La
ausencia de política es, aunque parezca lo contrario, una política. Si
el Estado se repliega, es decir, no legisla ni promueve un sector de la
cultura o la economía, quien define su funcionamiento y prioridades es
el mercado. Si algo es rentable se lo produce y comercializa, si no lo
es o lo es menos se reduce o discontinúa su producción. Esto es parte de
lo que sucede con los libros hoy en Argentina. Hay una decisión
política de dejar librada su producción y circulación a la pura lógica
mercantil. De esta (in)acción se desprende una concepción del libro que
lo reduce a una mercancía más menospreciando su dimensión cultural, su
rol como portador de ideas, valores e identidades. Qué se produce, dónde
circula y quiénes acceden, se circunscribe así, cada vez más, a las
obras, zonas y públicos que garantizan una rentabilidad elevada y
rápida. Lo que no entra en esa ecuación tiene menores posibilidades de
existir y difundirse.
Pero esto, que ya fue dicho en reiteradas oportunidades en estas y
otras páginas en los últimos años, resulta más evidente cuando la
demanda se contrae y todos los costos de producción aumentan. El informe
de la Cámara Argentina del Libro revela tres años de caída consecutiva
en la compra de libros, y los editores y libreros hablan de un fuerte
desplome en los últimos meses. La disminución en el número de novedades y
en el volumen de las tiradas, la creciente demora en las cadenas de
pagos, y el cierre de imprentas y librerías, principales canales de
venta de libros, son los temas dominantes de un sector que ya ha dejado
de hablar de crisis para hablar de lisa y llana supervivencia. Las
expectativas de los editores para 2019 no son buenas. Según el informe
de la CAL, un 76% dice que el sector estará peor o mucho peor el año que
viene.
Esta situación afecta, por supuesto, a las empresas y a las y los
miles de trabajadores que intervienen en el laborioso y nada evidente
proceso de convertir un texto en un libro. Del mismo modo que afecta a
las y los escritores, investigadores e intelectuales que hacen del libro
su principal modo de comunicación. Una sociedad con menos editoriales y
librerías es una sociedad con menos libros, y por lo tanto con menos
ideas, menos discusión, menos complejidad.
Si a inicios de 2016 nos preguntábamos cuál era la agenda pública
para desarrollar el sector editorial, para superar los distintos
problemas estructurales que acarreaba, ahora la pregunta es más simple y
urgente: ¿En qué momento, cuando se pase qué límite, el gobierno
decidirá emprender alguna política, de corto o largo plazo, que evite la
reducción y empobrecimiento de nuestro ecosistema del libro? Quizá para
que eso suceda primero sea necesario animarse a pensar al libro como
algo más que un mero bien mercantil.
* Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet.
Fuente:Pagina/12
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