Por Mario Wainfeld
Los
datos tienen su encanto. Se pronunciaron por la aprobación en general de
la ley senadores de las tres fuerzas más votadas en la elección
presidencial de 2011. El Frente para la Victoria (FpV), el Frente Amplio
Progresista (FAP) y el radicalismo reforzado congregaron alrededor del
82 por ciento de los sufragios válidos, alrededor de 18 millones de
argentinos. Tamaña representatividad tuvo correlato en la Cámara alta,
donde se concretó una goleada histórica, acorde con la jornada: 63 votos
a favor, 3 en contra, 4 abstenciones.
El oficialismo apostó fuerte, quemó las naves. Un sector
predominante de la oposición (palabra que, por lo visto, no se escribe
más con “A”) acompañó la movida. No los arredraron ni convencieron los
medios dominantes, la vociferación de los diarios financieros “del
mundo”, la exaltación del gobierno de derechas español.
El debate fue fragoroso y muy prolongado. Legisladores más y menos
dotados de recursos oratorios quisieron quedar en actas. Un anhelo
lógico: no era una jornada más. Las discrepancias, fuera de lo
principal, fueron tonantes. Recorrieron la historia nacional, desde el
descubrimiento del petróleo hasta la etapa kirchnerista. Los compañeros
oficialistas reivindicaron la tradición nacional y popular tanto como la
capacidad de decisión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Los correligionarios radicales levantaron a Yrigoyen, fustigaron al
golpe cívico militar de 1930, exaltaron a los ex presidentes Raúl
Alfonsín y Arturo Illia. Los kirchneristas subrayaron la coherencia de
la expropiación con otros cambios institucionales sucedidos desde 2003.
Los opositores hincaron el diente en la gestión energética del
oficialismo, en las deficiencias de los últimos años, en el error que
significó apoyar la entrada del grupo Petersen-Eskenazi a Repsol YPF.
No abundaron piezas oratorias inolvidables, pero sí hubo polémica,
llena de “puntas” para lo que está por venir. Hay razones válidas desde
ambos lados, aunque lo que prima en el balance es la decisión política,
el regreso del Estado a una actividad que jamás debió abandonar. O
desamparar, para ser más enfático y preciso.
Dos comunes denominadores deja la sesión maratónica. El primero y
mayor: un aval formidable de los integrantes más representativos del
sistema democrático a la renacionalización (o a su primer paso,
seguramente). El segundo es la advertencia de que en la cancha se verán
los pingos, que la movida cobrará volumen si la gestión está a la altura
del desafío asumido. Los oficialistas dan por sentado que así será, los
opositores subrayaron dudas y hasta sospechas. Como sea, todos se
tiraron a la pileta, con sentido nacional y reparador. Ojalá que,
andando el tiempo, se corrobore que hay agua (o petróleo) abajo.
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La soledad de la derecha: Repsol publicó
solicitadas de una página en medios afines a su prédica, ciertamente no
en Página/12. No es su primer aporte publicitario en esos espacios, fue
un gran anunciante y sponsor. ¿Sonará alguna vez la hora de analizar, en
la aldea dominante y concentrada, cuánto pesa la pauta privada en la
línea editorial? No es, hasta hoy, asunto que interese a empinados
cronistas o editorialistas. Eppur, los pesos o los euros algo muoven.
Quién le dice, estimulan voluntades o decepciones: como efecto colateral
de un cambio formidable, muchos protagonistas perderán interesantes
pitanzas, en el mundo periodístico o en sus arrabales. Tal el caso del
ex jefe de Gabinete Alberto Fernández. El hombre es, apenas y nada
menos, la punta de un iceberg que abarca ñoquis privados subsidiados,
suscripciones a newsletters que nadie lee (pero sí paga) y otras
variantes ingeniosas.
Digresión módica: defenderse, aun estando muy en offside como
Fernández, es derecho de cualquiera. Escudarse tras el recuerdo del ex
presidente Néstor Kirchner, que no puede desmentirlo, un recurso de baja
estofa. Sin contar que cuesta creer que en 2008 Kirchner se interesara
en el futuro laboral de “Alberto”, recién eyectado del Gabinete y
transformado ese mismo día en informante VIP de Clarín.
Volvamos de lo menor a lo sustantivo. Bate records la soledad de la
derecha política y mediática. Su cosecha es mezquina medida en
legitimidad republicana (contada en votos), en opinión pública
(calculada en encuestas). O hasta en el espíritu que ronda las tertulias
de café (calibrado por el ojímetro del cronista).
Atrás quedaron los años cercanos en que las corporaciones mediáticas
y sus plumas más reconocidas fungían de jefes de campaña de tantos
partidos opositores. Los resultados los defenestraron, tal como le pasa a
cualquier técnico de fútbol: el que cae al descenso debe dejar su lugar
a otro. Analistas de postín acusan de traidores y pataduras a quienes
hasta hace un ratito conducían: más les valdría mirarse en el espejo.
