En
1973 José Ber Gelbard era una de las figuras más influyentes de la
Argentina. Empresario y ministro de Perón, la ex presidenta lo rescató
como un modelo. Aquí un relato escrito por la autora de su biografía, El
burgués maldito.
José
Ber Gelbard tenía 13 años cuando en abril de 1930 desembarcó con sus
padres en el puerto de Buenos Aires, corridos por los pogroms
antisemitas de Polonia. Se instalaron en las provincias desmesuradas y
pobres del norte argentino. Allí, un Gelbard autodidacta se transformó
en vendedor ambulante y comerciante: ser un cuentenik, como se llaman en
ydish los vendedores ambulantes, fue el origen de su fortuna familiar
en Tucumán y Catamarca.
Hacia 1946, con el advenimiento del peronismo, Gelbard comenzó a
reunirse con comerciantes del interior del país para formar una entidad
que los agrupara. Su natural antifascismo europeo lo vinculó a los
comunistas argentinos. Nunca dejaría de ser un afiliado al Partido
Comunista Argentino. Fue una condición clandestina, y en ese carácter
prestó sus servicios para el despliegue financiero y comercial potente
de la izquierda vernácula.
Hacia 1950, sin embargo, Gelbard logró trabajar con Juan Perón en lo
que parecía ser la construcción de una burguesía nativa vinculada al
mercado interno. Ese año, junto a otros pequeños y medianos comerciantes
y empresarios crearon la Confederación Argentina de la Producción, la
Industria y el Comercio (CAPIC), que “El Ruso” Gelbard presidió desde el
momento de su fundación. Desde 1951 también militó en las reuniones
preparatorias para la realización del Consejo Económico y Social que
puso en marcha Perón. Parecía una iniciativa simple. No lo era, en una
Argentina dominada por los grandes empresarios extranjeros, los grandes
propietarios de la tierra, las industrias y las finanzas. El ideario era
un desarrollo industrial autónomo, vinculado al mercado interno, con
potencia para comerciar sin barreras ideológicas y sobre la base de un
pacto entre trabajadores, empresarios y Estado que permitiera impulsar
el consumo y el bienestar de las mayorías: un gran Pacto Social que
pusiera sobre una red de acuerdos políticos el funcionamiento de la
economía.
La política y no el funcionamiento del mercado debía garantizar su
efectividad. Era una apuesta al mercado interno, a las industrias de
base para un desarrollo autónomo, a la promoción estatal y el control de
ese desarrollo estratégico, y a la integración de los intereses
sociales en él. El 21 de abril de 1949 Gelbard ya había logrado jurar
como ciudadano argentino. Hacia 1951, bregó por la integración de las
centrales empresarias –Capic, UIA y Confederación Económico Argentino
(CEA)– e integró la comisión unificadora propuesta por el peronismo. A
fines de ese año, encabezó la formación de tres confederaciones:
Confederación General de Industria (CGI); de Comercio (CGC) y de la
Producción (CGP). El 16 de agosto de 1953 se formó finalmente la CGE,
cuyo primer presidente fue el propio Gelbard, quien a su vez creó su
Instituto de Estudios Económicos y Financieros (IEEF). Buscaba la
formación moderna de empresarios y seguimiento y conocimiento de la
realidad nacional. Gelbard participó como representante de la central en
el Consejo Económico Social del peronismo. En 1955, poco antes del
golpe militar que intervendría la CGE, actuó como su jefe también en el
Primer Congreso de Organización y Relaciones del Trabajo, antecedente
inmediato del Congreso Nacional de la Productividad y el Bienestar
Social. Allí, como indiscutido líder empresario, Gelbard habló por
primera vez de su idea de Pacto Social: “La productividad no constituye,
en sí misma, un fin sino un medio para fomentar el progreso social,
consolidar el bienestar general, desarrollar la justicia social y
afianzar la independencia económica del país.” Peronismo puro.
El conspirador
El 16 de setiembre de 1955 Perón fue derrocado por un golpe
sangriento, antecedente del desembarco del Fondo Monetario Internacional
(FMI) y otros organismos harto conocidos luego de cada golpe militar
del siglo XX, deseosos de endeudar la Argentina. Muy pronto, el 30 de
diciembre de 1955, fue disuelta la CGE. Gelbard inició su tiempo de
conspirador nato. Durante la proscripción militó por recuperar la
entidad empresaria. Se dedicó a la actividad privada en asociación con
Manuel Madanes para el desarrollo de varias empresas, entre ellas la de
la Fábrica Argentina de Telas Engomadas (FATE), la Compañía Azucarera
Tucumana (CAT) y otras inversiones en minas y textiles. A partir de ese
momento, conspiró todo lo que pudo contra el régimen militar de la
Revolución Libertadora, mientras construía su fortuna como todos los
empresarios argentinos, dentro y fuera de la ley. En tanto, promovía
clandestinamente la unidad de las fuerzas empresarias, con la CGT
proscripta, y las distintas fuerzas políticas, entre ellas la UCR y el
PJ, los socialistas y otras fuerzas provinciales.
