viernes, 18 de mayo de 2018

Francia: Para continuar Mayo del 68



Jean-Marie Vincent


En el régimen capitalista, la civilización, la libertad y la riqueza hacen pensar en un rico harto de comida que pudre todo lo vivo y no deja vivir lo que es joven. Pero lo que es joven crece y alcanza la cumbre pase lo que pase.
Lenin
Toda revolución marca un cambio brusco en la vida de enormes masas populares. En tanto que ese cambio no ha llegado a la madurez, ninguna revolución verdadera puede producirse. Y, del mismo modo que cada cambio en la vida de un hombre está para él lleno de enseñanzas, le hace vivir y sentir cantidad de cosas, del mismo modo la revolución da al pueblo entero, en poco tiempo, las lecciones más substanciales y más preciosas.
Durante la revolución, millones y decenas de millones de hombres aprenden cada semana más que en un año de vida ordinaria somnolente. Pues en un cambio brusco que cambia la vida de todo un pueblo, se advierte con nitidez particular los fines que perseguían las diferentes clases sociales, las fuerzas de las que disponían y sus medios de acción.
Lenin

El movimiento revolucionario de mayo-junio de 1968, piensen lo que piensen aquellos que no quieren verlo sino como un paréntesis, no ha estallado como un trueno en un cielo sereno. Muchos índices habían mostrado que las cosas no iban tan bien en esta Francia burguesa tan contenta de sí misma. La insatisfacción de los campesinos, la rebelión de los jóvenes trabajadores, la crisis universitaria eran comentadas casi cotidianamente por la gran prensa o la radio y la televisión. Por supuesto la inquietud no reinaba entre nuestras clases dirigentes, y la izquierda tradicional tenía sobre todo los ojos fijos en el objetivo 1972. Pero todos los observadores lúcidos sabían que el descontento, como se dice púdicamente, no debía ser tomado a la ligera, aunque los gobernantes pensaban hacerle frente con los medios habituales.
Queda entonces por comprender por qué esos diversos descontentos han acabado por constituir una mezcla explosiva en ese mes de mayo de 1968, es decir han acumulado sus efectivos para poner en peligro el régimen gaullista. Si no queremos resignarnos a una explicación circunstancial, hace falta evidentemente remontarse a la evolución de las relaciones entre clases y relaciones entre el poder y los dominados, lo que exige en particular que captemos el papel y la acción del poder gaullista en ese contexto social y político.
Hay una explicación seductora en su simplicidad, que es preciso rechazar de inmediato: la que hace del régimen gaullista la expresión directa de los monopolios o que, en otros términos, identifica el poder económico de las grandes Concentraciones capitalistas con el poder político. Esa explicación conduciría a atribuir mecánicamente los acontecimientos de mayo a una degradación de las condiciones de vida de las masas, ella misma debida a la "nocividad" de los monopolios en el poder. Como ya lo ha notado Nicos Poulantzas en su libro Poder político y clases sociales (Maspero, 1968), el carácter falsamente radical de esa tesis que postula la fusión en un mecanismo único de la actividad de los monopolios y de la actividad gubernamental, puede ocultar el oportunismo más chato. En efecto, en esa óptica, basta colocar fuera de las posibilidades de dañar a algunos monopolios (por medio de algunas nacionalizaciones por ejemplo) para permitir el establecimiento de una democracia verdadera. Todo el problema de las relaciones de producción capitalista, de su anclaje en el contexto social es así esquivado, y por vía de consecuencia, todo el problema de las estructuras de clase de la sociedad actual. Además, esa tesis no puede conducir más a una subestimación de la acción política y de las relaciones de fuerza políticas entre las clases e impide comprender la especificidad del régimen político establecido desde 1958 en tanto que resultante de una constelación precisa de relaciones políticas y económicas entre las diferentes capas de la sociedad, y de relaciones de alianza y de oposiciones.

El régimen gaullista nació de la crisis de la IV República. Puso fin a un equilibrio político-social demasiado inestable, para instaurar otro, más sólido y más satisfactorio para la clase dominante. En efecto, el bloque en el poder bajo la IV República, fundado durante muy largo tiempo sobre una alianza de tipo tercera fuerza en el nivel electoral, daba los signos de disolución bajo el impacto de las crisis coloniales. Ya la primera guerra de Indochina no había podido ser liquidada sino al precio de serios esguinces a las reglas de formación habituales de las coaliciones gubernamentales: así el gobierno Mendes-France había debido lanzar llamados a la opinión pasando por sobre el Parlamento. La crisis de Argelia amplifica aun el proceso iluminando la incapacidad del bloque en el poder de definir una política coherente y de imponer a las capas que le estaban aliadas. El Frente Republicano de 1955-1956 que no era prácticamente sino una tentativa de rejuvenecimiento de la tercera fuerza, se revela tan impotente, a la vez porque su base rea más restringida (oposición de los poujadistas, del MRP, de los gaullistas), y porque las fuerzas que estaban representadas no estaban prontas a asumir los riesgos de una política de desentendimiento en Argelia. Recurriendo a la demagogia nacionalista, es decir, haciendo aun más difícil la definición de una política argelina adaptada a la situación, el gobierno Mollet no hizo sino agravar esa impasse. Los partidos dominantes de la IV República no podían sino hundirse un poco más en la parálisis a fin de no chocar con su electorado desde hace largo tiempo habituado a considerar que todos los problemas podían ser resuellos por vía de negociaciones y compromisos entre líderes parlamentarios, sin que nada de esencial cambiara en el equilibrio de fuerzas. Pero justamente bajo la IV República agonizante, las crisis ministeriales no podían ya llenar las mismas funciones que en otra época, es decir conciliar intereses divergentes (¡no demasiado!) por nuevas dosificaciones ministeriales, aun dando a las masas dominadas la impresión de que se estaba pronto a tomar en cuenta su opinión. Frente a la gravedad del problema argelino, las crisis ministeriales, a pesar de la permanencia de un ritual, no dominaban ya nada y aparecían cada vez más como comedias que no entretenían más a nadie. El arcaísmo de un sistema político fundado sobre una opinión pública pequeño burguesa, la incapacidad de partidos débilmente estructurados y ampliamente dominados por notabilidades locales, las dificultades de selección del personal político dirigente a partir de la concurrencia de organizaciones débilmente disciplinadas, todo eso salía a luz en los primeros meses de 1958. Había que encontrar un nuevo equilibrio político, aunque fuera para hacer frente a los problemas económicos planteados por la guerra de Argelia en un contexto de liberación de cambios.Seguir leyendo

Fuente:Sin Permiso

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