, obviamente) y lanzar una de las frases más memorables de la que se tenga recuerdo. Sin demasiados antecedentes en la materia, el ex presidente norteamericano Richard Nixon lo convocó para el cargo de secretario del Tesoro (ministro de Economía del país, en la jerga latinoamericana), función que desempeñó entre principios de 1971 y mediados de 1972. A los pocos meses de estar en ejercicio, el 15 de agosto de 1971, desde el lugar de privilegio que otra vez le concedió la historia, Connally formalizó el abandono definitivo del sistema monetario creado en la conferencia de las Naciones Unidas celebrada en 1944 en Bretton Woods, New Hampshire. Ese domingo por la noche, en un mensaje difundido desde la oficina oval de la Casa Blanca, Nixon señaló: "Acabo de ordenar al Secretario del Tesoro Connally que suspenda temporalmente la convertibilidad del dólar en oro". Desde ese momento, no sólo la economía de los Estados Unidos desmanteló definitivamente su esquema de tipo de cambio fijo (y patrón oro) y "saltó al vacío" al adoptar un incierto esquema de flotación, sino que inauguró la etapa más profunda del proceso de globalización financiera donde "la escala y los flujos financieros en el nuevo orden financiero internacional destruyeron las fronteras existentes entre los mercados de capital nacionales y el mercado financiero internacional" (Eatwell / Taylor, 2005). Sin demasiada conciencia por el devenir global y más atento a la estabilidad macroeconómica de su país, Connally coronó esos sucesos con una frase desafiante que nunca debería olvidarse: "El dólar es nuestra moneda pero el problema es de ustedes" (Eichengreen, 2000).
La suspensión del “patrón oro” significó desmantelar un esquema de tipo de cambio fijo por otro de flotación del dólar
Más allá de las aventuras de Connally, la globalización financiera estableció un desafío nunca antes visto para los regímenes cambiarios nacionales (especialmente el de los países con marcos institucionales endebles). El tipo de cambio fijo del esquema de Bretton Woods había funcionado en un mundo de limitados movimientos de capitales pero, cuando en los sesenta las febriles euforias financieras empezaron a ingresar en dinámicas escandalosas, el paradigma exigió un cambio que culminó aquel agosto de 1971. Durante esos meses, ninguna moneda estuvo a salvo. Ni el dólar, ni las divisas europeas estuvieron exentas de volatilidades: la teoría se probaba y reformulaba sobre la marcha.
Más traumáticas resultaron (y aún resultan) las experiencias de los países en vías de desarrollo. En el caso concreto de la Argentina, abundan los daños provocados por las abruptas restricciones externas. La experiencia reciente con un esquema cambiario fijo concluyó trágicamente. El cambio del ciclo financiero global vislumbrado a fines de la década del noventa, limitó el financiamiento del gasto interno devenido del atraso cambiario real. La economía ingresó en un sendero de recesión, el sistema financiero quedó al borde del colapso y se derrumbaron tanto la estructura productiva como el mundo del trabajo. Si bien se lograron éxitos memorables en materia de estabilidad cambiaria e inflacionaria en ese decenio, la irrestricta apertura comercial y financiera y la exposición de la plena actividad económica interna a la globalización financiera (inaugurada por Connally), condujeron a un endeudamiento externo de aproximadamente 1,6 veces el producto interno bruto (PIB) en 2002 y tasas records de desempleo (25% de la PEA) y pobreza (55% de la población total).
En el inicio del Siglo XXI se probaron "flotaciones sucias" (intervenciones del Banco Central en el mercado de cambios) con controles en agregados monetarios que dieron un respiro, en gran medida, gracias a la benevolencia de la macroeconomía global hasta que la inflación reapareció y los precios relativos se desestabilizaron. Este proceso culminó con inflación, deterioro cambiario y escasas reservas en el Banco Central y con inminentes necesidades de reformas. Por las lecciones de los noventas y las enseñanzas de los papers y manuales, en contextos de intensos oleajes de capitales financieros sin control (ingresos y egresos de inversiones de cartera), resultaba ilógico volver a la experiencia de la fijación cambiaria. Seguramente tampoco era el momento de perder "el miedo a flotar" en ese contexto de desequilibrio (especialmente por la atenta vigilancia del mercado). Lo cierto es que con numerosos focos distorsivos (reales y latentes en la estructura económica), el vertiginoso pasaje del esquema de "intervención sucia" al de "plena flotación" acompañado de aperturas comerciales y financieras, posiblemente, haya sido una combinación extremadamente expuesta a amenazas exógenas. Con toda la experiencia del subdesarrollo institucional, el salto completo a la órbita del mercado exigía mecanismos amortiguadores de volatilidades y desequilibrios.
En Argentina, una  irrestricta apertura comercial y financiera condujo al endeudamiento externo
Los resultados distaron de ser los previstos. Restando los desembolsos del FMI y otras inversiones financieras voluntarias, hoy el stock de reservas internacionales en las arcas del BCRA es comparable con el de hace cuatro años en un contexto en el que el tipo de cambio nominal se multiplicó por más de tres, la inflación se duplicó, la tasa de interés de política monetaria casi se triplicó, los indicadores de la oferta (la industria y la construcción, básicamente) y de demanda agregada (el consumo y la inversión, entre otros) se derrumbaron, el desempleo volvió a los dos dígitos y la pobreza quedó en uno de los niveles más elevados de la última década. Además, en esa sucesión de malas noticias y sucesivas fallas de coordinación micro / macro, el debate también quedó congelado en el tiempo. Hoy se discute sobre las metas monetarias y fiscales y la endeble estabilidad cambiaria, pero se naturaliza demasiado la extensión de la recesión, tratándosela como si fuera "un mal necesario".
Finalmente, resulta sumamente necesario hacerse al menos una pregunta crucial sobre las consecuencias de la etapa inaugurada por Connally. Concretamente, ¿cuál será el futuro del mercado de trabajo? Hasta el momento, el capitalismo y el liberalismo económico enseñan que el trabajador improductivo (por diferentes razones, entre ellas las causas naturales de la edad) tendrá que acostumbrarse al paro (el desempleo) y las limitaciones de ingreso y consumo. Esto no deja de parecer una anomalía porque el trabajo no es como cualquier otro bien o servicio sujeto a los vaivenes de la oferta y la demanda (en contraposición con lo que señala la teoría económica neoclásica). No alcanza con el discurso y la estética política. Deben contemplarse las limitaciones de los modelos al momento de replicar coyunturas en las que interactúan individuos sujetos a las típicas restricciones del paso del tiempo (por ejemplo). Los modelos inaugurados en los años de Connally, insertos en el regreso triunfante de la teoría económica neoclásica, requieren ser revisados y debatidos, no profundizados.
 
(*) Gustavo Perilli es Profesor de la Universidad de Buenos Aires
Fuente:Infobae

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