Karl Marx
EN RADAR LIBROS
25 de
marzo de 2018
Acaba de
editarse el volumen Acerca del suicidio de Karl Marx, con textos tempranos y
prácticamente desconocidos en nuestro país. El joven Marx piensa e investiga el
suicidio y lo conisdera un síntoma de la lucha social general. También toma
nota de la situación de la mujer, su sometimiento y la situación de los asilos
para dementes.
Karl
Marx, a los veintiocho años, en 1846, al entrarle a su investigación sobre el
suicidio y sus causas, anota: “La crítica francesa, la crítica francesa de la
sociedad, tiene una gran superioridad en cierto aspecto: el ser capaz de dar
cuenta de lo contradictorio y antinatural de la vida no sólo en las relaciones
entre clases particulares, sino en todos los circuitos y figuras del
intercambio cotidiano de hoy”. Para el joven Marx investigar significa lectura,
interpretación y análisis de materiales de procedencia diversa, ya sea
novelesca como periodística. Si la teoría literaria, según Terry Eagleton, es
teoría política, cabe entender las exploraciones literarias del joven Marx como
disparadores y derivas de su actividad filosófica, económica y sociológica. La
literatura, un interés constante, le permitirá adentrarse en los entretelones
del sistema capitalista, penetrar tanto en la intimidad de las alcobas como en
el submundo miserable de los hospicios y asilos donde se destierran la pobreza
y la demencia. “No es sólo de los escritores propiamente socialistas de Francia
que se espera una caracterización crítica de las condiciones sociales”, escribe
Marx. Desde su óptica, el folletín resulta un intento bonapartista de igualar
los sujetos, ricos y pobres, mediante un armado efectista. Contemporánea suya,
la producción narrativa de Eugene Sue se convierte, no obstante los reparos de
Marx, en alegato contra la miseria y la opresión llegando a conquistar la
simpatía de un periódico fourierista. En su documentada y precisa introducción
de Marx y el suicidio (tres artículos tempranos y prácticamente desconocidos de
Marx en nuestro país), Ricardo Abduca informa que en París, un trabajador
desesperado llegó a colgarse en las inmediaciones del domicilio de Sue
declarando que elegía morir cerca de alguien que “nos quiere y nos defiende”. A
Sue lo seguirán en su pseudorealismo, pródigo en complicaciones de argumento y
tremendismo, Víctor Hugo y Alejandro Dumas. La relación entre ficción y
sociedad se tensa en las novelas por entregas que cautivan un público lector
voraz necesitado de reconocerse en los dramones, aunque la compensación
moralista de los finales felices nada tenga que ver con la realidad y responda
a la moral burguesa. Reforzando esta perspectiva, Gramsci llegará a plantear
que el superhombre populista de Dumas –en alusión a El Conde de Montecristi–
debería leerse como una reacción democrática a la concepción del racismo de
origen feudal.
En este
sentido, es lúcido el rescate que Marx hace de Jacques Peuchet, un ex militante
de la Revolución Francesa, más tarde partidario de la Restauración, que pasó de
las letras a la medicina, para dedicarse luego a la jurisprudencia, la
administración y el “rubro” policial como archivista y también director del
servicio fotográfico de la prefectura de París. Su importancia literaria no es
menor y un detalle que cita Abduca lo pone de relieve: un texto de Peuchet, “Le
diamant et la vengeance” es la fuente de El Conde de Montecristo. En “Peuchet:
sobre el suicidio”, Marx valora en el archivista su crítica a la vida privada.
