La
noticia fue de poca o nula atracción hasta que, desde el viernes a la
tarde, comenzó a encabezar portales, diarios, sumarios de radio y
noticieros.
De allí a que despierte interés masivo hay gran distancia, porque en
medio de una situación económica dramática no suena lógico prestarle ojo
a estratagemas de palacio. Pero es un tema que deja buena miga para
deshacer, desde varios aspectos.
La historieta tuvo inicio cuando el Gobierno propagó, a través de sus
parlantes en Clarín y La Nación, que negocia con Massa, Urtubey y
Pichetto un acuerdo de diez puntos. Se pretende asegurar estabilidad en
un año de elecciones, dijeron los voceros.
La recorrida por el decálogo, como fue señalado incluso desde esas
fuentes oficiales, hace saltar a simple vista que pluma e intenciones
son enteramente cambiemitas. Sólo Pichetto confirmó la existencia de
conversaciones por lo “atendibles” que le parecen las propuestas.
Al rionegrino puede no restársele méritos de rosquero comandante en
su labor senatorial, pero a esta altura es ridícula la consideración
periodística y política que tiene si no fuera porque sirve, en vano, al
juego del peronismo “racional” versus el kirchnerismo totalitario.
Carece de votos y de toda proyección, perdió sistemáticamente en su
provincia, a su lanzamiento presidencial asistieron unas cien personas,
las franjas medias progres lo detestan por sus posturas cavernícolas,
las afines al Gobierno lo gorilean por ser portador del virus peronio y
los sectores populares no lo registran.
Pichetto obtiene el rango de ser una de las más destacadas ficciones
políticas argentinas, pero lo importante no es esa anécdota sino que,
como tal, expresa la pobreza del arco aliancista al que Casa Rosada
puede recurrir.
Lo mismo sucede con la obscenidad de esos diez puntos promovidos desde las usinas gubernamentales.
Por fuera de dos generalidades poéticas (estadísticas transparentes y
consolidar el sistema federal), son un compendio para avalar el
programa de ajuste, la fuga de capitales y las reformas exigidas por el
FMI. Como escribió Luis Bruschtein, el sábado: una síntesis del programa
que hundió al país en estos tres años y medio de gobierno macrista.
Se plantea en consecuencia mantener el equilibrio fiscal, un Banco
Central “independiente” (salvo del Fondo Monetario), integrarse al
mundo, consolidar la seguridad jurídica, cambios en la legislación
laboral y un sistema previsional sostenible, cumplir las obligaciones
con los acreedores y, en caso de satisfacer tales delicias, bajar los
impuestos en Nación, provincias y municipios.
Podría ser asombroso que no se hayan preocupado por ser menos obvios.
Lavagna rechazó el convite y contraofertó sus propios diez puntos, en
los que, aunque sea, se cita “producción” y “trabajo”. Massa advirtió
que su sector venía proponiendo algo distinto, incluyente de Cristina, y
Urtubey –otra ficción– no dijo mu. ¿Entonces?
Entonces sólo se trata de otra obviedad, consistente en exponer que
Cambiemos toma nota de la situación, convoca al diálogo, se lo rechazan
y, ergo, queda demostrada una oposición meramente oposicionista.
De hecho, tras la negativa de Lavagna, un Macri con imagen
renovadamente ajada sostuvo que le pide “generosidad” a la dirigencia
política. Luego, cerró su discurso con la promesa de “25 años de
crecimiento permanente” si no gana el kirchnerismo.
Sigue acabándoseles la imaginación porque es ¿increíble? que el
recurso mayor continúe siendo prometer banalidades de epopeya, como si
estuviéramos en la campaña de 2015. Apenas tuvieron el respaldo a la
convocatoria de Sociedad Rural, Bolsa de Comercio, bancos privados,
corporaciones nucleadas en la ínclita Asociación Empresaria Argentina.
Salieron a bailar con la hermana, en otras palabras.
