Estados sólidos que
cohesionen autonomías y descentralizaciones deberían ser las banderas de las
nuevas izquierdas latinoamericanas. La construcción de distintas polaridades
territoriales es una forma adecuada para equilibrar las profundas asimetrías
regionales, urbano-rurales y contener el rumbo unidireccional de una
globalización del capital que no para de concentrar poder. En la práctica, de
esa visión uniformizadora y central siempre fue excluido el reconocimiento de
lo local (las comunidades, la multiculturalidad), a pesar de que su discurso
decía reconocerlas.
Hay que pensar el
territorio desde las regiones y las regiones desde sus territorios. El
territorio nacional, desde el territorio local. El de las comunidades, bien
asentadas en sus hábitat, se entiende.
Han transcurrido cinco
años desde que la sociedad ecuatoriana, de manera democrática, decidió apostar
por un proyecto político que transformara, en forma radical, la distribución
inequitativa del poder en los ámbitos nacional y territorial. El neoliberalismo
(que imperó antes del gobierno del presidente Rafael Correa) y sus políticas
–flexibilización laboral, privatización, apertura indiscriminada, etc.– fueron
un fracaso. Se puede decir que, en el Ecuador, se aplicó un neoliberalismo
“subdesarrollado”, a la usanza “criolla”, es decir, dirigido por unas elites
económicas rentistas que esquilmaron al Estado, aunque, por suerte y por
oposición popular, no lograron consumar las extremas acciones que ejecutaron
México, Argentina o Chile.
El Ecuador del 2006
demandaba acciones revolucionarias para recuperar lo público y devolver a la
ciudadanía la confianza en el Estado y sus instituciones, debilitadas ya por
una agresiva retórica antipolítica y por una serie de aplicaciones concretas
que afianzaron el neoliberalismo. El nuevo proyecto político, el de la
Revolución Ciudadana, recuperó la capacidad de planificación, regulación y
distribución del Estado. Buscó un Estado con autonomía, en forma integral, ante
todo, frente a los grupos de poder tradicionales.
La idea de construir un
Estado regional autonómico ha buscado superar la histórica y aberrante
inequidad territorial que ha vivido el país. Para ello, hay procesos clave como
la desconcentración (delegar a las instancias territoriales las funciones y
atribuciones que están concentradas en los centros tradicionales de poder) y la
descentralización (transferir a los gobiernos autónomos descentralizados las
competencias que ejerce el gobierno central). Esto se traduce en una metáfora
fuerte: “El Estado a tu lado”, es decir, un Estado ciudadano.
La descentralización
debe ser vista como un proceso democrático y político, y no tecnocrático (con
dibujitos y organigramas intrincados). Y demanda, por cierto, fuertes recursos
económicos. En el modelo anterior, me refiero al neoliberal, todas las
competencias del gobierno central podían “descentralizarse”, con excepción de
las que, en forma regular, se autodenominaban intransferibles. Entonces, la
negociación fue de “uno a uno”. Dependía de la voluntad de las elites políticas
y económicas, que las asumían y ejercían “a la carta”. Más aún: dependía de
quien más gritara. El corolario lógico: prácticas excluyentes y clientelares,
que no consideraban la integralidad del país.
La Constitución de 2008,
aprobada por mayoría popular, dio un vuelco al modelo anterior y entendió al
Estado como un todo, pero también compuesto por los gobiernos autónomos
descentralizados con autonomía política, administrativa y financiera. Un Estado
que se organiza en forma de república y se gobierna de forma descentralizada.
La nueva Constitución propone un Estado plurinacional e intercultural, un nuevo
régimen de desarrollo en el cual se reconocen los derechos colectivos y, de
modo especial, lo que llamamos: los derechos de la Naturaleza.
El Estado nacional debe
seguir construyéndose, es el espacio de lo público, es el único muro de
contención que podemos poner para evitar el avasallamiento de la gente local
frente a las transnacionales; la única opción para construir una matriz
institucional que defina una pauta de acumulación relativamente propia, y la
única posibilidad de que desacelere el agotamiento de la Naturaleza.
*
Secretario nacional de Planificación y Desarrollo de la República del Ecuador.
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