Fueron flautistas de Hamelin: la lógica de los poderes fácticos es muy
divergente con la democrática que, en buena hora, constriñe a los
dirigentes políticos.
Reconforta un Congreso en el que, sin desistir de chicanas más o
menos felices (hasta exigencias de pedidos de perdón por los senadores
boina blanca Gerardo Morales y Nito Artaza), los ejes predominantes
fueron la soberanía, el rol central del Estado, la rapacidad de las
corporaciones. El kirchnerismo, al fin y al cabo, desplazó las
coordenadas de la política argentina. ¿Buscarán partidos de larga
tradición un espacio en ese nuevo horizonte, recalculando el rumbo?
Habrá que ver, ojalá.
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Sesiones que se ven: Habrá quien añore
edades de oro del Parlamento. Las comparaciones entre eras distintas son
muy engañosas, entiende el cronista pensando no solo en
Distéfano-Pelé-Maradona-Messi. Merece acotarse que en ese pasado
embellecido eran muy contados los que veían u oían los debates, tal como
casi nadie veía a los cracks asiduamente antes de los ’70 u ’80. El
desarrollo de los medios audiovisuales alteró de modo sustancial la
cantidad y características de los ciudadanos espectadores.
Durante la presidencia de Alfonsín se transmitieron algunas
sesiones, muy contadas. Hoy día, las transmisiones son habituales.
Alguna (tal vez no la de ayer, a la que le faltaba como atractivo la
incertidumbre sobre el resultado) fueron pasión de multitudes. Los
ciudadanos, para empezar, reconocen las voces, muletillas y estilos de
sus representantes. Es uno de tantos pasitos democráticos que construyen
camino en casi treinta años y que queda muy, pero muy feo computar.
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A todo vapor: El presidente del bloque de
Diputados del FpV, Agustín Rossi, fatigó ayer el Senado. Lo urgía armar
trámites y papelería para que el proyecto aprobado entrara sin demoras a
su Cámara, a fin de tratarlo en plenario de comisiones hoy mismo y en
el recinto el jueves 3. Cuando el resultado está cantado, queda margen
para aplicar sintonía fina (o acelerador a fondo) a la labor
parlamentaria.
La Cámara baja es más pluripartidista y bullanguera que el Senado.
Habrá quienes se opongan con todo a la expropiación. Las huestes de PRO
afilan sus lanzas. Hagan juego: ¿mencionarán el vocablo “confiscación”
impuesto en el flamante manual de estilo de La Nación? El cronista tiene
su hipótesis, no la propaga para no incidir en los apostadores. De
cualquier forma, a la hora de encender el tablero, de nuevo será sideral
la diferencia.
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El Apocalipsis se demora: A diez días del
anuncio de la Presidenta, ya se desbarataron varias profecías
apocalípticas y se instalaron algunas certezas. “El mundo” no se
abalanzó sobre la Argentina, que cuenta con muy mayoritarios apoyos
regionales, con la interesada ambigüedad de Estados Unidos, con el
silencio astuto de China. El Gobierno aceitó contactos con Brasil, su
aliado estratégico. La retaliación española parece topar con límites
estrechos. El pretenso aislamiento kirchnerista no rige intramuros, el
Congreso empezó a demostrarlo ayer.
Las agorerías, siempre sirve hacer memoria, acompañaron también al
canje de la deuda externa o al desendeudamiento con el Fondo Monetario
Internacional. Son acciones fundacionales que no hundieron al país en el
mar, sino mayormente lo contrario.
Las reestatizaciones o cambios de paradigma en el Correo, en AySA,
en Aerolíneas, en el sistema de jubilaciones, también azuzaron
imaginerías catastróficas. Son hermanas mayores de la recuperación de la
soberanía energética: en promedio se las ve creciditas y rozagantes.
Como piso, todas funcionan mejor que en la esfera privada. En el caso de
la Anses hay mucho más. Solo para empezar: la mejora en la condición de
los jubilados, la ampliación de la (usted perdone) caja estatal y el
financiamiento de la Asignación Universal por Hijo.
Recuperar YPF es un derecho, ejercido legalmente. Una corrección
necesaria de desvaríos del pasado. Conseguir que mejore el
abastecimiento y se reduzcan los déficit energéticos y la balanza de
pagos, arduos objetivos a cumplir. Con las banderas no basta para
conseguir resultados prácticos, que son los que legitiman a los
gobiernos. Pero, cuando se las arría, nada deseable puede esperarse. Y
es menos interesante vivir la vida.
Fuente: Página/12
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