Jean-Marie Vincent
En el régimen capitalista, la civilización, la
libertad y la riqueza hacen pensar en un rico harto de comida que pudre
todo lo vivo y no deja vivir lo que es joven. Pero lo que es joven
crece y alcanza la cumbre pase lo que pase.
Lenin
Toda
revolución marca un cambio brusco en la vida de enormes masas
populares. En tanto que ese cambio no ha llegado a la madurez, ninguna
revolución verdadera puede producirse. Y, del mismo modo que cada cambio
en la vida de un hombre está para él lleno de enseñanzas, le hace vivir
y sentir cantidad de cosas, del mismo modo la revolución da al pueblo
entero, en poco tiempo, las lecciones más substanciales y más preciosas.
Durante
la revolución, millones y decenas de millones de hombres aprenden cada
semana más que en un año de vida ordinaria somnolente. Pues en un cambio
brusco que cambia la vida de todo un pueblo, se advierte con nitidez
particular los fines que perseguían las diferentes clases sociales, las
fuerzas de las que disponían y sus medios de acción.
Lenin
El
movimiento revolucionario de mayo-junio de 1968, piensen lo que piensen
aquellos que no quieren verlo sino como un paréntesis, no ha estallado
como un trueno en un cielo sereno. Muchos índices habían mostrado que
las cosas no iban tan bien en esta Francia burguesa tan contenta de sí
misma. La insatisfacción de los campesinos, la rebelión de los jóvenes
trabajadores, la crisis universitaria eran comentadas casi
cotidianamente por la gran prensa o la radio y la televisión. Por
supuesto la inquietud no reinaba entre nuestras clases dirigentes, y la
izquierda tradicional tenía sobre todo los ojos fijos en el objetivo
1972. Pero todos los observadores lúcidos sabían que el descontento,
como se dice púdicamente, no debía ser tomado a la ligera, aunque los
gobernantes pensaban hacerle frente con los medios habituales.
Queda
entonces por comprender por qué esos diversos descontentos han acabado
por constituir una mezcla explosiva en ese mes de mayo de 1968, es decir
han acumulado sus efectivos para poner en peligro el régimen gaullista.
Si no queremos resignarnos a una explicación circunstancial, hace falta
evidentemente remontarse a la evolución de las relaciones entre clases y
relaciones entre el poder y los dominados, lo que exige en particular
que captemos el papel y la acción del poder gaullista en ese contexto
social y político.
Hay una explicación seductora en su
simplicidad, que es preciso rechazar de inmediato: la que hace del
régimen gaullista la expresión directa de los monopolios o que, en otros
términos, identifica el poder económico de las grandes Concentraciones
capitalistas con el poder político. Esa explicación conduciría a
atribuir mecánicamente los acontecimientos de mayo a una degradación de
las condiciones de vida de las masas, ella misma debida a la "nocividad"
de los monopolios en el poder. Como ya lo ha notado Nicos Poulantzas en
su libro Poder político y clases sociales (Maspero, 1968), el carácter
falsamente radical de esa tesis que postula la fusión en un mecanismo
único de la actividad de los monopolios y de la actividad gubernamental,
puede ocultar el oportunismo más chato. En efecto, en esa óptica, basta
colocar fuera de las posibilidades de dañar a algunos monopolios (por
medio de algunas nacionalizaciones por ejemplo) para permitir el
establecimiento de una democracia verdadera. Todo el problema de las
relaciones de producción capitalista, de su anclaje en el contexto
social es así esquivado, y por vía de consecuencia, todo el problema de
las estructuras de clase de la sociedad actual. Además, esa tesis no
puede conducir más a una subestimación de la acción política y de las
relaciones de fuerza políticas entre las clases e impide comprender la
especificidad del régimen político establecido desde 1958 en tanto que
resultante de una constelación precisa de relaciones políticas y
económicas entre las diferentes capas de la sociedad, y de relaciones de
alianza y de oposiciones.
El régimen gaullista nació de la crisis
de la IV República. Puso fin a un equilibrio político-social demasiado
inestable, para instaurar otro, más sólido y más satisfactorio para la
clase dominante. En efecto, el bloque en el poder bajo la IV República,
fundado durante muy largo tiempo sobre una alianza de tipo tercera
fuerza en el nivel electoral, daba los signos de disolución bajo el
impacto de las crisis coloniales. Ya la primera guerra de Indochina no
había podido ser liquidada sino al precio de serios esguinces a las
reglas de formación habituales de las coaliciones gubernamentales: así
el gobierno Mendes-France había debido lanzar llamados a la opinión
pasando por sobre el Parlamento. La crisis de Argelia amplifica aun el
proceso iluminando la incapacidad del bloque en el poder de definir una
política coherente y de imponer a las capas que le estaban aliadas. El
Frente Republicano de 1955-1956 que no era prácticamente sino una
tentativa de rejuvenecimiento de la tercera fuerza, se revela tan
impotente, a la vez porque su base rea más restringida (oposición de los
poujadistas, del MRP, de los gaullistas), y porque las fuerzas que
estaban representadas no estaban prontas a asumir los riesgos de una
política de desentendimiento en Argelia. Recurriendo a la demagogia
nacionalista, es decir, haciendo aun más difícil la definición de
una política argelina adaptada a la situación, el gobierno Mollet no
hizo sino agravar esa impasse. Los partidos dominantes de la IV
República no podían sino hundirse un poco más en la parálisis a fin de
no chocar con su electorado desde hace largo tiempo habituado a
considerar que todos los problemas podían ser resuellos por vía de
negociaciones y compromisos entre líderes parlamentarios, sin que nada
de esencial cambiara en el equilibrio de fuerzas. Pero justamente bajo
la IV República agonizante, las crisis ministeriales no podían ya llenar
las mismas funciones que en otra época, es decir conciliar intereses
divergentes (¡no demasiado!) por nuevas dosificaciones ministeriales,
aun dando a las masas dominadas la impresión de que se estaba pronto a
tomar en cuenta su opinión. Frente a la gravedad del problema argelino,
las crisis ministeriales, a pesar de la permanencia de un ritual, no
dominaban ya nada y aparecían cada vez más como comedias que no
entretenían más a nadie. El arcaísmo de un sistema político fundado
sobre una opinión pública pequeño burguesa, la incapacidad de partidos
débilmente estructurados y ampliamente dominados por notabilidades
locales, las dificultades de selección del personal político dirigente a
partir de la concurrencia de organizaciones débilmente disciplinadas,
todo eso salía a luz en los primeros meses de 1958. Había que encontrar
un nuevo equilibrio político, aunque fuera para hacer frente a los
problemas económicos planteados por la guerra de Argelia en un contexto
de liberación de cambios.Seguir leyendo
Fuente:Sin Permiso
No hay comentarios:
Publicar un comentario