¿Qué sucedió en aquella mañana de agosto del 22, en El Palomar? Mosconi llegó a la base muy temprano. Se le apersonó el mayor Jorge Crespo, en ese entonces director de la Escuela de Aviación, y le comunicó que sus aviones no podían volar, porque la Wico, filial de la Standard Oil, que en esa época era la única que vendía nafta de aviación en el país, se negaba a proveerla si antes no se le pagaba, y al contado. Mosconi queda sorprendido. Le parece imposible que el país esté a merced de unos proveedores de nafta, de unos comerciantes de petróleo. Quiere aclarar su extrañeza, cerciorarse personalmente de lo que todavía no alcanza a comprender. Toma un auto y viene a Buenos Aires a entrevistarse con el gerente de la Wico.
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Ahí está delante de un gerente petulante envuelto en las volutas de humo de un descomunal habano. Le inquiere: “¿Es exacto que únicamente se entregará nafta contra pago al contado?”
“Sí, señor, así es la costumbre en nuestra compañía”.
El coronel Mosconi se levanta de su asiento. Le gustaría tratar duramente a aquel funcionario norteamericano, pero se contiene. Simplemente rechaza su impertinencia y se retira. Ya sabía lo suficiente. Ya sabía la dura y triste realidad. Ya sabía por sí mismo lo que quería.
Años después, nos cuenta el mismo Mosconi en sus memorias: “Allí, ese mismo día, en el mismo escritorio del gerente de aquella compañía, me propuse, juramentándome conmigo mismo, cooperar por todos los medios legales para romper los trusts”.
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