Opinión
Ninguna
sorpresa hubo el domingo para quien conozca la realidad política
ecuatoriana. El presidente Lenín Moreno (foto) triunfó cómodamente en
una consulta hecha a su medida, y a la decisión de “descorreizar” el
país que mostró desde que asumió el gobierno, tras una segunda vuelta
electoral en que Correa había sido importante para su triunfo por una
muy leve ventaja sobre una oposición hegemonizada por la derecha
tradicional.
Moreno puede estar satisfecho de haberse impuesto en todas las
preguntas de la consulta; logró sus propósitos principales: la
posibilidad de modificar todos los cargos de control estratégico en el
Estado que quedaban aún en manos de partidarios de Correa, y la
prohibición de un posible nuevo mandato para el expresidente.
Para Rafael Correa, se hace difícil el futuro político. Llegó a esta
contienda en medio de una fuerte ofensiva jurídica y mediática en su
contra, y con la pérdida del control de Alianza País, la organización
política que él creara y que ahora lidera el actual presidente. Jorge
Glas, el vicepresidente inicial de Moreno que se mantuviera leal a
Correa, fue destituido y está preso, con condena a seis años de prisión.
En esta situación, el ex presidente sólo puede ofrecer a sus seguidores
sangre, sudor y lágrimas.
En cambio, el sector de Alianza País que apoya a Moreno cuenta con el
poder del Estado y la posibilidad del acceso a cargos públicos. Con
todo ese viento a favor, la victoria con alrededor del 75% en varias de
las preguntas de la consulta resultó amplia y esperable.
Ya en la “letra chica” de este resultado, hay algunos detalles que
subrayar. Correa arañó el 36% en la pregunta por una posible reelección,
obviamente referida a su persona. Sacó allí 10% más que en otras
preguntas, lo que deja claro que un sector nada menor de la población
sigue apoyándolo en las urnas.
En esa pregunta, cabe advertir que Correa logró mucho más de la mitad
de los sufragios de los electores de Alianza País. Es que, asumiendo
que el 50% de los votos son de Alianza País y el otro 50% de la que
sería oposición –conformada por un pequeño sector progresista y amplia
hegemonía de derechas–, queda claro que en las preguntas en que Moreno
obtuvo el 75% de los votos totales, sólo la mitad de Alianza País lo
apoyó: un 25% del total de votantes. El otro 50% viene de quienes fueron
oposición el año pasado.
Ello implica que Correa, enfrentado a todos a la vez (industriales,
banqueros, partidos políticos conservadores, los medios de comunicación y
gran parte del sistema judicial), ha retenido el control de la mitad
del electorado de su partido, lo cual no es poco: sigue siendo un
político con fuerte poder de convocatoria, y reteniendo un capital
electoral importante.
Moreno, al margen del resultado halagüeño, controla un limitado
electorado propio para quien está en la presidencia: el 25% del total.
El resto de los votos por el “Sí” pertenece a la oposición variopinta
que es de derechas, con algún leve condimento de movimientos sociales e
indígenas.
Alguien podría creer que esos votos de la derecha son ahora de
Moreno. La situación es menos clara: el sector de Alianza País que apoya
al actual presidente –quien se ha quedado con el espacio partidario, lo
que llevará a Correa a promover otra organización– no está
homogéneamente dispuesto a un programa que pudiera favorecer a esas
derechas.
Fue evidente en dos recientes decisiones: cuando Moreno eligió a
Vicuña como nueva vicepresidenta, una mujer con claros antecedentes de
izquierda; y cuando se le otorgó la ciudadanía ecuatoriana al detenido
Assange, quien representa un caso paradigmático del período de Correa.
En ambos casos, la derecha mediática puso el grito en el cielo, se
manifestó decepcionada con las decisiones de Moreno, y advirtió –con
dejos de sorpresa– que no es ella la que gobierna. Tal había sido su
conformidad previa con Moreno, que un académico conservador llegó a
reprochar por TV que la vice elegida no fuera miembro de un partido
opositor.
Ello reveló que en los políticos de Alianza País que apoyan a Moreno
hay acuerdo para rechazar a Correa, pero no lo hay si se tratara de
abandonar las políticas sociales progresistas que se desarrollaron los
últimos 10 años.
Despejados –para Moreno– lo que él entiende como fantasmas del
pasado, le toca ahora desplegar su programa de gobierno. La amplia
alianza de la derecha más el sector de Alianza País que ahora pudo
sostener, no podría mantenerse a largo plazo. Momentáneamente puede
hacerse algunos contrapesos sociales a políticas macroeconómicas que
parecen marchar hacia rumbos neoliberales. Pero a poco andar, o se
trabaja en políticas de apoyo social e inclusión, o se sostiene un
programa económico de apertura al libre mercado trasnacional. No hay
caminos intermedios.
* Profesor de Epistemología de la Universidad Nacional de Cuyo.
Fuente:Pagina/12
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