“Como
me lo contaron, lo cuento, no me lo invento” dice el cuentacuentos
para empezar un cuento que es un invento para los chicos. “Como me lo
contaron lo cuento, no es un invento” dice el gobierno cuando explica la
inflación y los tarifazos a la sociedad de los adultos. Hay mil formas
de empezar un cuento como: “érase que se era”, que predispone, o el que
busca expectativa y ser creíble con “cuentan los que lo vieron, yo no
estaba, pero me lo dijeron”. Los cuentos para chicos son para pasarla
bien. Pero cuando el cuento se lo hacen a un tipo grande, no la pasa
bien. La posverdad empieza así: “como me lo contaron lo cuento, no es un
invento” y que viene de tres fuentes diferentes, y que lo dijo un primo
muy confiable que es amigo de la esposa del panadero del fulano, que te
muestro una cuenta dibujada o una foto que no dice nada. Y así, una
sociedad se sumerge en un gran cuento y se despierta en una pesadilla
ahogada por los tarifazos y la inflación.
La idea del cuento no es nueva. Hubo generaciones que compraban
buzones. El cuentacuentos, en realidad un cuentero, era un porteño
avivado que se lo vendía al inocente campesino. Otra fueron los terrenos
inundados. Y así se fueron inventando los cuentos del tío, pero del tío
Rico, como la copa de los ricos que crean riqueza y derrama sobre los
pobres. El ser de imaginación y maravilla de los cuentos de la infancia
transmutó en vendedor de buzones, famoso cuentero.
El cuentero, igual que el cuentacuentos, dice: “no me lo invento”. Y,
como los cuentos para chicos que se construyen con partes de ese mundo
de magias y superhéroes, el gran cuento del tío Rico para la sociedad de
los adultos se teje con parte de sus verdades más amargas: que nadie te
regala nada, que hay que sospechar del que promete mucho, que te lo
ganaste a pulso, que sos un ganador si hay muchos que están peor. Y
sobre esa urdimbre se borda lo principal del gran cuento que es donde
empieza a doler el bolsillo. El cuentero-lobo le cuenta a Caperucita y
le dice: “qué tarifas tan bajas tienes, Caperucita”.
Y resulta que se la quiere comer. Primero hubo cuatro años de
restauración de una economía destruida por el neoliberalismo de los
últimos años de Alfonsín, el menemismo y De la Rúa y tras esos cuatro
años hubo ocho años de medidas redistributivas en los doce años de
gobiernos kirchneristas. Y resulta que para las cuentas del
neoliberalismo, en esos años el PBI fue un desastre, y creció la
cantidad de pobres. El cuentero, ya con el oficio de periodista a sueldo
de grandes corporaciones, se multiplicó y todos repitieron esos números
“hasta el infinitoooo y máaaaas allá”, como en Toy Story. Gran parte de
la sociedad adulta se tragó ese cuento del Tío Rico y ahora tiene un
buzón hermoso con el doble de inflación y tarifas impagables.
Y algunos se resisten a reconocerlo y salir del cuento y repiten como
el lobo que la causa de los tarifazos es “tenías las tarifas muy bajas,
Caperucita”. Durante 2017, los dueños de Edenor y Edesur, Marcelo
Mindlin y Niky Caputo, ganaron más de 9 mil millones de pesos. Un millón
de pesos por hora. Uno es el principal amigo de Macri y el otro le
compró la constructora.
Hubo periodistas superstars que sospechosamente insistieron en el
argumento del lobo. Son los mismos que repitieron que la economía no
crecía desde 2011 y que el kirchnerismo dejó la tercera parte del país
en la pobreza y que el déficit era descomunal, un país en llamas al que
un príncipe de ojos azules venía a salvar. La intención de ese cuento es
que la gente crea que las políticas distributivas producen más pobreza.
Y que la única forma de repartir es sacándole a los que menos tienen.
Lo dijo María Elena Walsh: un mundo donde “nada el pájaro y vuela el
pez”.
Uno dice el cuento del Tío Rico, otros dicen “El arte del dibujo”,
como los economistas Sebastián Fernández y Mariano Kestelboim en el
artículo que publicaron en el suplemento Cash del domingo. Con una
comparación elemental demuestran la falsedad de las proyecciones del
Indec de Macri hacia el pasado reciente que pretenden negar que la
economía creció hasta que llegaron ellos, que hubo creación de empleo
hasta que llegaron ellos y que creció el consumo hasta que llegó
Cambiemos. Y por lo tanto, bajó la pobreza. Sencillísimo: comparan la
cifra que dibujó el Indec macrista para el período 2011–2015 sobre la
economía nacional, con la que dieron los principales centros urbanos en
esa época (la mayoría gobernados por la oposición al kirchnerismo) y hay
una diferencia de casi 20 puntos. La cifra del Indec es imposible. Es
lo más trucho y evidente.
El reino del revés, el mundo trucho con cifras tan evidentes fue
asumido. Hasta hubo kirchneristas que las tomaron para no quedar afuera
de lo establecido. El influjo inmanente que transmitía la melodía del
flautista de Hamelin afectó incluso a muchos que pensaban lo contrario.
La realidad virtual se ajusta también para los que no quieren quedar
afuera del consenso establecido, por más estúpido que sea.
La más vulnerable a los cuentos del tío ha sido siempre la clase
media o la población de ingresos medios ya sea cuentapropista o
trabajador con relación de dependencia. Porque la clase alta es la que
hace el cuento y porque los más humildes están más avivados porque ya
perdieron. En cambio esa gente sigue creyendo y se ahoga en su
desesperación pero no quiere reconocer que fue engañada miserablemente.
Se aferra a la fantasía, quiere creer ciegamente que se trata del
esfuerzo necesario y que va a estar mejor en el futuro.
Los tarifazos son astillas de realidad que penetran la Matrix
macrista duránbarbista. Esos sectores medios están golpeados y todavía
pueden negarlo porque tienen margen de aguante. Pero a los más pobres o
los que vivían con lo justo, que en su mayoría no creyeron el cuento del
lobo, el tarifazo les pegó en el corazón. La Matrix los expulsa del
sueño y el Conurbano empieza a convertirse en una caldera de presión.
Los cuentos de los chicos terminan “y fueron felices y comieron
perdices”. Pero en el final de los cuentos del tío Rico, nadie come
perdices.
Fuente:Pagina/12
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