Gustavo
Bulla analiza la propuesta de “ley corta de telecomunicaciones”
presentada por el oficialismo y las graves consecuencias que su
aprobación tendría para el derecho a la comunicación en el país.
El
presidente Mauricio Macri incumplió una vez más sus promesas públicas y
envió al Congreso de la Nación un proyecto de ley que modifica
parcialmente a las leyes de Servicios de Comunicación Audiovisual y
Argentina Digital. La promesa del Gobierno era la de enviar un proyecto
de “ley convergente” que reemplazara a ambas leyes, previo proceso
participativo. Sin embargo remitió al Senado de la Nación sin
deliberación pública previa un denominado proyecto de “ley corta de
telecomunicaciones” que agrava el panorama. La faena desregularizadora
de los servicios audiovisuales de pago –la crema del negocio– comenzada
con aquel pernicioso decreto N°267/15, hoy se corona con la eliminación
de límites legales para que no más de tres grandes jugadores del sector
brinden todos los servicios que permite la tecnología vigente.
Los beneficios esgrimidos son la competencia y las inversiones. No
obstante, en las tres décadas de desarrollo fuerte del cable en nuestro
país la competencia nunca tuvo lugar. Desde los inicios de los ‘90 el
sector ha funcionado de manera cartelizada pactando entre dos o tres
jugadores la distribución territorial, la oferta de servicios y las
tarifas. Protegiéndose del eventual ingreso de nuevos competidores a la
vez que abusando de los usuarios. La propia dinámica de crecimiento de
los grandes operadores nacionales se dio en base a la absorción de
pequeños y medianos cableros locales y no siempre con buenos modales.
Esa concentración de la propiedad se cobró la eliminación de un millar
de empresas.
Las inversiones que una reforma como ésta puede desatar son más que
relativas. El permiso ilimitado para que los jugadores gigantes utilicen
satélites para distribuir contenidos audiovisuales a todo el territorio
nacional les proporciona un gran ahorro en infraestructura terrestre.
Pero además, una de las modificaciones propuestas habilita la
utilización de la infraestructura instalada, incluida –y
fundamentalmente– la pública.
Lo que está demostrado es que cuando es el mercado el encargado de
introducir las TIC’s, inevitablemente lo hace de manera excluyente: los
sectores pudientes superponen todos los usos y consumos posibles, y los
que no tienen capacidad de pago participan marginalmente o no disfrutan
los beneficios de las innovaciones tecnológicas. Sólo el Estado
garantiza universalidad en el acceso o atenúa, al menos, las
desigualdades propias de la distribución de la riqueza.
Cierto es que esta reforma neoliberal apunta al transporte y
distribución de contenidos digitalizados más que a la producción, pero
traerá sin dudas consecuencias sobre los contenidos audiovisuales.
La proliferación del uso del satélite para cubrir todo el territorio
nacional barrerá más temprano que tarde con los cables locales y junto
con ellos con los valiosos contenidos que ellos producen. Me refiero al
canal de producción propia que la actual legislación obliga a sostener a
los licenciatarios de TV paga y que es a través del cual los
televidentes de miles de ciudades y pueblos de nuestro país se informan
sobre la actualidad local y provincial. Amén de la retahíla de puestos
de trabajo que se perderían, de esta manera también se estaría
extraviando todo vestigio de federalismo informativo de nuestro sistema
audiovisual. El eufemismo de “ley corta” utilizado por el Gobierno para
ocultar que se trata de una adecuación a medida de los grandes
jugadores, no obstante revela la mirada corta que la ideología
ceocrática tiene sobre la problemática comunicacional: sólo observa la
dimensión comercial, lo que se distribuye por los distintos vínculos
sean físicos o satelitales, al fin y al cabo –¿pensarán?– son mercancías
como cualquier otra.
El Presidente, cual Chance Gardiner, pareciera que sólo imagina
metáforas provenientes del mundo que lo lanzó a la popularidad. Es por
ello que debió denominar al proyecto de marras como “ley de las
Compensaciones”, en alusión a los árbitros de fútbol que administran el
reglamento de manera culposa por haber favorecido previamente a unos de
los bandos en pugna.
Demás está decir que el Grupo Clarín y su fusión con Telecom es la
causa de esta consecuencia, que de fluir en el Congreso, permitiría a
Telefónica –rebautizada Movistar y ¿absorbiendo a DirecTV?– y a Claro
–del magnate Carlos Slim– terminar de conformar un mercado concentrado
de las comunicaciones sin escapatoria para los usuarios argentinos. Por
eso no debió sorprender a nadie que el proyecto de ley se hiciera
público como una ofrenda de Macri a su conmilitón Mariano Rajoy durante
la reciente visita del Jefe de Estado Español.
* Profesor de Políticas de la Comunicación UBA / UNLZ.
Fuente:Pagina12
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