El resultado electoral en Santa Fe, más las seis derrotas al hilo
previas, más la predecible de la semana próxima en Córdoba que podría
abarcar pérdida de la capital, más las que seguirán si no hay sorpresas
mayúsculas excluyendo las cambiemitas Corrientes y Jujuy, más el miedo a
Cristina, precipitaron esta movida de por qué no charlamo’ un ratito.
Descartado que Heidi pudiera ser movida a la fórmula presidencial por
las razones básicas de que ella no quiere, que tampoco tienen con quién
reemplazarla en la provincia y que además, o primero, sería una muestra
de debilidad probablemente terminal (tal vez posible si la economía
fuerza recursos desesperados), el Gobierno agota cartuchos.
Y hay algo más, de volumen enorme. La ecuación se invirtió. Si hasta
ayer nomás era que al macrismo le convenía polarizar contra Cristina,
ahora es que a Cristina le conviene Macri candidato.
Por eso el kirchnerismo se maneja con enorme prudencia. Sin
pretensiones de incendiar nada. Acelera reuniones no encubiertas con
varios de los referentes empresarios, locales y externos, fluctuantes
entre tomar nota del escenario electoral y huir del amigazo
políticamente inepto que ejerce de Presidente.
Un par o poco más de portavoces macristas se asieron del libro de CFK
para advertir que ella no renuncia al odio, como si la promoción de ese
sentimiento no fuese la prioridad del Gobierno. Pero, sobre todo, como
si el kirchnerismo no operase en dirección exactamente inversa a la que
ellos previenen.
La táctica K parte hoy de Cristina con unidad o el caos, lo cual es una jugada inteligente y veraz.
Mientras la cancha sea marcada por la política, desde un liderazgo
firme que deberá demostrar capacidad de conducción (liderar y conducir
no es la misma cosa, se recuerda por las dudas), ¿acaso alguien piensa
con seriedad que algún programa económico de emergencia, y luego de
reestructuración productiva, podría ser encarado prescindiendo de
dirigir entre los intereses de las grandes empresas?
¿Se pretende que la correlación de fuerzas no importa? ¿Qué se
imagina de un gobierno de Cristina con una considerable porción de la
sociedad en contra, con los grandes medios en contra, con una deuda
externa terrorífica, con el aparato productivo exhausto, con una escena
regional adversa? ¿Qué? ¿Que alcanza con ella sola? ¿Que basta con
“vamos a volver”? ¿Que no tiene que tejer alianzas cínicas? ¿Hablamos de
poder o de chiquilinadas?
Todo eso, si gana Cristina. Las encuestas marcan que es verosímil,
del mismo modo en que la cantidad de indecisos es impactante. Las dos
cosas son creíbles, se crea o no en las consultoras. Cuatro meses, en
Argentina, son una eternidad. Y los cambiemitas, a hoy, tendrían razón
cuando aseguran que las elecciones se definirán en sus días previos.
En otra hipótesis que la experiencia invita a no descartar, nunca, el
Fondo Monetario archivó todos sus libros y autorizó que el Gobierno
queme “reservas” –la plata del mismo FMI– para contener al dólar.
Manifiesta urgencia porque una crisis que se llevara puesto a Macri no
dejaría en pie a la dirección del organismo, que concentra aquí más del
60 por ciento de su clientela. El gobierno argentino agradece con su
sobreactuación cipaya en respaldo del intento de golpe en Venezuela.
Si el lance surte efecto y, por vía de tranquilidad cambiaria, la
inflación baja puntos o décimas a costa del combo entre reventar dólares
y tasas de interés delirantes, dirán que empezó a ganarse la batalla.
Hasta octubre o noviembre.
Después caerá todo el peso de las tarifas que ahora congelan, los
precios que ahora dicen morigerar y los pagos al FMI sin chistidos.
Lo indescriptible, que no improbable, es que pueda haber (mucha o
representativa) gente capaz de comprar lo que están avisándole en forma
oficial. Que todo es hasta octubre/noviembre y que al rato se vendrá el
nuevo mazazo ahora postergado.
A favor de los macristas, el que avisa no es traidor.
Fuente:Pagina/12
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