“Peuchet sólo permitió la difusión de sus memorias una vez fallecido”, cuenta
Marx, “para que nadie pudiera contarlo en el bando de los atropellados
socialistas y comunistas que, como es sabido, carecen por completo de la
formidable profundidad y los conocimientos universales de nuestros escritores,
funcionarios y prácticos ciudadanos”. Peuchet, un riguroso de las estadísticas,
establece las conexiones entre la explotación, la injusticia, el robo, las
enfermedades y el suicidio en un tiempo donde “es más fácil conseguir la pena de
muerte que un empleo”. Y registra: “Muy a menudo encontré que entre las causas
de suicidio estaba el ser destituido de un puesto, el ser rechazado en un
trabajo y la baja súbita de los salarios”. A los críticos del suicidio les
contesta: “El suicidio no es más que uno de mil y un síntomas de la lucha
social general”. Si hay una víctima que se recorta clara en las estadísticas de
esa época, la de Emma Bovary, es la mujer, considerada, según Peuchet, como
“parte del inventario” masculino, y también como “el ser al que el legislador
le da menos garantías”. Consecuencia del doble discurso y la hipocresía del
Poder, las causas del suicidio femenino suelen ser un embarazo no deseado, el
rechazo, la humillación, el desamparo. Estudiando un caso de suicidio inducido
por un marido, apunta: “El celoso es, ante todo, un propietario privado”. La
lectura del matrimonio por conveniencia como variante de la prostitución salta
a la vista. A Peuchet no se le escapa tampoco la poética contenida en los
escritos que dejan las almas suicidas, “incluso entre las clases más
desprovistas de educación”. Los escritos desesperados conmueven al revelarse
como acusación.
El
segundo artículo, “El encarcelamiento de Lady Bulwer-Lytton”, seguido de “El
aumento de la demencia en Gran Bretaña” (1858) es, por su parte, un análisis y
una denuncia periodística contra la situación de la mujer, su sometimiento y la
situación de asilos y “work houses”. Ahora Marx escracha a uno de “los líderes
de la camarilla literaria del momento”, Sir Edward Bulwer-Lytton, quien,
mediante una maniobra político-judicial, y con la complicidad de su hijo
Robert, despacha a Rosina, su mujer, a un asilo recurriendo a la recomendación
oficial de los “Comissioners in Lunacy” (Comisionados sobre Demencia). Los
vericuetos del escándalo, que alteró la prensa londinense, y Marx cubrió como
periodista, se detonaron con la publicación de semblanzas críticas que Rosina
había escrito sobre la conducta doméstica de Bulwer-Lytton, político influyente
y autor de varios novelones, entre los que figura Los últimos días de Pompeya.
“Qué puede hacer un hombre encantador, sino encarcelar a una pobre infeliz en
un loquero, que es el único lugar para esposas no queridas”, escribió Rosina,
El motivo del escándalo fue que Rosina, separada de Bulwer Lytton, al narrar
los secretos de su ex, había dado pasto a la oposición. Marx ataca con nombre y
apellido a los médicos que bajo la influencia del marido diagnosticaron la
demencia de la mujer y trazaron su suerte trágica. Rosina habría de quedar finalmente
en libertad condicional en una residencia familiar bajo la mirada vigilante de
su hijo. Es decir, de un confinamiento a otro.
Los
ribetes y vueltas del caso encienden a Marx y se lanza más allá en un tercer
artículo sobre el aumento de la demencia. Al suministrar estadísticas,
robustece su hipótesis: “el aumento de la demencia marcha al ritmo de las
exportaciones y ha superado el aumento de la población”, escribe exigiendo una
investigación parlamentaria. A la vez, ataca los secretos del negocio manicomial,
las casas privadas y los internados públicos, las “work-houses”, correccionales
donde el hacinamiento y la crueldad son trato cotidiano. Marx, todo un
antecedente foucaultiano, no retacea la descripción del horror y es claro al
explicar el funcionamiento de estas instituciones: la economía.
A la luz
de la historia reciente, en más de un aspecto, estos escritos del joven Marx,
además de presentar una reverberación trágica en el presente, son pioneros en
enfocar cuestiones que hacen a la liberación de la mujer. Su percepción de la
mecánica del capitalismo y la lucha de clases sugiere una complejidad que sólo
puede captarse en las contradicciones. En una nota anterior a estos artículos,
fechada en 1844, reflexionando sobre la bajeza de la propiedad privada ya había
anticipado y definido su dialéctica: “La prostitución es sólo una expresión
particular de la prostitución generalizada del trabajador, y dado que la
prostitución es una relación en la que no sólo cae quien se prostituye, sino
también quien prostituye –cuya bajeza es mayor aún–, también el capitalista,
cae en esta categoría”.
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