Por Mark Weisbrot *
La decisión del gobierno
argentino de renacionalizar YPF ha sido recibida con gritos de indignación,
amenazas, previsiones de rabia y ruina, y además algo de insultos groseros en
la prensa internacional. Hemos escuchado todo esto antes. Cuando el gobierno argentino
no pagó su deuda a fin de 2001, y entonces devaluó su moneda un par de semanas
más tarde, todo era negro y lleno de pesimismo en los medios de comunicación.
La devaluación provocaría inflación fuera de control; el país se enfrentaría a
una crisis de balanza de pagos por no ser capaz de conseguir préstamos y la
economía bajaría en espiral hacia una recesión más profunda. Nueve años
después, el PIB real de Argentina ha crecido aproximadamente 90 por ciento, el
crecimiento más rápido en el hemisferio. El empleo se encuentra en niveles
record y tanto la pobreza como la pobreza extrema se han reducido en dos
tercios. El gasto social, ajustado por la inflación, se ha casi triplicado.
Todo esto forma parte
probablemente de las razones por las que Cristina Kirchner fue reelegida en
octubre pasado en una victoria aplastante. Por supuesto, aquí en Estados Unidos
esta historia de éxito rara vez se cuenta, sobre todo porque involucró la
revocación de muchas de las fracasadas políticas neoliberales –respaldadas por
Washington y el Fondo Monetario Internacional– que llevaron al país a la ruina
durante su peor recesión, la de 1998-2002. Ahora el Gobierno está revocando
otra fracasada política neoliberal de la década del ’90: la privatización de su
industria de petróleo y gas.
Hay razones sólidas para
tomar este paso y es más probable que el Gobierno vaya a demostrar que está en
lo cierto una vez más. Repsol, la compañía petrolera española que actualmente
es dueña del 57 por ciento de YPF, no ha producido lo suficiente para
mantenerse al nivel del crecimiento rápido de la economía argentina. De 2004 a 2011, la producción
de petróleo disminuyó casi un 20 por ciento y el gas un 13 por ciento, con YPF
responsable por mucho de esta situación. Y las reservas probadas de la compañía
de petróleo y gas también han disminuido sustancialmente en los últimos años.
El retraso en la producción no es sólo un problema en términos de satisfacer
las necesidades de los consumidores y las empresas, también es un serio
problema macroeconómico.
El déficit en la
producción de petróleo y gas ha llevado a un aumento rápido en las
importaciones. En 2011 éstas se duplicaron con respecto al año anterior a 9400
millones de dólares, anulando una gran parte del superávit comercial de
Argentina. Una balanza comercial favorable ha sido muy importante para el país
desde su default en 2001. Debido a que el Gobierno está en su mayoría excluido
de los préstamos de los mercados financieros internacionales, debe tener
cuidado de contar con las divisas suficientes para evitar una crisis de balanza
de pagos. Esta es otra razón por la que ya no puede correr el riesgo de dejar
la producción y gestión de energía para el sector privado.
¿Por qué la indignación
contra la decisión de Argentina de tomar –a través de una compra forzada– una
participación de control en la que por la mayor parte de la historia de la
empresa fue la compañía petrolera nacional? México nacionalizó su petróleo en
1938 y –al igual que una serie de países de la OPEP– aún no permite la
inversión extranjera en petróleo. La mayoría de los productores de petróleo y
gas en el mundo –desde Arabia Saudita a Noruega– tienen las empresas
estatizadas. Las privatizaciones de gas y petróleo en la década del ’90 fueron
una aberración, el neoliberalismo vuelto loco. Aun cuando Brasil privatizó
parte de las empresas estatales en la década del ’90, el gobierno mantuvo el
control mayoritario de Petrobras.
Mientras América latina
ha logrado su “segunda independencia” en la última década y media, el control
soberano sobre los recursos energéticos ha sido una parte importante de la
recuperación económica de la región. Bolivia renacionalizó su industria de
hidrocarburos en 2006 y los ingresos de los hidrocarburos aumentaron de menos
del 10 por ciento a más del 20 por ciento del PIB (la diferencia sería
alrededor de dos tercios de los ingresos actuales del gobierno de Estados
Unidos). Ecuador, bajo Rafael Correa, aumentó su control del petróleo y su
participación en la producción de las empresas privadas.
Argentina está poniéndose
al día con sus vecinos y el mundo y revocando los errores del pasado en esta
área. En cuanto a sus detractores, están en una posición débil para ponerse a
tirar piedras. Las agencias de calificación amenazan bajar la nota de
Argentina. ¿Debería alguien tomarlas en serio después de que dieron unas
calificaciones AAA a basura sin valor que estaba respaldada por hipotecas
durante la burbuja inmobiliaria y luego fingieron que el gobierno de Estados
Unidos podría realmente no pagar su deuda? Y en cuanto a las amenazas de la
Unión Europea y el gobierno derechista de España, ¿qué han hecho bien
últimamente, con Europa atrapada en su segunda recesión en tres años, casi a la
mitad de una década perdida y con un desempleo del 24 por ciento en España?
Es interesante que
Argentina haya tenido un notable éxito económico en los últimos nueve años,
mientras recibe muy poca inversión extranjera directa y es en su mayor parte
rechazada por los mercados financieros internacionales. Según la mayoría de la
prensa de negocios, éstos son los dos grupos más importantes que cualquier
gobierno debe complacer. Sin embargo, el gobierno argentino ha tenido otras
prioridades. Tal vez ésa sea otra razón por la cual Argentina recibe tanta
lluvia de críticas.
* Codirector del Center
for Economic and Policy Research, en Washington.
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