En 1962 Gelbard volvió a conducir la CGE. Ese período duraría hasta
1968. En ese lapso, la CGE ya tenía tres confederaciones, agrupaba a
veinte federaciones, 1200 cámaras empresarias y contaba con unos 500 mil
afiliados. Había logrado levantar el movimiento empresario de las
pequeñas y medianas empresas nacionales –vinculadas al mercado interno,
al bienestar de la sociedad y a un alto consumo– más importante del Cono
Sur. En 1970, la CGE que Gelbard dirigía no ya como presidente pero sí
desde su Instituto de Estudios Económicos, logró dar un salto vinculado a
la intensa participación de los trabajadores en la riqueza nacional. La
CGE crecía sin freno. Aumentó la cantidad de federaciones, las cámaras
asociadas llegaron a 120 y consiguió 800 mil afiliados. Para entonces,
Gelbard no era sólo un referente empresario. Además de quedarse junto
con Madanes con el monopolio de la producción de aluminio (en la empresa
Aluar), intervino en acontecimientos políticos decisivos como uno de
los más secretos y efectivos lobbyistas de la historia argentina
contemporánea. Al mismo tiempo fue el principal hacedor del pacto
Perón-Lanusse en 1972, uno de los genios financieros del comunismo
argentino, un buen amigo de montoneros y guerrilleros guevaristas y un
hombre de diálogo fluido con los líderes sindicales más importantes. A
ese bagaje hay que sumarle que ya era un hombre confiable para los
servicios secretos israelíes, para el departamento de Estado
norteamericano y para el Kremlin; un amigo de Fidel Castro y de Salvador
Allende; un protegido de los Kennedy y un opositor a Henry Kissinger y
Richard Nixon en los años de la Guerra Fría y del desembarco posterior
de la Doctrina de la Seguridad Nacional.
El ministro
En 1973 Perón propuso a Gelbard como ministro de Economía. Juró el 25
de mayo junto al gabinete del presidente Héctor J. Cámpora. A pedido
del líder, la idea era implementar el Pacto Social, unificar en una sola
las centrales empresarias, sobre todo la CGE y la UIA, para controlar
la extranjerización de la economía argentina y desarrollar más el
mercado de producción y consumos nacionales. El Pacto Social era un gran
pacto político entre el Estado, la CGT y la CGE. El crecimiento
seguía. En 1973 la CGE se transformó en el nucleamiento empresario más
importante del país con tres confederaciones, cincuenta federaciones,
dos mil cámaras asociadas y 1.300.000 afiliados. Y Gelbard fue el
ministro de Economía que llevó la participación de los trabajadores en
la riqueza nacional al 52 por ciento del PBI, la cifra más alta en la
historia del capitalismo en América Latina y en buena parte del mundo
occidental.
Como ministro implementó sus ideas básicas: un país productivo, un
mercado interno pujante, un compre nacional para los productos, la
apertura de nuevos mercados sin fronteras ideológicas, como el caso de
Cuba, la Unión Soviética y China, y un control y promoción del Estado en
el desarrollo de industrias estratégicas. Durante su gestión Gelbard
impulsó el desarrollo de la construcción de grandes usinas y represas,
como la de Salto Grande. Propició una reforma que hiciera más intensivo
el uso de la tierra y modificara la estructura rentística del agro y lo
industrializara, firmó acuerdos de promoción industrial para el
desarrollo de las provincias argentinas y acuerdos de cooperación con
distintos países del Mercosur e impulsó una reforma financiera acorde
con las necesidades de inversión. No incrementó la deuda externa y
favoreció el despliegue de la pequeña y mediana empresa a través de
acuerdos con una participación activa del Estado.
La discusión histórica sobre el Pacto Social sigue siendo intensa.
¿Ese paquete tropezó por variables económicas o políticas? En rigor
terminó trastabillando porque el 1ª de julio de 1974 murió Perón, su
garante, en medio de una espiral de violencia política que se haría cada
vez más vertiginosa. Gelbard renunció el 4 de octubre de 1974 a ser el
ministro de Isabel Perón. Ya era imposible conseguir la fusión de las
dos centrales, la UIA y la CGE.
El perseguido
Sin Perón ni Gelbard y con el peronismo sin liderazgo quedó el camino
despejado para José López Rega y, en 1975, su ministro Celestino
Rodrigo.
Gelbard debió exiliarse poco antes del golpe militar en 1976. En
junio, el Acta de Responsabilidad Institucional de la junta militar
comandada por Jorge Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti e impulsada
por el jefe de los nuevos dueños de la Argentina, José Alfredo Martínez
de Hoz y las grandes corporaciones agroexportadoras y financieras
nacionales y extranjeras, decretó la pérdida de derechos políticos, la
inhabilitación para ejercer cargos públicos, la prohibición de
administrar y disponer de sus bienes a María Estela Martínez de Perón y a
73 ex funcionarios del gobierno constitucional. Entre ellos, Gelbard,
que fue, además, privado de su ciudadanía por esa acta.
“Don Jose”, como lo llamaban quienes lo querían, se exilió en los
Estados Unidos. Su condición de apátrida le dolía más que cualquier
ofensa o persecución. Murió en Washington el 4 de octubre de 1977. La
dictadura de 1976 quiso condenar a Gelbard a una tumba sin patria en
California, EE.UU., donde fue enterrado. Buscó que fuera un NN como
otros miles de argentinos. La ley 23.059 de abril de 1984 del gobierno
de Raúl Alfonsín anuló el acta dictatorial y habilitó la devolución de
su ciudadanía y de sus bienes.
No fue el poder del dinero lo que transformó a Gelbard en un
protagonista singular y central de la política argentina, sino su
proyecto político y económico de llevar al poder a la burguesía
nacional, industrialista e independentista. Los militares y civiles que
asaltaron el poder en 1976 no lo persiguieron por ser corrupto o evasor
sino como a un enemigo político.
Político también fue el recuerdo de Gelbard por parte de Cristina
Fernández de Kirchner, el jueves 9 de mayo de 2019 en la Feria del
Libro, al presentar su libro Sinceramente. Otra vez apareció la idea de
un pacto político con lineamentos económicos para salir de la crisis.
Fuente:Pagina/12
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