¿Qué
tienen en común las reformas educativas implementadas en países tan
diferentes como Chile, México y Perú con la que se intenta imponer en
Argentina? Que todas se originan en una misma oficina: el Banco Mundial.
Desde la concepción neoliberal, este organismo impone las reformas
educativas marcadas por la privatización y mercantilización de la
educación, en un contexto de culpabilización, estigmatización y
desvalorización del trabajo docente desde los sectores del poder.
La reforma educativa argentina que se expresa en el proyecto de Ley
denominado Plan Maestro (proyecto que en la actualidad sigue en estado
“borrador” y no se ha presentado oficialmente en el Parlamento) guarda
estrecha relación con el documento “Profesores excelentes. Cómo mejorar
el aprendizaje en América Latina y el Caribe” elaborado por economistas
del Banco Mundial en 2014. Este organismo impulsa para todos los países
de América latina una receta única basada en tres pasos: 1) pruebas
censales a los estudiantes con una divulgación de los resultados, bajo
el lema de transparencia; 2) pago de bonificaciones a las escuelas
basado en el progreso de los aprendizajes de los alumnos, bajo la lógica
del premio; y 3) evaluación individual y voluntaria a los docentes para
que rindan cuenta de su desempeño, acompañada de recompensas
financieras a aquellos que acepten ser evaluados y muestren buenos
desempeños.
La lógica que subyace al documento del Banco Mundial expresa un
pensamiento lineal y simplista que muestra una relación directa entre
enseñanza y aprendizaje, negando la existencia de múltiples factores que
actúan como condicionantes de esta relación. Se afirma que sólo se
precisan “profesores excelentes” para mejorar los aprendizajes, en tanto
el docente es el único responsable de la calidad de la educación que se
expresa a través de los resultados de “pruebas estandarizadas”.
Siguiendo con esta lógica reduccionista, se asocia a la educación con el
crecimiento económico y la competitividad y se afirma que, si bien
existe poca evidencia empírica que respalde estas reformas, en los
países que las aplicaron se observan resultados positivos. Además, se
plantean como “estrategias para reforzar la rendición de cuentas”, la
reducción o eliminación de “la estabilidad laboral docente, aumentar la
supervisión de parte de los directivos y empoderar a los clientes
(padres y estudiantes) para supervisar o evaluar a los profesores”.
También se menciona a los sindicatos como un posible factor de
resistencia docente, planteando que “con programas de voluntarios se
puede evitar la confrontación”. Como lo hizo en los 90 en nuestro país,
el Banco Mundial ofrece nuevamente “las recetas” que permitirán remediar
los problemas educativos. Estas recetas apelan a conceptos amplios como
“las mejores prácticas” o “las competencias para el siglo XXI”, y son
lo suficientemente ambiguas como para permitir su adaptación a las
agendas políticas locales.
Así, el discurso oficial, en apariencia neutral y basado en una serie
de generalidades que apelan al sentido común, ha logrado instalar en la
opinión pública el tema de la evaluación docente como la panacea de
todos los problemas del sistema educativo. En realidad, este discurso,
junto con la implementación de los operativos de evaluación Aprender y
Enseñar, forman parte de la estrategia del gobierno actual para
justificar los ajustes en educación, la reducción del presupuesto
educativo, y la precarización y flexibilización laboral de los docentes.
En palabras del Banco Mundial, “contar con datos duros sobre los
resultados del sistema educativo es una herramienta política clave. El
uso de estos datos por parte de los líderes políticos para justificar
las reformas ha sido un factor clave de todas las estrategias que han
tenido éxito hasta la fecha”.
* Docente e investigadora de la UNLA. Investigadora del Instituto de
Investigaciones Pedagógicas Marina Vilte, Ctera. Ex directora nacional
de Información y Evaluación de la Calidad Educativa.
Fuente:Pagina/12
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